La hija de Norman Mailer que siempre estuvo en otro lugar
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La hija de Norman Mailer que siempre estuvo en otro lugar


Una noche, cuando ella era niña, su padre, el escritor norteamericano Norman Mailer le dio un somnífero para salir a una fiesta. Susan Mailer, convertida hoy en una respetada psicoanalista, cuenta “En otro lugar” -su primera novela autobiográfica- cómo fue ser la hija de un hombre que escribió como nadie.



Susan Mailer tuvo que rebobinar toda su vida, 73 años, para escribir “En otro lugar”, el libro que se acaba de publicar en Chile, traducido por ella misma (en chileno, no en español) de la primera versión en inglés. La obra recorre su historia como hija de uno de los escritores más brillantes que parió el Siglo XX, Norman Mailer (1923-2007), autor de joyas de la literatura y el periodismo como “El Combate”, “Los desnudos y los muertos”, “Los ejércitos de la noche” y “Marilyn”, una biografía de la rubia debilidad.

Susan Mailer, la hija mayor de nueve, partió escribiendo este libro empujada por el biógrafo de su padre, quien le pidió que cerrara el año de la Norman Mailer Society con algún artículo. Ella, de una sentada sacó la historia de cuando su padre la llevó a ver la muerte de los toros en las corridas mexicanas. Desde esa escena no paró. Capítulo a capítulo fue urdiendo sus dolores. Como cuando se cruzó con una de las seis esposas de su padre, Adele, quien le contó un episodio oscuro que le hizo entender porqué tenía siempre una misma pesadilla: no despertar.

En el libro sale así: “-Susi, ¿te acuerdas de ese departamento en el que vivíamos que tenían hoyo en el cielo?

-Cómo podría olvidarlo.

-¿Y te acuerdas de esa vez en que no podías despertar?

-No, ¿a qué te refieres?

-No tenías más de cinco años. Norman y yo íbamos a una fiesta, pero no te quedabas dormida. Así que Norman sacó una pastilla de Seconal, le cortó una esquina y te la dio. Caíste en un sueño profundo. Al día siguiente no podíamos despertarte. Norman estaba desesperado, te tomó en brazos y te sacudió, pero no reaccionabas”.

Ese episodio y otros peores narra Susan Mailer en su libro, como si su vida fuera un diario de vida abierto, limpio, lleno de hechos y no de adjetivos. Para ella, escribir fue más sanador que el mismo psicoanálisis que se hizo durante 10 años. Ella ahora es psicoanalista y atiende en su consulta del barrio El Golf en Santiago.

Llegó a Chile en 1980, cuando tenía treinta años y se enamoró del economista chileno Marco Colodro, ex presidente de TVN, Codelco y Telefónica, con quien formó su familia. El español de Susan es perfecto, tiene un leve acento mexicano, porque aún cuando nació en EE.UU., su madre la llevó con ella a México luego de separarse de Norman Mailer en 1952. Así, Susan pasó la mitad de su infancia y adolescencia en Nueva York y la otra mitad, en “Otro lugar”.



“Los primeros ocho años de mi vida fue un padre normal, menos ese evento de la pastilla de dormir que me dio para salir”.



-Tu padre alguna vez te puso una grabadora para conversar, ¿no?

-Sí, ya me acostumbré.

-Escribir “En otro lugar”, ¿te hizo sentido emocionalmente o lo hiciste por el oficio?

-Me hizo sentido emocionalmente y me gustó el oficio, lo que sentí cuando escribía. Cuando uno escribe “papers” de psicoanálisis tienes que revisar muchas fuentes. Si dices cualquier cosa, haces una afirmación, tienes que buscar si alguien más la dijo, cómo la dijo. Acá yo era la fuente.

-Escribes que tu padre te enseñó que el lenguaje fuera limpio, pulcro, sin pretensiones.

-A mí me dejó una huella esa conversación con mi papá, que no fue la única que tuvimos acerca del estilo y del arte del escribir. Yo escribía algo y él me iba diciendo, párrafo por párrafo -con lápiz rojo- lo que estaba bien y lo que estaba mal. Por qué estaba mal, por qué era pretencioso o por qué era demasiado simple. Me habló del ritmo de las palabras, del ritmo de los párrafos. Eso me quedó para siempre. Este libro yo quería que fuese limpio. Además yo no podría escribir algo alambicado, no es parte de mi estilo para escribir. Tampoco los “papers” los hago alambicados, son muy directos. Y curiosamente mi padre no escribía así, él era muy complejo para escribir. Me asombra la capacidad literaria que tenía, a mí me encanta, pero me es difícil seguir leyéndolo. Es como Borges. Puedes leer tres páginas por día y quedarte bien con eso.

-¿Vuelves mucho a leerlo?

