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¿Se puede prohibir la memoria?


Lo más revolucionario que una persona puede hacer

 es decir siempre en voz alta lo que realmente está ocurriendo

Rosa Luxemburgo



Crecí escuchando a mi padre contarme con mucha angustia los dolorosos acontecimientos que rodearon al feroz golpe de estado militar del 55 que derrocó al General Perón de la presidencia del país. Entre esos recuerdos estaban el bombardeo a la Plaza de Mayo, el fusilamiento del general Valle y de otros militantes, la destrucción de las obras de Evita- la ciudad de los niños, hospitales, hogares-escuelas- dedicadas sobre todo a lxs niñxs y ancianxs. A mí me cansaban un poco estos relatos casi diarios, que seguramente dejaron una huella muy profunda en la memoria de mi padre. Pero yo era una niña y si bien entendía el horror de aquello no lograba apropiarme y sentirlo como parte de un pasado en común que también me implicaba.


Recién ahora, que estamos atravesando una situación política similar en nuestro país- un golpe económico y cultural de un gobierno fascista elegido por los votos- y después de más de 60 años de aquellos hechos que marcaron con tanta fuerza a mi padre, puedo sentir-pensar su tristeza, su nostalgia, su rabia, su impotencia. Vuelven a mí imágenes, escenas de mi niñez, que dan cuenta de la atmósfera de represión y censura de aquella época. Muchas veces, mis padres cuchicheaban entre ellos y acercaban sus caras para decir algunas palabras por lo bajo. Eran murmullos cómplices que me excluían. Si lograba escucharlas y las repetía, me recomendaban que en la escuela no las dijera: Perón, Evita, gorilas. Palabras políticas podríamos decir, aunque todas las palabras son políticas. De hecho, las dictaduras se dedican a prohibir aquellas que consideran peligrosas.


Una de las expresiones más nombradas y que yo no entendía era “el que te jedi”. Pasó mucho tiempo hasta que me enteré por Esther Díaz en su artículo Ese sabroso gusto de lo prohibido, que como estaba prohibido nombrar a Perón, la creatividad popular había acordado decir: el que te jedi. En el lunfardo tan común en la época, se invertían las sílabas de la palabra dije (Diaz, 19/07/22). En mi casa también se decía frecuentemente ¡Viva la Pepa! cuando se quería mostrar que alguien actuaba con libertad cumpliendo con su deseo. El artículo de Díaz, menciona esta expresión y la remite a la genealogía que se remonta a la España fascista de posguerra civil donde se prohibió la palabra revolución. A partir de ese momento, la resistencia la rebautizó con la palabra Pepa, de modo que el pueblo gritaba ¡Viva la Pepa! Estos episodios, nos muestran que cuando los gobiernos prohíben palabras, la creatividad popular inventa eufemismos o metáforas para aludir a lo prohibido.

 

En las familias también sucede a menudo que exista una prohibición explícita o implícita a nombrar a alguien que de alguna manera perturba cierto orden emocional para algunxs, creando a veces verdaderos pactos de silencio entre sus integrantes. En la clínica escucho a Malena, trabajadora social de 28 años, que evoca la mirada sancionadora de su madre cuando su padre nombraba en alguna conversación al abuelo materno. A veces, ella llegaba a gritarle: ¡callate! Mientras los ojos se le inundaban de lágrimas. Por muchos años, Malena sintió curiosidad y una sensación de incertidumbre sobre ese abuelo que no se podía nombrar. Un día encaró a su padre a solas y le preguntó: ¿Qué pasó con mi abuelo José? Su papá en voz muy baja le contó que al hombre lo habían asesinado en el pueblo en el cual vivía con su familia, en un episodio muy confuso. Este acontecimiento fue presenciado por algunos de sus ocho hijos, entre ellos la mamá de Malena, que tenía en ese entonces 8 años. Fue tal impacto del hecho que lxs hermanxs hicieron un pacto de silencio y se prometieron no contar a nadie lo ocurrido. Se fueron del pueblo y comenzaron una nueva vida junto a su devastada madre, sin mencionar jamás a su padre y a su final.

 

A partir de conocer esta historia trabajamos con Malena la posibilidad de poder hablar con su madre. Luego de unas cuantas charlas, la mujer le pudo contar a sus hijxs la historia silenciada. Hubo llantos, abrazos y una sensación de alivio para todxs. Los dos hermanos menores de Malena también reconocieron que aquella actitud materna los angustiaba, pero nunca se habían atrevido a preguntar. Como efecto de esta revelación, la joven comienza a asociar este episodio con su infancia y a reconocer sus efectos en muchos aspectos de su vida: miedos, desconfianza, y sobre todo una actitud que califica de compulsiva en su trabajo. Interpreta este silencio sobre su historia familiar con su deseo de saber, al que califica de desmedido, el que la lleva a implicarse demasiado en los problemas familiares de las personas a las que escucha y acompaña en su práctica profesional. Estas marcas que dejó la prohibición de saber, las pudo ir desarticulando para poder liberarse de esa compulsión de saber desmedida con la que había reaccionado al mandato materno de borrar la memoria.


