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Foto del escritorGustavo Dessal

Año Nuevo

El nuevo año arrastra consigo viejas calamidades, acentuadas desde el estallido del COVID19 y la megalomanía del Zar Vladimir. El nuevo año arrastra consigo el vergonzoso resultado de la Cumbre Climática realizada en Sham el Sheikh, un paradisíaco resort donde los anfitriones egipcios lo dieron todo para ofrecer un escenario que disimulase la obscenidad que ya no puede esconderse. Centenares de representantes de países ricos y pobres, innumerables discursos vacíos, miles de selfies, apretones de manos, sonrisas forzadas y -por supuesto- el resultado de acuerdos que son papel más mojado que las inundaciones que proliferan en todo el mundo, o meras cenizas carbonizadas por incendios salvajes.


Se festeja como un gran logro que al menos los países ricos, causantes de la mayor emisión de gases invernadero, y con ello del cambio climático, pagarán una compensación económica a los países pobres, que son los más afectados por la destrucción, y a la vez los menos responsables de emisiones de gases. Se menciona como un caso ejemplar el hecho de que Pakistán y Afganistán recibirán unos cuantos millones como reparación del aumento de los desastres sufridos. Nada se dice sobre lo que Pakistán, Afganistán -entre otros- deberían pagar como compensación a las monstruosidades que han causado a su propia población y al mundo entero.


Las compensaciones económicas por los daños causados a vidas y bienes son tan antiguas como las más viejas civilizaciones. Las últimas, y probablemente las más polémicas, fueron las que el gobierno alemán decretó para las víctimas del Holocausto, y las Leyes Reparatorias para los desaparecidos y familiares durante la dictadura del General Videla y sus sucesores. El debate ético es demasiado complejo, y excede el alcance de esta columna. Pero mientras alemanes y argentinos cumplieron sus promesas, nada asegura que los propósitos anunciados en la cumbre de Sham el Sheikh tengan las mismas posibilidades. Los ricos comienzan a modificar su retórica y anuncian la creación de “proyectos” para mejorar las condiciones de los países pobres,”actuar sobre las raíces” del problema, raíces que parecieran tener que buscarse en alguna misteriosa galaxia del Universo.


El nuevo año arrastra consigo la evidencia que economistas de todas partes del mundo, personas que basan sus cálculos en lo real matemático y que -mal que les pese a los fondos buitres, el FMI, el Banco Mundial, inversores y empresarios- no provienen precisamente de la extrema izquierda. La evidencia es muy sencilla: la pobreza es muy cara. Terriblemente cara. No me refiero aquí a ningún sentido metafórico, sino a las cifras. La pobreza le cuesta a los países más ricos billones de dólares. El absurdo, la paradoja que no puede explicarse exclusivamente en términos matemáticos, es que tan solo un aumento perfectamente asumible en los salarios cambiaría el mundo.


El Berkeley´s Labor Center de la Universidad de California ha creado un instrumento de análisis matemático donde se demuestra que solo en los Estados Unidos el Gobierno Federal debe invertir 107.000 millones de dólares para sostener el Programa de Salud Infantil. Una cifra que sale de los impuestos de los ciudadanos. Lo escalofriante, es que el cálculo matemático según el cual se podría erradicar la pobreza en el Gigante Americano supondría una paga de 15 dólares la hora. Incluso los Republicanos más reaccionarios se verían beneficiados desde el punto de vista fiscal. Esto mismo se pude extender al resto del planeta.


El nuevo año comienza arrastrando consigo el antiguo mal de una brecha social muy antigua, pero cuya desmesura no tiene precedentes y se infinitiza cada vez más.


Aún así, el nuevo año comienza arrastrando consigo el esfuerzo de millones de personas empeñadas en la vida, no solo la propia, sino la de muchos otros, y eso no debemos olvidarlo ni un solo segundo.

Por ese motivo, y a pesar de todo, damos la bienvenida a este nuevo año.


Gustavo Dessal

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