top of page

Renato Cisneros, escritor: “Lo que te define no son tus ideas políticas”

En su último libro, El mundo que vimos arder, el periodista, poeta y presentador peruano ahonda en lo que nos hace verdaderamente humanos, los vínculos, los desarraigos y la migración. “Un país que se abandona es como un miembro que se amputa”, dice en esta entrevista.

 


No es otro libro más sobre la Segunda Guerra Mundial. Aunque ya ha quedado demostrado que la industria editorial se nutre del Holocausto como gancho comercial, este no es el caso. No, porque la nueva obra del reconocido escritor peruano Renato Cisneros va mucho más allá de ese período de la historia universal.

 

De visita en Santiago, el también periodista, poeta y presentador, radicado en Madrid, contó que conoció la historia de un peruano que combatió en la Segunda Guerra y lo que más lo cautivó fue la encrucijada moral que tiene cuando le dicen “tienes que bombardear la ciudad de tu madre”. “Independientemente del contexto bélico, esa es una pregunta llena de complejidades morales que lo llevan a preguntarse a quién debe lealtad y a dónde pertenece”, comenta.

 

Cisneros admite que cuando empezó a escribir El mundo que vimos arder, en 2020, no sabía que se restituiría la lógica de guerra con los conflictos entre Ucrania y Rusia y entre Israel y Palestina. Pero –le comento– quizás justamente este nuevo contexto nos permite profundizar en qué es importante más allá de lo bélico, del patriotismo, de las lealtades.

 

Y es que su libro recorre la vida de personas que comparten nacionalidad, la peruana, y que en diferentes momentos históricos enfrentan la incertidumbre del exilio y el impacto de los conflictos. La degradación humana, los vínculos y la capacidad del ser humano de adaptarse a la barbarie son algunos de los muchos temas de esta novela.

 

—Me llama la atención lo que comentas sobre la lealtad. Hanna Arendt decía que en los conflictos muchas veces los ciudadanos no se detienen a pensar en el impacto que tienen sus acciones. Pero uno de los protagonistas de la novela sí lo hace. ¿Cómo ves esa posibilidad del ser humano de hacerse responsable de un ataque a los demás?

 

—Yo leí mucho sobre la Segunda Guerra para escribir la novela y me encontré con la sorpresa de que muchos de los soldados aliados regresaban llenos de perturbaciones mentales. En Estados Unidos como nunca había ocurrido antes, y como nunca ocurriría después, se levantaron un montón de pabellones psiquiátricos para atender a estos hombres que, incluso habiendo ganado, no podían conciliar el sueño, estaban llenos de pesadillas y más de uno durante la guerra también experimentaba esa deshumanización. Hay un libro que para mí fue fundamental, Sin novedad en el frente, de Erich María Remarque; ahí lo ves claramente, los soldados parten en nombre de defender una patria, en nombre de una serie de valores aparentemente muy nobles, pero rápidamente se encuentran con la muerte, desilusión, su propia deshumanización. Y aunque muchos, tal vez, no logran tener un momento de reflexión en la guerra, otros sí, en la propia experiencia bélica iban dándose cuenta de cómo esta los estaba cambiando.

 

—En Latinoamérica solemos jactarnos de que no estamos en guerra, pero continuamente se usa ese término en la región: “la guerra contra el narcotráfico”, “la guerra contra la mala migración”, “la guerra contra la inseguridad”, etc. ¿Qué paralelismos estableces entre estos conflictos latinoamericanos y los bélicos a nivel mundial? 

 

—Yo antes pensaba que las guerras eran episodios aislados en la historia de una nación, pero mientras escribía la novela fui entendiendo que la guerra siempre estuvo ahí, siempre fue la dinámica de la realidad humana. Will y Ariel Durant, antropólogos estadounidenses, concluyen que solo en 250 años de los primeros 3.500 años de la humanidad no hubo conflictos bélicos. Nuestros países latinoamericanos, por otra parte, están llenos de guerras civiles que han sido invisibilizadas por los historiadores. Yo crecí en un contexto de guerra con el terrorismo, mi padre (Luis Cisneros Vizquerra) fue ministro de guerra, es decir, siempre ha habido –por lo menos en mi experiencia– una preocupación con el conflicto, era un tema recurrente en casa.