Lo innombrable producto del traumatismo que padeció la madre de Malena siendo aún una niña, se trasmitió a sus descendientes a través de otros lenguajes, como el corporal. A pesar de la prohibición, se inscriben en el psiquismo representaciones que no se constituyen en palabras sino en no-palabras que se manifiestan a través de otros modos de expresión. Ella pudo leer en el cuerpo materno gestos, miradas, emoción, enojos. Signos e indicios de que algo de lo siniestro subyacía a la prohibición de nombrar a su abuelo. Malena recuerda también que en su familia hay muchas cosas que se silencian, como el caso de un tío que tiene otra casa donde vive con otra pareja e hijxs a poca distancia de la familia oficial. Toda la familia lo sabe, pero de eso no se habla en voz alta, sólo se murmura. Tampoco se lo dicen a su tía, que tal vez lo sepa, reflexiona. Secretos y mentiras avalados por la familia patriarcal. La pregunta es cuánto dañan estas prohibiciones y cómo sus efectos se continúan trasmitiendo inconscientemente a las siguientes generaciones.


Aquello que sucede en lo familiar y en lo social se reproduce en lo subjetivo y viceversa. En ambos casos, este silenciamiento, este intento de borramiento de lo angustioso, se produce por mecanismos psíquicos como “la desmentida”. En nuestro país, gran parte de la población votó a un violento que prometió de alguna manera “maltrato para todxs”, ya que anunció ajustes económicos y quita de derechos a los trabajadorxs, bajo la consigna que “primero hay que saber sufrir” para que más tarde llegue la luz al final del túnel del sufrimiento. La bonanza para todxs llegaría después de 35 años, según sus palabras. Nunca imaginé que un personaje de malos modales, que habla a los gritos, que tiene ataques de ira y los dramatiza en los sets de TV, pudiera llegar a la presidencia de la nación. Por supuesto que no podemos interpretar estos hechos solamente desde el punto de vista psicológico, ya que se trata de un acontecimiento político donde se entraman la historia reciente -malos gobiernos, pandemia y aislamiento, pobreza en ascenso, guerras y violencia social en todas partes del planeta- y los cambios epocales que configuran la producción de subjetividades neoliberales.


Yago Franco en su artículo “Amar al propio verdugo”, habla de “una subjetividad negacionista, odiadora, atrapada en las redes sociales por ese odio, mal educada (fallas notables en la comprensión de textos), deshistorizada, fanatizada, en busca de un mesías o de un vengador”. Y agrega que el odio, el desamparo, la desilusión y su consecuencia, la idealización de un líder mesiánico, impiden el pensamiento crítico. De este modo, en una subjetividad en la que está ausente el pensamiento crítico penetra una suerte de catecismo neoliberal sin mayores resistencias. Recetas ya aplicadas en nuestro país y que llevaron al fracaso económico total, pero continúa Franco, esta subjetividad sufre de una suerte de “Alzheimer generalizado” (Franco, 14/12/23).

 

 “Amar al propio verdugo” también representa un interrogante para quienes hace mucho tiempo venimos trabajando con la problemática de las violencias de género y nos encontramos con un agujero negro en las teorías del psiquismo humano, que no nos permite llegar a una comprensión amplia acerca de la dependencia emocional y los sentimientos supuestamente “amorosos” de la víctima hacia el victimario. Es frecuente que después de varias denuncias algunas mujeres se arrepientan y la retiren, volviendo con el violento. Si bien hay factores importantes como el económico/ familiar/ social, a través del análisis del discurso de la víctima, llegamos a percibir que el subjetivo/afectivo es el motivo principal. En estos casos, percibimos como se rectifica el relato donde se mostraban los caracteres de crueldad del violento, para desmentirlos y exacerbar los aspectos positivos: …En el fondo es bueno… cuando se le pasa la bronca se calma… amenaza siempre pero nunca la cumple. Si se me permite la extrapolación al panorama político actual, podemos decir que son las mismas o similares a las expresiones que se dijeron sobre nuestro candidato ahora presidente. Que no iba a cumplir todo lo que decía, que exageraba, que hacía un show… y en el fondo era bueno.


