top of page

Resultados de la búsqueda

Se encontraron 975 resultados sin ingresar un término de búsqueda

  • Los oídos no tienen párpados

    Puse en google Bach y me arroja bachata. Me tomo un shop y se me instala el evangélico más integrista con un altavoz al lado. Algo pasa. Estoy a algunas cuadras del Hipódromo y el Estado Santa Laura. En el Hipódromo tocan varias bandas que hace veinte o treinta años me habrían hecho pasar la noche fuera del recinto para ocupar un buen lugar. La gente viaja de países vecinos para asistir. En esta ocasión me resulta todo ruidoso. Por el hecho de vivir cerca, tuve que escuchar por obligación. Hace veinte años habría trabajado de copero para comprar la entrada, pero en este caso tuve que ponerme tapones de espuma y unos audífonos encima, tratando de sellar. Solo entraría a la íntima oscuridad de mi cuerpo y muy despacio la música que yo eligiera. Procedí. Pensé en poner sonidos de lluvia, último recurso. Luego pensé que era una blasfemia ocupar algo como el concierto A la memoria de un Angel de Alban Berg pero esa fue mi opción. Pedí perdón a la imagen en la pantalla de Berg. Luego de haber escuchado por tercera vez el concierto y de haber visto las entrevistas a Boulez sobre el tema, me saqué los audífonos torturantes y luego los tapones: el concierto en el Hipódromo continuaba. Un verdadero trabajo estar de pie toda la tarde viendo a las bandas. Pensé en las cosas que hace uno cuando adolescente, en mi generación al menos, de suerte que varios estamos vivos. El recital continuaba pero esta vez me hicieron cierta gracia unos bronces con guiños humorísticos, una mezcla entre Bobby Lappointe y Bregovic. Era risa, humor: las dos características más ausentes y más castigadas en el arte y la literatura chilena. La música, el arte y la poesía pueden ser una invasión. No me gustan las invasiones. Huyo corriendo del neobarroco, del carpetazo académico, de la ocupación de espacio, la toma a mano armada del auditorio, la performance alharaca, el poema avasallador, la policía en que se convirtió lo que debía ser una herramienta emancipatoria que nos liberaría del patriarcado. La sed desmedida de poder y el afán enfermo de figuración. El ruido. Prefiero la palabra que se conquista a sí misma, hacia adentro, el puma que hace cripsis en las rocas, la lechuza blanca que hace cripsis en la nieve. La piolez. Paréntesis sobre la cripsis. Mimetismo y cripsis. La diferencia entre estos dos conceptos está en que en el mimetismo un ser vivo se asemeja a otros de su entorno y en la cripsis el ser vivo se asemeja al propio entorno donde vive. Ambas son estrategias de supervivencia. Encriptar. El puma no tiene ningún tipo de poema en su piel. Su piel es gris, llana y silenciosa como las rocas en las que se confunde en el silencio de la montaña. No hay ningún poema ahí. Hay silencio. El puma, a diferencia del tigre, no tiene la caligrafía de dios en su pelaje. Tampoco manchas de leopardo que también podrían ser la puntuación o algún tipo de timbraje divino. No hay ningún poema en la piel de los pumas que hacen cripsis para sobrevivir. Para evitar la masacre. Si uno vive cerca de un Estadio necesariamente escucha, le guste o no, desde el descerebrado de Tom Araya hasta alguna cosa de protesta deprimente o ridícul o un predicador estilo Rex Humbard a un festival de cumbia o trap. Cualquiera que no viva en un barrio residencial sabe cómo hay que tragarse inevitablemente la salsa de los hermanos centroamericanos. Y no se trata de Colón con Lavoe o Fania All Stars, que sería genial. Lo que escuchan es otra cosa. Mi consumo de tapones de espuma se triplica, son desechables, su mal uso crea un tapón interno en el oído que produce un dolor de cabeza insoportable. Averigüé en la desesperación que habían algunas especialistas que van a domicilio con una jeringa descomunal estilo medioevo y una bandeja en forma de riñón a sacarle el tapón de cera que alguna gente produce. ¿Por qué hay gente que produce más cera en los oídos que otra? ¿Acaso porque la sabia madre natura no quiere que escuchen barbaridades por el solo hecho de caminar un poco o toparse en una shopería con un televisor encendido? Recuerdo un poema de Hernán Miranda El vecino ciego se esmera en dejar relucientes los vidrios de la ventana como yo nunca lo he hecho. Pasa el paño escrupulosamente una y otra vez y