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Un día los románticos crearon el yo (y lo fuerte que pisa siglos después)


Durante mucho tiempo, siglos y más siglos, la humanidad consideró que la vida era una creación de Dios y, que él, como ideólogo y ejecutor de la existencia, no solo dirigía los piolines de la obra universal que transcurría en el mundo entero, sino que también representaba la justicia y una fe inquebrantable. Bajo este prisma, cada quien representaba a un personaje que tenía negada la posibilidad de elegir un autor que delineara su historia -parafraseando al autor italiano Luigi Pirandello-, es decir, desarrollar una manera propia de creer, de pensar, de actuar. La norma (dudo que no haya existido la excepción a la regla) implicaba actuar de acuerdo con un guion predeterminado, absoluto y, por supuesto, sagrado. Hasta que llegó el Romanticismo y trastocó todo.


En el ámbito de la literatura el consenso canónico establece que fue particularmente el movimiento Sturm and Drang el que detonó la idea de un yo independiente. El concepto mismo de subjetividad no hubiese surgido de no haber existido un grupo de pensadores, artistas y científicos que se animaron a pensar por fuera de las reglas invisibles e inviolables impuestas hasta ese entonces. “¿De dónde sacaré mis ideas? De mí, de mí mismo necesariamente. Yo soy, para mí mismo, la base de todos los pensamientos”, escribió el escritor y filósofo alemán conocido como Novalis, cuyo verdadero nombre era Georg Philipp Friedrich von Hardenberg y fue uno de los primeros románticos destacados.


En su libro Magníficos rebeldes. Los primeros románticos y la invención del yo (Taurus, 2022), Andrea Wulf, autora también de La invención de la naturaleza (Taurus, 2016), se sumerge en los primeros pasos de esos rebeldes que posicionaron a la primera persona como un punto de partida desde el cual escribir, reflexionar y reflexionar-se. Primeros pasos que se dieron en Alemania, particularmente en la ciudad de Jena, entre un grupo de libertarios (y no en el sentido en que hoy utilizamos el término) que intuyeron que la individualidad, la unicidad, podía ser el germen de un nuevo mundo, un mundo impensado. La pregunta obvia es porqué ahí y no en otra parte. Digamos que es posible esgrimir varias razones, dentro de las cuales, según Wulf, están las siguientes:

1. En Jena “se consumía más té, café, cerveza y tabaco que en cualquier otra ciudad alemana del mismo tamaño”.

2. La universidad tenía un peso importante: era “el centro de gravedad” de la ciudad.

3. También lo eran las bibliotecas.

4. En ese territorio ocurría, además, algo bien curioso: la gente se enamoraba y rompía sus vínculos pasionales con liviandad y “una cuarta parte de los nacimientos (…) eran ilegítimos”.


En el prólogo de su extenso volumen, Wulf se pregunta: “¿cuándo empezamos a ser tan egoístas? ¿En qué momento creímos tener derecho a ser los dueños de nuestras propias vidas? ¿Cuándo nos creímos con derecho a coger lo que nos diera la gana? ¿De dónde viene todo esto? ¿Nosotros, tú, yo, nuestro comportamiento colectivo? ¿Cuándo nos planteamos por primera vez la pregunta de cómo ser libres?”. Y en más de 500 páginas intenta responderlas a partir de la génesis del Círculo de Jena y de las biografías de sus fundadores.



El Círculo de Jena


Los miembros del Círculo de Jena creían que había que dotar a la imaginación de poder, un poder que residía en la idea de desobedecer las reglas. Como decía Immanuel Kant, “no se requiere nada para ilustrarse, sino la libertad”. Y esa libertad implicaba partir de una hipótesis disruptiva para la época: accedemos a la realidad y al conocimiento a partir de nuestra percepción. Somos nosotros los que imponemos una mirada sobre el mundo que nos rodea, y no al revés. Así, el yo comenzó a cobrar una relevancia notable que continúa hasta hoy con el debate acerca de la literatura del yo (o la denominada autoficción), la construcción a piacere de “la mejor realidad posible”[1] y de identidades varias redes sociales, el narcisismo que puede (o suele) esconderse detrás de la espiritualidad[2] o terapias egóticas que ofrecen la ilusión de la felicidad plena en cuotas.


Magníficos rebeldes habla de un pasado que nos permite comprender el presente. ¿Cómo acercarnos a una interpretación de la actualidad sin entender de dónde viene la necesidad de anteponer el yo frente al nosotros o al ellos/as? ¿Por qué ese giro en la concepción del sujeto fue clave para la historia? ¿Es nuestra generación capaz de hallar el equilibrio entre la libertad y la solidaridad?


Más allá de la reflexión teórica y crítica sobre el Círculo de Jena y sus implicancias actuales, el libro de Wulf tiene un bonus track narrativo: puede leerse como una novela. Entre sus páginas hay historias de amor y rencor, vínculos complejos y debates existenciales: todo lo que una buena trama debería incluir.



Magníficos rebeldes: los primeros románticos y la invención del yo de Andrea Wulf. Taurus, 2022, 592 páginas.


Más libros para explorar la idea del yo en la literatura:

-La mente ausente, Marylinne Robinson (Fiordo, 2022).

-La máquina autobiográfica, Daniel Saldaña París (Los libros de la mujer rota, 2019).

-Maestras de vida. Biografías y bioficciones, Manuel Alberca (Pálido fuego, 2021).

-La huida de la imaginación, Vicente Luis Mora (Pre-Textos, 2019).




[1] Este concepto desarrollo en mis libros Más que un cuerpo (Aguilar, 2014, en coautoría con Mónica Katz) y Desmuteados (Akadia, 2021). [2] Interesante la postura de la franco-israelí Eva Illouz respecto del consumo de la felicidad como estado mágico y del tratamiento comercual de las emociones en la sociedad actual.


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