El mecanismo psíquico de la desmentida (Verleugnung) fue conceptualizado por Sigmund Freud, como una reacción ante la angustia. Si bien en un principio Freud estudia la desmentida en relación al complejo de castración, luego extiende su utilización a situaciones donde frente a una realidad que resulta displacentera para el yo, se construyen creencias que desmientan esa realidad insoportable (Freud, 1973). La desmentida se constituye entonces como una modalidad defensiva ante una realidad siniestra. Es la posibilidad de cancelarla en tanto se torna algo insoportable. Este mecanismo psíquico está espléndidamente mostrado en la película ganadora del Oscar 2024 al mejor film extranjero: La zona de interés. Zona de interés es el nombre que le daban los nazis a los campos de concentración. Ya desde el título advertimos el uso del lenguaje que intenta desmentir el horror, en este caso de Auschwitz, el más terrorífico dispositivo para eliminar masivamente a millones de personas, calificadas como “otredades”.


La maestría del cineasta Jonathan Glazer, está en no mostrar ninguna imagen de la guerra o de los prisioneros, sino la cotidianidad de la familia del director e ideólogo del campo, el comandante Rudolf Höss. Esta familia lleva una vida aparentemente apacible, en una casa colorida plagada de bellos objetos de arte, con un jardín repleto de flores y una piscina, desde donde se divisa el muro gris que la separa del campo de exterminio. La existencia de este último sólo se divisa a lo alto, por los techados con chimeneas de humo negro de los hornos crematorios y por los sonidos a veces confusos de gritos, tiros, golpes, llantos. Tanto la familia como algunos visitantes permanecen indiferentes a lo que pasa “al otro lado”, lo que insinúa aquello que conocemos como “banalidad del mal” (Arendt, 2003), la naturalización de la crueldad o la desmentida de la misma. El director al recibir el Oscar expresó que su intención fue mostrar la deshumanización pasada y presente. “Trata sobre el ahora, y sobre nosotros y nuestra similitud con los perpetradores, no nuestra similitud con las víctimas” (Vanegas, 12/03/24). El mensaje de Glazer nos interpela. La “normalización” del mal como algo cotidiano en este siglo XXI, donde el proyecto de exterminio contra quienes se consideran “lxs otrxs” no cesa. Nuestra vida diaria transcurre sin que no veamos o no reaccionemos a tantas violencias de género, raza, clase social y otras, que se desatan contra aquellxs consideradxs diferentes por los poderes del capital y la supremacía blanca. Las toleramos y con ello nos deshumanizamos.


Podemos pensar que el mal se ha banalizado a tal punto de elegir personalidades violentas, psicopáticas, para gobernarnos. Tal vez porque son asociadas al poder, a la fuerza, a la acción, desmintiendo el lado oscuro de quien promete ajustes, niega los medicamentos a niñxs con cáncer, deja sin trabajo a miles de personas, insulta a quienes considera más débiles, no mostrando ningún rasgo de sensibilidad ni humanidad. Muchos varones lo han elegido al candidato porque dicen que “defiende a los hombres”, ya que en varias oportunidades se manifestó en contra del feminismo, a punto de prohibir el lenguaje inclusivo y todo lo referente a la perspectiva de género en toda la Administración Pública Nacional. El ataque no es solamente al feminismo sino a todas las mujeres. Sobre todo, a las trabajadoras, a las luchadoras, a las que se destacan por sus carreras. A las que son audaces y no se someten al patriarcado. Es por ello que desarma “El salón de las mujeres” de la Casa Rosada, sacando los retratos de nuestras heroínas. Es todo un acto simbólico que implica la prohibición de mostrar-homenajear a mujeres sobresalientes en diferentes áreas.


Vanos intentos de negar, abolir, borrar a nuestras referentas. Prohibiciones que como hemos visto, se repiten en nuestra historia cuando los dictadores nos gobiernan. Se cancelan palabras, imágenes, relatos que el pueblo atesora, que guarda para sí. Y tal como pasó tantas veces todo regresará otra vez a su lugar en otra vuelta de la historia, se volverán a colgar los retratos de nuestras ancestras y se pronunciarán las palabras prohibidas. Ningún dictador puede borrar nuestra memoria histórica, nuestro reservorio simbólico que como sociedad tenemos que cuidar y trasmitir a las nuevas generaciones si queremos construir un mundo de paz y respeto que nos incluya a TODES (sin exclusiones).

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Barbarie es un espacio para el pensamiento crítico que acoge diversas y divergentes posturas. Las opiniones vertidas son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan, necesariamente, los puntos de vista de esta publicación.


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