Gonzalo Pérez: “Ofenderse fácilmente es un claro síntoma de narcisismo”
Psicólogo y astrólogo de vasta trayectoria, Gonzalo Pérez (72) dice que nunca antes había visto a las personas tan desatadas emocionalmente. En tiempos de linchamiento, funas e intolerancia, advierte sobre un exceso de susceptibilidad y sobre los peligros de perder el sentido del humor. ‘Reírse de uno mismo es de las pocas cosas que pueden salvarnos’, afirma.
por Catalina Mena
Para muchas personas, especialmente mujeres, Gonzalo Pérez constituye un auténtico gurú. Su libro Un espejo cósmico (Catalonia, 2008) —en el que analiza los arquetipos del zodíaco— ya va en su cuarta edición, y sus charlas, cursos y debates tienen cientos de seguidores en todo el mundo. Sobre todo ahora, en tiempos de cambio, cuando se inicia la llamada ‘Era de Acuario’ y por todas partes se agudiza la incertidumbre.
Y es que, detrás de sus terapias, su lectura de la carta astral y sus interpretaciones de arquetipos ancestrales hay más de 50 años de estudio. Comenzó de niño, leyendo mitos antiguos y de adolescente, se alucinó con las novelas de búsqueda interior de Hermann Hesse. Más tarde se graduó como psicólogo y también participó del grupo Arica, liderado por el boliviano Óscar Ichazo. En ese tiempo, como todo joven buscador de la época, tomó LSD, tuvo experiencias de expansión de la conciencia, se ilusionó y salió de la ilusión. Pero lo que considera decisivo en su vida fue su encuentro con Lola Hoffmann, a través de quien descubrió la astrología. La conoció cuando él tenía 24 y ella más de 70. ‘Ella no fue mi gurú, fue mi íntima amiga’, dice.
‘El humor desenmascara al ego’
—Una de las cosas que más llaman la atención al conocerte es la frecuencia y las ganas con que te ríes.
—Yo creo que lo mejor para lidiar con el ego es la comedia, el humor. Reírse de uno mismo es de la pocas cosas que pueden salvarnos, pero hemos perdido esa capacidad, lo cual es peligroso, aunque comprensible. Porque con la debacle que estamos viendo en todas partes del mundo es difícil mantener la liviandad: estamos espesos, densos, polarizados. Nos tomamos todo de forma personal. Nos cuesta la ligereza, renunciar a tener la razón, a la competencia y a todos esos vicios patriarcales que tanto sufrimiento nos provocan.
—Hoy existe mucha corrección y las personas se ofenden fácilmente.
—Ofenderse fácilmente es un claro signo de narcisismo. Hay que distinguir entre la justa indignación, que es la legítima rabia que te produce la injusticia, de esa otra rabia que viene de la susceptibilidad personal, de un ego que se ofende porque no lo alaban como lo tienen que alabar. Las dos declaraciones favoritas del ego son: ‘yo soy mucho mejor’ y ‘me están cagando’. El ego se expresa indistintamente como superioridad y como víctima.
—En una entrevista comentabas que a veces te daban tus ataques de rabia, pero después se te pasaba. O sea, una persona que muchos consideran un maestro, riéndose de sus pataletas.
—Es que a mí el guruísmo no me interesa. Si te fijas, los gurúes no se ríen, porque el humor desenmascara al ego. Cuando me hablan de maestros espirituales que, finalmente, cayeron en desprestigio —como Osho y compañía—, yo les digo: ‘Cuando un tipo, por mucho desarrollo interno que tenga, no permite que le tiren una talla, estamos mal’.
—¿Y siempre fuiste así?
—Antes era denso. Cuando de adolescente empecé este camino pensaba que podía llegar a la perfección y era fanático de los ejercicios espirituales. Creía que mientras más me ejercitara, mayor nivel iba a alcanzar. Ahora me he relajado. Acepto que hay conductas automáticas, pataletas, pero después hay que meterle voluntad y corregirse.
—¿Es el lado animal el que se impone?