luego palpa con la mano. Y al parecer por el tacto (o quizás por el oído) descubre dónde queda suciedad y vuelve a pasar el paño limpiador. La ventana al fin resplandeciente dejará pasar ahora toda la luz hasta el reino de las tinieblas. Hay cierta sabiduría de la natura y cierta belleza en el Alzheimer, en no recordar. En esas ancianas que se pierden en sus rosales. Conocí una, divina, sin alzheimer, que disfrutaba las galletas de cannabis que su hijo le conseguía para los dolores y se quedaba en diálogo con sus plantas. Era de apellido intimidante y le gustaba ir a güeviar a sus parientes pidiéndole a su hijo, un militante comunista, una polera o algún distintivo del PC. Me ofrecía cerveza o tintito o blanquito apenas llegaba a esa casa. Hay algo bello en el alzheimer o en perder algún sentido, en no querer cargar la pesada carga de recuerdos. O en una anciana volada en diálogo con sus plantas. Borges decía que su ceguera había operado como una antología que sólo le permitía releer lo que de verdad le interesaba, y que lo demás era macana, esa fue la palabra que usó en un encuentro en México. Mi hermana me preguntó preocupada un día, “¿por qué no llevas las gafas puestas?” Le dije que no quería ver tanto, y sonrió. Pero no por misantropía. No es en absoluto esa amargura que se nota en directores de cine o teatro, actores o lo que sea que desde los cuarenta y tantos años dicen en sus entrevistas que ya no quieren escribir ni filmar ni trabajar en equipo, que están decepcionados de esto y lo otro, que no les gustan los graffitis en no sé dónde y poco menos que quieren pasear en victoria por Viña en donde se perdió el café Samoyedo y no sé qué más. Aparecen sus entrevistas en la prensa cada tanto. El famoso viejoculiadismo. No, lo mío nada tiene que ver con esa actitud melindrosa, donosiana. Supieran lo que es trabajar duro en un restaurante, en un jardín no domesticado, lo que trabaja una compañía de cineastas de guerrilla en una pobla, las profes que hacen clases en colegios con niño en riesgo social. Sacar a un solo niño del riesgo social y dejarlo adicto a la biblioteca vale más que una performance hecha, muchas veces, con aviones y sumas millonarias del Estado. De hecho, es de esa actitud apática de no querer vivir o viejoculiadismo pero en otro contexto donde nace la misoginia. Hagamos un paréntesis sobre la misoginia. El cuento es corto: Había una vez una pareja. Ambos tenían belleza e impulso y se casaron. Habría servido tener buenos hábitos de consumo cultural para ambos pero no era el caso. Ella quería un estilo de vida que vio en la televisión o en alguna parte y que él no puede darle. El se frustra. Se pone a beber con sus amigos que comparten la misma experiencia y, lamentablemente --habría servido tener ayuda en salud mental pero ni pensaron en el tema- dejan de hacerse cariño, abandonan –pésima idea- las artes de la carne. Ninguno de los dos tiene apetito. El comete el error, un acto bastante poco varonil para mi gusto, de comentar el tema entre varones. Juegan pool en una catacumba oscura. Se secan, les sale joroba. Se convierten en reptiles que no creen en los cambios políticos –han sido decepcionados demasiadas veces- ni en el amor ni en absolutamente nada. La búsqueda de silencio no tiene que ver con ningún tipo de misantropía porque todos disfrutamos los sonidos de los niños en una plaza, el canto del chercán, el Charlie Parker de los pájaros, las instrucciones a grito pelado en un sparring, las conversaciones en el Metro que escuchamos sin ser descubiertos. Es simplemente un amor al silencio y al sonido natural de la ciudad que John Cage amaba más que una sinfonía. Un amor al silencio generador del poema, al silencio propicio al beso de los amantes en la plaza o a la salida del Metro, escena que se ve cada vez menos. Vayamos a la poética. El poema es una partitura para no ser interpretada ya que la música sublime es mental. Cualquier lectura de un poema es una traición a esa partitura. Las melodías que se escuchan son hermosas, pero las que no se escuchan lo son más aún. Hasta uno de los poemas más perfectos de la poesía chilena, “Preguntas a la hora del té” de Nicanor Parra, pierde gracia cuando lo escuchamos leído por él. No sé qué voz imaginamos cuando leemos un poema, pero ninguna voz real pareciera alcanzar lo que imaginamos. No existe, sólo podemos acercarnos