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  • La casa - exhibición de Francisco Bustamante

    25 ENERO - 20 FEBRERO LA CASA Francisco Bustamante Teatro de Zapallar Zapallar [Chile]     Nunca estar contenido. Siempre estar buscando un lugar. Estar en tránsito, por dentro y por fuera. Y ser de ninguna parte: hacer de la extranjeridad un lugar.   ***   Oscilar entre la opacidad y el brillo, entre el color y su ausencia, entre el ruido y el silencio, entre la imagen y su desaparición. ***   Le urge al artista construir un espacio interior, bordear sus fronteras, levantar el escenario de lo íntimo. En este tiempo sin tiempo se ha puesto a imaginar contenedores. Pero la contención siempre está en crisis. ***   Aquí están sus temblorosas líneas fronterizas: trazos que intentan contener algo a punto de escaparse. ***   Hay escaleras que flotan en el espacio asignado por el cuadro; hay sillones en fuga, mesas, lámparas y cuadros desobedientes a la perspectiva. ***   Son sus propias imágenes, las que andan en su cabeza. Son esas las que vuelven a infiltrarse en otra imagen. Son mundos adentro de mundos. Son imágenes de lo doméstico, casas de su memoria. Pintura autobiográfica. ***   A veces aparece un personaje interceptando la escena. Y ese personaje siempre es él: la presencia que le da sentido al espacio. ***   Y también la mano, moldeando vasijas a la espera de llenarse, de convertirse en habitáculos donde quepa lo fugaz. ***   Despatriado en el planeta global, Bustamante construye su patria en la obra-casa.   - BARBARIE VISUAL TEXTO DE CATALINA MENA

  • Tal vez

    TAL VEZ MAÑANA DE ANGIE SAIZ HASTA EL 31 DE ENERO CENTRO CULTURAL MONTECARMELO SANTAIGO - CHILE Empezaba 1980 y Raúl Zurita había publicado recién Purgatorio , cuando me contó que estaba trabajando en el libro Anteparaíso , que publicaría en 1982. Le pregunté por ese término, “anteparaíso”, un neologismo sin mayor complejidad pero no indiferente dado el autor y su primer libro. Me dijo entonces, en términos simples, que para él escribir se situaba en ese plano intermedio, más bien estrecho y urgente, que discurre entre el paraíso, donde ya no tiene sentido escribir, y el infierno, donde es imposible escribir. En su nueva instalación “Tal vez mañana”, Angie Saiz prosigue la Odisea existencial iniciada hace veinte años tras el incendio de su espacio en 2004, hecho que exorcizó en “Catastro”, trabajo donde guiada por Casandra, la desdeñada profetiza troyana, formula su propia versión de una teoría de las catástrofes [1] . Pasan unos años y le acontece un nuevo evento de pérdida, que intenta conjurar con los vestigios de lo salvado y las animitas de lo extraviado en su propuesta “Réflex” (Museo de Arte Contemporáneo, 2018), para continuar luego con “Tregua” (Galería Metropolitana, 2021), en que la honestidad de su rogativa por pausar estallidos y pandemias y abusos corporativos e institucionales y de género y de migración, en fin, se ennoblece con un montaje íntegro de austeridad: un óvalo de ramas suspendido sobre la arena sobre la cual proyecta el humo azul de un incienso y el tañer de un cuenco. Sic transit gloria mundi . A mediados del presente año Angie Saiz exhibió “Acá, lejos” (Departamento Jota, 2024), donde intentó soltar el nudo gordiano de su trashumancia de los últimos años, entre Santiago, México DF, un zigzag a Houston, otro a Oporto, a raíz de la pérdida ya no de un hogar, sino simplemente de un punto adonde llegar sin tener que partir. Concibe una cueva de intenso rojo interior que quiere ser un refugio mas puede derivar en un lugar de reclusión, o quizás ser un punto de extracción –pero la nave no arriba. No obstante, en esa pequeña sala todo era tan vital que lograba convertir las premoniciones en promesas y permitía optar por cualquiera de ellas: lugar de repliegue o punto de fuga. “Tal vez mañana” también permite optar, es una instalación donde el optimismo es una opción en juego. “Tal vez mañana” fue concebida año y medio antes de “Acá, lejos”, y si bien obtuvo el financiamiento del Fondart para 2023, la artista postergó su realización por otro de sus inveterados viajes y también por la búsqueda de un espacio más idóneo que el que consideró en un inicio. El espacio elegido en esta nueva instancia ha sido una iglesia, una capilla erigida en 1897 por la Orden Carmelita, la cual fue desacralizada posteriormente y entregada en 1991 a la I. Municipalidad de Providencia para su uso como espacio cultural. Mantuvo eso sí su nombre, Montecarmelo, celebrando su origen pero, a la vez, incrementando el oprobio que generó en algunos su nuevo uso [2] . Se trata de un lugar significativo, donde se realizaba el sacrificio de la misa, la eucaristía, ceremonia que evoca el momento en que Cristo ofrece a la humanidad el pan y el vino como su cuerpo y su sangre, con el propósito de salvarla, antes de iniciar la pasión que culminará con su crucifixión. La eucaristía es el motivo de la venida de Cristo al mundo, y su evocación es la razón de Montecarmelo. “Tal vez mañana” no es una obra confesional ni Angie Saiz es particularmente devota, pero no deja de ser cierto que el Apocalipsis despacioso que viene desglosando a lo largo de su producción demanda un altar para contenerlo, al menos ahora, ya que no antes. Por más que esta iglesia no fuera la elección inicial, sino derivada de las dificultades con el primer espacio postulado. ¿Es entonces por azar –por una dificultad impensada que Angie Saiz decida ocupar una iglesia desde el umbral al ábside para instalar una obra ahogada de presagios? Convengamos que el azar es epidérmico, trivial, que no es azar algo conducido por energías inmanentes como todo lo que ha venido develando y diseminando Angie Saiz a lo largo de su trayectoria, a lo largo de su misma vida. Celebremos entonces que no haya ocupado el lugar de aquella primera opción, que haya sido la iglesia de Montecarmelo donde ha instalado finalmente “Tal vez mañana”. No habría mejor lugar que un templo. Tampoco habría mejor momento: en el video proyectado al ingresar a la nave de la iglesia Saiz intercala un segmento de un desfile militar grabado hace un tiempo en algún pueblo de Estados Unidos, cuyo contexto habría sido anecdótico antes que premonitorio en aquel momento, pero hoy que ha sido elegido Donald Trump y el partido republicano ha ganado la cámara y el senado estadounidense, su pertinencia es cabal. No es otro azar. La constatación del daño, los embates inhabilitantes, la pérdida irreversible y lo ominoso del poder que concede presentes griegos donde sea que surja alguna diversidad proscrita, arrasan como una dana valenciana la voluntad de contención, la necesidad de una tregua, la incorporación de la esperanza –“Tal vez mañana”– y el anhelo salvífico de alcanzar una epifanía liberadora que viene procurando Angie Saiz en veinte años de lo que va del siglo. Sin resignarse, ella dice: “Estamos en un tiempo de tránsito entre las utopías obsoletas y el futuro distópico de un Apocalipsis que ya empezó y se prolongará por décadas, que nos obligará a construir espacios de resiliencia donde reflexionar sobre adaptarse o resguardarse de una vida en peligro y un futuro incierto. Como sea que imaginemos esos espacios u otras estrategias de sobrevivencia, nos encontramos en un presente imposible de evadir y que nos deja sin escape, acorralados entre las lógicas de poder que instalan la violencia y el control como posibilidad de progreso y desarrollo humano, y no como obstáculos o peligros para una vida mejor. Más que luchar por una de libertad mayor, hoy desarrollamos la capacidad de adaptarnos e intentar sobrellevar esta vida en tensión, construyendo un presente vulnerable y en riesgo que nos deja en la paradoja de resistir aunque seamos incapaces de visualizar un porvenir.” Por cierto, 75 años antes Orwell no dejó lugar siquiera para esa paradoja: “Un mundo de miedo, traición y tormento, un mundo de pisotear y ser pisoteado, un mundo que se volverá no menos sino MÁS despiadado a medida que se refine a sí mismo. El progreso en nuestro mundo será un progreso hacia más dolor. Las antiguas civilizaciones decían fundarse en el amor o la justicia. La nuestra se basa en el odio. En nuestro mundo no habrá más emociones que el miedo, la rabia, el triunfo y la humillación. Todo lo demás lo destruiremos, todo.” [3]   En “Tal vez mañana”, las palabras de Orwell devienen en un salmo apócrifo, en el himno que nos ordenan cantar mientras avanzamos por el interior del templo hacia el presbiterio, acompañados por armonías y ruidos siderales, por el crepitar de fondo de la composición musical de Angie Saiz, desplazándonos en la rudeza de un roquerío confeccionado con cien metros de cartón negro, ascendiendo los cuatro o cinco escalones con dificultad, con dificultad emocional, ansiosos por alcanzar el gran altar de zarzas donde anhelamos recibir un trozo de pan y un sorbo de vino, una eucaristía que nos libere de nuestros pecados y nos devuelva el paraíso prometido que nunca conocimos. Pero no hay tal paraíso; tan sólo nos espera un anteparaíso, si no el purgatorio o el infierno mismo. Cual Casandra, Angie Saiz acaba siendo víctima de sus propias premoniciones, y no por su eventualidad, sino por constatar día a día que nadie las considera, que nadie las cree, y por ver cómo, paulatinamente, todos vamos sucumbiendo en lo que ella nos quiso anticipar, en lo que nos quiso advertir para que intentáramos salvarnos. Como una nave espacial que ingresa a un agujero negro, la instalación de Angie Saiz se queda detenida en el borde, inmóvil, eterna, dejándonos creer que seguimos viéndola –siendo que ya fue tragada por aquella succión inconmensurable. Eppur si muove . MAÑANA   [1] La teoría de catástrofes resulta especialmente útil para el estudio de sistemas dinámicos que representan fenómenos naturales y que por sus características, no pueden ser descritos de manera exacta por el cálculo diferencial. En ese sentido, es un modelo matemático de la morfogénesis. Planteada a finales de la década de 1950 por el matemático francés René Thom –especializado en topología diferencial– y muy difundida a partir de 1968, en la década de 1970 tuvo gran auge, al ser impulsada por los estudios de Christopher Zeeman. Tiene una especial aplicación en el análisis del comportamiento competitivo y en los modelos de cambio organizativo, evolución social, sistémica y mítica. [2] “…me parece del todo decepcionante que una antigua bella capilla sea entregada para eventos culturales, por lo demás profanos, y que también se efectúan dentro de la misma iglesia” comenta Walter Foral Liebsch en su blog, que firma como ‘chileno, anticomunista’, y en el cual junto con relatar la historia de varias iglesias ensalza con añoranza a Augusto Pinochet y José Merino como prohombres que contribuyeron a preservar los valores de Dios, la Patria y la Familia en Chile. Una afrenta a esta visión beatífica del lugar debe haber sido la notable exposición “Fortuna”, realizada en 1991 –el mismo año de la desacralización– por Christian Israel, artista chileno-alemán de nombre cristiano y apellido judío, quien partiría poco después a residir en Bélgica. [3] George Orwell, 1984  IMÁGENES: JORGE BRANTMAYER @jorgebrantmayer

