Crear y entender: Roberto Torretti en nueve fragmentos
Entre 2011, cuando obtuvo junto a Carla Cordua, su esposa, el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales, y 2020, cuando publicó una traducción de Tucídides, Juan Rodríguez entrevistó a Roberto Torretti en persona, por correo electrónico y a través de una pantalla. A pocos días de la muerte del filósofo, a sus 92 años, vaya esta selección como homenaje.*
1. Entendimiento creador
Un libro mío se llama Creative Understanding, “entendimiento creador”, o si usted quiere, “entender creando”. Creando los conceptos que le van a permitir a uno entender. Y eso es decisivo para mi modo de ver. [...] Si uno entiende la literatura fantástica en un sentido estricto, hasta las novelas de Dostoievski no son literatura fantástica, sino realista. En ese sentido, entonces, ni toda la literatura es fantástica, ni mucho menos la filosofía. Pero si tomamos fantástico para decir “creador de algo que no estaba ahí” —digamos, antes de que hubiera hombre en el mundo no había las cosas que han pensado los metafísicos, se acaba la humanidad y se acaban todos los objetos de la metafísica, los pensados por los metafísicos, aunque ellos creen que sigue habiéndolos—, si tomamos así lo fantástico, pues es lo que le decía antes: hasta la física y sobre todo la matemática son literatura fantástica; y entonces, por qué no la metafísica.
2. Historicismo radical
Desde que aprendí a leer, seguí asiduamente las noticias de prensa sobre política nacional y sobre todo internacional. Desde los diez años me interesé vivamente en la historia de Europa, antigua y moderna. Poco después empecé a leer novelas con avidez, y durante casi una década, con cien años de atraso, creí a pie juntillas en la supremacía espiritual de este género literario. Pero comprendí que no tenía talento para cultivarlo. A los catorce años leí un libro sobre la “síntesis moderna” de Darwin con Mendel, deseché el mito de Adán y Eva y todas sus implicaciones, y durante tres o cuatro meses adopté un naturalismo materialista de fabricación casera. Al mismo tiempo, tomé conciencia de la iniquidad e irracionalidad de nuestro sistema socioeconómico y desarrollé una gran simpatía por el bolchevismo, que vine a perder pasados los treinta años (no porque me escandalizara la revelación de los crímenes de Stalin, sobradamente justificados para mí por el fin de establecer una sociedad sin clases; sino porque conversando con amigos de izquierda en la Universidad de Concepción comprendí que no perseguían ese fin, sino más bien el reemplazo de la clase privilegiada con otra formada por ellos). A los quince años leí un par de tomos de La Decadencia de Occidente de Oswald Spengler, que hallé entre los libros de mi padre. No entendí casi nada, pero, en respuesta a ese libro, escribí en una máquina Royal las primeras 90 páginas (a renglón seguido) de una Filosofía de la historia que ahora tengo por delante, gracias a que mi madre las conservó con el mismo certero instinto que la llevó a extraviar la novela que dos años antes había escrito con Carlos Fuentes. Este libro inconcluso exhibe una ignorancia abismática pero también da testimonio de lo que, con mirada retrospectiva, puede describirse como una decidida vocación filosófica. Durante un año y medio, hasta que ingresé a la Escuela de Derecho en marzo de 1947, leí sistemáticamente a filósofos clásicos: Platón, Descartes, Spinoza, Leibniz, Berkeley, Hume; una selección determinada en parte por la disponibilidad de traducciones. A mediados de 1946, di con las obras de Dilthey, traducidas al castellano por Eugenio Imaz. De este ecuánime y poco pretencioso filósofo alemán aprendí el historicismo radical que todavía sostengo.
3. Demostrado científicamente
Yo de las ciencias no soy escéptico; confío bastante en lo que confían ellas. Y ellas, si usted quiere, son escépticas respecto de verdades definitivas, unitarias y totalitarias. Porque si ciencia aceptada es la mecánica cuántica, y también lo es la relatividad general, entonces ni siquiera se pretende que sean consistentes, ¿verdad? Entonces, no es que yo sea escéptico, es que la ciencia lo es profundamente... La ciencia, no la metafísica que a veces profesan, incluso, los científicos. Pero eso es por mala educación no más. [...] Demostrado científicamente no hay más que teoremas matemáticos. Y aun esos solo son verdaderos dentro de su teoría. La ciencia es fundamentalmente un proceso. En ese sentido sería historicista, o “historista” respecto de las ciencias.