-No, no, no vuelvo mucho a leerlo. Para este libro que escribí, sí volví. Volví a leer “Los ejércitos de la noche”, “La Canción del Verdugo”, que es mi libro favorito y “El combate” de Mohamed Alí. Me encantan sus descripciones. Le decía a un primo, que también es escritor, que me costaban las descripciones, se me hacían muy fomes, simples. No lograba hacerlas más interesantes por más que lo intentaba. Y me dijo: ‘¿Por qué no lo lees a tu padre? Lee a Norman, él es un genio de la descripción’. Y ahí volví a “El combate”. Me di cuenta de lo que hacía, cómo se metía, cómo tomaba un aspecto de lo que estaba viendo y le ponía aire, como lo insuflaba con un espíritu diferente.

-Susan, ¿cuál es el peso de ser la hija de Norman Mailer?

-Los primeros ocho años de mi vida fue un padre relativamente normal, menos ese evento de la pastilla para dormir que me dio para salir a una fiesta. Pero además hacía cosas muy tiernas, como llevarme a esquiar, nos llevaba a todos a la nieve. La gente pensaba que los hijos de Norman habían sido criados por lobos. Y yo quería mostrar que no fue tan así.

-¿La gente pensaba eso?

-Mi padre siempre tuvo una reputación de alguien muy egocéntrico, peleaba mucho, a golpes, a combos. Apuñaló a su segunda esposa. Eso siempre lo persiguió y nos persiguió a todos, era lo primero que preguntaban siempre. Se casó muchas veces, tenía relaciones muy intensas, muy apasionadas y violentas también, con diferentes personas. En un programa de televisión le pegó un cabezazo a un escritor, porque estaba enojado con él. Tenía fama de borracho y yo quería mostrar este otro lado, de él como padre. Y cómo fue para mí ser su hija.

-Complejo.

-Complejo, por ponerlo en alguna palabra. Por un lado yo lo quería mucho, lo admiraba, quería su aprobación y por otro lado, le tenía miedo. Cuando tomaba me provocaba una sensación de rechazo y yo sentía que a veces algo no estaba bien. A veces él era muy diáfano y muy simpático e íbamos a la playa y hacíamos cosas juntos y otras veces había como una nube negra siguiéndolo, así como en las caricaturas. Cuando yo percibía esa nube negra, me retraía.

-En la naturaleza, sí fluía. Se llevaba a todos los críos -de distintas madres- de vacaciones juntos. ¿Conversan sobre eso?

-Nuestro tema favoritos entre los hermanos, sigue siendo nuestro padre.

-¡¿En serio?!

-Sí, hablamos mucho de él. Yo era una niña muy arrojada. No tenía miedo, a mí me encantaba esquiar, me tiraba. No tenía miedo, pero tengo hermanas que son miedosas. Ellas odiaban esas salidas. Querían regresar, esperar en el auto. Pero mi papá era un sargento que decía: ¡Suban! ¡Se van a sentir mejor! ¡Se van a sentir virtuosas! Y, finalmente todos le hacían caso, tenía autoridad, y punto. Si él decía que teníamos que subir esa montaña, subíamos esa montaña.



El PSICOANALISIS

-¿Por qué estudiaste psicoanálisis?

-Siempre quise esto. Mi mamá era psiquiatra, ella se formó en México y tenía estas libretas con el nombre, la edad, la anamnesis de los pacientes. Yo a los ocho años, me sentaba y escribía el nombre del paciente inventado y la edad y luego la historia. Muchos psicoanalistas han dicho que estudian esto porque quieren sanarse a sí mismo o quieren sanar a la familia. O quieren entender. Yo creo que en mi caso fue así, absolutamente.

-¿Lograste entender?

-Yo creo que lo logré, estuve diez años en análisis, cuatro veces por semana.

-Norman Mailer te enseñó a escribir. ¿También a leer?

-Cuando yo era chica leía cómics. Muchos cómics, clásicos ilustrados. Y él me dijo: ‘¿Por qué lees esto?’. La Pequeña Lulú, Batman, Robin. Yo le dije que porque me gustaban mucho las historias y me dijo: ‘¡Ah! ¿Te gustan las historias? ¡Vamos a una librería!’. Y ahí me compró muchos libros, ocho libros: Mark Twain, Dostoyevski, Tolstoi. Ahí me convertí en lectora. Tenía doce años.

-¿Seguirás escribiendo o esto era todo?

-Mi papá decía que no hay que contar nunca lo que uno quiere escribir porque después no lo escribes. Decía que se gastaba ímpetu al contarlo. Lo que tú tenías adentro, el inconsciente, lo que estaba en ebullición lo tenías que envolver en un papel. Y si lo hablabas, desaparecía. Ya tenía el psicoanálisis, estaba acostumbrada a meterme en mí misma, pero al escribir me conocí más. No solo yo, conocí mejor a mis padres y me liberé de ellos, eso fue lo más importante.

-¿Ahora recién te liberaste?

