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La tríada: cuerpo- deseo- poesía 


Después de volver a escuchar Poesía & Capitalismo, espacio al que fui invitado a conversar con Jaime, Jonnathan y Jorge, quedé capturado por algunas afirmaciones, que por el formato o la poca elaboración de mis ideas, debido a mi escasa costumbre del en vivo, quedé digo, un poco disconforme, especialmente con el desarrollo de la triada: cuerpo- deseo- poesía.

 

No estoy seguro de que sea un problema masculino, o del género, pero sí induce a pensar, que al afirmar esta problemática de retroceso del deseo del cuerpo, principalmente en la poesía, esté pensando probablemente desde la masculinidad, y ese retroceso del deseo, esté lejos –quizás– de ser un problema en otras poéticas. Pienso en: Alejandra González, Malú Urriola y Florencia Smiths.

 

Recuerdo la primera vez que leí La enfermedad del dolor (2003) de Alejandra González, ahí estaba pasando algo inusual para lo que se leía en ese momento. El cuerpo, no como mera alegoría si no que real, la poética estaba atravesada por el dolor. Un mapa del cuerpo insuperable, desde su propia condición. En Nada (2003) y Bracea (2007) de Malú, también vemos algo similar, y en prácticamente en toda la obra de Florencia, el cuerpo es un escenario, incluso desde el ritmo y su influjo fonético.

 

No es la mera tematización del cuerpo, es la experiencia de este, expandida hacia el lenguaje poético. Algo similar ocurre con Natalia Berbelagua, basta asomarse a su último libro de narrativa Independencia (2024), en que los sopores de la adolescencia son tan palpables, que el lector no puede evitar sentirlos también en su propio cuerpo.

 

Decía en la conversación, que el cuerpo es la posibilidad de actualizar la experiencia. Un modo de habitar un espacio desde el desplazamiento, desde la piel, la vista, el oído y no sólo, desde el reconocimiento cognitivo de ese espacio.


Otro ejemplo es Raúl Zurita, pues en su poética apela al cuerpo como un escenario político fragmentado por la violencia de la dictadura, que desde esa misma fractura, que también es territorio, volver a pensar nuestra historia. Y para agravar el plano de mis omisiones, el mismo anfitrión del podcast, el poeta Jaime Pinos con 80 días (2014), realiza en su libro de poesía una deriva de la ciudad, mediante el cuerpo estableciendo coordenadas que se inscriben entre el espacio y el tiempo, de su propio trayecto, como detonador de una doble configuración entre ciudad y memoria.

 

Dicho esto, no desmerezco la aseveración de la “deserción del cuerpo” y por ende una merma del deseo o más que una merma, una atribulada burocratización de este, a la hora del encuentro con el Otro. Ni tampoco, quisiera tratar los ejemplos que he descrito como meras excepciones. No deseo quedar atrapado y ser injusto. Sin embargo, en lo que sí podemos estar de acuerdo, que a la luz de la tecnología, pienso en la IA, o el protagonismo tecnológico, hay un secuestro calificado del cuerpo y por ende de la subjetividad.

 

Estas mediaciones técnicas son infinitas capas de cebolla, que burocratizan la experiencia sensible, o incluso en algunos reconocidos casos, se recurre a la parodia digital (a modo de intervenir la figura del poeta) que reviste una emulación caricaturesca de los índices del pathos, como una desmerecida acogida a la precariedad del Otro. Más allá de la bufonería, hay una formulación medial, a la manera de Marshall McLuhan, donde las señales relevantes, parecen estar dadas por su propio medio.

 

Lejos de desmerecer estos despliegues técnicos, hoy se realiza habitualmente, una lectura crítica en poesía, que por lo general, omite los gestos paratextuales y mediales, centrándose únicamente en el contenido y las manifestaciones semánticas; o viceversa, hay una lectura medial, que deja fuera cualquier manifestación subjetiva. Entonces sería posible afirmar, que a partir de la práctica misma de la escritura, o incluso desde sus modos de producción técnico, hay una lectura pendiente del sujeto, desde la técnica. Existe una tendencia, a creer que no hay diferencia entre una “pinza” y un “martillo”, para decirlo en términos de las herramientas, o se realiza una lectura que desnaturaliza el contexto desde el cual surge el objeto, y por ende la elección de su caja de herramientas.

 

Decía que en algunos casos se promueve una lectura crítica de las tecnologías de la escritura, que se manifiesta desde el ámbito de sus recursos técnicos, sin prever que está el sujeto dando su opinión en la manipulación de estos. Por más que haya una sublimación o atenuación de este.


Para decirlo en clave lacaniana, para un analista de diván, no será relevante el contenido del mensaje del analizante, sino sus cambios de voz, tonos, lapsus, gestos, por decirlo en términos muy generales. ¿Qué deseo decir con esto? Que, en el caso del sujeto poético, al estar rodeado o bordeado por la forma, esa misma forma es contenido (inconsciente) que se puede leer más allá (o acá) de cualquier mediación. Para decirlo en términos más básicos: la mediación es contenido, y no una vía de escape del sujeto, ni mucho menos de su cuerpo y deseo.

 

Un claro ejemplo de aquello es La ciudad (1979) de Gonzalo Millán, un libro que responde a un contexto político, pero mediante una serie de recursos técnicos, que nos recuerdan al ojo mecánico (retroceso de la escena), el arte combinatorio, la repetición, etc. Todo aquello está totalmente impregnado por la desolación del exilio. La ciudad, disloca, en ese momento, al testimonio poético como respuesta política, transformando la mirada distanciada en una impugnación, que finalmente permite sugestivamente, vislumbrar la violencia del Golpe de Estado y la dictadura. Vale decir hay un acervo técnico, por parte de Millán, pero a favor de su propia huella mnémica. Y en ningún caso un acervo técnico como un fin en sí mismo.

 

Todo esto no significa que, la única vía sea que vayamos de lleno al “libro de quejas”, apodo que el Chico Figueroa le colocaba a ciertos libros de poesía, incluso a su propia escritura; tampoco se trata de que la poesía deba ser un tratado de portentosos resentimientos para darnos toda la paleta de colores del sujeto y su experiencia subjetiva. Sería poner a la poesía en términos de una competencia, de quien expresa mejor a sus anchas, sus propias precariedades.

 

Tal vez– aquí debería subrayar la palabra tal vez– se trate, de una exploración a contrapelo, que se desanuda a pesar del sujeto, donde la técnica y sus mediaciones sean la vestimenta, que una vez desabotonada se despliega en el titubeo nervioso, de tocar o de ser tocado por primera vez por otro cuerpo. Creo.


Fotografía: Nan Goldin
Fotografía: Nan Goldin


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