El cansancio de la crítica
¿Puede el pensamiento crítico actual desarrollar elementos reflexivos emancipatorios, que permitan a cualquiera apropiarse de sus saberes y exponer sus deseos y proyecciones vitales? Esta es una de las preguntas fundamentales que plantea el texto El cansancio de la crítica. (Edit. Qual Quelle, 2022). Este libro es el primer texto de una trilogía sobre el pensamiento poscrítico. Se inicia, no sin dejos deliberados y herejes, con una reflexión sobre la crítica y su historia; el efecto de esta indagación histórica y filosófica sobre el pensamiento crítico tuvo como resultado la posibilidad de establecer un pensamiento poscrítico. Esto quiere decir: un análisis acucioso sobre la actualidad del pensamiento crítico como elemento estético-político medular para pensar las escenas intelectuales, artísticas y decoloniales contemporáneas. Sumado a esta búsqueda y apología de la experiencia poscrítica, toda la reflexión se articula como modo de comprensión del ejercicio crítico inserto y dinamizado por diversos sistemas de rendimientos que hacen de la práctica crítica intelectual contemporánea un campo de creación de dispositivos reproductores del capitalismo cognitivo, en vez de responder a las potencias emancipatorias que históricamente servían como hilo conductor para la existencia del pensamiento crítico como tal. Así, la experiencia crítica se analiza a la luz de los cansancios corporales y conceptuales que se experimentan con las dinámicas temporales establecidas por el axioma capitalista de la vida entendida como elemento resultante de una vida productiva.
Ahora bien, estos saberes comienzan a traslucirse una vez que el dispositivo crítico tradicional ha entrado en una fase de desgaste evidente; esto quiere decir, el cansancio que todo cuerpo maquínico y productivo experimenta como elemento de producción de la realidad. La sobreacumulación de elementos de estudios críticos, tanto en las ciencias sociales como en las artes y las humanidades, dan cuenta de un exceso de reflexiones y elementos que interpelan al discurso crítico como procedimiento epistemológico y metodológico del saber cooptado por las lógicas del capital. En consecuencia, estas lógicas del saber-capital logran capturar y fagocitar las reflexiones críticas en su proceso plástico de abstracción de lo real. Eso quiere decir, que la musculatura del capital se engrandece a partir de la serie de discursos crítico que velan por las deficiencias mismas del capital, aunque su circulación y exposición sólo sea posible a través de los mecanismos submediales mismos dispuestos por el entramado de abstracción del capital. Así, en el proceso de abstracción de lo real del capital, los discursos críticos configuran una imagen deficiente del capital, con el costo de distanciarse de las injerencias con la realidad en el modo de una mercancía discursiva sobre la miseria del mundo y las catástrofes existenciales de los individuos. Al abstraerse el saber crítico, su imagen se deplora, logrando ser cooptado como elemento matriz del propio capitalismo cognitivo. Pues, esta maquinaria de abstracción del discurso crítico ha logrado desgastar la eficacia del propio pensamiento crítico debido a la creciente elocuencia de los aparatajes de sobrevivencia que no logran ‘transformar’ la realidad, sino que la reproducen eficientemente en el modo de un mercado sintético del saber hospitalario. De esta manera, una verdadera crítica ocurriría mediante la creación de reflexiones inútiles al capitalismo cognitivo, incapaces de ser reconocidas por el mercado del saber. En otras palabras, la poscrítica se instala como la búsqueda de una contra-abstracción de lo real no-capitalista, capaz de abstraerse a la forma mercancía del discurso crítico hospitalario.
A esto lo llamaremos cansancio de la crítica, es decir, la reivindicación de los saberes improductivos a partir de una actitud crítica radicalizada de la sobrevida en el saber edificado para la producción de conocimiento intercambiable, ocurrido tras el desgaste de la tradición crítica como elemento emancipador exclusivo ante las formas de dominación global. Esta reivindicación conlleva el desafío de reexaminar la existencia de la crítica a partir de sus rivalidades con las ideologías, o bien, mediante la tensión en la distribución del saber entendida como una deconstrucción de la diferencia ontológica sobre los saberes. No obstante, la diferencia ontológica del ‘saber’ es un asunto estético, y no epistemológico, como suele creerse.
