Psicoanálisis del individuo: ¿cómo detener la voracidad?
El sujeto contemporáneo se enfrenta a un yo grandioso que se expresa en el discurso social como el yo de la meritocracia o el yo del “Just do it”. Este "sujeto-individuo" funciona bajo el imperativo del consumo, el emprendimiento y la productividad. Nos encontramos con un batallón de trabajadores anónimos que laboran gratis para las redes sociales, las cuales, a mi parecer, forman parte del amo actual.
El neoliberalismo no solo es una forma de política económica, sino que también produce subjetividades asociadas con el consumo, la concentración de la riqueza y la libertad entendida en términos financieros. La primera característica de estas subjetividades sería un “sujeto-individuo” no dividido y no atravesado por el conflicto que implica la alteridad. El otro solo aparece en el horizonte de este “sujeto-individuo” bajo una óptica paranoide donde opera la lógica del enemigo.
Cuando Freud define el sujeto neurótico, podría estar refiriéndose a un sujeto del capitalismo de las guerras. Este sujeto se encuentra en conflicto y el otro está presente en su vida. El sujeto neurótico sufre a causa del otro, y ese es su síntoma. A su vez, es un sujeto que también es efecto de un estado regulador e industrializado. El sujeto neurótico freudiano es el sujeto de la plusvalía del trabajador, ligado a los medios de producción.
En la clínica actual nos encontramos con formas de subjetividad que no se ajustan a la lógica del síntoma. Estas nuevas formas de organización psíquica podrían ubicarse en el espectro del narcisismo y se caracterizan por un yo cuyo ideal es un yo placer purificado, sustentado en identidades totalitarias y esencialistas que eluden la cuestión del otro.
El sujeto contemporáneo se enfrenta a un yo grandioso que se expresa en el discurso social como el yo de la meritocracia o el yo del “Just do it”. Este "sujeto-individuo" funciona bajo el imperativo del consumo, el emprendimiento y la productividad. En contraste con el superyó restrictivo que Freud describía en El malestar en la cultura, donde la renuncia a la satisfacción inmediata era el precio psíquico para la civilización y el lazo social, el imperativo del superyó actual es el consumo y la producción.
Estos imperativos superyoicos tienden a desligar la pulsión, ya que los diques como el pudor, la vergüenza y la culpa que se instalan en la economía psíquica son cada vez más precarios. Es importante retomar el concepto de economía y circulación psíquica, ya que nos permite comprender que la forma de ligazón o regulación del psiquismo solo es posible cuando hay restricción o represión como mecanismos que, por un lado, protegen frente a la irrupción masiva de la angustia y, por otro lado, permiten el reconocimiento del semejante diferente.
Otra dimensión del efecto del “individuo” sobre la subjetividad que debemos considerar es la despolitización que observamos en las masas. Si bien “masa” no es la palabra más adecuada, la utilizaré por ahora ya que sostiene la indiferenciación y las identificaciones totales.
Como mencioné, el concepto de plusvalía asociado a la relación entre los trabajadores y los medios de producción ha cambiado. Hoy, como señala Jorge Alemán, la plusvalía tiene un nuevo estatuto que es fundamental comprender. Nos encontramos con un batallón de trabajadores anónimos que laboran gratis para las redes sociales, las cuales, a mi parecer, forman parte del amo actual. Estos trabajadores se transforman en tendencias, datos, que los medios utilizan como capital. Es lo que se conoce como “big data”, que marca tendencias, noticias y define formas de gobernanza.
La clínica actual se enfrenta a un panorama complejo donde las formas de subjetividad tradicionales están en crisis. Es necesario repensar nuestras herramientas conceptuales y prácticas para poder comprender y abordar estas nuevas formas de sufrimiento psíquico.
Silvia Bleichmar ya alertaba en la década de 1990 sobre las promesas incumplidas de la modernidad y sus efectos en las subjetividades. Estas promesas, como el anuncio del progreso ideal, permitieron la emergencia de ideas políticas basadas en un “pensamiento único”: el estado como causante de todos los males y el dominio financiero como única alternativa, con un estado “barato” que no gaste en exceso y cobre pocos impuestos. Como señala Aronskind, el capitalismo avanzó de forma voraz sobre la sociedad y la naturaleza con argumentos de ganancia a corto plazo. Ante esta situación, las democracias se quedaron sin respuestas, permitiendo la implementación de un modelo financiero que Nora Merlín denomina “tanatocapitalista”.
Me centraré en el concepto de “voracidad”. Melanie Klein lo desarrolla para describir un intervalo entre lo que el sujeto tiene y lo que aspira de forma totalizante. La voracidad es un movimiento pulsional oral vehemente, impetuoso e insaciable que excede al sujeto y al otro en lo que se puede dar. Su finalidad primordial es chupar, vaciar y devorar, con el propósito de la introyección destructiva. La voracidad es un deseo brutal de incorporación que destruye el objeto. Su compañera es la envidia: destruir el objeto que supongo que el otro posee para que no lo tenga. De alguna manera, la envidia es voraz, pero su mecanismo es proyectivo. No quiero que el otro disfrute o tenga, sino que lo pierda.
Ambas, voracidad y envidia, son formas primarias del funcionamiento pulsional. La pregunta es qué hace el yo con estas formas. El problema no es que existan, ya que forman parte de los primeros movimientos pulsionales que fundan los objetos, es decir, los soportes de las fantasías. En Klein hay un desplazamiento de la pulsión al objeto. Si en Freud el objeto es contingente a la pulsión, en Klein el objeto es inherente a los mecanismos de proyección e introyección que arman las primeras experiencias subjetivas. Este punto es crucial en la clínica. El yo no es solo un efecto o derivado directo del Inconsciente, ni tampoco solo un sistema defensivo. También se ponen en juego representaciones complejas e ideales. El yo también es una argamasa de identificaciones que provienen del otro y lo constituyen. Es en esas identificaciones donde se ponen en juego el amor, el cuidado, etc.
Siguiendo a Klein, las experiencias primarias tendientes a la introyección del objeto bueno forman parte del núcleo del yo. Un “pecho bueno” es la posibilidad de ligar y apaciguar las tensiones, es decir, experiencias de satisfacción primarias que van formando el fundamento de un tejido intersubjetivo que promueve el alivio de la tensión pulsional.
Bleichmar señala que hay culturas que promueven la voracidad, no la primaria, sino como posición subjetiva. Tal vez sea un exceso tomar una forma primaria de funcionamiento psíquico para explicar un fenómeno que también es social, pero podemos pensarlo como una “ficción necesaria” para comprender cómo funcionan las sociedades actuales y las formas de subjetividad. Las sociedades actuales ofrecen una enorme gama de objetos y productos, pero a la vez producen mayor frustración en los sectores populares que no pueden acceder a ellos. Vivimos en una sociedad que incrementa la voracidad produciendo fantasías de que el próximo objeto colmará al sujeto. Podemos articular la voracidad con el consumo. Si retomamos al “sujeto-individuo” neoliberal, vemos que consume, pero a mayor consumo parece haber mayor insatisfacción, es decir, no hay placer.