4. Progreso y pérdida
El concepto de progreso está desacreditado porque hubo la idea de un progreso necesario, en una dirección prefijada, que era lo que soñaron ciertos ideólogos del progreso, como Marx. Eso es ridículo [...]. Marx, por lo menos cuando joven, soñaba con una sociedad en la que se le podría dar a cada cual según sus necesidades. Y entre tanto, hemos desarrollado una en la que las necesidades crecen casi exponencialmente, mientras los recursos van avanzando un poco. Eso es lo primero que quería agregar. Lo segundo es que casi no hay progreso sin pérdida. Por ejemplo: el otro día, un colega nuestro, que escribe en otro diario, se quejaba de que la reforma agraria había acabado con la hacienda. Nos reímos mucho de eso, lo hallamos grotesco. Y después el rector Peña escribió una columna sobre este mismo tema y la pérdida de la hacienda no le parecía tan mala. Pero indudablemente ahí, con el progreso, se perdió algo que hay gente que añora.
5. Rendir cuentas
No todo el mundo hoy indica lo mismo con esa palabra [“democracia”]. Piense en el significado del adjetivo “democrática” para los fundadores de la Unión Democrática Independiente, por un lado, y de Revolución Democrática, por otro. [...] La Constitución de los atenienses, falsamente atribuida a Jenofonte, data de la segunda mitad del siglo V. Allí leemos que “en todo país el elemento mejor es contrario a la democracia; ya que entre los mejores la injusticia y la falta de autocontrol son mínimas y máximamente precisa la orientación hacia lo provechoso, mientras que en el pueblo abunda la ignorancia, el desorden y la maldad; pues la pobreza los induce más bien a acciones vergonzosas y algunos hombres son incultos e ignorantes por falta de dinero”. Hay quien sostiene que “democracia” fue peyorativa desde el primer momento: imagínese usted, ¡que el pueblo mande, en vez de calladamente obedecer! Solo en boca de sus partidarios habría tomado un sentido favorable (como “izquierda”, en francés “gauche”, esto es “torpe”, lo fue ganando a lo largo del siglo XIX). No perdamos de vista que el sentido de las palabras en el pasado lo conocemos por textos escritos, y que en la Antigüedad solo sabían escribir los miembros de las clases acomodadas. [...] Hay una [característica del régimen democrático ateniense] que favorezco sin vacilar: la rendición de cuentas por todo dignatario que haya autorizado gastos, no solo cuando eventualmente se la pidan, sino al instante mismo de dejar el cargo (y antes de que pueda disfrutar de una pensión por haberlo servido). ¿Por qué? Cualquier lector de la prensa chilena reciente comprenderá que esta pregunta es superflua. Por otra parte, no deja de sorprenderme que los defensores de la igualdad a toda costa no promuevan la elección de diputados por sorteo. [...] Una forma de gobierno [la democracia] que incluya rendición de cuentas y otorgue a los gobernados la oportunidad de reemplazar periódicamente a los gobernantes me parece ciertamente mejor que cualquiera que no tenga estos atributos. En todo caso, la elección periódica frena los vicios del gobierno unipersonal, el cual, como dice Heródoto por boca del persa Otanes, “trastorna las leyes patrias, violenta a las mujeres, mata sin juicio previo”.
