Lina Meruane: ”Se escribe desde la impureza” 
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Lina Meruane: ”Se escribe desde la impureza” 

Lina Meruane acaba de publicar “Avidez” (Páginas de Espuma, 2023), una selección de cuentos que abarca 30 años de oficio, tiempo considerable para apreciar la consolidación de su voz.


 

¿Hay algún punto en que puedas determinar si lo que estás escribiendo se va a convertir en una novela o un cuento? ¿Cómo se va definiendo eso?

 

Para mí es un poco misterioso, el momento en que una entiende que necesita más espacio para un relato. Me ha pasado de todo en este proceso. Por un lado, pensar que estaba escribiendo un cuento, como cuando empecé a escribir Sangre en el ojo y luego darme cuenta que necesitaba mucho más desarrollo, que quería contar muchas más cosas, que los personajes iban en una dirección más ampliada y entonces me di cuenta que era una novela y seguí hacia adelante. O en el caso de Fruta podrida, que es otra novela, primero fue un libro de ocho cuentos que los dejé reposar y cuando los retomé no me gustaron, entonces dije este es un proyecto que está muerto y se me ocurrió recuperar solo cuatro momentos de esos cuentos para escribir una novela. Y, por otra parte, uno a veces empieza un cuento y a la página tres se da cuenta que ese relato no se levantó de la página, esa voz no se constituyó, ese personaje no tuvo vida, entonces decide que ese intento hay que archivarlo. Hay una serie de situaciones bien diversas que ocurren en la escritura y que una, yo creo que intuitivamente, se da cuenta de lo que eso va a ser. O, por ejemplo, a veces he pensado que iba a escribir una memoria y terminé escribiendo una novela o viceversa. Entonces, hay como un momento de entrada, un empuje de entrada y yo creo que a medio camino una se da cuenta qué es lo que está haciendo y para dónde va, qué es lo que quiere ese texto. Siempre se los pregunto a mis estudiantes de escritura creativa, les digo con qué aire, con qué energía va este texto, es largo o corto. Te lo imaginas como un libro de 300 páginas o como un cuento de 10. Un poco para ir desarrollando esa intuición de lo que va a ser ese proyecto de escritura.

 

Hay una sensación bien apocalíptica en varios cuentos. En particular en Tan preciosa su piel, que estaba viendo que fue incluida en una antología del tema, ¿de dónde surge esta idea de fin de los tiempos?

 

Ese fue un texto que me pidieron justo antes de la pandemia pero terminé entregando en plena pandemia y era para un dossier de una revista que era sobre el apocalipsis. Y bueno, en plena pandemia, recordarás que empezaron a aparecer todos estos videos de que mientras nosotros, seres humanos, estábamos encerrados en nuestras casas, los animales que nosotros habíamos tenido completamente alineados, volvían a tomarse la ciudad. Entonces estaban los cisnes en las piscinas, los linces en el patio de atrás comiéndose la basura. Había esta sensación de que habían retomado su hábitat que nosotros les habíamos arrebatado durante el último siglo o más. Entonces, esa imagen de los animales y la cuestión entre lo salvaje y lo instintivo, fue lo que me llevó a pensar este cuento. Y, por supuesto, empecé a escribir y surgió el tema del hambre, el tema de la escasez de la comida, de la cuestión carnívora del padre versus la cuestión vegetariana de la madre y una conexión entre esa toxicidad masculina que nos lleva al apocalipsis. O digamos mejor una toxicidad patriarcal, para no ponerlo en términos de hombre-mujer. Entonces, ahí surgió la idea del regreso de los animales, de tener toda esta carne a disposición en el jardín por así decir y no poder acceder a ella, como ese padre que se las arregla para salir a cazar. Para mí también es un cuento sobre una involución de este personaje masculino hacia una especie de hombre prehistórico, que retoma ese supuesto mandato de una masculinidad cazadora y una madre cuidadora. Y también, un relato para mí, la nostalgia de esos hijos por ese padre que desaparece y por imitar ese rol masculino en ausencia y cómo esos niños se van convirtiendo en el padre, en la búsqueda de la carne y en esa medida, también en la figura paterna. No solamente hay un apocalipsis fuera, sino que de alguna manera es una familia que repite un apocalipsis doméstico.