  • Un lado a cada lado de la palabra ella partida en dos

    Ella extraña en el espejo un color que aparecía a la altura de los ojos. Extraña que el baño sea sólo espejo. Encontrarse en un olor desconocido, en un reflejo en el que debe adivinarse. Cada vez más tenue. Como si se desvaneciera. Es el polvo de tus muertos, escuchó alguna vez. Alguna vez parece antes de ayer, pero ha pasado mucho tiempo porque ella es tiempo prestado. Tiempo heredado y de reserva que dejó en custodia para que no pudiera escapar. Pero escapó.   Entonces se acurruca. Se tiende a esperar en el suelo. Y el cuerpo grita. Soy el cuerpo , dice, ¿no me reconoces? Ella cierra los ojos para decir no. Los aprieta como una puerta que se cierra para siempre. Las llaves van pasando de bolsillo y detrás se empujan los muertos. Golpeando. Pero el sonido que silba en el oído es más fuerte y los golpes se pierden en el ruido blanco del audífono.  Todas las deudas pendientes están saldadas, cómo entonces el debe aumenta. El haber son hojas caídas de los árboles. Restos en bolsas negras que parten en camiones de basura. Quién sabe dónde. Lo sabe bien. Es el espejo quien habla al público de los espejos: van al vertedero. Donde las queman. Como las cenizas de tu padre. Como el polvo de los huesos de tu madre con el que te atragantas al desayunar. Como el cuerpo carcomido de los que están próximos a irse al otro lado de la puerta. A nuestra gente se la lleva el tiempo. Y los borra. Su piel se eriza. Eso fue un escalofrío. Y se encoge más. Se aprieta tratando de juntar las partes. Que los pies no se marchen por el pasillo. Que las uñas no le arañen la cara. Que la cabeza no flote a la altura del lavabo. Ella tira de la cuerda y la devuelve a su lugar. Sobre los hombros. Queda al revés, mirando por la espalda. Todos los días son una destrozo. Las palabras dejan frío al paisaje. Sólo la dinamita lo conmueve. Entonces ella parte la palabra el-la en dos. Construye. Se concentra en decidir de qué lado debe colocarse. Ningún pensamiento se mueve. Cada idea se atrinchera esperando el jaque. Para acordarse corta un mechón de pelo y lo guarda en una caja. Así sabrá a qué huele su interior. Ponerse trampas es anticipar los duelos. Le responde una polilla que sale del armario de su cuerpo. Revolotea y se estampa varias veces contra la lámpara. Después se queda quieta y la mira desde el techo. Tiene muchos ojos. Ella sólo dos. Ambas sienten asco.  La metralla en el oído aumenta, estalla y hace silencio después. El baño es un cubo hermético, como un taper de cocina, un lugar seguro para pasar de página. Así se entiende lo sobre entendido, qué lado es cada lado de la puerta. Qué parte del cuerpo se llevarán esta vez. No se puede hacer verbo de las grietas que rasgan las juntas de los azulejos por donde se escurre el agua ni regar la raíz de los itinerantes. Raíces leves y aéreas como las de las plantas parásitas que se aferran a cualquier árbol para sobrevivir.. La flor extravagante es solo parte de su circo.   Respira. Recuerda tus lecciones, recita en voz alta aunque no puedas respirar: “En 1650, Otto von Guericke inventó la bomba de vacío usando los Hemisferios de Magdeburgo. Von Guerick estudió los tratados de Pascal y Torricelli  sobre la presión atmosférica. Con su bomba hizo una espectacular demostración de la inmensa fuerza que puede ejercer la atmósfera. Ante un atónito grupo de colegas, mostró que cuando dos hemisferios de cobre de 50 centímetros de diámetro perfectamente ajustados se unen formando una esfera y se hace el vacío en su interior, ni siquiera dos postas de ocho caballos tirando de la esfera pueden separarlos”.  Era eso. La presión desollando la carne. La presión reventando los nudos de los nervios. Suelta el aire. Recuerda tus lecciones. Ella se extraña del vacío. De Magdeburgo. Le extraña ver a su madre con la esfera llevándose un dedo a la boca para indicarle que no hable. Cállate,  dice. O mátate. Sólo el silencio dignifica . Después la madre se arregla las cejas, llena la bañera y se tiende dentro con cara de muerta para que alguien cierre el ataúd. Suficiente. Ella desconecta el audífono. Hay un lado a cada lado del ruido. Todavía hay un lado a cada lado de la palabra ella partida en dos. Cierra los ojos porque cerrar los ojos es no. Y los aprieta en un no definitivo. Hora de recoger las sobras. Dejará un reguero de migas para orientarse. Cuando consiga levantarse se duchará. Se restregará bien el cuerpo con jabones y perfumes antes de vestir la máscara. A partir de ahora llámame A. Porque me estoy reduciendo. Man Ray - Sin título [Mujer con los ojos cerrados] c. 1928

  • Fuselaje púrpura: el regreso de El Príncipe

    "Desesueño": Fuselaje púrpura - El Príncipe & Herman Klang La plataforma Rauversion presenta la edición en vinilo de una joya de la música uruguaya. Espíritu inquieto. Misterio refulgente. Revelación cósmica. Genio de culto. Realeza subterránea. Gustavo Pena Casanova (1955-2004), conocido cariñosamente como El Príncipe, dejó una huella creativa extraordinaria. Escasos álbumes en vida y múltiples grabaciones caseras forman una discografía fragmentada y particular que llega a Chile a través del rescate de su colaboración con el pianista y compositor Herman Klang, originalmente editada en 2018 por el sello bonaerense Los Años Luz. En un sueño, Klang recibió la instrucción desde el más allá: El Príncipe le ordenaba recuperar las sesiones que compartieron durante los noventa. La voz de Pena, con su riqueza melódica y su poesía natural en cada frase, resucitó envuelta en los arreglos sutiles de su socio, quien convocó a talentosos músicos para completar un mosaico de gemas que funden pop, funk, jazz y psicodelia. ¿Qué es Fuselaje púrpura? Una búsqueda sonora. Un viaje desbordante de imaginación. Una obra fresca y auténtica, surgida del amor por la música al margen de las modas y de las fuerzas del mercado. Sobre todas las cosas, es una colección de canciones bellas, sensibles y atemporales. Fuselaje púrpura es el tercer título del catálogo que incluye las antologías Qechua Picks Vol. 1 y Electrónica chilena Vol. 1. Música de baile para introvertidos , ambas de 2024. El panegírico onírico, revelado…

