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Nurit Kasztelan: “El poema viene por ráfagas”



Nurit Kasztelan (Buenos Aires, 1982) es poeta, editora y acaba de publicar Tanto (Eterna Cadencia, 2023), su primera novela. Publicó Movimientos Incorpóreos (Huesos de Jibia, 2007), Teoremas (la Propia Cartonera, Montevideo, 2010), Lógica de los accidentes (Vox, 2013, LIliputienses, España, 2014, 2015), Después (Caleta Olivia, 2018, Liliputienses, España, 2019) y el libro de artista Soy lo que leo (Simetría Doméstica, 2019). Co-dirige la editorial Excursiones y tiene una librería atípica en su casa: Mi Casa. Fue traducida al portugués (O amor era um jogo instável, Nosotros, San Pablo, 2018) y al inglés (Awaiting major events, Cardbourdhouse Press, Phoenix, 2021).


“Tanto” es tu primera novela. ¿Cómo fue el tránsito de la poesía a la narrativa? ¿Implica cada género una actitud de aproximación a la escritura distinta?

En mi caso en particular, mi poesía es un poco confesional, es decir, si bien la trabajo un montón, me cuesta salir del “yo” al escribirla. En narrativa me fue más fácil pensar un personaje en tercera persona y no escribir de un modo autobiográfico, usar más la imaginación. Otra cosa que me pasa es que para escribir poesía dependo mucho de la inspiración; el poema viene por ráfagas, y la corrección, la instancia que aparece después, si bien es lenta, no me demanda la inmersión profunda que me pide la narrativa, o al menos la que me pidió esta novela. Tuve que renunciar a varias cosas para poder escribirla.


Una de las primeras frases que señalé tiene que ver con uno de los temas que atraviesa todo el texto: la lectura. Y dice: “Estaba acostumbrada a aprender leyendo y ahora quiere probar qué pasa si aprende por observación”. La protagonista es muy lectora y encuentra en el campo, en la naturaleza, una nueva manera de aprehender la realidad, aunque no le convence del todo. ¿Cómo surge esa idea?

La primera vez que escribí esa frase en la novela decía: “Estaba acostumbrada a aprender leyendo y ahora aprende por observación”. Y después instantáneamente el personaje describía las hormigas. En la última etapa, me di cuenta de que tenía que cambiar la frase para hacer al personaje menos consciente, como alguien que no lo tiene todo tan claro y que duda. Y para marcar también que había algo del pasado del personaje, por las razones que sea, que le era incómodo, y por eso quiere probar qué pasa si intenta adquirir una forma nueva de aprehender la realidad. Hacia la mitad de la novela me parecía interesante mostrar de qué modo el paso del tiempo había hecho que algo de lo que la protagonista deseaba en un comienzo se estuviera cumpliendo por eso escribí: “Observa cómo hacen los pájaros al mirar a cualquier ejemplar de su especie: si uno da con una nueva forma de encontrar alimento, el resto lo imitará”.


Otro de los temas recurrentes es la soledad. Una soledad buscada, planificada, ¿no?

Quise construir un imaginario de una vida aislada y mostrar lo siniestro del encierro, de la repetición de lo mismo, y, sobre todo, lo peligroso del transcurrir de la propia consciencia en soledad, sin contacto casi humano. Contar la experiencia de alguien que se aísla por un período corto de la sociedad; un poco como el experimento de Montaigne o de Pascal. Mostrar de qué modo el personaje intenta enfrentar cara a cara ese desfase entre ella y las cosas. Atrás también está el libro de Luigi Amara, La escuela del aburrimiento, que tiene una frase que me sirvió como disparador: “Para entender el aburrimiento, para abandonarme a él y refrenar las ansias de vencerlo, lo que necesitaba era intoxicarme de más aburrimiento”. Yo quería llevar a mi personaje a eso.


Me interesa la relación que la protagonista establece con el vecino. Por un lado, necesita estar con alguien, escapar del silencio, y por otra parte, el hombre la asfixia. La palabra que usa es “invasiva”. Una presencia invasiva. Y se me ocurre que ahí aparecen, simbólicamente, dos formas de vida que se enfrentan: la vida que la protagonista tenía antes (una vida invadida) y la que escogió en ese nuevo lugar (una vida aislada). ¿Es así?

