Ella está próxima y viene con pie callado de Ricardo Azuaje
“… es muy cierto que la vida se vive y que la historia se cuenta. Subsiste una diferencia infranqueable, pero queda parcialmente abolida por el poder que tenemos de aplicar a nosotros mismos las intrigas que recibimos de nuestra cultura y de probar así los diferentes papeles asumidos por los personajes favoritos de las historias que más nos gustan”.
Paul Ricoeur, “La vida: un relato en busca de narrador”.
Se lee en esta ácida y extraordinaria novela del escritor venezolano Ricardo Azuaje: “Una teoría en torno a las muertes del metro decía que no eran suicidas pasionales o producto de una decisión meditada, eran muertes por hambre: él o ella estaban de pronto ante el foso, sin trabajo, sin dinero que llevar a sus casas, embarazadas o algo bebidos, y se lanzaban. […] De ser cierta la teoría de Matías habría que considerar la vida de una fragilidad extrema, lo que nos ata a ella. Basta el gesto de otro (puede ser a Personal, a Recursos Humanos, o a alguien que amas) para que el lazo que nos arrastra se corte por un golpe de metro” (p. 27).
Sostiene Eduardo Cobos, en el Prólogo, que el presente del relato es la Caracas de agosto de 1993. Descartando la hipótesis de la enfermedad mental, por poco interesante, ¿qué es lo que le ha tocado vivir al protagonista, el periodista David “Davidovich”, para caer en el estado de alma que se puede deducir de la cita de arriba?
El 27 de febrero de 1989, en las afueras de Caracas, comienzan violentas manifestaciones a causa de las políticas privatizadoras del gobierno de Carlos Andrés Pérez, guiado por el Fondo Monetario Internacional. Las protestas y saqueos se inician a causa del aumento del costo del petróleo de consumo interno y del transporte del que se servían miles de trabajadores para movilizarse diariamente desde las afueras de la ciudad hasta el centro de Caracas. Entre el 27 de febrero y el 8 de marzo se contaron oficialmente 276 muertos dado que el gobierno decidió “poner control” sacando a las Fuerzas Armadas a la calle. No obstante, cifras de organismo internacionales estiman las muertes en cerca de 2000, registrándose incluso hallazgos de fosas comunes clandestinas. Todo esto en el que venía siendo el país más estable de Latinoamérica, con una generosa economía basada en el petróleo. La elección de Carlos Andrés Pérez (de Acción Democrática) se había dado con grandes expectativas (con más del 52%) luego de dos gobiernos (Luis Herrera Campíns y Jaime Lusinchi) que no habían logrado frenar el declive económico, desde la caída del precio del petróleo a inicio de los 80’. Pérez ya había gobernado un primer período, a mediados de los 70’, en pleno Boom del petróleo, por lo que formaba parte de una memoria, y esperanza, de prosperidad. De hecho, gana con la promesa de una "Venezuela Saudita".
Pero la popularidad de Pérez no se repone luego del Caracazo, y la crisis se agrava. En 1992 debe enfrentar dos intentos de Golpe de Estado: el 4 de febrero, al mando del Teniente Coronel Hugo Chávez (quien termina en la cárcel), y el 27 de noviembre, al mando de Hernán Grüber Odremán. El gobierno de Carlos Andrés Pérez finaliza en mayo de 1993 con éste enjuiciado y destituido por “peculado doloso” y “malversación” de doscientos millones de bolívares (diecisiete millones de dólares). Entre mayo y junio asume interinamente el presidente del Congreso Octavio Lepage, para luego asumir Ramón José Velásquez hasta completar el período de Carlos Andrés Pérez en 1994.
De modo que este es más o menos el vertiginoso contexto del protagonista de esta novela, Davidovich. Otra cosa es el contexto de escritura y publicación de ésta, que, si su primera edición es del 2003, se trata ya de la Venezuela de Hugo Chávez, que llega al poder en 1999, luego de la presidencia del Demócrata Cristiano Rafael Caldera, quien lo ha sacado de la cárcel.
Davidovich en cambio no alcanzó a conocer nada de esto, pero así y todo tuvo suficiente como para caer en Nietzsche y Ciorán, lo que se entiende mucho mejor si tomamos en cuenta que recién su mujer lo ha dejado. En un encuentro de periodistas y excompañeros de universidad Davidovich piensa: “comprendo que estoy completamente fuera de lugar, que a nadie le importa lo que cuento, ni siquiera a mí. Que han dejado de interesarme los sucesos, la política, el periodismo y este grupo de amigos… El despecho está propagándose como un cáncer, haciendo metástasis fuera de sus esferas habituales, del amor y la vida conyugal ha saltado al resto” (p. 41).
En efecto, el despecho es similar a un estado de combustión: incontrolable y solo cesa en el momento en que ha ardido todo dentro de uno, si es que no pasa -como con Davidovich- que comienza a incendiar todo cuanto uno mira y examina.
Hay que poner un límite, y David lo hace integrando el Club de los Suicidas: “puede ser una buena razón para vivir el hecho de saber que en cualquier momento puedes matarte” (p. 61). Pero, ¿cómo se puede llegar a este punto? ¿qué mundo es ese en el que hay que poner la muerte ahí para que nos contenga? Se puede llegar aquí por dos vías (si es que tiene hoy sentido la siguiente distinción): la intelectual (el total desencantamiento del mundo), o la puramente “experiencial” (lo que es hoy cualquier vida ante la intemperie material y de los afectos). La psicoanalista Constanza Michelson sostiene que, a pesar de lo terrible que suena, es bueno que tengamos todavía, al menos, la posibilidad de contar con un límite. A veces se necesita uno radical para vivir. Hay gente que se autoinflige cortes cuando lo simbólico ya no es capaz de “cortar” nada: el infinito, la monotonía, es el infierno.
Pablo Aravena Núñez
Ricardo Azuaje, Ella está próxima y viene con pie callado
Valparaíso, Schwob Ediciones 2022
63 páginas
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