a ella. No existe la representación, sólo el intento de acercarse a contar lo que vimos. Claro, es grato escuchar a veces a alguna gente leer, saber cómo era la voz de las poetas de las que nos enamoramos. Se imposta un poco para que la lectura no sea una lata o, peor aún, una invasión. Recuerdo en dictadura cuando habían recitales de poesía mixtos (en Chile ya casi no existen) y en donde todo era amistad. Hoy sólo asisto a casas de amigos cuando alguien quiere compartir sus versos. El poema es sólo una partitura y debe haber un nivel mínimo de intimidad para sacarlo de ahí, tiene que ver con la voz baja y cifrada de los delincuentes y de los amantes, con la meditación y el rezo, con la creencia de que una palabra errónea puede hacer que la montaña se enoje y envíe un desprendimiento. La gente que lee partitura clásica o clave americana con una sola ojeada puede vacilar sin sonido, leyendo sólo la partitura. He espiado a algunos. Algunos hacen un conteo con las yemas de los dedos. A uno lo descubrí una vez en el Metro haciendo el golpeteo con el pie hasta que, como que no quiere la cosa y con el Metro lleno, me di cuenta que venía leyendo una partitura de uno de mis saxos tenores vivos favoritos. Me llenó de alegría por dentro, como cuando el poeta Francisco Ide me dijo que había visto a un oficinista leyendo un libro de poemas míos en un lugar del centro. II Cripsis y aposematismo El rumor y el susurro son cripsis y algunas visualidades son aposematismo. Por eso muchas veces en las cinematografías es siempre un problema mezclar texto e imagen, poema e imagen. El rumor y el susurro son cripsis, intentan confundirse con el viento. Son áfonos. Son poéticas que aspiran al silencio. El aposematismo es de colores vivos, como un pavo real. Barroco. La cripsis consiste en fundirse en el contexto para ojalá pasar desapercibido y salvar la vida. Está relacionada con el poema en voz baja, con la palabra leve que se confunde con una nota hecha a mano alzada, con una palabra que aspira a la levedad, a la nota o boceto. Usa verbos modales y potenciales y ante la afirmación antepone un quizás o un tal vez. Carece de la asertividad valorada en territorios que adoran y extrañan el cepo y el látigo, en países donde se rinde culto a la autoridad y el poder. Lo asertivo es palabra dictadurizada, pero es muy poco lo que podemos afirmar con certeza: somos estúpidos y moriremos. Ni siquiera nuestra pertenencia a un lugar. En nuestro sueño, nos convertimos en drones que recorren la ciudad. Clasificar y fijar identidades es depredación La cripsis es poesía que nace de ciertos estados de alerta ante las amenazas de los depredadores o de quienes intentan exterminar algunas especies. De quienes quiere eliminarnos. Ante eso se guarda silencio estricto y nos fundimos en la natura que se hace una con nosotros. A veces confundimos a la muerte con un gran recreo a la esclavitud de los sentidos o con los íntimos y plácidos estados de quietud. El aposematismo, proceso contrario a la cripsis, también es un mecanismo de defensa, pero su estrategia es distinta: hace gala de todos los colores vivos que señalan contenido venenoso. Los colores vivos suelen ser veneno en algunas especies.Cuando una especie hace aposematismo está diciendo: “soy tóxica, si me comes, te mueres”. Algunas ranas y mariposas se defienden de esa manera, como quien se comunica con una prenda de vestir. Alguna gente señala con su atuendo ciertas prácticas sexuales extremas para buscar aliados. El rojo-peligro o rojo-puto es su signo. Pero hay un tercer tipo de especie que sin poseer la toxicidad de ciertas especies como ranas y mariposas, imitan a estas para hacer creer a los depredadores que son tóxicas. Pero no lo son. Y logran confundir a los depredadores. Este proceso se llama mímesis. Es como cuando Juan va a un barrio extremadamente peligroso y se pone una polera que dice bjj o mma. Aunque Juan no posea ningún conocimientos de bjj o mma, atraviesa ese lugar sin problemas, fingiendo no prestar atención a la polera, que advierte: “sé bjj o mma, así que no te acerques.” Aunque Juan no sepa absolutamente nada de esas disciplinas, camina de una manera relajada, firme y segura. Esto último se llama actuación. La cripsis es áfona. Es el lenguaje que se ocupa en las situaciones de muerte y amor. El aposematismo es estridente. La cripsis es