 

—¿Y pensando en la novela?

 

—Creo que en la novela las guerras que vive el personaje contemporáneo son muy distintas, están desprovistas de épica, no son guerras bélicas, son guerras internas: él ha perdido casi todas sus batallas y creo que eso es lo que hoy marca al individuo contemporáneo, eso y la migración. Todos los personajes son migrantes en la novela, porque yo quería que los lectores se preguntaran a sí mismos “cuántas migraciones ha habido en mi familia, de dónde vienen mis padres o mis abuelos”, porque solo si somos conscientes de esa información podemos volvernos más empáticos con lo que hoy nos resulta sospechoso, lo foráneo, lo extranjero, sobre lo que muchas veces tenemos una mirada xenofóbica, sin reparar que quizás nosotros también venimos de una experiencia migratoria.

 

–En ese sentido, recuerdo al personaje del taxista radicado en Madrid, Antonio, que dice “da lo mismo el documento que yo tenga, siempre me van a mirar como una persona migrante”.

 

Lo primero que aprendí es que hay distintos tipos de migración. En mi caso personal, la mía había sido una migración muy cómoda, muy privilegiada: yo dejé Perú sin necesidad de haberlo dejado, estaba muy cómodo y quizás por eso me fui, pero aquella fue una migración que no tiene nada que ver con lo que han experimentado la gran mayoría de latinoamericanos que se van porque el país no les ha ofrecido las condiciones mínimas para que ellos se establezcan ahí y le den a su familia un porvenir. Antonio, de alguna forma, representa a esos migrantes que son la mayoría, gente que se fue con la esperanza de encontrar en otro lugar la prosperidad que no necesariamente encontró, pero que no ha perdido del todo su relación con Perú o con su país de origen, ya sea porque conserva memorias, porque tiene una opinión de lo que está pasando, porque necesita estar al tanto de lo que sucede en ese país que ya no se parece tanto al que se dejó.

 

—Es habitar un espacio teniendo siempre en mente otro…

 

—Sí, creo que el conflicto de los migrantes es muy palpable, está siempre en el centro de la experiencia migratoria, todo migrante siempre se hace la pregunta “qué hubiese pasado si me hubiese quedado en mi país”, y eso hace que vivamos dos vidas en simultáneo: la vida que decidimos iniciar en el lugar que nos abrió las puertas y la vida hipotética que habríamos vivido si nos hubiésemos quedado. Creo que es como una vida fantasma que también constituye parte de nuestra experiencia vital. Yo siempre hago un paralelo: un país que se abandona es como un miembro que se amputa, ya no está ahí, pero todavía tienes la sensación de que está. 

 

—Hay algo interesante que ocurre con quienes migran: una vez que eres migrante, eres migrante por siempre.

 

—Total, ese es el efecto inmediato de la migración: eres extranjero en el país donde vives y también te vuelves un poco extranjero en tu país de origen, es como vivir en una suerte de zona híbrida y purgatoria donde la idea de patria, por ejemplo, se difumina con mucha facilidad. Yo siendo hijo de militar crecí con una idea muy solemne de lo que significa la patria: un territorio, el país que tienes que defender, el país donde tienes que hacerte a ti mismo, pero yo siento que hoy la patria se reduce a cosas muy específicas, a emociones o vínculos con nombre propio y no tanto a asuntos territoriales. Las generaciones más jóvenes circulan por el mundo con una apropiación mucho más natural y más genuina de la que tenía yo cuando tenía veinte años. Siento que en la novela también se van difuminando las fronteras mentales: el personaje es peruano, está vinculado a Perú, pero sus vínculos con el país se han deteriorado tanto que incluso se pregunta “¿hasta dónde sigo siendo de este país?”.

 

—Aunque cada vez más personas viajan por el mundo, es distinto ser tratado como turista a ser tratado como migrante. ¿Crees que eso se debe a que tenemos una visión nociva de los conceptos patria, patriotismo, nacionalismo?

