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Foto del escritorLuis Roca Jusmet

VOX : Una política del resentimiento


Hay que entender bien lo que representa Vox en España. No es una opción fascista porque no tiene un proyecto totalitario. Ni siquiera es neofranquista, lo cual implicaría el proyecto de volver al sistema franquista. Vox no tiene proyecto. Nadie se toma en serio que pueda ser una alternativa de gobierno. Como máximo puede gobernar un pequeño municipio. Esto lo sabemos todos. Ni siquiera la antipolítica, no es una forma de antisistema.


Lo que Vox representa es el resentimiento. Por esto es transversal: es el resentimiento del padre sin autoridad, del macho impotente. Es la voz de los hombres que pierden su lugar de poder en la familia y en la pareja y solo saben reclamar el viejo patriarcado o el hombre autoritario


Es la voz del privilegiado que ve peligrar su chiringuito: los militares de la vieja escuela, los curas de la iglesia más integrista, los jueces más casposos, los policías más represivos.

Es la voz del españolista que se siente agraviado por los nacionalismos periféricos.

Es la voz de todos los que tienen miedo de perder lo mucho o lo poco que tienen, que se ve amenazados por extranjeros...

Es el resentimiento, del que Nietzsche nos enseñó mucho: el más venenoso de los sentimientos de la impotente. El que quiere pero no puede. Nada bueno trae nunca el resentimiento. Porque el resentimiento (esto nos lo enseñó Spinoza) es odio y el odio aparece cuando consideras a un otro imaginario causa de tu tristeza: el extranjero, la feminista, el progre, el comunista, el separatista...


Pero yo conozco bien, porque lo viví en mi infancia y adolescencia, este universo que idealiza Vox. El de la normalidad franquista: el mundo asfixiante de la familia tradicional y del autoritarismo en todos los ámbitos. Y su lado oscuro el suicidio de las mujeres que no soportan su maltrato cotidiano, las chicas violadas y los chicos humillados por las pandillas de matones de turno, los niños violados por los curas pederastas, los homosexuales apalizados.


Todo lo anterior da al fenómeno Vox una dimensión síntoma más universal.


Pero Vox está muy vinculado a algo específico, que es un imaginario social de una parte de la sociedad española. Un imaginario muy antiguo, que se consolidó en el franquismo, pero que es anterior a él. De hecho es el que creó el caldo de cultivo favorable al golpe de Estado de Franco.


Vox ha dado voz a este resto, a este murmullo del que solo algunos sectores marginales del Partido Popular eran portavoces coyunturales. Pero no el partido. El de la España de los caciques, la Iglesia más integrista, la familia tradicional, la legión, los toros Un imaginario muy cutre con el que muchos continúan identificándose. Que hace que, por ejemplo, en Barcelona, lo voten en los barrios más ricos y más pobres. Aunque en Cataluña hay una realidad específica que es que sectores obreros provenientes hace década de las zonas más pobres de España (Andalucía, Extremadura, Murcia...) se sienten desprotegidos frente a la hegemonía nacionalista catalana, hacia la que la izquierda había hecho muchas concesiones


Vox es la degradación de la política. No es una alternativa de las clases dominantes pero les resulta útil. Porque degradando la política solo quedan gestores y militares para administrar los intereses de los ricos. Las clases altas tienen sus representantes políticos. Básicamente el PP. En el País Vasco con el PNV. En Cataluña fue CiU y ahora falta el complemento nacionalista del PP.


La política, ya lo dijo Maquiavelo, debe ser republicana, es decir, el instrumento de los pobres para protegerse de los ricos. Hoy diría que es el instrumento de las clases subalternas para conseguir un Estado de derecho. Hay una desafección política.


La izquierda debe apostar por la política, para hacer efectivo un Estado de Derecho. Ha tenido dos fallos importantes que ha permitido crear el caldo de cultivo para dos tipos de resentimiento. Uno el creado por toda la ofensiva del nacionalismo periférico vasco y catalán. La izquierda española ha sido incapaz de no ceder a este discurso y de ofrecer un proyecto alternativo para España al que ofrecía la derecha, que se convierte en la única defensora de la lengua común y de la idea de España como nación. La segunda no haberse centrado en propuestas sociales y realistas para sectores empobrecidos, con existencias precarias, que a falta de salidas solo alimentan el resentimiento.


Luis Roca Jusmet

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