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Un poema de amor, Matías Rivas


Los que pertenecemos a la Generación X tuvimos como educación sentimental una cinematografía que hoy sería imposible exhibir por corrección política bien o mal aplicada. Bitter moon de Polansky sería impensable hoy en día. Cuando se acaba el milagro del sexo, cuando se acaban los juegos, las perversiones se encargan del resto de la fiesta. Hasta que llega la resaca brutal, las pequeñas sobras y miserias de lo que alguna vez fue la parte hermosa de la relación, que está fuera de cuadro en estos poemas.


Actualmente, el cuestionamiento del amor de pareja heterosexual alcanza casi niveles de boicot. Por eso este libro es audaz. Si romper la lógica de la pareja heterosexual es una manera de acceder a alguna conquista de género o incluso de especie, es posible. Pero quienes quieran optar por el amor de pareja heterosexual no deberían ser considerados poco menos que una especie de fascistas. Me imagino que todas las opciones pueden convivir y ser celebradas ritualmente en conjunto, de alguna manera.


Las conquistas implican ampliar el mundo y no hacerlo más estrecho y lleno de obstrucciones incómodas. Lo que hacen estos poemas en ese contexto es exponer abiertamente la relación heterosexual y el dolor que trae naturalmente adherido. Todos nos enamoramos un poco de ese dolor, pero el hablante pareciera gozar con (el retrato de) ese dolor y los pequeños malestares, hipocondrías y resacas del sentir. Se proyecta como un viejo melindroso, expone su misantropía. No hay lítote, atenuación ni cromatismo alguno. Todo es seco, sin ambigüedades y en su estructura profunda, católico y penitente, creo yo.


Voy a intentar decir algo que creo importante: el habla certera de la clase dominante, la prosa planchada y sin aristas ni matices, con rotundez, con mayúsculas a principio de verso y prepotencia se vuelve contra sí misma en estos poemas quizás como el amor de pareja se vuelve contra sí mismo. Comedia del anciano violento. Auto boicot.


Prepotencia verbal de clase dominante, claro, pero de rara avis, sin embargo. Porque ser poeta u hombre de letras en el mundo de los ultra ganadores y dueños de la pelota es de perdedores, de maricones o de estudiantes pobres que leen marxismo con mala luz en una pieza gris o en pedeéfes escaneados. Por eso el hablante es hasta desclasado por momentos. La literatura, además, es de gente que resiste (o sea de chorxs). Señala que a sus ex amigos les va estupendo en los negocios pero sus novias culean con el vecino. Al hablante en cambio, sí le interesa el tema de la pareja y el amor, con todos sus sinsabores. Los celos lo hacen mierda pero preferiría ese infierno a que le mientan. Está enamorado de su realidad. Pasea al perro sabiendo que esos súper ganadores lo miran como alguien que cedió en la vida y el amor. Pero él los desprecia el triple.


En el sexo y en el poema, sabemos bien, no sirve el esmero. No se puede “querer enamorarse” o buscar el poema como sabueso, no funciona así la cosa. El esmero es lo opuesto al poema y al amor. Y como dice en otro de los buenos libros que han aparecido últimamente, de la poeta Ashle Ozulevic, el esmero del sobre riego o sobre protección puede pudrir un árbol. La imagen insoportablemente kitsch de regar el árbol de la relación para que no se seque.


No hay esmero acá porque se nota que estos poemas son casi exabruptos, salieron con violencia quizás para ver con distancia y de manera narcisa los momentos de esa relación. Están escritas las escenas, ahí queda la evidencia de los poemas, ya pasaron. Todo cicatriza y hasta el clonazepam abandona su rastro en el hígado y borra para siempre, afortunadamente creo yo, algunas escenas de la memoria. Y este libro es el álbum con la constancia de esos momentos.


Los poetas esmerados que parece empresas de sí mismos provocan lástima y desprecio, la misma lástima que da quien quiere ser amadx pero hay cero respuesta de la contraparte. El esmero, la obsesión chilena del poeta nacional, la ridícula obsesión con el premio Nobel o con cualquier medalla, lo mismo sean amateurs o cinturones negros. El esmero da asco.


Un poema de amor mal escrito es algo horrendo, el mal gusto se torna incluso embarazoso, quizás por eso la opción o lo que salió fue de hablar con un malestar y cierta violencia. Yo habría agregado unos poemas de amor propiamente tales, cristalinos, porque me parecen una prueba de fuego para un poeta.

Volvamos a esas películas francesas y polacas en donde íbamos, ex profeso, a sufrir en masa en la oscuridad de la sala de cine viendo el espejo de nuestras relaciones intensas que estrujábamos infringiendo y auto infringiéndonos daño. La búsqueda del poema y el amor eran un calvario: infidelidades, abortos, adictas y adictos, lectores insomnes, idealización de ciertas lecturas mal digeridas. Y luego sufriendo al leer Madame Bovary cuando se la culea un hijo de puta sin corazón aprovechándose de la búsqueda de esa mujer que éramos nosotros. Sufriendo con Isabelle Huppert y Juliette Binoche. Poniéndonos como hombres en la piel de esas mujeres. La onda era ir al cine a ver una especie de espejo. Algo como eso se aprecia en estos poemas: “Prefiero el suplicio de los celos/a que me mientas como a un profesor”. Nada más lejano a la moda actual de evitar el dolor teniendo mascotas o relaciones “amplias” como dicen con orgullo los adoles que no han tenido golpes de estado en sus corazones impecables como sus manos que sólo conocen el teclado del notebook. Las relaciones intensas son rechazadas por las generaciones actuales que proponen la levedad, el amor vegetal, y sus inventos para no sufrir como el famoso poliamor, cuyos resultados aún no están evaluados pero que probablemente serán un fracaso como el amor libre de los sesenta, un intento fallido de inventar maneras de amar sin dolor, pero en donde se sufría lo mismo porque las y los desalmados, egoístas y frescxs de siempre se salen siempre con la suya. La plata habla. Los feítos y feítas quedan fuera de la fiesta y los gurus chamullentos y barsas seleccionan su harén.


La lectura de este libro coincidió y rimó con volver a ver en este invierno parejas besándose en la calle. No veía esas escenas desde hace mucho tiempo. Y eso, probablemente como al hablante de este libro, me llena de alegría.




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