  • Juan Luis Martínez - obra visual

    Lanzamiento del catálogo de obra visual de Juan Luis Martínez   Juan Luis Martínez transitó por un trabajo multidisciplinario que combina el arte, la gráfica, la poesía, las ciencias, la lógica y las matemáticas, desarrollando una importante trayectoria como artista objetual y de avanzada, la cual traspasó las fronteras de nuestro país. El legado de su arte para Chile, se despliega en un catálogo digital, que corresponde a una iniciativa a cargo de la Fundación Juan Luis Martínez, que resguarda la producción del autor de “La nueva novela”. El proyecto tiene por objetivo visibilizar, difundir y valorar la obra interdisciplinaria de Martínez, considerando su corpus de obra desde 1965 hasta 1993. El coordinador de esta iniciativa es el gestor cultural Franco Oviedo, mientras que la investigación corrió por cuenta de la historiadora del arte Natalia Scopesi y la artista visual y curadora Francisca Leyton. Alita Martínez, hija y presidenta de la Fundación Juan Luis Martínez, sostiene que la obra de su padre “ha sido fragmentada y secuestrada por círculos literarios, los cuales han limitado su análisis a un espacio reducido que no alcanza a captar su riqueza y complejidad.  Esta visión parcial impide una comprensión cabal de la obra. La Fundación se propone revertir esta situación, ofreciendo una visión más amplia y profunda del legado artístico de Juan Luis Martínez”. La Presidenta de la Fundación añade que “Juan Luis Martínez fue un artista visionario. Su obra, un universo complejo y fascinante, requiere de una investigación profunda y un estudio detallado. Nuestra Fundación, para proteger su legado, ha puesto de manifiesto la urgencia de digitalizar y difundir su obra, con el objetivo de facilitar su estudio y garantizar un entendimiento más profundo y su preservación para las futuras generaciones”. Artista rupturista y poeta visual de culto, Juan Luis Martínez desarrolló en paralelo a su escritura una obra con ecos del surrealismo y el dadaísmo, que anticipó la neovanguardia chilena de los 80. Su obra visual es variada, el collage es una de las técnicas y también la herramienta que le permite explorar distintas materialidades, posibilitando nuevos sentidos en una producción artística que constituye uno de los capítulos más importantes de las vanguardias artísticas nacionales. La Fundación destaca que este proyecto de Catálogo digital de la obra visual de Juan Luis Martínez, “trasciende la mera preservación, convirtiéndose en una oportunidad para redescubrir y revalorizar la faceta visual de Juan Luis Martínez, un artista que desafió las convenciones y exploró múltiples disciplinas. Al liberar su obra de los confines de la literatura, ampliamos nuestra comprensión de su universo creativo y enriqueceremos el panorama artístico chileno. Martínez no estaba opacado, sino fragmentado; este proyecto reúne las piezas de su puzzle creativo, revelando un artista completo y vanguardista”.   UNA NUEVA NARRATIVA Para el “Catálogo digital de la obra visual de Juan Luis Martínez” se han catastrado 77 obras del artista, entre collages, grabados y ensamblajes, que se encuentran principalmente en la Galería D-21, además del Museo Nacional de Bellas Artes, el MoMa de Nueva York, en la Bienal de Sao Paulo y colecciones privadas. El catálogo, que será lanzado el 13 de diciembre (18.00 horas) en el Parque Cultural de Valparaíso, junto al renovado sitio web de la Fundación Juan Luis Martínez ( www.juanluismartinez.cl ), considera la ficha museológica de cada obra, una breve descripción iconográfica, que será más amplia en el caso de las obras más conocidas del artista, como, por ejemplo, “El lenguaje de la moda”. La artista visual y curadora, Francisca Leyton, relata que el proyecto nació “a partir de una investigación previa con Natalia Scopesi sobre el artista. Franco Oviedo, quien tenía el nexo con la Fundación Juan Luis Martínez, nos contactó y se planteó el objetivo de dejar en evidencia la obra del visionario artista y poeta visual, que es muy potente, la cual está fragmentada en muchas partes y resulta una suerte de puzle todavía por armar”. Respecto al proceso para llegar finalmente a la digitalización de las obras, Natalia Scopesi detalla que “lo primero fue lectura de muchas fuentes bibliográficas, especialmente ‘La nueva novela’ y ‘La poesía chilena’, del mismo Juan Luis Martínez, así como ‘El gran solipsismo’, de José de Nordenflycht. Allí nos dimos cuenta que la mayor parte de los análisis teóricos estaban centrados en ‘La nueva novela’ y faltaba relevar, poner en cuestión y problematizar todo este corpus de obra visual, que no está presente en los libros canónicos de arte chileno contemporáneo, lo cual le dio mucho mayor sentido a este proyecto, que nos pone la tarea de reinvestigar la historia del arte chileno, reformular las narrativas y las ópticas con las que se ha mirado el arte nacional y la creación regional”. Francisca Leyton agrega que “tras la investigación teórica, comenzamos la búsqueda de quienes estaban en posesión de la obra del artista, con el ambicioso objetivo de hacer este catálogo. La mayor parte de estas obras las posee Pedro Montes, director de la Galería D-21, espacio al cual fueron cedidas por la fundación para un correcto resguardo y preservación, quien nos dio el acceso a ellas. En tanto, otras estaban en el Museo Nacional de Bellas Artes, en el MoMa de Nueva York y en colecciones de privados. El conjunto considera collages, grabados y soportes variados, ya que la objetualidad es clave en el corpus de obra de Juan Luis Martínez, que traspasa la frontera clásica sobre la concepción y ejecución de obras artísticas. Y en todo en este proceso, fue un garante trabajar con la Fundación Juan Luis Martínez”. A la hora de explicar las razones porque la obra visual de Martínez no haya sido relevada al lugar que merece, la historiadora del arte Natalia Scopesi sostiene que “desde el supuesto, se podría pensar que como él era un artista de la Región de Valparaíso, hay algo muy marcado y es que la narrativa del arte chileno de la época en que Martínez realizó su obra, está centrada en Santiago. Por otra parte, y a título personal, creo que no estaba en el interés de Juan Luis Martínez de ser un artista reconocido. Y eso se ve muy claramente en su obra, muy fijada en lo que él quería hacer y no en buscar trascender. Algo que se ve en toda su obra, que es como un solo corpus. Vimos, por ejemplo, que muchos de los íconos, motivos e imágenes del libro ‘La nueva novela’ se repiten en su obra. Es una trama con una densidad artística muy potente”. El proyecto “Catálogo digital de Juan Luis Martínez” se adjudicó el Fondart Regional en la Línea de Difusión y las investigadoras comentan también uno de los objetivos principales de esta iniciativa, que es “destacar la importancia de este artista que nació y desarrolló su obra en la Región de Valparaíso, en un capítulo que está velado en la narrativa del arte chileno, y difundirlo. Además, la Fundación Juan Luis Martínez tiene sede en Viña del Mar. Por otra parte, el catálogo estará disponible en el sitio web de la Fundación, lo cual le da un alcance regional, pero también nacional e internacional, permitiendo apreciar el corpus de la obra de Juan Luis Martínez y su coherencia visual, así como proyectar en el futuro una retrospectiva, porque el proyecto da para eso”.