Así, la diversidad de saberes, junto a sus ecosistemas de perdurabilidad, se sostienen a través de la práctica del disenso. Por ‘disenso’ debemos comprender, de manera general, la diversidad de percepciones y sensibilidades que existen para diagramar sentidos de mundo. Pero, para ser más precisos, disenso es el desacuerdo perceptivo que se tiene sobre algo, cualquier cosa, cualquier asunto. Esto ocurre, fundamentalmente, producto de que dicho desacuerdo se genera a través de la confrontación de las maneras diversas de hacer mundos sensibles, o, mejor dicho, de saberes, de pasiones, de experiencias, de trayectorias, de trazos, de vidas, que entran en un colapso inevitable con los procesos informacionales, algorítmicos y axiomáticos del saber. De este modo, saberes, tiempo y sentido, son los conceptos vitales que se despliegan en una polifonía de voces y reflexiones, y que tienen como propósito revindicar la experiencia temporal del saber mediante una expropiación polémica de las sabidurías ejecutadas, intensivamente, por las diagramaciones formales y oficiales del mercado del conocimiento. El ingreso del pensamiento crítico dentro de las dinámicas hiperactivas del mercado de conocimiento académico y político, contrajo la extirpación de la experiencia contemplativa que comportaba la tarea crítica. Pues, la experiencia contemplativa se sedimenta sobre determinada ralentización del tiempo para el saber, que es excluida por la crítica tradicional al adjuntarse con cierta dinámica acelerada del capital. La experiencia crítica, de este modo, se instala como objetivo de reflexión mayor, a propósito de los vínculos que puedan aún existir entre pensamiento, emancipación y tiempo, cuya performatividad es, generalmente, polémica. Pues, ¿quién aceptaría rápidamente el fin de la crítica sin ser reaccionarios, o bien, su absolutización, sin ser neoilustrado?
Sin duda hay una dimensión de la realidad que no se puede explicar. No por falta de elementos que no puedan identificar los nuevos fenómenos políticos ni la emergencia de nuevas fronteras epistemológicas. Si no, en cambio, por la extrema singularidad de los fenómenos respectivos que, por su contingencia, al fin y al cabo, alteran las lógicas interpretativas que explican la existencia de dichos fenómenos. Es decir, poseen estructuras lógicas que se autoexplican en su pura puesta-en-escena. La mezcla entre singularidad y contingencia no permiten a la maquinaria anticipante de la crítica y el conocimiento acceder a la plenitud del fenómeno. De este modo, la tarea de la poscrítica al respecto es doble: por un lado, desarticular la máquina anticipadora y explicadora de eventos movimentales sociopolíticos y nuevas formas de saber, para que de esa forma emerja toda la materialidad autónoma y fáctica del movimiento y el saber en sí; y, por otro lado, busca cuidar, o velar, por aquellas formas ambientales que permiten y promueven el desarrollo de nuevas formas y lógicas de expresión políticas y de saber. Por lo tanto, la poscrítica implica, a su vez, el sucesivo desmantelamiento de la vieja crítica explicadora de la realidad, transformada, ahora, en una novedosa forma de automeditación de la realidad misma. Una nueva ocupación imprime la poscrítica en las formas intelectuales contemporáneas: como toda ocupación, exige la formación y creación de un tiempo y un espacio habitable por cualquiera. Este tiempo-espacio, se presenta como una novedosa estética igualitaria de los pensamientos y las aventuras del saber. La poscrítica abre el mundo de las ocupaciones-de-uno-y-de-una al azaroso mundo de las virtudes cualquiera, virtudes anónimas. En fin, la crítica se desembaraza del antiguo ‘drama’ que la cobijaba: la tensión entre la pasión por entregar las coordenadas de sentido ante la debilidad e ignorancia del otro, confrontadas, conjuntamente, con la sed y el placer individual del conocimiento por saber, adelantándose, antes que nadie, a las lógicas que sostienen la realidad de todos y todas. Es así́ como la poscrítica se vincula directamente con la necesidad ociosa de crear mundos y estructuras temporales diseñadas por cualquiera. El ocio es ese resto temporal, esa historia-otra, el “tiempo-basura” (Nick Land), habitable por cualquiera.
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