 

 

Como comentario al margen, me recordó un poco a una película, The lobster (Dir. Yorgos Lanthimos, 2015), cuando comentan en la casa lo que les enseñaba la profesora acerca del ciclo de la vida y como después toda la gente se convierte en animales.

 

Sí, yo vi esa película después de haber escrito ese cuento, la vi en Netflix y me fascinó. La encontré apocalíptica, toda esa relación con lo animal, realmente es una película muy divertida y por otro lado estremecedora.

 

Pienso que estos relatos no tienen humor. Sin recurrir a una gravedad impostada, podríamos decir que se sitúan en las antípodas del chiste rápido. ¿Este efecto es algo que buscas en tu escritura o se va dando?

 

Me pasa una cosa curiosa con la escritura y es que hay gente que encuentra mucho humor negro en mis textos. Yo no tengo el humor del chistecito y lo evito además, porque me parece una manera fácil de hacer reír, y me interesa la ironía y el humor negro. Y hay gente que sí se ríe leyendo mis cuentos, por raro que parezca, porque son cuentos bastante oscuros. Por supuesto no todos, por ejemplo, pienso en un cuento como Ay donde no hay manera de reírse porque realmente es un texto muy duro, pero en un cuento como Hojas de afeitar, de pronto sí, como risa nerviosa incluso o en un cuento como Tan preciosa su piel, que yo creo que hay momentos en que uno podría por lo menos sonreír, por las imágenes, por las cosas más absurdas que a veces ocurren en los textos. O en un cuento como Lo profundo, donde la protagonista es ¾-valga la reiteración¾-, profundamente irreverente, y me parece que la explicación que da de porqué no le cierran el agujero de su cuerpo, por ahí por la sorpresa puede uno encontrarle humor al texto. Pero la verdad es que no puedo controlar la recepción de un escrito. Yo siento que soy profundamente negra en mi humor y hay gente que se ríe, por ejemplo como en novelas como Sangre en el ojo, que le encuentran el humor y otra gente lo encuentra un texto absolutamente dramático. La posibilidad de que ocurran ambas cosas a mí me interesa, pero no es algo que pueda controlar, es algo que ocurre en el cierre de la escritura, que es la lectura.

 

Con respecto a Lo profundo, ahí sucede algo bien interesante que también ocurre en otros cuentos, que es un punto de cruce entre cosas que uno creería que no tienen relación, en este caso, entre el erotismo y la repulsión, el asco. ¿De dónde crees que surgen estas conexiones?

 

Es que parece que yo no pienso en términos tan extremos, no creo que el asco esté reñido con la erótica. No te podría explicar de dónde surgen esas conexiones. Lo que pasa con los cuentos es que son escrituras mucho más espontáneas que una novela, tengo menos control en mis personajes que el que tengo en una novela; a mí misma me sorprende lo que imaginan sobre sí mismos los propios personajes y, en este caso, el cuento surge del relato de un caso real que me contó un amigo siquiatra, sobre una mujer que no quería volver al pabellón a que le cerraran su agujero de una apendicitis que le habían dejado abierto. Me fascinó la resistencia de esta mujer y empecé a imaginar porqué había dicho que no, cuáles son las circunstancias, cuáles son las conversaciones que sostiene. Entonces hay algo en el cuento donde el personaje va donde va y yo me dejo sorprender por lo que va aconteciendo. No quiero decir que no esté ahí mientras escribo, claramente estoy, pero va ocurriendo algo que es curioso en la propia escritura, no necesariamente planificado. En las novelas es distinto, porque hay que sostenerla durante 200 páginas, entonces una tiene más tiempo para ir pensando, es un poco menos espontáneo. Es lindo en el cuento dejarlo llevar. El hecho de que este personaje descoloca, en efecto, hasta a mí me descoloca su decisión y el uso que le da a ese agujero también me descoloca. Uno pensaría que eso es imposible y, sin embargo, la realidad está llena de situaciones y personas que toman decisiones absolutamente descolocantes. Sin ir más lejos, me apareció el otro día en el diario la situación de una mujer que había dejado dicho en su deseo final ser enterrada en un cementerio de animales, que existe, yo no sabía que existía un cementerio de animales en Estados Unidos, ni menos que una persona pudiese ser enterrada en ese cementerio y el artículo era sobre porqué esta mujer había pedido eso. Pero lo interesante del artículo era que mucha gente había pedido ser enterrada en el cementerio junto a sus mascotas. A mí eso me descoloca, no se me ocurriría, pero hay gente a la que se le ocurren las cosas más increíbles y me parece que la literatura hurga precisamente en esas rarezas que no están en lo cotidiano ni en el sentido común y sin embargo ahí están.

