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Juan Pablo Meneses: cómo avanzar con el cerco de la verdad 

“Parte del objetivo de la crónica es luchar contra el olvido, pero no siempre la crónica es suficiente”, afirma el periodista y escritor detrás de “Revolución”, una novela que busca romper el pacto de silencio que hay sobre el primer monumento en homenaje al Che Guevara.

 

El periodista Juan Pablo Meneses tenía solo cuatro años cuando ocurrió el golpe. Eso quiere decir que es imposible para él recordar el monumento de bronce de casi diez metros alto en homenaje a Che Guevara que existió en el paradero 6 de Gran Avenida y que desapareció en los primeros días de la dictadura de Augusto Pinochet.


Quizás, incluso si Juan Pablo Meneses tuviera edad suficiente para recordarlo no lo haría, o lo sentiría como un sueño muy muy lejano. Excepto por algunas notas de prensa de El Mercurio y La Nación en las que se ve la estatua del artista Praxíteles Vásquez y excepto por la reconocida visita de Fidel Castro a San Miguel en noviembre de 1971, pareciera que esta es una historia inventada. ¿Que Chile, durante el gobierno de Salvador Allende, se convirtió en el primer país del mundo en levantar un monumento al líder revolucionario? No, imposible.

La realidad supera una vez más la ficción.


Después de “Una historia perdida” (Planeta, 2022), obra en la cual el cronista investiga sobre un militar que disparó un cohete contra el hospital de la Fuerza Aérea –es decir, contra su propio bando– el 11 de septiembre de 1973, Juan Pablo Meneses vuelve a contar otra historia perdida en su novela “Revolución” (TusQuets Editores, 2024).


“Conocer esta historia del monumento al Che Guevara fue como ir descubriendo un secreto familiar”, afirma. Es decir, a cuentagotas. Primero alguien le comentó, en los años 1980, que este había existido. Después, cuando conoció al periodista español Enrique Meneses –quien estuvo con Che y Fidel en Cuba–, él le dijo lo mismo. Más tarde, trabajando en una serie sobre Guevara para Clarín, en Argentina, volvió a escuchar lo que, hasta entonces, era un rumor.


En 2020 resolvió meterse de cabeza en eso, específicamente porque se acercaba el 50º aniversario de su fundación. Cada vez el tema le iba interesando más, más y más.  A tal punto que él mismo hizo el trámite burocrático en el Consejo de Monumentos Nacionales para anunciar la desaparición del monumento. Con este, marcó un precedente: no se puede robar una obra de arte político en dictadura y que ese ultraje sea aceptado en democracia.


–Cuando uno tiene a alguien en la familia que fue detenido o exiliado, sabemos que esa persona existió o existe, pero también es algo que tiende a ser silenciado. Pareciera que con la estatua del Che ocurrió lo mismo… 


–Yo siento que esta estatua simboliza una especie de pacto de silencio que se hizo. Hubo muchos pactos de silencio en la transición, mucho de “ya, no nos metamos acá”. Este quizás es el más concreto porque era una estatua física de la que nadie quiere hablar. Y cuando te digo que nadie quiere hablar es al punto en que pasados cincuenta años nadie ha ido a preguntar por esa estatua. Me parece muy relevante porque esa estatua se levantó cinco días después que asciende Allende y la tumban cinco días después del golpe. Marca casi el mismo período del gobierno socialista.

Marca, además, el sueño de una época que empezó –aunque nadie supiera– a diluirse con la muerte de Che Guevara. Basta con recordar “Elegía a Ernesto Che Guevara” (1969), de Enrique Lihn. O que Nicanor Parra dijo: “PERDONA LA FRANQUEZA/ hasta la estrella de tu boina / ‘comandante’ me parece dudosa…/ y sin embargo se me caen las lágrimas”. O que Pablo Neruda escribió: “El comandante terminó asesinado en un barranco. Nadie dijo esta boca es mía”.

Para Juan Pablo Meneses, por lo mismo, la desaparición del monumento no significó solamente decir “queremos que el Che se vaya”. Significó “no queremos reconocer lo que llegamos a ser”. Y esto incluye al autor de la estatua, a la estatua en sí y también a la mente detrás de la idea de instalarla en San Miguel: el exalcalde Tito Palestro. “No está en Wikipedia, nadie lo recuerda, y eso que un sobrino suyo fue alcalde doce años después que volvió la democracia”.


