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Foto del escritorHéctor Lira

Salvaje Millennial

Capítulo 1: Reflexión en la acción en Sanhattan



“Acaba siempre, así, con la muerte, pero antes, ha estado la vida, escondida bajo el “bla, bla, bla”. Todo está sedimentado bajo la cháchara y el ruido. El silencio y el sentimiento. La emoción y el miedo. Los escuálidos, inconstantes, destellos de belleza. Y también, la sordidez desgraciada y la humanidad miserable. Todo sepultado bajo el manto de la molestia de estar en el mundo, bla, bla, bla. Lo que hay más allá de eso es otro lugar. Yo no me intereso por otros lugares. Por tanto, que comience esta novela. En el fondo es solo un truco. Sí, es solo un truco.”

Paolo Sorrentino, La grande bellezza



Observas tu figura desnuda en un espejo de cuerpo entero y detectas la irrupción de nueva grasa abdominal. Tienes apenas 30 años. Te cuestionas el problema de la fealdad. En algún momento se puso de moda que los humanos debían ser bellos, los mamíferos más hermosos sobre la Tierra. Tersos y brillantes como una escultura del empresario estadounidense Jeff Koons. No hay oxígeno en la belleza, por el contrario, vives encerrado en una barrica hecha con tu propia piel y de la cual intentas escapar usando uñas y dientes. Sabes que entre tu cuerpo y el placer hay un hilo roto, un cortocircuito que no impide el orgasmo.


Estás tranquilo. Todavía follas pese a que vives en primera persona el crepúsculo del machismo interseccional. Una cantidad importante de hombres viejos y no tan viejos, como tú, cogen haciendo uso de artefactos sagrados y primitivos que son sustitutos perfectos de la disfunción eréctil y simbólica. Te ves a ti mismo tratando de ganar dinero con las criptomonedas; te gusta imaginar que eres Di Caprio en el Wolf of Wall Street. Mezclas cocaína y viagra todos los sábados a la misma hora. Te repites constantemente que eres tu propio jefe. Te miras en el espejo del GYM. Estás solo. Estás dispuesto a todo. Lo decretas. Eres un emprendedor de verdad. Pero no tienes puta idea de finanzas internacionales, muchas veces no se te para y ya has subido 5 kilos en los últimos meses. No entiendes la heterogeneidad de criterios que influyen hoy en día en las distintas generaciones al momento de elegir sus parejas sexuales, en especial las lolitas, que las ves muy frágiles y enfadadas. No entiendes porunqué la última chica joven que te follaste ahora prefiere tener sexo con sus amigas. Sientes que se te exige una dimensión de más. Ser más seductor, pero cada vez en una versión más blanda. Y ahí estás tú, perdido en la complejidad líquida del mundo, cuando lo único que realmente quieres es follarte el cuerpo sólido de una mujer.


Has escuchado que para las mujeres es más difícil ejercer ciertas libertades. Siempre lo ha sido. Pero conceptualmente no lo entiendes. Para ti muchos han reducido la discriminación sexual a una sofocante culpa identitaria, en especial tus amigos universitarios, burgueses y ex-católicos. Es más, has visto a los intelectuales de tu generación transformarse en una especie de párrocos ateos que cambiaron las misas por asambleas. Ese fétido olor progre. Para ti es terrible elucubrar la vida de las futuras hijas imaginarias de nuestra sociedad. Has visto cómo algunas corrientes feministas más puritanas las han reducido a víctimas infollables -¿cuál es el antónimo de “erótico”?-. No entiendes las manifestaciones estéticas que derivan de la furia al macho. Solo sabes que tú eres muy macho, aunque no entiendas la carga semántica de esa palabra. Te cuestionas si acaso estás en peligro. Te has topado con chicas que no se depilan las axilas ni el coño, pero eso no te importa mucho cuando se trata de follar. Eres pragmático. Hasta el momento solo has descartado a una chica que escribió con su menstruación frases incendiarias en los muros de alguna institución gubernamental.


Tú solo anhelas la simplicidad que emite una línea blanca sobre la mesa. Para ti es infinitamente mejor una sociedad de jóvenes que jalan cocaína en fiestas electrónicas que esta nueva generación de debiluchos que se muestran a sí mismos llorando vía streaming. Para ti, experto en marcas y marketing, en esa histeria digital no hay dolor real, solo un espectáculo. Es como esa amiga que tenías y que nunca quiso follar contigo. Se hizo una cuenta en Onlyfans y obviamente eres suscriptor de ella. Te dices a ti mismo que tú apoyas todo emprendimiento, pero en verdad solo buscas la sensación de poder que te otorga el pagar 5 USD/mes por espiarla remotamente. Abres una foto de ella en cuatro y haces zoom en su ano. Recuerdas que por ahí la querías penetrar, pero no logras fantasear nada. Te masturbas con esa foto, pero no se te para. Ya no hay erotismo, es todo burdamente explícito.