cromática a niveles imperceptibles y por lo general usa los colores del desierto o la nieve. El aposematismo usa colores vivos y se da mucho en ranas y mariposas tropicales. Algunos caminantes observadores y cineastas utilizan la cripsis. Es su manera de poder filmar lo que es casi imposible de filmar. No ser advertidos ni visibilizados. Afirma Nelly Sachs, citada por Patricio Pron: “Usted comprenderá mi deseo tantas veces repetido de desaparecer detrás de mi trabajo, de permanecer en el anonimato. Quiero ser eliminada por completo: solo una voz, un suspiro para aquellos que deseen escuchar atentamente”. O John Cage: “Ser un animal blanco, en el invierno, cuando cae la nieve, entonces subirse a un árbol, sabiendo que tus pasos son cubiertos por la nieve nueva, ¡de manera que nadie sabe dónde estás! Ese es uno de los ideales. Otro ideal es encontrar el vacío” El narrador argentino Oliverio Cohelo tenía un cuento con la vieja fantasía de retiro y renuncia del escritor. Un escritor lo deja todo y se dedica a reparar tocadiscos. Pero un día llega a su taller el más concienzudo estudioso de su obra porque quería simplemente reparar su tocadiscos. Ambos saben quién es quién. Pero el estudioso, que había dedicado su vida y conocía cada detalle del escritor, respetó la renuncia del este. Ambos se despiden sin decir nada, aunque el académico había dedicado su vida al hoy en día reparador de tocadiscos. Algunos voyeurs, cineastas y dramaturgos utilizan algo similar al aposematismo, al hacerse ver y no esconderse: dejan en claro que están filmando, que lo que hacen es solo una tentativa de representar ciertos eventos elusivos. Solo se puede intentar representarlos con la esperanza de que tengan un leve aroma a lo que fueron. Sucede con las imágenes demasiado milagrosas que nos presenta la realidad. Porque la realidad es milagrosa, de eso no cabe duda. El problema es cómo hacer pasar de polizonte el susurro y lo áfono —o sea, el poema— hacia el mundo de la representación y las visualidades. O cómo traficar esa cripsis hacia la relación con un otro. Sólo te ama quien logra verte aunque los demás no adviertan tu presencia. Cuando en una pareja alguien deja de ver al otro, se acaba la relación. Sólo puede acceder a tu alma quien logra advertir tu presencia, como esas sensibilidades especializadas capaces de distinguir una liebre blanca en la nieve o un puma en la montaña.

  • Hechizas. Conversación con Demian Schopf

    Lo que sigue es una conversación con el artista Demian Schopf a propósito de su exposición Hechizas, exhibida en el Museo de Arte Contemporáneo de Santiago hasta el 21 de enero del 2023. Título obra: Hechizas Año obra: 2022 Materialidades: armas hechizas en vitrina Dimensiones: vitrina de 2660 x 90 x 224 cm. Foto: Marcelo Cruzat Hechizas es una instalación de más de 1.600 armas recuperadas de distintos centros penitenciarios. Las armas están además acompañadas por una serie de teléfonos celulares donde, entre otras cosas, el espectador puede saber, mediante un GPS, el lugar exacto donde tú te encuentras mientras recorre la instalación. Antes de pasar a las armas, que han generado harto debate en las redes, cuéntame un poco del uso de las pantallas, algo recurrente en tu trabajo. Tengo una unidad, en un curso que doy hace años, donde enseño sobre la cámara oscura desde la antigüedad –la primera se construyó en China– hasta la era actual. Siempre le pregunto a mis alumnos ¿cuál es hoy el principal lugar de las imágenes? Creo que el celular es el gran cuadro contemporáneo y universal. Yo le doy dos usos. Bien lo dejo aparecer en toda su materialidad, manteniendo la pantalla en negro para que se vea su superficie trizada en dos casos. Ahí se ve el cronómetro –que es el tiempo acelerado y una vanitas como un cráneo barroco– junto a los textos que tratan sobre las cárceles y la hipervigilancia extrapolada a la totalidad de los social en la era de las redes planetarias informatizadas, destacándose uno que trata de En la colonia penitenciaria de Kafka. En el otro hago pública mi propia geolocalización, citando a la tobillera electrónica, pese a que el celular es un dispositivo panóptico mucho más feroz: todos tus datos, toda tu vida. Este también está trizado. Aparece el glitch. Así como en los casos de los celulares negros, éste le devuelve al cuerpo a lo que se quiere incorpóreo, liso y