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Foto del escritorCatalina Mena

Agustín Squella, ex-constituyente: 'Viví una vida ajena'

Este abogado, doctor en Derecho, ex rector de la Universidad de Valparaíso y Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales, acaba de sacar su libro Apuntes de un constituyente, con Ediciones UDP, colección Vidas Ajenas. Allí narra, con humor y autocrítica, sus 365 días como miembro de la Convención Constitucional, tarea de la que salió exhausto pero esperanzado.


por Catalina Mena



El último año en la vida de Agustín Squella (78) fue agotador. La dinámica de la Convención Constitucional le chupó toda la energía. Durante todo este período convivió estrechamente con personas de diversos géneros, etnias, edades y posiciones políticas.


En Apuntes de un constituyente Squella cuenta esto con una gracia y honestidad que hoy escasea. El texto, testimonial, está estructurado en fragmentos que atañen a muy diversos asuntos y situaciones. “Quise hacer algo liviano; ir a salto de mata, de una cosa a otra”, dice. Algunos capítulos son más teóricos y analizan en detalle aspectos de la Constitución, tales como el feminismo, la plurinacionalidad (que no es el “pluri-Estado”) y el resguardo de la naturaleza. Otros son más existenciales y hablan de su estado físico y mental, de las amistades que forjó, de cómo se sentía siendo uno de los más viejos del grupo, de lo que le costaba adaptarse a los mandatos del lenguaje inclusivo, y de lo que significó sostener siempre una postura no dogmática, a riesgo de que algunos lo encontraran rojo y otros, amarillo. Entremedio, el libro inserta fragmentos que escapan a esta situación algo claustrofóbica, donde puede narrar el placer de sentarse un rato bajo la sombra de un árbol o caminar por las calles del centro.


“En mi libro es tan importante el discurso de un constituyente como la perfomance de un saxofonista en la calle Nueva York por la que pasaba todos los días camino de la Convención”, cuenta.También dedica su pluma, sutilmente irónica, para referirse a algunas anécdotas rayanas en lo bizarro. Aquí un ejemplo: “La tarde que Giovanna Grandón ingresó con su disfraz de Tía Pikachu al hemiciclo de la Cámara de Diputados en el edificio del Congreso en Santiago, minutos antes de iniciarse una de las sesiones de la Comisión de Reglamento de la Convención, tuvo difusión nacional. Además, no lo hizo sola, sino acompañada de otro constituyente disfrazado a su vez de lagarto, este último un muchacho evangélico de mi vecina ciudad –Quilpué– que solía adornar su sitio en la Convención con variados objetos, incluidos unos perritos de peluche cuando tocó el turno de hablar sobre derechos de los animales. Malucha Pinto instalaba incluso un pequeño altar frente a sí y hacía frecuentes llamados al amor, la fraternidad y otros sentimientos que podrían salvar a la humanidad”.


Salvífico humor


--¿Qué sensación tiene ahora que terminó el proceso de la Convención? ¿Cómo se vuelve a parar en su vida cotidiana?

--Alivio es lo que siento, porque se trató de un trabajo muy intenso que me alejó de mis dos ciudades –Viña del Mar y Valparaíso- y de mis rutinas allí, desde pasar todas las mañanas un rato en un café, caminar junto al mar o disfrutar una jornada de carreras en el Sporting. ¿Pero sabe? Creo que luego de pasar un año en Santiago, voy a adoptarla como mi tercera ciudad, incurriendo así en una flagrante poligamia urbana.


--Entre tanto trabajo, ajetreo y tensión ¿Cómo logró estar permanentemente publicando columnas y, más aún, sacar un libro?

--Tomaba notas frecuentemente en las sesiones de la Convención. Escribía también en el metro, mi medio habitual de transporte; eso, claro, cuando me daban el asiento. También en casa. Todo esto para mí fue una vía de escape, una manera de entender, aguantar y mejorar lo que estaba viviendo. Lo digo en el libro: viví una vida ajena, la de otro, no la propia. Lo que no olvidé, en ningún momento, era que estar ahí tenía mucho sentido.


--A pesar de lo estresante que fue el trabajo en la Convención usted cuenta la experiencia con mucho humor y también se ríe de sí mismo.

--El humor es una virtud y, como tal, escasa. Una virtud tanto más si se lo practica a costa de uno mismo y no de los demás. El humor salva, sana, vivifica, nos hace mejores, y es mucho más que ir por la vida contando chistes.


--Al parecer se sintió como un infiltrado en la Convención, como gallo en corral ajeno.

--Algo así, para qué voy a negarlo. Las lógicas de la política, que son las del poder, me sientan mal. Las entiendo y no le pido peras al olmo, pero no por ello dejan de gustarme las peras.


--De lo que vivió en la Convención, ¿qué fue lo que más le sorprendió?

--El promedio de edad (45 años) y el grado de preparación que tenían muchos de los y las constituyentes. Ya es hora de que dejemos de considerar infantiles, ignorantes o perversos a los jóvenes que no piensan como nosotros.

--¿Qué fue lo más frustrante de esta experiencia?

--Sentir que tuvimos más autocomplacencia que autocrítica, un mal chileno ya que ya se ha vuelto crónico. También fue difícil lidiar con la arrogancia, cerrazón y sectarismo de casi todos los grupos. Estábamos en un espacio para hacer política, pero en no pocas ocasiones la hicimos de tan mala calidad como cuando los parlamentarios discuten un cuarto o quinto retiro. No podemos esperar que de la política emanen los mejores sentimientos del corazón humano, pero ¿por qué esperar que afloren los peores?

--¿Qué fue lo más gratificante?