Eres incapaz de conceptualizarlo, pero para ti todo se ha tornado más sexual que el sexo. Ves tetas y culos en todas partes, en cada esquina de la ciudad, como las grandes cadenas de farmacias de Santiago. Una frente a otra. Una junto a otra. Compitiendo. Coludidas. Te joden casi a diario, pero te sientes en Disney cada vez que entras en ellas. Han logrado construir experiencias de clientes cada vez más memorables al mismo tiempo que te cobran sobreprecios. Si hubieses leído algo más que Padre Rico, Padre Pobre pensarías: el sexo, como el mercado, no tiene nada que ver con una estrategia de dominación foucaultiana, todo se reduce a transacciones y mercancías. Y ni eso. Hasta el fetichismo con las mercancías/cuerpos se desvanece. Pero tú no lees mucho. Solo intuyes, como experto en startups, que más pronto que tarde todos terminarán follando en el metaverso. Sin cuerpos. Sin fracturas.


Para ti Chile es un país mal follado. Primero, nos follaron los incas, luego los españoles y finalmente EEUU vía la CIA. Somos una cultura que nació de sucesivas violaciones. He ahí nuestra dificultad para decir “no”. Tú lo ves cada día en las reuniones de trabajo. Los complejos y el uso excesivo de diminutivos: “agüita”, “correito”, “poquito”, “chiquitito”. También lo ves en los happy hour cuando tus colegas se transforman en incompetentes acosadores. Ellos vivieron su despertar sexual, al igual que tú, en una época donde el sexo circulaba en forma de soft porn en revistas de moda que venían como suplemento del periódico, quizá El Mercurio. Hablamos de finales de los noventa. Aparecían jovencitas con rostros ABC1 en ropa interior o traje de baño posando en posiciones ridículas. Luego, conforme el acceso a internet se democratizó, complementaron sus fantasías con porno cada vez más hardcore y con mayor resolución. Esa fue toda la educación sexual recibida: revistas con cuicas semidesnudas y videos pornos sádicos.


Cuando hace unas semanas vomitabas en un paradero de Av. Providencia a las 4 AM aprendiste que el sexo es mucho más complejo de lo que creías. Es sábado y dos chicas transexuales intentan convencerte de pagar por una mamada, al ver lo borracho que estás se aburren de ti y te revelan algunos secretos. Sus clientes frecuentes suelen pertenecer a dos arquetipos de hombres heterosexuales:


1.Jóvenes universitarios del barrio alto que cuando vienen de vuelta de la fiesta, usualmente borrachos o drogados, tienen una insospechada y retorcida necesidad de verga. Ya sea tocarla, mamarla o sentirla. La mayoría prefieren follarse a las chicas mientras les frotan el pene con la mano. Al parecer, la mayoría tienen miedo de ser penetrados, aunque algunos lo intentan.

2. Cincuentones casados, con hijos y excelente nivel socioeconómico. Usualmente altos ejecutivos de empresas que están en búsqueda de, según ellos, “nuevas experiencias”. Aquí se dividen mitad y mitad. Algunos prefieren penetrar. Otros son versátiles y gustan de ambas posiciones. A todos, sin excepción, les gustan las vergas.


Esa noche descubres algo nuevo. Realmente no conoces a los hombres. Tampoco te conoces a ti mismo. Independiente de ello, crees que algo fascinante se esconde detrás del deseo de algunos tipos, que vienen de familias conservadoras y “bien constituidas”, por los penes.


Ese mismo lunes, a la hora de almuerzo, bajas de tu oficina y caminas por Isidora Goyenechea, en las cercanías de Plaza Perú. Ves una multitud de nanas paseando a los hijos de sus patronas, como si hubieran salido de un nido o colmena todas al mismo instante. También observas a los esposos, hijos e hijas de las madres de esas patronas deambulando por el sector, impecablemente vestidos, firmes y brillantes como diamantes humanos. Te llama la atención lo fácil que convergen todos en sus elecciones. Por ejemplo, muchos usan variaciones de camisas celestes y dockers beige. A su vez, muchos eligen los mismos lugares para ir a almorzar o pasar un rato después del horario de oficina, como, por ejemplo, el Tiramisú. Para ti es totalmente aceptable pagar un precio infladísimo por un pedazo de pizza mediocre si a cambio pareces ser uno de ellos. No hay nada como el calor de la tribu.

A veces observas tus ojos negros en el espejo. Se te pone la piel de gallina. Un sociópata crece en ti como un pequeño brote que emerge accidentalmente en el fértil jardín de la clase media. En tus huesos, músculos y estómago sientes la potencia de matar a un hombre, engañar a tu mujer, estafar a tu padre o hurtar la lapicera Montblanc de tu jefe. Y luego, consumado el infame acto, dormir como un bebe que descansa sobre la teta de su madre. Dormir por fin después de mucho tiempo sin dormir. Después de todo, “el que puede, puede”. Pero aún no sabes que un hombre como tú no es más que la suma de todos los hombres pequeñitos y aterrados. Algo en ti lleva años quebrándose.



Primer capítulo de Salvaje Millennial

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