cada vez más flaco. Además, puede entenderse como un ejercicio de forma y color, es decir de pintura (tal como lo entendía Nam June Paik con su Televisión abstracta o sus Televisores preparados). Se relaciona con un gesto materialista, propio de un artista de vanguardia como Malevich con su cuadrado blanco. Ahí se pueden ver las trizaduras de ese gran cuadro contemporáneo que es el celular. De algún modo se replica la máxima de McLuhan: "el medio es el mensaje". Muchas veces se le pide a la obra que sea algo así como un dato verificable y no una lectura mediada de los “hechos reales”. En ese gesto no solo se desvaloriza el efecto de realidad que produce una ficción, sino que se le pide a la obra y al artista que se limiten a tocar solo asuntos que les serían “propios”. ¿Qué piensas de eso a propósito de la recepción de Hechizas en la redes sociales, donde se te acusa de apropiación? Claude Lanzmann, en su documental sobre el Holocausto Shoah, sostiene la tesis de que el horror de los campos de exterminio nazi sólo es “presentable” mediante el relato de los sobrevivientes. Sin embargo, Lanzmann no es un sobreviviente (tampoco lo es Alfredo Jaar, que en algunas obras adopta la tesis de Lanzmann). Es evidente que el valor del testimonio en primera persona, sea de un sobreviviente o una persona privada de libertad, es extremadamente valioso, pero no es el único valor. Si, por ejemplo, sólo a los Afroestadounidenses se les permitiera hablar sobre la esclavitud, los mismos esclavos desaparecerían en tal paradoja (pues ahí la esclavitud se abolió en 1865). Si se asume a todo ser vivo como sintiente, el problema se hace extensivo no sólo a las ciencias humanas, sino también a las biológicas. Si de acuerdo a ciertas epistemologías recientes que, dicho sea de paso, también se “apropiarían” de lo “ancestral”, se asume que seres que no se reproducen en al menos un ciclo de trabajo termodinámico –esa es la definición de vida del exobiólogo Stuart Kauffman– pueden ser igualmente considerados entidades vivas, desaparecerían simplemente todas las ciencias en el vórtice del yo-testigo como único ente válido. Además, si se asume que existe el inconsciente, ni siquiera el testigo podría hablar con plena propiedad. Sería el fin de la representación sin más, algo que en términos antropológicos, culturales y semióticos es imposible. No podemos vivir sin representaciones. Incluso los animales operan con signos: objetos que están donde están representando otra entidad. Piénsese en la marca de un perro o la danza de la abeja. Eso que llamas representación es otra forma de decir que las lecturas, el artificio, la ficción son formas de producir realidad. Incluso uno podría decir que sin ellas quedaríamos atados a las “cadenas de lo verificable”, como si supiéramos de antemano cómo y de qué está hecha la realidad. El arte, decía Saer, multiplica al infinito las posibilidades de tratamiento de la realidad. Es muy limitante la exigencia de que la obra y el artista solo hablen en clave testimonial. Se me ha acusado de apropiación. Si eres artista, profesor universitario, blanco y de clase media y si no estuviste preso no estarías autorizado para hablar, por ejemplo, de la cárcel y los sufrimientos que ella produce. Así es. Con respecto a la apropiación, pienso que cada caso se ve en su mérito. En algunos casos, cuando se terminan los argumentos, se apela a una especie de epistemología y estética de los afectos –un campo mucho más difuso y complicado de evaluar– recurriendo a la empatía que el autor debería tener y suponiendo a priori que carece de ella. Eso se conoce como pre-juicio. Emerge entonces una especie de fascismo irracional que no es más que pura emoción –me atrevería a decir condensación– algo muy propio de las redes sociales, donde se reclama lo empático de modo antipático. El sujeto se desliga de toda responsabilidad con la propia empatía y se queja de que el otro (supuestamente) carece de ella. Hacerse parte de una lluvia de mierda dice mucho más de quién lo hace, de su empatía, ética y moral que del linchado de turno. Hay que ser muy miserable: un sujeto repelente, tóxico e intoxicado. Hay gente, sobre todo adolescentes y niños, que se suicidan por cyberbullying. Éticamente para mí no es un interlocutor válido el que quiere lucirse frente a los amigos por 15 minutos de fama a cualquier costo. Eso