6. Articular la experiencia
Le he regalado libros a muy pocas personas [...]. A Carla Cordua le he regalado, en 1951 y en 1991, dos ediciones diferentes de las obras de Hölderlin. [...] Me encanta la ficción. Pero, obviamente, mi profesión me ha obligado a leer mayormente libros de filosofía y de ciencias, que se clasifican como “no ficción”. Usted recordará, sin embargo, que el libro en el que expongo mi filosofía de la física se titula Inventar para entender. [...] Rayo los libros y artículos de “no ficción” y los anoto al margen, generalmente con objeciones a lo que sostienen. Esta actividad ha florecido inesperadamente desde que empecé a leer en un iPad y dispuse de la admirable app iAnnotate. No doblo las páginas. Uso marcalibros. Desde 1980 hasta 2019 leí sentado en una Eames chair, que me parecía cómoda. Ahora, ella ya no le sienta a mi columna y me siento en un sillón giratorio, para leer en mi computadora. [...] Entre los 25 y los 30 años leí una y otra vez Ser y tiempo de Heidegger, hasta que me pareció haber entendido y asimilado al menos hasta el parágrafo 44. Más tarde, cuando escribí sobre Kant, leía y releía su Crítica de la razón pura. Y luego, cuando escribí sobre Einstein, tuve como libros de cabecera Gravitation de Misner, Thorne y Wheeler, y Gravitation and cosmology de Weinberg. También leí y releí las Meditaciones de Descartes, las muchas veces que lo adopté como texto para un curso de introducción a la filosofía. Además, he releído a menudo algunos poemas de Píndaro, Catulo, Donne, Hölderlin, Baudelaire, Rimbaud, Valéry, G.M. Hopkins, T.S. Eliot, Rubén Darío, Neruda. Y por cierto a Shakespeare. [...] A los 19 años, cuando leía a Proust, y ya había leído a Dostoievski y a Thomas Mann, se me ocurrió que la novela moderna nos proporcionaba los conceptos que las personas de nuestra cultura empleábamos para articular verbalmente nuestra experiencia de la vida. Todavía diría que esa ocurrencia no era desacertada.
7. Contra el platonismo
Creo que Tucídides es la gran cura contra el platonismo, como pensaba Nietzsche. La gran cura, el gran remedio contra el platonismo, la gran vacuna, tal vez. Lo malo es que uno la toma después de que ya está infectado. Todos estamos infectados de platonismo hasta que nos curamos tomando Tucídides, y a Nietzsche... Y a Wittgenstein, seguramente. [...] Tucídides es una persona que toma las cosas como son, como se dan, como se ven. No se inventa un segundo mundo de valores absolutos para juzgar la conducta de los hombres en la tierra.
8. Vivir de prestado
Yo siempre he pensado que soy mortal, desde muy chico. No olvide que leí a Heidegger como a los veintitrés años. Y antes de eso a Unamuno, El sentimiento trágico de la vida, que me impresionó mucho. [...] Últimamente más que nunca [he pensado en que soy mortal], imagínese, tengo noventa años. Y estoy viviendo de prestado, que se llama, por lo menos según el concepto con que yo crecí. Cuando crecí pensaba que con suerte podía vivir ochenta años y llegar al segundo centenario. Cuando era chiquito me interesaba mucho llegar al segundo centenario de la República. [...] Pero por qué se puede criticar a alguien por hablar de la muerte. Yo no hablo de la muerte, pero no es que me sea ajena la idea. No me aproblema. Al contrario, me aproblemaría ser inmortal, porque qué terrible, no descansar nunca de esta vida. Yo hallaría terrible ser inmortal, e incluso hallo terrible vivir cien años y los últimos cinco estar idiota, por ejemplo; lo hallo espantoso. O estar muy inhabilitado. Yo ahora estoy parcialmente inhabilitado, o sea, tengo dificultades para caminar. No le voy a hacer una demostración porque no creo que se vea bien en la pantalla.
9. Cabeza clara
Leo, pero lo único que estoy leyendo son autores griegos. Acabo de leer la Política de Aristóteles, ahora pienso leer la Ciropedia de Jenofonte, que probablemente termine hoy día o mañana. [...] [Los leo en] griego, sí. Es que leo eso no porque me interese tanto, sino como un ejercicio intelectual, porque ya no puedo hacer matemáticas, se fija, que era lo que habría hecho cuando más joven para mantener la cabeza clara.
Juan Rodríguez M.
* Todas las entrevistas fueron publicadas en el diario El Mercurio, la mayoría en el suplemento “Artes y Letras”, una en la sección Cultura y otra en el sitio web de “Revista de Libros”. Los títulos fueron puestos por el entrevistador.