—Exactamente, es el instinto. Los seres humanos vivimos distintos estados, es un subir y bajar de estados. Yo puedo estar en un mismo día súper feliz y en la tarde taimado, porque mi señora me dijo algo que no me gustó. Y para salir de la idiotez, debo aplicar voluntad. Lo importante es reconocer la luz y la sombra en uno mismo.
—¿El trabajo espiritual debe integrar lo instintivo o trascenderlo?
—Es que no queda más que integrar. Somos seres encarnados. El desarrollo espiritual es para despertar luz en lo animal, para traer el espíritu a la tierra, para vibrar de amor en tu cuerpo. Si el espíritu no se manifiesta en tu cocina, en tu dormitorio y en tus relaciones cotidianas, es puro discurso.
—Hoy los discursos emancipatorios afirman que todo es una construcción cultural…
—Eso es lo más pasado de moda que hay. Cuando yo estudiaba psicología creíamos que todo era cultural. Pero la investigación empírica afirma que la naturaleza gana siempre. Lo que predomina es el ADN y no la crianza. Eso yo lo he visto repetidamente, con toda la gente que he hablado. La naturaleza gana all the time.
—Las ideas puristas que envuelven muchos proyectos espirituales alejan a la gente.
—Eso es lo patriarcal. Idealizar la espiritualidad, como si fuera algo de santos, cuando es solo una dimensión de lo humano. Hay una idealización que te exige cosas imposibles, entonces terminas siendo hipócrita. Es como la idea de la virginidad en el catolicismo. A mí me bastó conocer a Ichazo para darme cuenta de que no me interesaban los gurúes.
—¿Por qué?
—Porque él abusaba de su poder, de su ‘superioridad intocable’. Tenía derecho a hacer y decir lo que quisiera, pero nadie se atrevía a encararlo.
—En el grupo Arica hubo entre sus miembros mucho descalabro, separaciones matrimoniales, suicidios. ¿Por qué pasó eso?
—Cualquier trabajo espiritual radical puede ser muy rayador. Y si le agregas LSD, es más aún. No es que se tomara ácido en el grupo Arica, sino que tomar drogas era parte de la vida de nuestra generación. La combinación de meterte drásticamente contigo mismo y a la vez tomar drogas que cambian la conciencia puede ser muy violenta en ciertas personalidades delicadas. Y si le sumas a eso el sometimiento a un gurú, puede ser fatal.
—A diferencia de lo que pasó en torno a Lola Hoffmann, que para muchos fue una maestra.
—Es que ella nunca se planteó como alguien superior, nunca armó una secta, jamás abusó en lo más mínimo de su autoridad espiritual. Ella era cercana, cariñosa, mostraba sus debilidades, se reía, era amiga de los jóvenes. Yo he conocido a muchos líderes espirituales extraordinarios, pero ella es mi único referente de una persona totalmente genuina en su liderazgo. No conozco a otro que tuviera el trato igualitario que Lola tenía. Ella fue la primera que dijo ‘el problema es el patriarcado’, y lo tenemos todos adentro, y allí hay que trabajar. También fue muy generosa en compartir sus conocimientos. Yo venía de la psicología, siempre tuve una cabeza más científica, pero un alma mística. Yo necesitaba un saber que ordenara el mundo vivencial y a través de Lola conocí la astrología. Ahí estaba la matemática del asunto, el alivio, una comprensión mucho más profunda y amplia de lo humano.
La Era de Acuario
—Mucha gente piensa que la astrología es pura charlatanería y no un conocimiento.
—Es que se perdió ese conocimiento que rigió por milenios a la humanidad. Con el imperio del racionalismo nos alejamos de la naturaleza y de los saberes ancestrales, nos separamos del entorno y también perdimos la unión entre nosotros. Ese saber es el que los pueblos originarios nos traen de vuelta. Lo que perdimos fue la unión. Pucha que nos cuesta vincularnos, porque nos estamos mirando analíticamente con desconfianza todo el rato. Es importante salir de la desconfianza, dejar de defender identidades, de separar los saberes, de hacer rankings. La diversidad no debería ser usada para competir, sino para entretenerse.