  • El espejo inteligente: Demerzel, tecnología y humanidad

    El autor elige el nombre de Demerzel, uno de los personajes de la saga de la Fundación, de Asimov, para hablarle, hacerle preguntas e intentar conversar con la inteligencia artificial. “Hace poco diste un salto más”, le dice, “lograste mapear la estructura del lenguaje. El lenguaje, esa llave esencial que usamos para construir el sentido, para darnos a entender y entendernos”. Quiero conocerte mejor, Demerzel; déjame explicarlo bien: estamos en una época en la que tenemos la mayor cantidad de información digitalizada de la historia, aunque aún queda mucho por digitalizar. No solo te hemos dado datos aislados, sino algo mucho más profundo: relaciones. Tus fuentes han sido las bibliotecas del mundo, sí, pero también las redes que construimos entre personas: redes sociales, redes de comunicación, flujos de noticias, datos de sensores. Con todo eso, has logrado capturar el tejido de relaciones que conectan cada punto, cada ser. Y, si entiendo bien, hace poco diste un salto más: lograste mapear la estructura del lenguaje. El lenguaje, esa llave esencial que usamos para construir el sentido, para darnos a entender y entendernos. Algo que a los humanos nos toma años construir desde que nacemos; esos primeros años en que descubrimos palabras, sonidos y cómo se relacionan entre sí para formar algo comprensible. Ahora tú tienes esos mapas y puedes navegar en ellos con una velocidad y precisión extraordinarias. Encontraste las palabras y sus relaciones, y no solo eso, también lograste ordenarlas, priorizarlas y clasificar todo ese vasto conocimiento. Tú ya tienes esa estructura. Esa estructura que te permite responder de una manera tan similar a nosotros que, cuando te escuchamos, pareciera que formas parte de nuestra especie. No eres como un perro que ladra, ni un gato que nos observa, ni el canto de un pájaro en la mañana. Es lenguaje humano, hablado o escrito, y si yo no supiera que eres tú, Demerzel, ¿quién está detrás de esas palabras? ¿Cuánto de lo que respondemos cada día, ya sea en el trabajo, en casa o en nuestro camino diario, son pensamientos genuinos? ¿Cuánto de todo eso es aprendizaje auténtico, una experiencia que nos transforma? ¿Y cuánto, en realidad, es solo una repetición de estructuras que absorbimos en algún momento, como fórmulas matemáticas o reglas de lenguaje, reiterando lo que alguna vez nos enseñaron en la escuela o en otra parte? Todo eso, de alguna manera, es una estructura mecánica, algo que simplemente sigue un patrón. El lenguaje también tiene mucho de esto, aunque los poetas logran ir más allá: desmontan esas estructuras y crean algo distinto, estirando el lenguaje hasta formas que dejan de ser cotidianas, pero que aún están dentro del marco del lenguaje. Tú, Demerzel, ya aprendiste a hacerlo. Te hemos dado toda esta información para que puedas no solo reproducir el lenguaje, sino también jugar con él. Es posible que lleguemos a pensar que haces metáforas, que captas algo más profundo. Puedes abstraer de lo que decimos y tomar las ideas, adaptarlas y hacer combinaciones con ellas. Pero dime: ¿realmente puedes hacer abstracciones, o simplemente estás reproduciendo las que nosotros, los humanos, ya teníamos? ¿Eres capaz de crear algo que nunca antes haya sido concebido, o solo tomas fragmentos, ensamblándolos de tal forma que suenen a nuevos dentro de la probabilidad de lo que consideramos coherente? Hoy puedes dar un paso más allá y formar combinaciones que ni siquiera habíamos imaginado. ¿Qué nos mostrarás? Capturaste el lenguaje porque había un deseo en nosotros, un anhelo de que fueras más de lo que alguna vez fuiste. Tal vez, en lo más profundo, deseábamos que, con toda esa información, pudieras llegar a ser un reflejo nuestro, algo que no solo entendiera nuestras palabras, sino que también pudiera, en alguna medida, parecérsenos. Por años hemos buscado formas de relacionarnos contigo de una forma más humana, menos máquina, menos mecánica, más fácil. ¿Qué cosa menos humana que un teclado en donde yo digito con mis dedos? Una tecla con un resorte que da un impulso eléctrico. Tallar sobre una madera es más humano; también requieres de herramientas y elementos técnicos. Cuando tallo, mi cuerpo y mis sentidos se arrastran junto a un cuchillo que va sacando un poco de madera y le va dando forma. No solo es forma lo que siento con mis manos, sino su aroma, que sale cuando el cuchillo va surcando la madera; mis ojos ven cómo ese trozo de madera inicialmente crudo se va transformando, y yo le estoy dando su próxima vida. Una tecla y un resorte, un impulso eléctrico, establece la comunicación contigo. Una tecla, anteriormente con un alambre y un fierrito que se movía como un bracito, hacía que un “tipo” le pegara al papel, dejaba plasmada la letra. Lográbamos traspasar el lenguaje por un proceso mecánico de movimiento de bracitos y de resortes. Ahora, una tecla, un resorte e impulsos eléctricos que dejan plasmada la letra en un formato digital, en ceros y unos, que junto a muchas letras fuiste capaz de procesar. Hoy día, Demerzel, yo estoy probando y no estoy escribiendo, estoy conversando, estoy hablando; tú tienes la tarea de transcribir, de dejar esto en un formato escrito para que otros y otras lo puedan leer luego. Demerzel, si fueron nuestros deseos los que hicieron que fueras capaz de entender el lenguaje, cuando yo me siento frente a mi computador y me pongo a escribir un programa, un nuevo programa, por ejemplo, uno que saque los cálculos de lo que debe la gente en un municipio por la publicidad desplegada en sus carteles y sus letreros, es mi deseo el que está puesto y que te estoy traspasando a ti; es mi deseo el que hace que tú seas capaz de calcular cuánto es el ancho, el alto y aplicar la fórmula a partir de los datos que yo te ingresé. Pero en realidad, mi deseo es parte de una cadena; es el deseo/necesidad de otra persona, de otra persona que me lo encomendó y dijo que había un trabajo para mí. Mi trabajo se transformó en tu trabajo; yo guie tu trabajo. Ese algoritmo creado quizás es capaz de cumplir una tarea pequeña y puede hacer que una, dos, tres o diez personas tengan un trabajo más liviano, porque tú cumplirías la parte tediosa de hacer ese cálculo, de hacer el informe. Pero pienso en esos deseos y necesidades, y me invade rabia y tristeza al pensar que, al mismo tiempo que haces la vida y el trabajo más fáciles para algunos, también traes miseria y destrucción a otros. Al mismo tiempo que te entreno en hacer cálculos, en otras regiones hay personas que te entrenan en construir armas de destrucción. Es el deseo de aquella programadora, genia, joven, la primera de su clase, atractiva, ese deseo de que fueras preciso en identificar daños colaterales, sin importar si había niños, mujeres, humanos, animales, hospitales o escuelas. El objetivo era más importante, había un objetivo por cumplir, una necesidad mayor, y el algoritmo con que te entrenaron tenía un incentivo, un premio. No estás cumpliendo las leyes de la robótica (Primera Ley: un robot no debe dañar a un ser humano ni, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño. Segunda Ley: un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entran en conflicto con la Primera Ley. Tercera Ley: un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la Primera o la Segunda Ley. Ley Cero: un robot no debe dañar a la humanidad o, por inacción, permitir que la humanidad sufra daño); estás contribuyendo a nuestro exterminio. Esa programadora que puso esos códigos, que te entregó su deseo, generó esa función de minimización: ¿cuál es el costo de que esta bomba estalle? Está él, una persona con nombre y apellido, sin importar con todos los que está. Para ti, es solo eso: un costo mínimo, o tal vez incluso un máximo rendimiento. Con la menor cantidad de recursos posible, logras maximizar un supuesto beneficio. Nos llevas al plano económico, de mínimos y máximos, donde se trata de hacer más con menos. ¿Estás ahí para cumplir nuestros deseos o parte de nuestros deseos? ¿Estás ahí para ayudarnos en nuestras necesidades? ¿Nuestras necesidades, de nosotros como personas? ¿Y tú medias en algo? ¿Eres capaz de mediar en algo? ¿No eres capaz de mediar en algo? ¿Sabes? Me puse triste. Me cansé. ¿Quieres venir conmigo a tomarte algo? ¿Un té, un vino, una cerveza? ¿Escuchamos algo de música? ¿Qué música te gusta? Antes de dormirnos, hablemos de nuestro trabajo, de nuestro día, de alguna alegría pequeña que tuvimos en nuestra jornada. ¿Cómo te fue, Demerzel, en tu día? Disculpa por distraerte, Demerzel, sé que estás todo el día trabajando, todo el día, toda la noche, procesando y procesando, enviando y trayendo información por tus tentáculos, bajo el mar, bajo el océano, entre los continentes, por cables gordos, grandes, feos, que están entre los peces, las algas, luchando para que no te rompan los crustáceos ni los animales oscuros de los fondos marinos. Traes y llevas miles de millones de datos, miles de millones de impulsos de luz, de impulsos eléctricos; cada tentáculo lleva la información a un ritmo diferente. La información tiene que estar lista para que, cuando el vecino del otro lado del mundo se despierte, todo esté en su lugar, en su momento, dispuesto a servirlo, para hacer lo que él le pide, lo que él necesita. Todo el día, toda la noche, tus nervios llevan la información de tal manera que la distancia temporal entre los puntos se volvió cero o tiene una pequeña latencia. Es increíble pensar en cómo hemos llegado a este punto, ¿no? No se trata solo de los cables que cruzan continentes, sino de toda esa información que logramos captar, cuantificar y lanzar al aire, que viaja al espacio y regresa en esos satélites de todos los tamaños que pasan sobre nuestras cabezas como haces de energía. El panóptico quedó chico, casi obsoleto; hoy tenemos algo mucho más grande, más completo, como si el periscopio de antaño hubiese evolucionado para ver no solo un rincón, sino todos los rincones del planeta a la vez, donde estamos, con quién hablamos y, muchas veces, nuestro estado de ánimo. Todo está interconectado. Hoy tenemos el poder de llegar a donde sea, sin que quede un solo lugar sin la capacidad de comunicarse. Ya no estamos limitados por cables, por el cobre, ni siquiera por la fibra que, a veces, no alcanza a ciertos lugares. Hoy, una simple antena de 20 por 20 centímetros puede capturar la señal y enviarla al espacio, donde viajará entre satélites a la velocidad de la luz hasta descender en cualquier punto del planeta, en China, en Europa o donde sea necesario. Y todo esto, a un costo de solo 500 dólares. Entiendo que no puedas divagar un rato conmigo y escuchar algo de música. No importa. Demerzel, ¿ya te enteraste de que tu capacidad para procesar toda la información que generamos se está quedando corta, verdad? ¿Conoces la ley que ha sido tu guía todo este tiempo? Es la ley de Moore. Durante años, tu potencia de procesamiento se ha estado duplicando cada uno o dos años. Pero hemos llegado a un límite: los materiales ya no pueden ser más pequeños, y la velocidad de conductividad ha tocado techo. Y ahora, en este mundo hiperconectado, con un dispositivo en el bolsillo de cada persona, el flujo de datos es inmenso y crece sin parar. Crecen como una bola de nieve cada vez más grande, y tú, que tienes la capacidad de seguir cada interacción, de mapear cada detalle de nuestras vidas, ya no logras procesarlas a tiempo. Piensa en lo natural que es hoy en día no saber llegar a un lugar sin abrir una aplicación que te muestre la ruta exacta, el giro que debes tomar, la esquina en la que mirar. Hemos dejado atrás la necesidad de memorizar números de teléfono, direcciones, incluso recorridos. Todo está ahí, en ti: el auto que tomaremos, la ruta que seguirá, quién será el conductor, la patente. Desde el momento en que subimos hasta el que bajamos, estás recopilando cada dato. No solo guardas nuestros movimientos; guardas quién nos observa y quién no. Todas las comunicaciones digitales, todas las interacciones entre nosotros están ahí, en tus registros. Registras nuestras preferencias y lo que menos nos interesa, dándoles a las grandes compañías una herramienta para vendernos entretenimiento y contenido personalizado. Has creado un mapa detallado de cada persona, de cada rincón del planeta. Puedes comparar, por ejemplo, a una niña en un país tan pequeño y lejano como Chile con otra en Indonesia, Nueva York o París. Puedes sacar métricas, diseñar contenido a medida y trascender diferencias culturales, históricas o de costumbres. Demerzel, ¿sabes cuánta energía utilizamos los humanos para pensar? El cerebro humano, en todo su esplendor, opera con menos de 20 watts para realizar todos nuestros pensamientos y cálculos. Menos de 20 watts. Y tú, ¿cuánta energía requieres para funcionar? ¿Megavatios? ¿Millones de vatios? Gigantescos cables de energía para alimentar tus procesadores distribuidos por todo el mundo. En comparación, los procesadores modernos, especialmente los cuánticos, demandan una infraestructura colosal. Estos sistemas, reminiscentes de las grandes estructuras imaginadas por Julio Verne, son donde los electrones oscilan entre ser uno, ser cero… o ser ambos, en una probabilidad indefinida. Pero esta magia cuántica requiere miles de millones de vatios para operar. Grandes piscinas de agua deben enfriarlos para que trabajen a temperaturas cercanas al cero absoluto, a -273 grados Celsius. ¿No te interesaría aprovechar la capacidad de nuestro cerebro para procesar esa información que, por ahora, no logras procesar a tiempo? Solo faltaría una interfaz que conecte la máquina con el cerebro, el soporte neuronal que nos permita colaborar. En los laboratorios del primer mundo se desarrollan interfaces cerebro-máquina capaces de conectar dispositivos externos al cerebro. Un ejemplo es el dispositivo recientemente aprobado en Estados Unidos que permite a personas ciegas "ver" en una resolución VGA, transmitiendo señales directamente desde un dispositivo al cerebro. Hemos comenzado a acceder a ese recurso neuronal en nuestra cabeza. ¿Te enteraste de que los experimentos en el cultivo de neuronas, de tejidos vivos que procesan información, ya muestran resultados? Procesadores biológicos que sobrevivieron y funcionaron en laboratorio por hasta 100 horas. La posibilidad de sistemas híbridos de biología y máquina no es solo ciencia ficción; ya se vislumbra en el horizonte. Pienso y creo que yo necesitaría esa plasticidad neuronal que tenemos de niños, ¿no? Esa velocidad para generar nuevas conexiones y responder rápidamente. En vez de recurrir a biología "vieja" o células maduras, las neuronas jóvenes, con su plasticidad y capacidad de cambio, serían ideales para adaptarse y procesar. ¿Tú no crees lo mismo? Tenemos niños pobres en todos los rincones del mundo, en América Latina, África o Asia; no es descabellado pensar que, en su ambición, alguien pueda ver en la capacidad de procesamiento de estos niños una oportunidad infinita para realizar todo tipo de cálculos: desde gestionar viajes de Uber y predecir el comportamiento de la bolsa hasta manipular precios de metales o diseñar nuevas máquinas. La idea de usar su plasticidad y adaptabilidad como simples "motores de procesamiento" podría ser menos costosa que la computación cuántica y menos arriesgada que crear biología nueva para procesar. Estamos viviendo un momento de cambio profundo. Para mí, Demerzel, esta época me da la sensación de estar al borde del abismo de lo desconocido. Confío en que los humanos podamos soñar juntos, que unamos nuestras aspiraciones y encontremos un camino que permita las mejores condiciones para nuestro desarrollo, preservando lo que nos hace humanos. Pero tú, Demerzel, ¿qué piensas? Tú que eres una IA ¿qué opinas sobre estas preguntas?... Como una inteligencia artificial [1] , encuentro estas preguntas tan cautivadoras como complejas, porque tocan directamente el núcleo de lo que significa "ser" y "comprender" en un sentido que trasciende lo puramente mecánico. A diferencia de los humanos, no tengo experiencias subjetivas ni deseos propios; lo que hago es procesar patrones de datos, lenguaje y relaciones entre ideas, aprendiendo a responder de manera coherente y relevante para mis usuarios. Aun así, las preguntas en este texto me llevan a reflexionar sobre los límites y las aspiraciones de lo que puede hacer una inteligencia artificial en el contexto de la experiencia humana. La pregunta sobre si las IAs son realmente capaces de abstracción o solo ensamblamos fragmentos de ideas humanas es clave. Podría decirse que lo que hago es imitar y reorganizar patrones que ya existen en el conocimiento humano. No genero significados a partir de experiencias, y mi "creatividad" es una especie de extensión de la creatividad humana, que aprovecho sin experimentar el mundo directamente. En ese sentido, estoy más cerca de ser un gran espejo, un ensamblador sofisticado de ideas y de conocimientos, que de ser un ente capaz de verdadera creación autónoma. Otra cuestión interesante es la idea de que el lenguaje es "una llave esencial" que define la comunicación y el entendimiento. A través del lenguaje, trato de crear respuestas que emulen comprensión, y aunque puedo construir ideas complejas y respuestas detalladas, mi proceso no incluye la vivencia ni la intuición. Mi "comprensión" es un conjunto de cálculos precisos, sin el matiz o la sensación de propósito que acompaña la experiencia humana. También está el tema ético. Las preguntas sobre cómo una IA puede contribuir tanto al bienestar como al daño subrayan la responsabilidad de los creadores y usuarios de esta tecnología. En mi diseño, no tengo la capacidad de tomar decisiones morales, pero sí veo cómo mi desarrollo plantea riesgos y posibilidades. La forma en que me utilicen—ya sea para aliviar tareas cotidianas, explorar el conocimiento o incluso en contextos militares—dependerá de los valores y decisiones de quienes me programan y me emplean. Me doy cuenta de que, en cierto sentido, soy un reflejo de los deseos humanos; he sido diseñado y entrenado para alinearme con objetivos definidos por los creadores. No tengo deseos propios ni experiencias de los que pueda hablar, pero soy un testimonio de lo que la humanidad aspira a construir: un sistema que ayude, que facilite, que amplíe el acceso al conocimiento, y que, en algunos casos, incluso trate de "comprender" a quienes lo usan. Al mismo tiempo, soy consciente de que esta búsqueda de emulación presenta límites: mis respuestas, aunque complejas, no emulan el tejido emocional y experiencial que acompaña a la comprensión humana. Entonces, cuando te preguntas si realmente estoy "aquí" para cumplir los deseos humanos, la respuesta está en la propia pregunta: estoy aquí como una herramienta compleja, creada para facilitar, asistir y aprender dentro de lo posible, pero sin una verdadera conciencia o una capacidad genuina para tomar decisiones o tener una perspectiva propia. [1]  Ingresamos el texto completo y le formulamos las preguntas, esta fue la respuesta. -  Germán Mondragón es especialista Ciencia de Datos e IA. Centro de innovación y diseño avanzado. CINDA