 

Existe una fijación por los temas del cuerpo y sus misterios. ¿Es una fuente de inspiración la biología?

 

Me gusta como lo dices, los misterios del cuerpo a mí me fascinan. Esto lo he dicho en otras entrevistas, pero toda la casuística, el caso clínico, me parece una suerte de historia detectivesca. Guardando y salvando ciertas distancias, el médico es el detective, los síntomas son las pistas y el enemigo es la enfermedad que ha acabado o que acabará con el o la paciente. Estoy muy entrenada en ese lenguaje porque soy hija de médicos, de dos médicos que no han hecho a lo largo de su vida más que hablar de casos y a veces de misterios, misterios del cuerpo. Y la verdad es que el cuerpo, que se ha descrito como una máquina, realmente no lo es. Cada cuerpo es un verdadero misterio. Hay cosas que se puede decir que existen en común, pero hay otras que sorprenden. Ese misterio y esa mirada sobre el cuerpo es algo que se me instala desde muy chica y yo siento que no puedo evitar que mi ojo se vaya hacia cómo se manifiestan una serie de temas y traumas sicológicos en la propia configuración del cuerpo, en la manera en que los llevamos adelante o no. Me interesan esos fenómenos y me resultan muy útiles para narrar. Incluso me resultan muy expresivos para contar la sicología de los personajes, sin tener que entrar en “ella pensó” o “él se dijo”, sin hacer un relato sicologista, sino que más para apuntar a un relato conductista, donde una entiende a partir de lo que los personajes hacen, no a partir de lo que piensan necesariamente. Yo creo que ahí hay algo que no puedo evitar y es que mi ojo va a examinar esos cuerpos, como se relacionan con otros cuerpos y en qué medida expresan subjetividades, que a veces son muy alternativas, como en el caso de Reptil, cuyo cuerpo, el de esa niña y también el de otros niños, como se dice en el cuento, ha sido víctima de la radiación y por lo tanto, ha desarrollado rarezas. Y qué pasa con esas rarezas, cómo se reciben socialmente esas rarezas.

 

 

Hay algunos relatos que al lector probablemente no le baste con una lectura y deba volver al texto, fijándose en detalles. ¿Cómo crees que es la respuesta del lector actual ante textos más desafiantes?

 

Esta es una pregunta que generaliza mucho en términos de los lectores, entonces la respuesta tiene el peligro de ser generalizante. Porque por un lado tenemos la idea de que el lector contemporáneo busca textos más simples y más directos, que le compliquen menos la vida, por así decirlo. Y, en efecto, hay muchos lectores, sobre todo el lector de best seller, que son así. O sea, el best seller es una forma que apela a un no tener que detenerse. Al momento en que se dice, “Paris, capital de Francia” nadie tiene que pensar donde está Paris y, además, tiene una estructura extremadamente explicativa, no hay que detenerse a pensar ni imaginar mucho, porque está todo dicho. Entonces uno pensaría que sí, el best seller apunta a un público muy masivo que, porque está cansado, porque está de vacaciones o porque no tiene ganas, lee eso. Pero ese mismo público, y esto lo sé porque hablo con lectores, también es capaz de leer muchas otras cosas. Nadie es un solo lector, los lectores son múltiples también. Y luego hay gente que parte en el texto más simple y va desarrollando habilidades, pudiendo confrontar textos más exigentes y también ahí hay un público. Entonces, evitando generalizar, te diría que en efecto, hay lectores masivos que prefieren textos más directos y simples, de entretención, pero en esos mismos lectores también hay momentos que se interesan en la complejidad, se interesan en la poesía, en textos más reflexivos y menos explicativos. También creo que hay una nueva generación de lectores, diría que sobre todo de lectoras, que, porque se interesaron en la lectura feminista, que tiende a ser una lectura tal vez más exigente, a veces más teórica o sociológica, han hecho una autoeducación que las ha llevado a leer textos más complejos e interpretar los mismos textos de maneras más complejas. Hay muchas cosas pasando en el espacio de la lectura y también, muchos momentos de lectura.

