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Zambra y el problema de la repetición o la creación del padre

Terminé de leer el libro “Literatura Infantil” de Alejandro Zambra y, después de haber pasado por unas cuántas otras novelas del mismo autor, creo que preferiría quedarme con esas otras. Pienso que tuve esa experiencia a propósito de ser el libro de un escritor ya leído y muy distinto hubiera sido si lo hubiera leído como el primer libro de Alejandro Zambra que pasaba por mis manos. Pero no fue así ni es este el punto que vengo a proponer como resonancias de lectura. De todas maneras, como libro, no deja de ser un libro bastante entretenido.


Ahora bien, en este libro, con algunos cuentos, poemas, narraciones, etc., Zambra expone lo que se entiende es su vida como padre primerizo y el encuentro no sólo con esta criatura hijo que le interpela sino la pregunta respecto de sus propias nociones de lo que es un padre a propósito de transformarse en padre.  O, más bien, de lo que es irse transformando en eso que pudiera considerarse es el “estar siendo un padre”.


En muchos puntos me parece que se trata acá de un “papá ñuñoino”, si me disculpan la expresión. Preocupado de los libros que leerá su hijo, el relato y las memorias que le legará hacia el futuro, la forma de manifestarle el cariño y él mismo encontrarse con su sensibilidad respecto de la imagen de este niño. Pero hay que rescatarle un gran punto, independiente de esa crítica a lo que pudiera ser una sensibilidad de clase quizás poco extendida en otros sectores de la sociedad. Y es lo que dice relación con el problema del cómo se enseña el ser padre: “Mientras a las mujeres les transmitían a sus hijas el asfixiante imperativo de la maternidad, nosotros crecimos consentidos y pajarones y hasta tarareando Billie Jean. Nuestros padres intentaron, a su manera, enseñarnos a ser hombres, pero no nos enseñaron a ser padres” (p. 16).


Zambra arma lo que está contando, se entiende, con su padre como pivote. Un padre lejano, sin muchas “habilidades” (como gustaría decir a cierta psicología), al que le es más fácil ser padre de niños ajenos que lograr situarse como padre de sus hijos. En ese sentido el ocupar ese lugar de padre para un hijo no está asegurado por la herencia biológica o genética que se tenga. Algo ocurre en el nivel de la elección o, como dirá el autor, “la biología nos asegura un lugar en sus vidas, pero igual ansiamos que nos elijan como padres. Que alguna vez digan esta frase tan maravillosamente rara: mi padre fue mi verdadero padre” (p.19).


Es en ese sentido el padre que describe Zambra parece ser uno que no está muy preocupado por llegar a ocupar ese lugar. Se es padre porque se tuvo un hijo y ya está, pensaría. Lo cual no es la lógica que va tejiendo el autor respecto de esta pregunta que atraviesa el libro.


No quiero dejar pasar la incomodidad y hasta molestia que me generó en algún punto esas preocupaciones del autor respecto de su hijo y su paternidad, mientras leía mi libro en una micro camino a un lugar periférico de Santiago a trabajar con hijos y padres que pudieran estar a años luz de esa pregunta porque son otras las necesidades materiales que les aquejan quizás. No obstante, también puedo pensar, que la molestia que se me generó no es más que la respuesta a que en algún punto es en efecto una preocupación personal por la pregunta sobre una paternidad diferente a la vivida, que también creo que me interpelaría como le  interpela a Zambra si llegase mi momento. Creo que es importante no desconocer el lugar desde donde se piensa y se habla.


Pero vuelvo al punto que me trae a esta reflexión: No hay transmisión sobre la paternidad, pudiera leerse entonces gracias a este libro. Hay repetición. Y no me parece tan extraña esa idea a la luz de que el mandato familiar no tan antiguo decía que la vida era para casarse, trabajar y tener hijos. Casarse, trabajar y tener hijos. Casarse, trabajar y tener hijos. Y no, no está en la triada el ser padre. Porque tener hijos y ser padre no es lo mismo.


Desde aquí pude preguntarme ¿qué padre se puede demandar a ocupar un lugar de padre cuando sólo tenemos hombres formados por otros hombres? Y extiendo esta pregunta a propósito de la conversación con un amigo con el que hablamos sobre este tema -con quien trabajamos por allá por ese otro Santiago donde iba en mi micro-: ¿qué padre le demandamos a esos hombres que han tenido un hijo cuando hablamos de “habilidades”? ¿Se podrá resolver meramente desde la psicología o las ciencias? ¿desde qué lugar se les demanda “habilidad parental”?¿Qué se desconoce en el encuentro con esos padres y sus hijos entre instituciones, profesionales, intervinientes e intervenidos?


En este libro de Zambra se puede leer el conflicto al que nos enfrentamos en el momento en que surge la pregunta, en el mejor de los casos, si ser un padre de repetición u otra cosa. Y en este momento es que algo sucede en el libro que pudiera permitir una re lectura una vez terminado. Zambra va hablando de ese tránsito que elige realizar entre lo que significa empezar el camino de “no quiero ser como aquello que conocí” y “qué es esa otra cosa” que pudiera llegar a ser él para su hijo. Y Zambra lo hace. No es nada espectacular, no es un big bang que revolucione el ritmo del libro, no es un momento de gran revelación ni para el lector ni para el autor. Es una creación, pequeña, casi imperceptible, pero de la cual no hay otra igual a ella ni dentro del libro ni fuera de él. Es una creación singular. Ya no se es padre de repetición sino de creación. Inventa con su hijo un pequeño juego de una palabra -que no les contaré acá cuál es para no caer en el spoiler- que es, como puedo leer, el momento en que el autor se instituye como un padre para ese su hijo.


Hay que reconocerlo, es bella la manera en que con mucha ternura Zambra va desarrollándose él en este problema. No estoy seguro que sea evidente pero hay bastantes elementos que permiten proponer esta lectura. Hay padres de repetición y padres de creación. Hay padres que supieron serlo y otros que no. Hay padres que estarán para sus hijos e hijos que con su padre al frente jamás lo encontrarán. Porque de todas maneras, como esa pequeña palabra que crean padre e hijo, probablemente después de unos años podrá escucharse que significa cosas distintas para cada uno y al fin y al cabo no sea una vez más el reflejo de la insalvable posibilidad de que las cosas no calcen ni cierren, no obstante sigue siendo un punto de subjetivación.


Para quienes trabajamos desde el psicoanálisis pudiera leerse en este libro el desarrollo, no de la idea de que el padre está muerto, sino de la idea de que para que exista un padre este debe estar tachado. Ahí reside su potencia subjetivante y creadora.


Se le podrá criticar al libro que no hay mucho de madres en él. Que es auto referente. Que repite el royo que viene repitiendo desde hace un rato en otros libros. No se le puede criticar lo entretenido de la escritura. Pero se rescata, de este libro y su autor, la valentía de un hombre que con su historia se lanza a la odisea subjetiva de instalarse allí como un padre para un hijo: “la literatura le ha cedido a la autoayuda casi todo el espacio reflexivo que la paternidad requiere” (p,17). En este punto, el autor le ganó un poquito de terreno a la autoayuda y sí también a la mera repetición. 



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