Matías de Rioja: “Escribir es reescribir”
Matías de Rioja (1981) es psicólogo, docente y escritor. Nació en Cipolletti, Río Negro, y vive actualmente en la ciudad de Avellaneda, provincia de Buenos Aires. En 2014 publicó de manera independiente su primer libro: Mufasa no debió morir (escritos por si acaso). En 2017 publicó el poemario Tal vez esperabas otra cosa. A principios del 2021, la editorial Hojas del Sur editó el libro de poemas La pausa del mundo. Recientemente presentó Después del viento, su último poemario. Se espantan los peces es su primera novela.
Venías escribiendo poesía, ¿reconocés alguna razón consciente que te haya llevado a volcarte a la narrativa?
Leo desde muy chico, sobre todo cuentos y novelas. Supongo que todo escritor en algún momento quiere devolver eso que recibió de otros, esa necesidad de narrar historias. Entonces después de escribir mucha poesía, me volqué a la narrativa. Me gusta ese verbo que usaste: volcar. La idea de verter todo eso que de alguna manera me habitaba, eso que viene de todo lo leído o escuchado. De esa multiplicidad de voces que nos preexisten.
¿Cómo fue el proceso de escritura? Leí por ahí que Luis Mey fue un lector clave mientras delineabas la historia.
Luis Mey no solo fue un lector clave. Trabajé la novela con él porque en un momento me encontré con dificultades, ciertas trabas formales para organizar eso que quería contar. Y Luis fue fundamental. Es un gran maestro y un tipo muy generoso. Me ayudó a pulir mi escritura, llevarla a otro nivel y eliminar ciertos vicios que arrastraba de la poesía.
¿Estás de acuerdo con la idea de que escribir es esencialmente editar?
Totalmente. Escribir es reescribir, diría mi querido Carlos Skliar. El trabajo de corrección o reescritura suele ser mucho más largo que la escritura misma. Hay una fantasía de que el escritor se sienta y escribe doscientas páginas de un tirón. Nada de eso. No en mi caso al menos. Hay que pulir y lustrar... y borrar, sobre todo, borrar.
Sos psicólogo como el narrador de tu novela. No tiene importancia cuánto de autobiográfico tiene el libro, pero sí me gustaría preguntarte qué tan importante te parece, a la hora de escribir una historia, conocer el ámbito en el que viven y trabajan tus personajes. ¿Te parece que conocer e investigar son condiciones para construir un texto verosímil? ¿O la ficción no necesita esa ligazón con la realidad?
Yo la necesité. No puedo afirmar que para todos sea así. De hecho, conozco escritores, gente que admiro profundamente que no necesita investigar mucho para construir verosimilitud. Pero en mi caso, y en esta novela en particular, mi experiencia con la realidad fue la piedra angular de la que se disparó la ficción. Francisco Moulia, en su novela Delfines en Venecia tiene una frase que me encanta: "La realidad siempre supera a la ficción porque es su madre". Bueno en mi caso, la realidad, que siempre es mediada por el lenguaje, me permitió parir esta historia.
Se espantan los peces puede leerse como una novela nostálgica, entre otras lecturas. Nostalgia de una época, de una música, del lugar donde nacimos y crecimos, de unas relaciones en proceso de perderse con cantineros. ¿Lo pensaste así?
No la había pensado en términos de nostalgia. Si me sucedió que mientras la escribía, y para darle desarrollo al arco narrativo, empezó a aparecer la biografía del narrador, el pasado de Simón. Pero fue más bien una necesidad que pedía la historia, que una intención nostálgica... aunque ahora que lo decís puede que así sea. En todo caso, es un tipo que está roto: en algún momento la relación entre su pasado y su presente se rompió, dejó un agujero. Y en ese agujero la infancia y la adolescencia reaparecen en forma de música, de amistades, de geografía, quizás para poder articular algo con su adultez, para poder empezar a entender.
La enfermedad está muy presente en el texto. O, más que la enfermedad, el miedo a la muerte. El narrador se debate (en todo momento) entre permitirse sentir y reprimir su emoción, como si ser profesional implicara cierta forma de indiferencia, o una relación higiénica.
Quizás mi intención, lograda con más o menos suerte, fue la de poner en tensión esa lucha permanente entre la vida y la muerte, entre tánatos y eros; visibilizar todo el trabajo que sucede en esos espacios tan complejos, en donde a pesar del miedo o del dolor, también hay mucho amor, en incluso humor. Eso me preocupaba, no quería que la novela apelara al golpe bajo, entonces busqué que hiciera reír o pensar en contextos donde se supone que eso no se espera. Y de paso criticar un poco esa falsa idea de la asepsia profesional. Todos los que laburamos en esos espacios sabemos que no es así. El trabajo con el otro genera efectos, pero también afectos.
Me gustaría que me cuentes qué tipo de lector sos. ¿Qué te llama la atención en un texto, qué te atrae y qué no?
Soy un lector desordenado. Leo tres o cuatro libros a la vez, mucha literatura, pero también ensayo, o filosofía, en general, que me haga pensar distinto, que me aporte novedad, me movilice y me ponga a conversar con el autor. Tomo muy en serio eso que dice Borges: que si el libro aburre hay que dejarlo, por más laureles que tenga. En general, que sea un libro que me atreviese, por su forma o por su contenido, y si es por ambas, mucho mejor. No me atrae lo políticamente correcto, cierta literatura moralizante que anda dando vueltas.
¿Estás trabajando en algo ahora? ¿Te genera vértigo ponerte a escribir algo nuevo?
Tengo una novela terminada que escribí en pandemia, veré qué hago con ella. Además, estoy escribiendo otra, y siempre aparece algún que otro poema. Vértigo, no sé… sí me da mucha alegría cuando logro sostener cierto ritmo de escritura. Como decía Hebe Uhart, soy escritor solo mientras escribo, el resto del tiempo...
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