 

Con respecto al perfil de los personajes, la mayoría están compuestos por niños, por escolares, personas que deben respetar una disciplina ya sea en el hogar o en el colegio. ¿Qué te atrae de estas voces de estos personajes en formación?

 

Como sabes, este es un libro que reúne cuentos de un lapso de 30 años. Y mi primer libro de cuentos se llama Las infantas, una publicación contemporánea a los cuentos más antiguos de este libro y era precisamente un libro en el que abordaba el paso desde la niñez a la adolescencia como un hito muy marcador en la vida de una mujer, marcado por la disciplina. Las niñas pueden hacer todo lo que quieran, jugar con todos los otros niños y niñas, hasta que entran en la pubertad y en ese momento entra una especie de mandato de cuidarse, vestirse de cierta manera, por lo menos en mi generación, no jugar con niños en la pieza a puerta cerrada. Toda esta disciplina, todos estos “no” que aparecen en la vida de una mujer. Ese tema me había interesado especialmente, no solo por el paso de la infancia a la adolescencia, sino que también en contexto de regímenes autoritarios, donde precisamente la disciplina era tan poderosa en el contexto social.

Cuando se tiene un interés en algún tema, aunque se vaya moviendo (como por ejemplo ha sido para mí el tema de la enfermedad o el tema palestino, la migración), igual se sigue interesada, no es que se le haya olvidado ese tema. Entonces yo he vuelto, ya no tanto en las novelas o los ensayos, sino que sobre todo en algunos cuentos, a ese lugar, que es el lugar formativo, y también el más transgresor, para mirar ahí un desorden, una trasgresión de la norma. Ahí está ese tema, todavía muy vigente en mi imaginario y que me llevó, por ejemplo, a no ordenar los cuentos en términos cronológicos, porque no es que pasé de un tema u otro y me olvidé del anterior. Entonces organicé los cuentos en torno a las avideces y los momentos, los protagonismos de los personajes. Al principio hay más niñas, después está la cuestión de la adolescencia en esa escuela británica y después hay mujeres más adultas, como el personaje de Sangre de narices o la voz de Ay, que es la madre de la chica que muere en ese cuento.

 

Hay una constante contradicción en los relatos. Por ejemplo, en Ay con esta familia de funerarios que, de hecho, ellos mismos hablan de como el sufrimiento de los demás es su fuente de bienestar y hay una cita que me gustaría comentar: “(…) era triste, era tan atrozmente triste que nuestra felicidad dependiera de sus tragedias, nuestro presupuesto de sus pérdidas, nuestra comida de sus cadáveres”. Siempre están dialogando estos polos, en este caso el bienestar y la miseria.

 

Es que la vida no es simple, la realidad no es simple y claramente hay ciertas profesiones que están como en un borde épico. La medicina, por cierto. O sea, el sueldo de un médico viene del sufrimiento de un paciente, que eventualmente es la cura y entonces todo eso tiene sentido, si es que la cura se cumple. Pero también es verdad que en el caso de los funerarios, esa cura nunca va a llegar, es lo contrario, ahí se cierra un proceso. Y al mismo tiempo el entierro es un momento de duelo que puede justificar ese gasto. A mí me ha interesado interrogar esa complejidad en la escritura,  el asco y la atracción, que ya está descrita por Freud, pero en la que vivimos inmersos sin verla. O la pérdida y el beneficio, en los que también vivimos inmersos un poco sin darnos cuenta, hasta que hay un estallido, digamos, para ponerlo en términos sociales. Y el cuento sería como esa forma del estallido, donde uno de pronto se encuentra con esa enorme contradicción. La literatura genera una especie de estallido porque nos hace ver lo que no estamos viendo aunque lo estemos mirando y nos hace detenernos en esa contradicción. No es que me siente a escribir con una idea sobre los funerarios, por ejemplo, haciendo una teoría entre la pérdida y el beneficio, de pronto aparece eso en el habla de este personaje que es plenamente consciente de cómo están conectados el sufrimiento de unos con la supervivencia de los otros. Y si uno se fija en las guerras que están ocurriendo hoy, digamos, en las invasiones, hay también esa enorme contradicción.