Más allá de la presencia del vecino, que un poco la asfixia, el personaje en algún momento de la historia se da cuenta de que necesita estar sola para que ocurra la transformación que está esperando, que necesita sentir ese aislamiento y ese silencio extremo.


La razón que lleva a la protagonista a vivir en un lugar alejado está elidida en el texto. Quería preguntarte si esa decisión fue adrede y por qué.

Sí, fue adrede que no se supiera. En la novela hay posibles explicaciones pero tan leves que ninguna es tan contundente. En la primera versión que escribí, de hecho, ni siquiera estaban esas mínimas alusiones sutiles. A mí no me interesaba trabajar una trama tan fuerte, o una historia lineal con un desenlace clásico, sino llevar al personaje a que transitara por distintos estados. Esa decisión de no decirlo, y mantener la elipsis, favorece a nivel tensión ya que a veces lo que no se dice genera más misterio. En todo el relato la narración promete una develación que nunca va a ocurrir, ni sobre su pasado ni sobre su futuro.


El idioma y los malos entendidos que puede desencadenar aparecen varias veces en el relato y también el concepto de lengua materna. En un momento decís que “extrañar” es un concepto que no puede traducirse al japonés. Me imagino que de alguna manera de lo que querés hablar es de los límites del lenguaje.

Es una linda lectura esto que decís. Creo que al escribir, hay cosas que no están tan planificadas ni tan conscientes.


¿Cómo es tu proceso de escritura en general, si es que tenés rituales a la hora de escribir? ¿Y cómo fue el proceso de escritura de Tanto?

Ningún ritual. Escribo directo en la computadora y tengo un chat conmigo misma donde anoto frases o ideas, o a veces me mando audios con oraciones escritas en mi cabeza. Lo peor es que suelo comprarme cuadernos lindos, pero no los uso para escribir, casi que los colecciono vacíos. La novela empecé a escribirla antes de la cuarentena y la tuve que dejar durante gran parte de ese período porque la realidad se me vino encima. Como si lo escrito hubiera sido profético, terminé encerrada y aislada como el personaje, y me costaba escribir sobre lo mismo que estaba viviendo. Por otro parte, disfruté mucho el escribirla porque el proyecto implicó leer y reescribir libros de naturalistas o de autores que pensaron la naturaleza o se instalaron por una temporada en lo silvestre.


¿Qué te gusta leer?

Lo que más leo es ensayo y poesía. Curiosamente, no leo tantas novelas. En la cuarentena adquirí un hábito no tan saludable de leer varios libros a la vez. Los últimos que leí fueron Cartas a Gwen John, de Celia Paul; El resto es prosa, de Emily Dickinson y Una ciudad Blanca, de James Schuyler.


¿Estás trabajando en algo nuevo?

Por suerte no. Estoy en un momento de vaciamiento de la cabeza. Disfrutando también la salida del libro. Pero necesito vaciarme un poco más antes de empezar un proyecto nuevo, ver sobre qué quiero escribir. Y creo que el descanso entre un libro y otro es clave. De hecho, en mis libros anteriores de poesía hubo casi cinco años entre la salida de cada uno.


Última pregunta: ¿cómo llegaste al título y a la primera frase del libro?

Ambos fueron lo primero que apareció en el primer borrador que escribí de la novela que tenía cinco carillas, allá por el 2018. En mi computadora tengo muchísimos archivos que comienzan “Tanto enero 2018” y así…., cada vez iba cambiándole el nombre. Pienso en el comienzo de la novela, la agramaticalidad de la frase “Le va mal el campo” da un indicio de cómo será toda la novela, como si la sintaxis fuera una concepción de mundo. Hay una elipsis y una rareza de ese modo de decir. En un momento, cuando estaba trabada en la escritura, tuve una especie de revelación: la novela es una novela de personaje; la trama no es externa sino interna y donde tiene que ocurrir una transformación radical es en el carácter de ella.




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