-De mi padre, recién. Hace muchísimo tiempo lo perdoné, perdoné todas las cosas que había hecho, dejé de tener rabia contra él. Especialmente los últimos seis o siete años de su vida que estaba tan frágil, viejito y yo lo podía cuidar. Eso fue muy sanador. En personas que han tenido padres muy fuertes e inaccesibles, que uno los pueda cuidar -de una u otra manera en la vejez- es sanador. Eso me pasó a mí. Pero escribir este libro, me liberó del miedo a escribir. Me identifiqué con mi padre: él escribía y yo también podía escribir. Podía escribir algo diferente a lo que él hacía. Él jamás habría hecho una memoria. A él no le gustaba eso. Así que al mismo tiempo que me identifiqué, me diferencié y me liberé.

- ¿Todos podemos escribir, dices tú?

-Cualquier persona que se sienta a escribir sobre sus padres, o sus hermanos o su vida o su marido o sus hijos o lo que sea… o que lleve un diario de vida, es algo que le ayudará a bajar la angustia y a conocerse más. Es sanador. Es reparador. Los ingleses tienen la costumbre de mantener diarios de vida desde chiquitos durante toda su vida. Muchísimos escritores tenían diarios.

- Este libro salió en Estados Unidos primero. ¿Qué dijo tu familia? ¿Lo leyeron antes?

-No lo leyeron antes, pero sí conversé algunos elementos, algunas historias para saber si recordaban más o menos lo mismo.

-¿Y cómo fue?

-Recordaban más o menos lo mismo. Por supuesto que había diferencias pero no eran diferencias sustantivas, lo central estaba. Por ejemplo, mi papá era un sargento, todos recordaban eso. Cuando uno escribe este tipo de libro muchas familias se rompen y se pelean.

-Es difícil unificar un relato entre tantas voces.

-Esta es mi versión, no la de mis hermanos.


EL ÚLTIMO RON

-El final de Norman Mailer es bastante triste, bien hondo. ¿Cómo fue ver a esta bestia de la escritura convertido en un trapito?

-La muerte de mi papá me quedó grabada en piedra. Al final nos tomamos todos juntos alrededor de mi papá un ron con jugo de naranja. Él también brindó así por última vez.

-Este hombre, ¿por qué fue tan así? ¿Tan descomunal?

-No te lo puedo responder rápidamente pero voy a tratar. Tuvo una madre que lo adoraba. Yo creo que es muy importante cuando tu madre te ama como ella amaba a mi papá, porque te da seguridad. Lo amaba como una “Idishe mame”, como una mamá judía ama a su hijo hombre, ella era así.

-¿Cómo los aman?

-Como a un pequeño Dios. Es así, en la cultura judía los hijos hombres son adorados porque van a ser médicos o abogados o rabinos. Van a ser muy inteligentes o incluso genios. Esa tradición es casi un chiste dentro de la religión. Norman tuvo eso: una madre que protegió a todos. Tuvo a muchas mujeres alrededor: tías, hermana, primas. Y todas lo adoraron y pensaron que él era lo máximo. Que iba a ser un genio, que haría algo maravilloso.

-Y fue escritor, a pesar de que también estudió ingeniería aeroespacial.

-Mi padre decidió ser escritor cuando tenía 19 años, que fue cuando conoció a mi mamá. Decidió que no iba a ser ni ingeniero ni iba a ser médico ni abogado, iba a ser escritor y él sabía que sería un gran escritor, porque tenía esa seguridad de la madre. Entró al ejército como soldado raso, pudiendo haber sido oficial, porque quería conocer el ejercito desde dentro. Ahí obtuvo todo el material que necesitó para escribir su primera novela: “Los desnudos y los muertos”. Para muchos esa es la gran novela del Siglo XX sobre la Segunda Guerra Mundial. Con eso él se hizo famoso a los 25 años.

-¡A los 25!

-Dejó de ser un personaje anónimo y se convirtió en un personaje público. Tuvo una especie de disociación, de despersonalización: “Ese Norman, ese Norman Mailer de que hablan ese soy yo”. Él lo escribe en alguna parte. Y se fue apoderando de ese personaje. Era como un rockstar. Íbamos al cine y le decían: “Oye, ¿tu eres Norman Mailer?” No supo qué hacer con la fama. Estuvo muy mal, muy desorientado, se divorciaron con mi mamá. Ahí empezó a ir experimentando en todos los lugares donde podía experimentar. Yo nunca conocí a una persona que tuviera su energía. Tal vez alguien diría que era bipolar.

-¿Tú qué piensas?

-Podría ser. Él podía estar escribiendo tres cosas al mismo tiempo, hacer películas. Hizo varias, todas malas pero él las pensó, él era el actor principal, dirigía, distribuía, hizo la publicidad. Hizo política, tuvo seis esposas, nueve hijos, nos juntaba a todos en los veranos y seguía escribiendo. Escribir siembre fue lo más importante. Lo primero. Lo único. –








El escritor norteamericano norman mailer en su paso por chile posando frente al barco “porro mexicano”.








Susan Mailer en el año 1981 junto a su padre, su abuela y su hija Valentina.



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