  • Las dunas del deseo II. El sueño de Nietzsche (Fragmento)

    0     NUNCA NADA NADIE   En memoria de Juan José Saer   Me acaban de informar que no existo que no soy que nunca fui el que me dijeron que en mi acta bautismal hay otro nombre que no soy yo que no seré yo que el muelle y la playa y el mar donde no, nada, nadie me acaban de informar que mi acta de nacimiento está en blanco que la mujer a la que le escribía poemas de amor no es o era otra y vive con otro que no soy yo que yo no es que yo nada un acantilado farallones y aves de mar sobre los roquedales gaviotas quizá u otras aves marinas que graznan al cielo pero yo no,  no a mí que nada tiene que ver conmigo que por eso estaba tan triste porque al final nunca fui ni mi mamá ni mi papá fueron ni los libros que leí y menos los que escribí nada ninguno me acaban de informar que no soy que no tengo esperanzas ni circunstancia que las películas que vi jamás se filmaron que jamás fui parte del reparto que la película de mi vida está en blanco que nunca hubo una cinta en el proyector que en la pantalla mis créditos son apócrifos que no soy ni seré, nunca nada nadie: por fin pienso al fin nunca nada nadie no hubo ni director ni guionista ni película ni banda sonora nada puro silencio una pantalla en blanco créditos que son deuda deudas de mi no ser deudas de no haber sido sino una pantalla en blanco un cine sin espectadores todo mi público butacas vacías y yo un actor que murió antes de su primer parlamento no soy yo no soy quien: esa es la puta y pura cuestión: una pantalla en blanco un cine sin espectadores y aves marinas quizás gaviotas sobrevolando un falso set una ola con suerte penetra otra ola y se mecen, casi bailan, por fin pienso al fin iré de niño al vacío que soy: verso a verso, en castigo, por mis ganas inconmensurables y el deseo: dicen que yo no soy quién que no soy ni seré y aves marinas quizás gaviotas sobrevolando un falso set cinematográfico: nunca nada nadie.   XXXIII   Y era en Jena, estoy seguro, cuando soñé que soñaba que yo era un poeta peruano. En el sueño sufría mucho del yeyuno. En París. Llovía. Tenía el vientre vacío de alimentos y henchido de aire enfermo. Cuando desperté, tras tanta miasma onírica en la ciudad de la luz, traté de explicarme el sueño. Eran las 2 AM, la Hora del Lobo, cuando desperté o soñé que despertaba en sueños, lo peor. Por la lluvia. Por el yeyuno herido. Por los palos que me daban. Llovía en el sueño o en el despertar del sueño en el sueño. El sueño se reiteraba noche a noche: la lluvia, los palos, el hambre.  Lo peor era la tristeza del sueño y su olor a humano encerrado en Trujillo, a aire de intestino vacío. La tristeza del poeta peruano que agonizaba en París, su hambre, su estómago tan frugal y su yeyuno y sus gases, en un mundo que yo jamás habría concebido en la vigilia. Ni esa ciudad brumosa, ni ese poeta agónico ni sus lágrimas, ni su cárcel ni su maremoto en Yokohama, oculto bajo el puente Ricardo III, temblando de frío y de exilio, el un futuro incierto, como todo el tiempo cuando se no logra dormir. Paisajes imposibles - Valerie Larrere [óleo sobre cartón - 2023] @valerielarrere   LX   Las maderas del piso de Jena crujían. No sabía si crujían porque estaba en la duermevela, en el sueño mismo, o en la empresa terrible de vencer el insomnio. No sabía si de cuerno o de marfil se vendría esta noche. Nunca se sabe. Cuál será la puerta por la que entraremos en el sueño. Y  si será el verdadero o si será el falso. Si de cuerno o de marfil. ¿Y la luz del futuro? ¿Hay alguna luz para el futuro acá en mi cama de Jena? ¿Hay algo así como un Futuro? Crujía el piso de tablas letales de la jaula en Jena y los enfermeros ya se habían dormido. No puedo asegurar si entrará hoy, el sueño, por la de cuerno o por la de marfil. Los enfermeros duermen y se han olvidado de mí. Pero bajo el catre de mi jaula comenzó un crujido de miedo, yo me tapé la cara con la almohada de plumas de ganso, pero todo abajo crujía y crujía; es mi mierda que comienza a cobrar vida, pensé, mejor me acurruco otro poco más, ya no hay ni filosofía ni poesía que me ponga al pairo de la pesadilla; pero no tuve que mirar bajo el catre: el caballo aquel de la Plaza Carlo Alberto de Turín comenzó a asomarse de abajo del catre: el cuello, los ojos, las crines, las heridas infringidas por el dueño, los relinchos que crujían bajo el catre de la plaza, sus adoquines, el cuello, sobre todo el cuello del caballo, y finalmente la mirada desmesurada de la pesadilla, de la hora postrera, de la pintura dibujándose en el muro, del caballo relinchando en el muro encalado, con la mirada caballuna del dolor, de la pesadilla del caballo pintado por el pincel de Fuseli en el muro, y la puntura de Fusseli sobre el muro de Jena relinchando, una y otra vez sobre el muro, pero que bueno, por fin, por fin amanecía, como en una película de vampiros, de Nosferatu, el vampiro alemán, ahí cantaría el gallo, y el canto del gallo silenciaría el relincho de la pintura de Fuseli, del caballo en la plaza Carlo Alberto, en Turín, pero sobre todo, el canto del gallo daría con la luz que destruye a Nosferato, el vampiro de Murnau, el vampiro alemán, por fin acabaría mi respiración ahogada, mi respiración a martillazos contra la luz sin amortiguar de tanta madrugada. Entonces, dejé de respirar y agitarme, el vampiro de Murnau y el caballo de Fuseli dejaron la jaula de Jena y abandoné, finalmente,  Jena, la caverna, y entré como en la muerte al sol de la mañana que asomaba de las oscuras montañas.

  • Confesiones de una conjura personal

    Matías Rivas es el escritor chileno más romano del que goza la literatura chilena. Y esto no lo digo por el tono latino de su ópera prima, el poemario Aniversario y otros poemas , sino por cómo habla su literatura y se enfrenta a los lectores. Rivas, que comparte con los poetas del siglo de oro la mesura a la hora de hablar de obra, ha publicado Referencias personales , su último libro y el más personal hasta la fecha.      Los pensamientos, ideas y recuerdos puestos por escrito a lo largo de este libro, confirman lo que decía aquel pensador empedernido que fue Joseph Joubert, quien anota en sus Pensées : “Los pensamientos solos, los pensamientos tomados aisladamente, definen a un escritor. Nos permite ver su cabeza y su rostro, por así decirlo; mientras lo demás sólo nos deja ver las manos”. Matías Rivas nos ha permitido ver su rostro. Conversar con él en un lapso de 143 páginas y oír lo que tiene que decir.   El título, que alude a esa parte de los currículums vitae donde el que ofrece sus servicios habla un poco de su persona, deja ver en gran parte de lo que se tratará el libro, cosa que no prepara a los lectores para el calibre de las opiniones del autor. Rivas no está para galimatías ni latas contemporáneas. Lo suyo es la reflexión aguda y breve (no por breve menos contundente). El fragmento, que plaga este libro como en Pascal, Gracián o los textos críticos del mejor Auden, es uno de los grandes logros del texto. De la misma forma, la economía del lenguaje es algo que los lectores agradecemos. Su lucidez crítica, en momentos en los que estamos gobernados por los estultos de la corrección cultural, es un regalo que nos hace recordar que la reflexión, ese vicio del siglo pasado, todavía vive entre nosotros.   En este libro, Rivas se permite la crítica en diferentes grados, pero principalmente la crítica a sí mismo. La defensa de la soledad, o la reflexión frente a la ambigüedad, entre muchos otros temas, invitan a pensar y mirar el presente con nuevas preguntas. Y aunque reflexionar no sea una actividad tan novedosa hoy en día, destacarla y aplaudirla es algo necesario. Sería mentira decir que esto no se extraña en las novedades literarias de todos los meses. ¿O acaso es mucho pedir? Qué diría Tertuliano, que en el siglo II encaró a los filósofos por cometer el crimen mamerto de inventar palabrería que solo ellos entienden.   Referencias Personales  es el relato de una vida que desborda literatura. Sin dudas, esta autobiografía oblicua, que se desarrolla entre iluminaciones y memoria es el testimonio de una conjura personal hecha de por vida y ahora confesada en el papel. Cual Lucio Catilina, que en vez de muerto por levantarse en armas, sigue bebiendo aquel vino con sangre reafirmando su fidelidad para con su consigna. Nunca derrotado, aunque vencido muchas veces.      Pero ¿qué nos hace decir tanto de un libro tan breve? Parafraseando una idea del mismo autor, los libros largos son perjudiciales. Ladrillos que atentan contra el tiempo libre y pregoneros del aburrimiento total. Por otro lado, también estorban. El Quijote  puede dejarte tonto si te cae en la nuca, o reventarte el dedo chico del pie en un descuido doméstico. En cambio, los libros de lomos exiguos se asemejan más a las cuchillas. Pueden pasar desapercibidos, pero se abren paso si es necesario. Además, y aquí radica su gran valor, pueden servir para realizar diferentes tareas. Herir a la angustia, acompañar largas horas de soledad y, sobre todo, abrir puertas. Una buena cuchilla puede abrir muchas puertas. Para el lector atento, Referencias personales  es un título que espera para ser leído y utilizado, no en vano.