 

—Yo creo que hay dos tensiones en el mundo; una busca defender lo que es la idea de patria con un celo territorial –y lo vemos en Estados Unidos, donde pregonan la idea de “América para los americanos”, en otros países de Europa y, sin duda, en América Latina. Pero al mismo tiempo está la otra tendencia que es de mucha gente, no solo por razones turísticas, que está circulando, yéndose de su país antes de lo previsto para estudiar, trabajar. Mi sensación es que esas dos ideas están en permanente conflicto, ojalá sea la segunda la que se imponga, porque la primera solamente nos está llevando a reconocer que el mundo está dividido por fronteras que son convenciones políticas, sociales, culturales, pero que en ningún caso deberían restringir el movimiento por el mundo. 

 

—En el libro, el periodista que toma el taxi con Antonio no quiere conversar con él y en un momento lo reconoce, diciendo “no sé por qué, pero me di el espacio de conversar con esta persona”. Se termina desarrollando una relación de empatía y casi hermandad entre los dos.

 

—Yo creo que el libro también busca colocar esa idea: cuando hay diálogo –incluso cuando las posiciones políticas sean divergentes– este repercute siempre en algo positivo. Hay mucha gente conversando en esta novela y pasan cosas interesantes cuando la gente conversa. Siento que en el mundo nos estamos olvidando de conversar y llegamos a una controversia o una discusión con unos argumentos que no queremos dar, no queremos torcer. Yo creo profundamente en el diálogo y en el diálogo además con gente que no piensa como uno, porque además, al final del día, lo que te define no son tus ideas políticas: te define si eres padre o no, si eres esposa o esposo, si eres un migrante, esas cosas son las que te definen, las cosas que perdiste te definen mucho más que las que ganaste, entonces terminar divorciados o separados por asuntos políticos me parece una pérdida de tiempo.

 

—El libro justamente termina con esa idea de seguir conversando, cuando uno de los personajes le dice al otro “cuéntame más”.

 

—Sí, me gusta que haya diálogo. Incluso mis puntos de vista como ciudadano se ven refutados en la novela. Por ejemplo, las hermanas del narrador tienen una opinión muy crítica de él viviendo en España y me gustó darles esas voz, me gustó construir esa familia de esa forma, porque me lleva a pensar que a lo mejor tienen un punto en esa argumentación. No quiero invalidarlas, no quiero censurarlas, no quiero callarlas, sino  entenderlas. Stephen King dice que uno tiene que escribir con la puerta cerrada y reescribir con la puerta abierta, es decir que cuando escribes hay que pensar en ti y nada más en ti, en tus necesidades, pero ya al corregir debes pensar en que los lectores van a tener una impresión de esa historia y que también el material necesita otras miradas.

 

—Se vincula con lo que dice Juan Villoro: “uno no escribe porque sabe, escribe para saber”.

 

—Sí. Yo creo que uno sale de la lectura lleno de preguntas, más que de certezas o de respuestas. Me gustaría que los lectores se sintieran movilizados a hacer esas preguntas; cuántas violencias produzco yo, a dónde pertenezco, cuánto de migración hay en mi familia, qué entiendo por el concepto de patria y hasta dónde la vida está determinada por el destino, el azar o por la fatalidad. Esa es una pregunta que no he podido responderme: hay veces que creo que el destino marca nuestras vidas y otras veces creo que es la contingencia.

 

—Finalmente, ¿qué pregunta surgió a raíz de este libro y que, quizás, se vaya a ir contestando en tus próximas novelas?

 

—No sé si tengo una pregunta clave que me haya dejado la escritura de esta novela. Tal vez la pregunta es si uno tiene que efectivamente dejar su país para poder encontrar el verdadero sentido de su identidad... Hay veces que pienso que es así y hay veces que pienso que migrar es simplemente habitar el mundo.

 

-

El mundo que vimos arder
Renato Cisneros
Alfaguara, 2023
NOVELA


 

bottom of page