--El contacto con otras generaciones y darme cuenta de que, diferencias más o menos (y en mi caso fueron más que menos), es posible y necesario entenderse con ellos, evitando la peor forma de envejecer: la “efebofobia”, o sea, el desprecio o rechazo a los jóvenes. Igual hay que cuidarse de su contraria, la “efebofilia”, es decir, creer que los jóvenes tienen la palabra divina.

“En la Convención, si alguien lloraba, sacaba aplausos”

--Se autodefine políticamente como un liberal de izquierda. ¿Qué significa eso?

--Soy un partidario incondicional de las libertades, pero entiendo que estas solo son practicables si hay justicia y derechos sociales. Las personas que no tienen acceso a los bienes básicos no pueden ejercer en la práctica las libertades de las que son titulares en el papel.

--Usted señala que dentro de la Convención los de izquierda lo consideraban amarillo y los de derecha lo consideraban rojo. ¿Eso le ha pasado siempre? ¿Por qué cree que le pasa?

--Porque si digo “liberal”, la izquierda frunce el entrecejo, y si agrego de “izquierda”, la derecha hace lo mismo. Estoy frito no más. Un híbrido como ese, que en el fondo es un liberalsocialismo, no se entiende en un país en el que todo se simplifica, se ve en blanco y negro, y se descuidan los matices.

--Su libro da cuenta de posiciones maniqueas y fanáticas que había en la Convención. ¿Qué lo dejó perplejo?

--Fanatismo, maniqueísmo, arribismo, exhibicionismos, protagonismo, doble estándar: todo eso me sienta muy mal y son los nuevos deportes nacionales. ¿Perplejo? Ante las ideas de extrema derecha y de extrema izquierda. Ser de izquierda o de derecha no es ser inmoderado; la falta de moderación está en cada uno de los extremos de esa díada. No es necesario optar por la cómoda y vaporosa república del centro para ser moderado en la vida política.

--Usted dice, de todos modos, que la Convención reflejaba perfectamente la diversidad social de Chile.

--Reflejaba nuestra diversidad, pero con cierto desequilibrio. La diversidad es un bien, decimos todos, casi de memoria, pero en los hechos solemos reaccionar mal ante ella. Pobres, migrantes, diferentes en género, sexualidad o edad, indígenas, disidentes políticos: en el hecho eso a muchos no les parece nada de bien y sueñan con una sociedad homogénea que desconoce la realidad de toda sociedad abierta, que es ser un avispero de diferentes creencias, ideas, maneras de pensar, modos de vida, interpretaciones del pasado, propuestas sobre el futuro e intereses.

--Advierte también que en Chile está primando la desmesura. ¿Cuáles son los síntomas? ¿A qué lo atribuye?

--De la desmesura culpo a los todavía no bien estudiados efectos neurológicos de la pandemia. Desmesura en las conductas, en los planteamientos, en el lenguaje. Estamos hablando mucho, en voz muy alta, y atropellándonos unos a otros. Estamos riendo con estridentes carcajadas. Vea usted lo que pasa con los locutores de radio y televisión: están todo el tiempo riendo. Por las calles vamos tan acelerados que parecemos ratones envenenados. Para qué hablar de los continuos desbordes emocionales en nombre de una mal “inteligencia emocional”. En la Convención, si alguien lloraba, sacaba aplausos al tiro.

Propuesta transformadora

--¿Cuál es la mayor virtud de esta Constitución?

--Yo considero que es una propuesta muy importante y valiosa. Cualesquiera sean sus aciertos y defectos, porque tiene de ambos, no sólo deja definitivamente atrás la del 80, sino que esta es una propuesta transformadora, que responde al siglo que estamos viviendo. Pero no es refundacional ni menos aún revolucionaria.

--¿Qué le diría a la centro-izquierda que vota por el Rechazo?

--Pareciera que no le tomaron bien el peso cuando en el plebiscito de entrada engrosaron ese 80% que se pronunció a favor de tener una nueva Constitución o creyeron que una Convención Constitucional era solo una medida para salir o encausar una crisis política que los tenía asustados y no propiamente un camino hacia una nueva Constitución.

--Si ganara el Rechazo, ¿qué cree que le va a pasar a usted?

--Experimentaría una sensación de fracaso, mas no del todo: en tal caso la propuesta de nueva Constitución sería el eslabón más importante, firme y grueso de cuantos forman parte de un proceso de cambio constitucional que se remonta a las tímidas reformas de 1989. Un proceso que ha tenido una exasperante lentitud, puesto que ¿cómo puede entenderse que llevemos 42 años sin reemplazar la Constitución de una dictadura? Somos bien quedados, ¿no?

--¿Encuentra que hay una mirada catastrófica sobre lo que pueda suceder?

--Pronosticar una catástrofe si ganara el Rechazo o el Apruebo forma parte de nuestras actuales desmesuras. Como los niños, jugamos a asustarnos unos a otros y andamos en busca no de las mejores ideas, sino de personajes salvíficos o redentores, algo así como superhéroes que vengan en nuestro auxilio. ¿Quiere que le diga una cosa? Yo escucho la palabra “líder” y me pongo de inmediato contra la pared.


--Uno de los conceptos que le dio fuerzas en este proceso es el "pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad". ¿Cómo se aplica esto al proceso político que está viviendo Chile?

--Podemos creer que las cosas irán mal, pero lo que no debemos hacer es sentarnos a esperar que ocurra la tragedia, sino preguntarnos qué está en nuestras manos hacer para que las cosas vayan lo mejor posible. El escepticismo es perezoso y el optimismo ingenuo: me quedo con la esperanza. Con una activa y diligente esperanza cuya realización depende no de los dioses, sino de hombres y mujeres de carne y hueso.