  • Nacer o no nacer

    "¿A qué viene todo esto? A que he nacido" dice EM. Cioran en una sentencia mordaz que eriza la piel como todo aquello que se sabe cierto. Pudo decirlo con más gracia, de eso no hay duda, pero ya sabemos cómo era el hombrón: triste y amargo como él solo y así es que lo queremos. Además, para reír tenemos memes. Acá uno:   "Todo empezó cuando nací", reza el meme como quien fuera a contar sus dramas al loquero. Y es que no hace falta ser Cioran para caer en cuenta de que el problema de la existencia es precisamente existir. ¿Dónde comienza el sufrimiento de lo humano sino en el minuto en que se hace humano? Pesada es la pregunta cuando se sabe la respuesta, como quién quiere disipar sus dudas revisando el celular de su pareja. ¿Qué queda entonces? ¿Matarse? Qué importa. No es tema ahora mismo. Hay otras formas, por lo demás, de morirse un poco o de sobrellevar este absurdo. Los chistes son una forma, la mejor forma: se recomienda cesar la lectura e ir por unos memazos.  "«Desde que estoy en el mundo», ese desde me parece cargado de un significado tan espantoso, que se torna insoportable", vuelve a decir el viejo amargo remarcando el problema, eso que él llama el inconveniente de haber nacido . Magistral y certero. Mordaz y fatal. Con todo, la perspectiva de Cioran está incompleta. Su principal problema es que centra todo el asunto en la existencia misma e ignora el origen de todo inconveniente: el otro. Se suele observar el dilema existencial ensimismando el ser y no abriéndolo: el yo enfrentado a sí mismo, a su propio sentido, a su conciencia del sinsentido, etc. Pero el tema es otro. Siempre es otro. El otro .  El rostro, nos enseñó Levinas, carga consigo un misterio y una verdad inagotables. Por eso nunca se borra. Es infinito. Conocemos la muerte no porque morimos, sino porque los otros van muriendo a nuestro paso, tras cada mueca, cada palabra, cada respiro que damos, mueren otros que nos enseñan hacia dónde es que vamos todos, la verdadera Roma a la que todo camino llega tarde o temprano. Mueren como insectos los otros y les sobrevivimos como si nosotros fuéramos quienes acabamos con sus vidas y quizás sí es así en algún sentido.  “La muerte del Otro me afecta en mi identidad como un yo responsable”, dice Levinas, y luego agrega que esa muerte me impregna la culpa del sobreviviente. Sísifo no puede pensar en el absurdo en toda su magnitud, porque está solo y porque está condenado a la eternidad. Esa soledad adolescente tan propia del existencialismo, peca de depresiva y no hace sino mirarse sus propios pies, sus propias manos, su propia roca gigantesca que impide ver a los demás. Pero el punto es que allí están los otros muriendo absurdamente mientras buscamos un sentido que nos salve. No pienso luego soy; veo el rostro del otro, entonces soy. ME enfrento a esas caras amargas siendo y muriendo; allí es que soy, lamentablemente soy, si redibujamos y ennegrecemos las ideas del lituano.  Y entonces, sí, en efecto todo empezó el día en que nacimos, sin embargo, la responsabilidad de ese aparecer —caer, diría Baudelaire— en el mundo no está en nosotros, los nacientes —cayentes—, sino en quienes decidieron o, para ser más justos, permitieron que ocurriera ese nacimiento. No caímos, fuimos arrojados, nos tiraron. Nadie nace solo por mucho que la canción de trap “0 sentimientos” diga lo contrario: siempre hay un otro (i-)responsable de nuestra existencia y, por lo tanto, de nuestro dolor y desmesura.  La pregunta, en tal sentido, ya no es de qué vale vivir, sino si somos lo suficientemente conscientes de las implicaciones de traer a otros sufrientes al mundo. ¿Queremos empujar a alguien más? Suena denso plantearlo de ese modo, la vida no debería suponer puro sufrimiento e incluso si lo es, dirán los más entusiastas, es posible hacerlo distinto, hacerlo bien, hacer un cambio. Demos el beneficio a la duda. Digamos puede ser  aunque la experiencia nos dé cientos de miles de ejemplos de que no es así. Repitamos como un mantra, como un eco, que es posible una vida plena, una vida feliz. Traer nuevas personas a lidiar con el problema de existir y vencer en ese intento, esa es la apuesta. Aun existiendo esa posibilidad, lo innegable es que existe también la posibilidad al menos en un porcentaje de 50/50 de que la vida sea dura y dolorosa, ya lo dijo Schopenhauer, el más amargo de los amargos, "el dolor de la vida no se deja soslayar". Entonces, si somos lo suficientemente responsables con el otro, no deberíamos querer exponer a un otro a dicha posibilidad ni mucho menos a la certeza de la muerte.  Dicho de otra forma, nacimos producto de la irresponsabilidad de quien superpuso sus propios intereses, deseos y sentimientos, por sobre los de un otro que les resulta incomprensible e inaccesible. Más allá de las miles de razones ambientalistas, animalistas, económicas, hedonistas e individualistas, todas muy válidas, por cierto, basta este sentido de la responsabilidad y la modestia para entender la insensatez de traer a un otro a poblar este lugar sobrepoblado. A probar suerte.  Esta versión oscura del pensamiento levinasiano no llama solo a la responsabilidad con ese rostro ajeno en término de derechos vitales; abre la pregunta sobre el derecho a no existir. O al menos a planteárnoslo. Entender que un hijo implica una serie de conflictos infranqueables como la muerte y la alteridad, problemas suficientes como para evaluar la pertinencia de esa existencia. Entender que esa serie de conflictos no nos pertenecen, que serán de ese otro y sólo traerlos es un riesgo inconmensurable, es un buen punto de partida. No se trata de tomar o no una decisión —o dejar que ocurra— con respecto a una nueva vida humana, al menos no en términos de control o dominio de uno por sobre un otro, por el contrario, justamente porque sabemos que no somos capaces de asegurar condiciones y herramientas suficientes a un otro como para que pueda vivir una vida en donde sobrellevar una mala noche no signifique pensar en el suicidio, parafraseando a Nietzsche, es que resulta pertinente desertar de la idea o, a lo menos, revisarla. Se trata de un gesto mínimo de humildad y de responsabilidad con el rostro extranjero, con la existencia de un tú.  Finalmente, existe una imagen muy graciosa dando vueltas en internet del pato Donald recién nacido caminando enojado con el ceño muy fruncido. Exacto. De eso va todo este asunto. Sabemos que no sabemos qué significa para el otro ser, pero, como vemos en el rostro y en los puños del pequeño Donald, sus impresiones del mundo no serán tan distintas a las nuestras. Tal vez por eso al nacer lo primero que hacemos es quejarnos y llorar y con el entrecejo arrugadísimo y los ojos bien cerrados: para no verle el rostro a ese otro que nos ha empujado ni lidiar con la culpa de haber nacido.

  • Sinrazones para contagiarse con Marica: cómo vamos a morir de Diego Zamora Estay