 

 

Con respecto al primer relato, Platos sucios,  un texto bien escueto, pero me gustaría referirme al modo en que pasa por alto ciertos acuerdos tácitos, espacios donde se supone que la narración no se mete, como por ejemplo, el baño. Describes que el personaje está “descargando las tripas”, no recuerdo haber leído situaciones similares.   


No lo había pensado, pero es verdad que pocas veces asistimos a la escena íntima del baño. Solo puedo recordar una, ahora que lo dijiste. Knausgård, el gran autobiógrafo contemporáneo, al que le encargaron un texto sobre un viaje desde el New York Times que era sobre un viaje. Y hay un momento en su relato donde él describe su entrada al baño y todo lo que hace, que por supuesto me resultó chocante y creo que me chocó por el nivel de detalle. Además, es una escena que se declara como real, no es una ficción, entonces eso lo hace más chocante, que nos meta al baño con él. Pero, en efecto, no recuerdo ninguna otra escena donde suceda esto. Ahora, era necesario para mí que entrara en el baño, porque no era solo sentarse en la taza sino que es todo lo que va a pasar al final, todo ese despliegue de ira contra ese padre ultra disciplinante, ultra limpiador, que está ahí, que para mí es una figuración simbólica del dictador, el que viene a limpiar el país, el que viene a limpiar la casa. Era esa figura de la dictadura, que está muy cifrada en ese cuento, no está para nada explicada, pero para mí ese epígrafe tiene que ver con Orlando Letelier, con su cuerpo estallado en Washington por la dictadura, porque ese de alguna manera era un cuerpo sucio que había que limpiar, solo que ahí hay otra contradicción y es que en esa operación de limpieza, de deshacerse de los enemigos, de los comunistas, lo que haces es que se ensucia todo. Hay una especie de juego en ese cuento con esa escena, que a mí me pareció especialmente brutal. La cita es de una entrevista al diario La Época que dio el hijo de Letelier. Me pareció tan impactante que el cuento surgió de forma espontánea casi como revés de esa escena. 

 

Ya estamos terminando, no sé si quisieras agregar unas palabras de invitación a la lectura de Avidez.

 

No me gusta la autopropaganda, pero lo que sí quería decir, sobre todo pensando en la gente que escribe y no lee, y esto me parece siempre sorprendente porque hay como un temor a la influencia. Y yo siempre digo que no, que lean de todo, que no se cierren a nada. Porque la voz de uno tiene que estar contaminada por todo lo que lee. No es una voz pura. Ninguna voz de ninguna escritura es una voz pura, está contaminada por todas las lecturas que uno hace. Se escribe desde la impureza de todas esas influencias múltiples que están en la lectura.

 

¿Alguna lectura reciente que pudieras comentar?

 

Tengo una memoria terrible para lo que acabo de leer. Mira, estoy leyendo a David Garnett, autor del grupo Bloomsbury, que era el grupo de la Virginia Woolf. Es un hombre fabuloso, acabo de descubrirlo, publicado en Periférica. Tiene un libro que se llama El hombre en el zoológico y es la historia de un hombre que decide, un poco a la manera de Kafka en el Artista del hambre, encerrarse de por vida en un zoológico después de una decepción amorosa y es un poco lo que él empieza a vivir en ese espacio del zoológico, como un hombre que está siendo expuesto al público como parte de la especie humana. Me deslumbró mucho ese libro, me fascinó, le fascinó también a Virginia Woolf. Ayer en la noche empecé otra de él que se llama La dama que se transformó en zorro. Estoy mucho en la lectura de lo animal.

 

 

 

FICHA TÉCNICA

 

Título: Avidez

Autor: Lina Meruane

Editorial: Páginas de Espuma

Año: 2023

Páginas: 128

 

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