Es un intento de “borrarlo todo”. Pareciera que es el único consenso que hay entre todos los sectores: “no debemos hablar sobre eso”.


–Claro. Cuando cae el Che, cae todo. Pinochet pidió personalmente que lo desaparecieran. Antes ya le habían hecho atentados (le habían quitado la cabeza), y eso que Neruda hizo una colecta para juntar plata para reconstruirla. También cayó Palestro: en su propia familia no se hace ningún reconocimiento a él por haber sido el último alcalde de San Miguel hasta que llegó el golpe. También, desapareciendo la estatua y Palestro, desapareció Praxíteles. Él nunca estuvo preso, pero tampoco volvió a exponer. El año pasado cumplieron cien años de su nacimiento y no le hicieron nada.


–Las desapariciones de la materialidad son algo común en la historia de Chile. Ocurrió con muchas obras de la UNCTAD, ocurrió con los restos de La Moneda bombardeada (un proyecto en el que trabajan la escritora Nona Fernández y el actor Francisco Medina). Pareciera que hay una tendencia de borrarlo todo, de eliminar cualquier materia que pueda simbolizar que, antes del golpe, hubo una revolución.


–Es verdad. Es un tema que, dentro del tema autoral, me mueve. He escrito historias que están borradas y, en el fondo, siento que parte del objetivo de la crónica es luchar contra el olvido, pero no siempre la crónica es suficiente.


¿Por qué crees que no basta con la crónica?


–Si nos vamos solo por la no ficción, solo con la crónica, solo con el Periodismo, vamos a llegar a más o menos grados de una sola verdad, que quizás son las mismas verdades que ya se manejan. En cambio, con la ficción yo he podido construir una verdad. Creo que con una novela de literatura-crónica (como Meneses llama a sus obras más recientes) el cerco de la verdad quizás avance un poco más.


Es interesante lo que planteas, porque hoy, incluso con verdades que deberían ser incuestionables (como que en Chile hubo un golpe de Estado), hay quienes lo niegan.


–Y de eso habrá cada vez más. Estamos en un momento en que esas posturas están tomando fuerza, desgraciadamente. Cuando yo hice la denuncia, el profesional que la recibió dijo “ya, este caso yo tengo que subirlo al directorio porque es un caso que pasó hace mucho tiempo y ya expiró”. Y no, según la ley, cuando roban un monumento eso nunca se termina. Pero él me insistió en que lo tenía que subir al directorio. Un directorio donde hay gente de universidades y hay un militar. Por lo que supe, no se le pudo preguntar en la reunión del directorio qué pasó con este monumento. Entonces, ¿no se le preguntó por qué?, ¿por miedo?, ¿por susto?, ¿por qué el tipo podía reaccionar mal?, ¿para no incomodarlo?, ¿por qué?


–Finalmente, después de la publicación de tu libro: ¿qué piensas sobre el valor de las estatuas? Pienso, por ejemplo, en los monumentos que se derriban para dar cuenta de una molestia, como ocurrió con los ataques al general Baquedano durante el estallido, la caída de la estatua de Saddam Hussein en Irak o, más recientemente, con algunas estatuas de Chávez en Venezuela.


–No soy tan fanático de las estatuas. Hace poco en México una diputada pidió que sacaran una estatua del Che que hay en una colonia tabacalera; en El Salvador, un alcalde pro Bukele derrumbó una estatua que había del Che. Hay un tema con las estatuas, con las del Che y con todas. Termina siendo una cosa… tribal. El gran drama de querer derribar las estatuas, lo decía Carlos Monsiváis (escritor y periodista mexicano), es que te puedes terminar convirtiendo en una. Puede parecer algo pasado de época, pero no lo es: por ejemplo, cuando murió Piñera hubo un debate sobre cómo sería su estatua. Sigue existiendo esa cosa medio inspiracional que Tito Palestro tenía.


–Al menos de esa forma Tito Palestro sigue teniendo su legado.

Meneses se ríe, da por terminada la entrevista y sale corriendo a otra reunión. Quizás de qué forma empezará a mover el cerco de la verdad

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