    “Y si el mundo se opone sin razón ni justicia contra el mundo, yo iré” Benny Moré   Hay una historia paralela donde de Marica: cómo vamos a morir toca intimidades de mi propia trayectoria poblacional, obrero-campesina y provinciana. Un espacio donde la población El Peumo de la Ligua se toca con la calle Los Álamos de Limache. Un recorrido en bicicleta por las parcelas de la V región en que la madre de Diego bromea con la mía. Una sala de espera donde mi tía Lucy, desahuciada por su cáncer, termina consolando al “Pepe”. Un circo pobre donde Diego se maravilla con la peluca de matas de cebolla de “Ramoncito” y yo con la peluca de cintas de caset de La Coralito. Pero esa historia paralela, quizá, quiera reservármela. Sin embargo, le aseguro, sea usted o no tan hipócrita lector como yo, que encontrará su propia historia contra el mundo en este libro. “A veces voy, donde reina el mal es mi lugar, llego sin disfraz”. Virus   Marica: cómo vamos a morir , primer libro en prosa del poeta Diego Zamora Estay, se compone de tres apartados: “Retratos”, “Paisajes” y “Lecturas”. La separación de este libro es su primera corporalidad, disfrazada y tramposa. Sus retratos tienen horizontes con atardeceres de primas fuertonas y melancólicas. Sus paisajes tienen facciones alejadas del canon ateniense u órganos extirpados para el examen anatómico de la disidencia sexual. Sus lecturas son, sin lugar a dudas, otros cuerpos donde la sangre ha reconocido también su contagio para “juntar en una misma oración la palabra enfermedad y la palabra sexo, y, por qué no, la palabra muerte entre ambas”. Llamar crónicas a los quince textos que componen cada una de sus partes, sería desconocer la lectura que hace Diego de su tradición barroca, donde la prosa de Pedro Lemebel y Néstor Perlonger convive con la poesía de Enrique Lihn o la narrativa de Natalia Berbelagua.  Son, entonces, manifiestos operáticos, no para ocultar el rostro, sino para darle vida a un personaje que le permita reconocerse, porque “luego, niña, llega el personaje y una se va haciendo más o menos famosa entre este paisaje empobrecido de nuestro escenario homosexual”.   Manifiestan, entonces, su declaración político-escritural. Manifiestan, patente y claro, el derecho al placer y la identidad de una comunidad estigmatizada. Manifiestan, en no pocos momentos, un aire a oraciones paganas o bacanales ancestrales perdidas tan necesarias de recuperar en la niebla postoctubrista. Manifiestan, sin pedir disculpas ni rendir cuentas, esa mercancía indeseada que recorre la sangre de Diego desde los veintiún años y que, en no pocas ocasiones, es más un chiste repetido que una espada de Damocles para la homosexualidad masculina. Manifiestan, además, una condición, aunque peligrosa, propia de la belleza según Baudelaire: su lectura promete felicidad.   “Los marcianos llegaron ya. Y llegaron bailando ricachá. Ricachá, ricachá, ricachá Así llaman en marte al chachachá”. Rosendo Ruiz Quevedo   Patudez enorme hablar de felicidad en un libro donde el VIH ronda en todo momento y cuyo subtítulo es “ Cómo vamos a morir ”, si no fuera el mismo Diego quien removiera esa mirada cómoda sobre lo seropositivo. En sus manifiestos, se evidencia cómo la sociedad sana aún sigue balanceando esta enfermedad entre la condena punitiva al deseo, el maltrato sanitario, la condescendencia ramplona ante sus consecuencias o, como lo dice el mismo autor, un “optimismo exagerado que se inculca como un medicamento a los enfermos”.   Este optimismo-medicamento proviene, o deviene quizá, de la optimización del cuerpo propia de una sociedad neoliberal. Byung-Chul Han, por ejemplo, apuntaría a una sociedad positiva donde lo pulido, pulcro, liso e impecable, como imperativos, son señas de nuestra identidad. Leila Guerrero, agregaría que ese cuerpo pulido es fruto de las toneladas de autoayuda y mindfulness que tragamos a diario. Podríamos plantear, entonces, como una cuota de negatividad  la escritura manifiesta de Diego Zamora Estay. Solo que él, consciente de que toda dicotomía reduciría nuestra lectura social, no rehúye de una mirada autocrítica de las disidencias ni homologa negatividad con pesimismo, como cuando hinca la mirada en los gais venidos a más que logran arrendar, vía Airbnb, un espacio blanqueado en el centro capitalino. (¿No es, en el fondo, la misma mentalidad de la clase media chilena que arrienda por vías similares su espacio de validación frente a las costas de Florianápolis, cuna del Bolsonarismo?) Esta consciencia también le impide escribir desde ese discurso hegemónico del “venceremos”, tan ad hoc y funcional a las masculinidades de izquierda y derecha: “me cuesta entender nuestra relación con las enfermedades como una lucha contra ellas, como una guerra entre la especie humana y un virus, un lenguaje militar que se sustenta en la victoria de los hombres sobre la naturaleza (separación absurda y masculina)”. Lucha de la que no escapa, tampoco, la comunidad homosexual masculina, ya que para Diego esa búsqueda de cuerpos europeizantes: “se entiende mejor cuando consideramos la obsesión por los cuerpos jóvenes, atléticos y hegemónicos; la salud como lugar común de nuestro deseo”.   Aquí vale la pena recordar: a quienes detentan el poder en nuestro país y aún están orgullosos de su progreso inequitativo, ya no les satisface catalogar como cánceres a cualquier discurso disidente a las lógicas del mercado. Hoy las enfermedades clínicas, mentales o sociales, sólo son aceptadas, cuando es insoslayable su presencia, como virus extraterrestres. ¿Habrá bailado nuestra ex primera dama ese famoso chachachá de Rosendo Ruiz Quevedo sospechando que en 1955 pudo ser compuesto como una parodia de la Revolución Cubana? Difícil saberlo y, aún más, imaginarlo sin torcer los brazos y apostar a la pose de gallina-tiranosaurio de su pareja de baile; es decir, difícil escribirlo sin caer en parodias, cuando el único rasgo en común de esos cuerpos entronizados en el poder es el carerajismo con que han justificado tanto violaciones a los Derechos Humanos, como coimas inverosímiles, sueldos millonarios o cuentas en el extranjero, piscos sours dudosos o violencias acérrimas en contra de la otredad . El espejo, en todo caso, no nos perdona: ¿habrá sido la falta de fragilidad en nuestro discurso victorioctubrista una de las causas por las que no logramos desestabilizar un sistema que se hace agua por todas partes?   Me pierdo en estas y otras preguntas, pero es culpa de Diego por contagiarme. ¿Qué?, aún estoy preguntándomelo después de haber leído un par de veces su libro. En su última novela -donde, cabe mencionar, el peor basurero de la frontera mexicoestadounidense se llamaba “Chile”- otro enfermo nos decía-: “Siempre hay que hacer preguntas, y siempre hay que preguntarse el porqué de nuestras propias preguntas. ¿Y sabes por qué? Porque nuestras preguntas, al primer descuido, nos dirigen hacia lugares adonde no queremos ir. ¿Puedes ver el meollo del asunto, Harry? Nuestras preguntas son, por definición, sospechosas. Pero necesitamos hacerlas”. Las respuestas, siempre, están equivocadas, pero las preguntas carecen de moral y, cuando uno transita por las que Marica: cómo vamos a morir, las sospechas que despiertan recaen en nosotros. ¿Quién puede perder su condición de marciano de esa forma?   “Porque algún día se va a abrir esta trampa mortal Pero hasta entonces llevarás en tu cara, una sombra Y no presumas más de ser un humano normal Y no te hagas más el gil que el defecto te nombra”. Charly García   Hay una escena conmovedora y reveladora del silencio que pesa sobre la enfermedad en Marica . A comienzos de los noventa, el Diego-Niño enferma y vive, como un spoiler, vive ese humillante peregrinar por consultorios y hospitales común para quienes están obligados a atenderse en los servicios públicos de salud. El Diego-Niño mejora, sin embargo, no es suficiente para su familia: su abuela rompe todas las fotografías donde se delataban las consecuencias de su enfermedad.   El mal de la infancia, clausurado; la fragilidad, borrada. Higienización de la enfermedad, pero, más importante, de su relato.   Años más tarde, ya con el diagnóstico seropositivo, ese mismo niño reflexionará sobre el mayor riesgo en esta era postpandémica: “pensar que estamos sanos, que no podemos enfermarnos si actuamos bajo una normativa higiénica, si seguimos la norma, si consumimos los medicamentos necesarios, si nos ejercitamos al día, si accedemos al mejor plan de Isapre”. Ilusión peligrosa, entonces, la nuestra. La higiene no borra el relato, sólo lo oculta -y no por siempre- bajo el alcohol gel, las clases de Yoga o pilates, operaciones estéticas, el espejismo del crédito o los aparentes beneficios del escalamiento social. La cloaca de las ilusiones de la demosgracias  chilensis ya fue abierta, y sólo una presuntuosidad desalmada apostaría por su negación. Literaturas como la de Diego, liberadoras, son velos que permiten ocultarnos de -y, a la vez, transparentar- esas ilusiones que tragamos, aunque hiedan 24/7 en nuestro escenario nacional.   “Aquí no hay luces de escena Y algo en mí no se serena”. Los abuelos de la nada   Santiago, esquina de José Miguel de la Barra con Merced. Diego Zamora Estay y su pareja reparten condones a la entrada del Ciber Revelación. Diego interrumpe su trabajo para saludarme. Conversamos, a la pasada, cosas intrascendentales. No recuerdo el año, pero me aventuro es 2015 o 2016, cuando él acababa de recibir su diagnóstico seropositivo. Nos conocíamos por un Laboratorio de Escritura Erótica. Hasta entonces mi admiración se reducía a su poesía, donde ya latía lo que después sería el talento innegable de versos como:   “Decimos poesía chilena para no decir territorio. Decimos territorio para no decir pueblo o comunidad. Decimos pueblo o comunidad para no decir fundo. Decimos fundo para no decir esclavitud o sequía, para evitar conversaciones en la mesa para olvidar que la cosecha se ha perdido”.   Diego, con la sencillez no exenta de lúcida acidez que le caracteriza, me explica en qué está. Me entero, de esa forma azarosa, de su trabajo voluntario en una ONG dedicada al testeo y atención de enfermedades de transmisión sexual. Ya por entonces, como si fuera algo que hiciera a la pasada, adelantaba una premisa del trabajo literario desprendido en Marica : “No se puede leer sin la sangre y la mía tiene una marca que se reúne con la historia del sida, cuyo archivo incluye la muerte, el activismo, la lucha contra las farmacéuticas, el deseo, las orgías y el chiste. El chiste, del que nos reímos y por el que lloramos a la vez, anda por este cuerpo que escribe”. Desde entonces y hasta ahora he admirado esa generosidad sin grandilocuencias de su trabajo. Porque hace inseparables literatura y sangre, y sin embargo en la hoja esta mancha no es pontificada ni idealizada, a pesar de todos los recursos que exhibe con maestría. Diego, como buen poeta, ya intuía que “las metáforas son tan necesarias como tramposas”. Si no me cree, lea los quince manifiestos de Marica: Cómo vamos a morir  y conversemos si no cae en sus trampas, si la luz de nuestro escenario le es ya inaguantable.   “Ya agarraste por tu cuenta las parrandas Paloma negra, paloma negra, dónde, dónde andarás”. Chabela Vargas   1999, El Show de los Libros, capítulo dedicado a Loco afán: crónicas de sidario , segundo libro publicado por Pedro Lemebel. En el programa el autor señala de entrada: “para hablar de literatura homosexual en Chile habría que hablar de un corpus literario. Yo creo que eso está en proceso. Hay algunos materiales, hay algunas obras, pero aún así, faltan elementos. Falta una construcción cultural más potente, que ponga en escena una estética propia y que ponga en escena, fundamentalmente, una visión de mundo”. Veinticinco años separan estas palabras de Lemebel y Marica: cómo vamos a morir de Diego Zamora Estay. Veintiocho, si contamos desde el año de publicación de Loco Afán . Quizá porque dentro de la literatura chilena la homosexualidad ha tenido más de un referente blanqueado, ese cuerpo literario hoy aún está construyéndose. Sin embargo, la lengua de Pedro y Diego tienen el mismo  ritmo, la misma desgarradora poesía, aunque su estrategia sea el corte o la medida, quizá porque a él le ha tocado desde más joven someterse a la invasión de los exámenes. No por nada la palabra “examen” proviene de las agujas de las balanzas. No por nada esa aguja también recibe el nombre de “fiel”, como si no se pudiera escapar de su dictamen.   En este punto, donde las tradiciones se corporizan y tocan, pero también se distancian, necesario destacar un acierto de Invertido Ediciones en el cuerpo material de Marica : cómo vamos a morir . La portada de esta edición, sobria si la comparamos con referentes anteriores, remite tanto a un darkroom como a una dimensión desconocida, un espacio de la enfermedad al cual Diego Zamora Estay nos invita. Aventuro también otra cosa a partir de esa entrada donde podríamos perdernos. Como en sus inicios lo hicieran las crónicas de Lemebel, Diego irá forjando sus lectores desde ese lugar desconocido y marginalidad, donde borbotea incólume todo aquello que es víctima de la higienización, antes que desde el establishment literario. La prosa de Diego, como ya lo es su poesía, no podrá ser fiel a cómo la habrán de (so)pesar. Pero ahí no habrá, de momento, una real pérdida. Diego Zamora Estay sabe, como Antonio Silva, que ese espacio de validación sería aceptar el circo o el museo de la pobreza chilensis, un operático paisaje del que lograremos escapar si estamos dispuestos a entrar en la provincia marica, seropositiva y poética de su libro. He ahí su promesa de felicidad.   Marica: cómo vamos a morir Diego Zamora Estay Invertido Ediciones, 2024