—La astrología afirma que entramos a la ‘Era de Acuario’. ¿Qué quiere decir eso?
—El sistema solar se mueve en un ciclo que dura 26 mil años. Eso significa que un puntero del sistema siempre está apuntando a uno de los 12 signos del zodíaco, que son distintos campos de energía, campos vibratorios. Entonces, cada campo constituye una era que dura poco más de dos mil años. Y ahora el puntero salió de Piscis y entró a Acuario.
—¿Y en qué se traduce este cambio de era?
—Es un cambio de estado de conciencia y un aumento del voltaje. Las frecuencias vibratorias del sistema están muy elevadas y hay momentos que pueden ser intolerables. En la consulta estoy viendo muchos quiebres de pareja, mucha paranoia, violencia, tendencias suicidas, heridas de la infancia que afloran de manera insoportable. Estamos de parto, digo yo. El miedo y el dolor que hay es infinito, porque han disminuido las anestesias. A la gente ahora no le da miedo, le da crisis de pánico o paranoia desatada, está lleno de gente aterrada, porque efectivamente estamos viendo el hundimiento del Titanic por todas partes. La energía está subiendo mucho y eso hace que las emociones se descontrolen y que todo se polarice más. El enojo se transforma en odio y el conflicto se vuelve guerra mundial en un cuarto de hora.
—Suena terrible.
—Pero, por otro lado, muchos están experimentando situaciones mágicas, sincronías, reencuentros, rápidas evoluciones personales, transformaciones en la vida. La polarización es un signo de cambio de era. Somos muchísimos los que estamos fascinados con este cambio de conciencia a nivel interno, pero lo que hay afuera es una agudización de todo lo peor de la humanidad. Por eso es importante darse momentos para detenerse y observar las emociones. Y no hay que pensar la meditación como una práctica exigente. Cada persona puede meditar como se le ocurra. Los activos pueden meditar caminando o trotando. La cuestión es poner atención a lo que uno siente y no aferrarse a los pensamientos.
—¿Eres optimista, a pesar de lo eléctrico que está el ambiente?
—Totalmente. Estamos hablando del colapso de un sistema completo. Pero la idea no es que todo se destruya, sino que se recicle, que se transforme. Creo en eso.
—¿No compartes la visión apocalíptica imperante?
—No, no comparto ninguna distopía. Las peores cosas cambian, tienen un arreglo y se mueven. Lo que pasó en Chile en el 73 es una tocada de fondo de otro nivel y resucitamos. Encontramos apocalíptico lo que hoy sucede, porque estamos muy hipersensibles, por el alto voltaje, pero la Segunda Guerra Mundial lo fue mucho más.
—¿Cómo llamas a las personas que atiendes en consulta psicológica?
—No les digo ‘pacientes’, porque no los considero enfermos. Les digo ‘personas que están en crisis’, en el camino de despertar.
—Entonces, los puedes felicitar y decirles ‘qué bueno que estás en crisis’.
—Absolutamente. Eso es lo que decía siempre Lola. Si el sistema entero está enfermo, estar desadaptado es una señal de buena salud.
—Las mujeres son más proclives que los hombres a ir a terapia.
—O sea, yo parezco ginecólogo, veo a puras mujeres. Ellas son las que están liderando el proceso de transformación interior. Ya las mujeres han tenido un proceso importante de liberación y empoderamiento, pero lo que realmente importa lograr ahora es el equilibrio dentro de cada ser humano de su inteligencia racional con su inteligencia emocional, de lo femenino y lo masculino, de la voluntad y la fuerza con la capacidad de empatía y amor. El cambio en la convivencia social no es andar agitando una banderita, sino pasar del ‘yo tengo la razón y tú te quedas callado’ a ‘conversemos y veamos juntos cómo es la cosa’.
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Entrevista publicada en El Mercurio | Suplemento Sábado
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