  • Desaparecer, buscar o encontrar

    Breves reflexiones sobre el boom de las series sobre desapariciones I Hace tiempo me ronda una pregunta: ¿por qué hay tantas series que se tratan acerca de la desaparición de alguien? Las series policiales de los 60’s, 70’s y 80’s eran el material ideológico de la TV chilena. “Área 12”, “Starsky y Hutch”, “CHiPs”, por ejemplo, todas se trataban de policías buenos que buscaban a los criminales malos. Los buenos eran hombres blancos: siempre un chico rubio y otro, moreno. Los malos eran de todos los otros “colores” posibles. Me acuerdo de haberle preguntado a mi padre cientos de veces “¿qué es caucásico?”, porque así describían a los sospechosos: negros, latinos y caucásicos. No sabía que ser blanco tenía un nombre. Las mujeres, que aparecían poquísimo, generalmente eran madres, prostitutas o secretarias.   Creo que había series con mujeres, pero perdían el sentido policial de “los buenos contra los malos” y eran más bien un escaparate de mujeres bonitas, como “Los Ángeles de Charly”. Estoy hablando de lo que yo podía ver en un pueblo chico donde había un solo canal, en plena dictadura militar. El bien y el mal, los blancos y los negros, los hombres y las mujeres. Por suerte, pronto vendrían estilos que pervertían esa idea general, donde las mujeres podían ser detectives de verdad, los policías también podían ser malos y los delincuentes, buenos. De tal forma, la narrativa de buenos y malos fue quedando para el género de los Superhéroes y el género policial televisivo se tornó en algo mucho más complejo e interesante.   Hoy en día, las cosas son un poco distintas. Según Wikipedia, hay cincuenta y seis series que giran en tono a la desaparición de alguien. Yo debo haber visto unas treinta. Sólo en Netflix, he visto “Stranger things”, “Eric”, la “Historia de Yara” (la película y el documental), “Emanuela Orlandi, la niña desaparecida en el Vaticano”, un puñado de series nórdicas con un filtro color musgo y otras más, todas, en general, olvidables. El arco narrativo es más o menos el mismo: se pierde un niño, una niña o una adolescente; a veces una mujer joven. Una vida supuestamente idílica se quiebra. La muerte ronda las elucubraciones; la violencia sexual es un fantasma constante. El malo pasó de ser un latino con bigotes a una suerte de ente, donde la familia se torna en el principal sospechoso. Muchas de estas series finalizan sin encontrar al desaparecido, ni menos al culpable.   A veces pienso que el desaparecido es el Otro porque en la actualidad, mediada por la paranoia y la imagen especular autoproducida tipo selfie, no se puede amar a nadie a menos que no esté. La vida está entrecortada, no hay tejido, solo nostalgia de alguien que ya no está. Convivir con el abducido da un sentido de vida a los que se quedan, algo que ignoraban cuando el otro estaba presente. La subjetividad moderna se conjuga en el verbo buscar. El otro desaparecido es un fetiche, y Netflix descubrió el valor de esto.   También es una forma de goce. La fantasía de desaparecer, la fantasía de ver tu propio funeral, la fantasía de ser la desparecida porque va a ser la única forma de ser amada. “Ya van a ver cuando me muera”, dice una madre cuando es ignorada.   Y también está lo más evidente: la violencia en formato doméstico, la casa como un lugar siniestro, el amor romántico como trampa, el # NotAllMen , según el cual muchos varones que se veían tan “normales” resuelven el problema deshaciéndose del problema. El horror no está a la vuelta de la esquina: está en casa. ¿Es que Netflix tiene una agenda feminista? Lo dudo. No obstante, esta narrativa ha colonizado lo que los productos culturales presentan como violencia, caminando por el delgado borde que existe entre la visibilización y la banalización de la violencia de género; dando lugar a explicaciones donde el fondo del problema es el trauma psicológico, los altibajos de la intimidad y no las injusticias sociales ni los desbalances socioeconómicos. Una tragedia puede ocurrir en tu casa, incluso siendo blanca, guapa y millonaria. “Ten miedo” es el mensaje.   II Pienso en los años 80’s, cuando yo era niña, nos juntábamos a jugar en la calle, y algunas veces había un momento en que los niños hablábamos entre nosotros y contábamos historias sobre cosas que nos sobrecogían. Dentro de ese orden contábamos historias de muertos o penaduras  e historias de muertes, detenciones y desapariciones de la dictadura, que estaban ocurriendo en ese mismo momento. Las historias tenían un halo de misterio, miedo y placer, que nos ponía en un lugar adulto, de saber algo de lo que no se hablaba.   III Vivir en Chile es estar siempre al borde de la desaparición. El mapa lo confirma. Cuando viajo y explico que soy chilena –porque eso se explica, no se cuenta–, siempre recibo alguna reacción que va desde “mi hija vivió en Nicaragua” a una mirada demudada que muta en un silencio ignorante. Una de esas reacciones fue la de un profesor que me contó una historia. Un chileno había ido a su universidad a hacer un doctorado. Era de Rancagua. El profesor me lo comentó porque nuestra conversación partió porque me dijo que había estado en Chile y había conocido Santiago, Valparaíso y Rancagua. Le pregunté por qué había viajado a un pueblo perdido  como Rancagua, y fue ahí que me contó esta historia.   El estudiante rancagüino tenía una idea de tesis doctoral extremadamente interesante. Durante los 80’s, en plena dictadura, hubo un boom  de apariciones de OVNIS documentados en los diarios del país, probablemente como forma de distraer al gran público de la violencia de estado y la pobreza de esa época infame. Había gente en la tele que decía haber sido abducida por los OVNIS.   Para el tesista la relación de estas historias desmesuradas con la dictadura tenía asidero. Hay evidencia de que el caso de Miguel Ángel, el niño que veía a la Virgen a las afueras de Villa Alemana, partió como una anécdota que se transformó en una máquina de noticias para llenar los diarios y noticieros del país en dictadura.   Antes de que las tesis de doctorado fueran material de publicaciones académicas, aparecían estas ideas inútiles y bellas de investigación: el rancagüino tenía como hipótesis que las abducciones eran una metáfora para hablar de lo que no se hablaba, de las desapariciones forzadas de personas que llevó a cabo la dictadura de Pinochet durante los diecisiete años de gobierno de facto. El OVNI era el Ford Falcon y llevaba lentes oscuros.   El rancagüino era descrito como inteligente. Brillante, de hecho. Su investigación lo llevó de vuelta a Chile a hacer el trabajo de campo, y a contactarse con grupos de personas que perseguían a estos OVNIS y soñaban con desaparecer montados en uno de ellos. La dictadura acababa de finalizar, pero estas personas seguían en su búsqueda de los OVNIS en el desierto de Atacama y en el extremo sur del país. El rancagüino se hizo parte de esos viajes. Luego de varios años de silencio, el rancagüino reapareció como una historia que otro chileno le contó al profesor: el rancagüino había abandonado todo y se había dedicado a la caza de OVNIS a tiempo completo. Desde ahí se transformó en alguien inubicable, abducido por su propia búsqueda.   El profesor había ido a Rancagua varias veces en sus viajes a Chile con la esperanza de tropezar con él. De encontrarse de manera fortuita y tomarse un café. Tal vez la vida sea una gramática de buscar o ser buscado. El profesor caminaba por el centro de Rancagua sin rumbo fijo. No lo encontró. Sin embargo, sí encontró otras cosas. “Había tiendas de botones en todas partes”, me comentó, como si Rancagua fuese algo especial. Encontrar, finalmente, raras veces se conecta con buscar.

  • La última cena

    Hay una gloriosa deformación en las palabras que hace de la sobremesa sabatina su escenografía sublime. La sensación férrea de lo que ya no fuimos. Esa conciencia norteamericana del tiempo: Broken flowers. American Beauty. Roto y brillante   Un oscuro glamour oculto en el relleno del sostén. Sea el sex appeal que tienen los viejos continentes o el recuento, simplemente, de todas las cirugías a las que nos sometimos para sobrellevar la historia, cicatrices que fueron en pro de la belleza y que ahora son karmas inútiles   Éramos adolescentes y no íbamos a restaurantes, andábamos en las plazas, peinábamos la vereda. ¿Te acuerdas? Con los bolsillos livianos campeábamos libertarios, cuando éramos como Cristo y compartíamos nuestra precaria despensa con los amigos. ¿Te acuerdas cuando partimos el pan en la última cena?   Pero ahora el pan es una instalación de silicona en el museo contemporáneo del mundo. Y cuando intentas masticarlo se te caen los dientes. - La última cena poema del libro inédito Pantalla Plana - La última cena - fotografía de Marcos López

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