no es más que hedonismo, narcisismo psicopático y frivolidad. Las redes son, por definición, frívolas. Es el triunfo del hedonismo, del mercado del insulto y de los datos que tan bien funciona en las redes sociales. Se me acusa de lucro. Aquí el único que está lucrando es Instagram. Me parece una jibarización de toda forma de pensamiento crítico. Veo este fenómeno replicado en estudiantes. Me preocupa mi futuro como profesor. Temo que se vuelva algo desagradable. También me hago preguntas acerca del futuro de este país y del mundo. Ahí se cumple una de las tesis de Hechizas: la violencia carcelaria no es más que un reflejo de una violencia generalizada que recorre el mundo. Nombre archivo: Hechizas_Demian-301 Hechizas, 2022, Instalación, antesala de la Sala zócalo iluminada que muestra en vitrinas algunas armas hechizas y otros objetos propios del mundo carcelario como la termita, un anafre hechizo, dos arañas y un afilador hechizo. Foto: Marcelo Cruzat. “Bocas abiertas y hambrientas esperando morder la carne del otro, esperando deglutirse a alguien”, dijo Alexandra Kohan a propósito de esta cultura de la cancelación que muchas veces termina ejerciendo violencia en nombre de causas nobles, en nombre del bien. Totalmente, y lo que no se entiende es que yo no estoy en representación de nadie. No pretendo representar a las personas privadas de libertad. Simplemente invoco la presencia de estos objetos –los excepcionalizo sacándolos de su estado de normalidad, como diría Calabrese– para que algo se “muestre” en ellos sin la necesidad de yo “decirlo” explícitamente. Se opone el sujeto estético del mostrar al sujeto lógico del decir. Llevo años trabajando en este proyecto. Leí que te acusaban no solo de apropiación sino de ser un artista que no trabaja, porque nada de lo expuesto está hecho por tus propias manos. ¡Parece que Duchamp, el ready made no hubieran existido! Claro, el ready made es apropiación, pero acá hay una vuelta de tuerca más: Si un curador, a petición mía, certifica que un cuchillo hechizo, fabricado en una cárcel de Santiago, es una escultura abstracta constituida por un poliedro irregular y hueco de acero de 16 caras dispuesto sobre un plinto y un galerista lo pone a la venta, ¿ante qué estamos sino ante un problema de lógica modal? (de hecho, ese argumento forma parte de mi tesis doctoral de 2014 y es anterior a cualquier intención de hacer algo artístico con esos cuchillos que colecciono desde 2010). Eso que cuentas es efectivamente una obra que hiciste Así es, envié un estoque penitenciario –titulado Escultura#1– a pasear por 16 países y transportado por un funcionario del Reino de España entre 2015 y 2016 como valija diplomática en cabina. Fue parte de la exposición colectiva Valija diplomática low cost comisariada por Nilo Casares, que constituye el antecedente directo de Hechizas y cuyo certificado –donde la agregada cultural del Reino de España en Chile certifica que el curador certifica– también forma parte de ésta junto a una foto con la maleta y el estoque expuesta en el Immigration Museum de Melbourne. El cuchillo funciona como ready-made, objeto encontrado y escultura (aunque hecha por otro). Al ingresar al museo, uno se encuentra con objetos que son a priori lo que son, como el cuchillo penitenciario devenido en escultura abstracta. Su devenir certificado constituye, como en Manzoni, una declaración de arte. Un arma ilegal ingresa al mundo de los objetos permitidos por el arte, y por la ley, teniendo que haber sido legalizado para abandonar su lugar de origen (y aquí tenemos una diferencia importante con Duchamp, Manzoni o los conceptuales de los 70-80). Es un ready-made asistido, en este caso por un recluso anónimo y por los procedimientos efectuados con Gendarmería, el museo y el curador de la muestra. Es una redundancia leguleya de la función declarativa inventada por Duchamp. La ley se transforma en medio y el comodato posibilita la materialización de la obra. En este caso, no es el artista sino el aparato legal el que produce el ready-made. Hay una anécdota: un día a alguien se le cayeron sus anteojos en el MOMA y la gente empezó a sacarle fotos pensando que era una obra. Si hubiera habido 1.300 armas hechizas habría llegado la policía y esta exposición no habría sido posible. Tuve –y quise– apelar al conducto regular y legalizar la exposición a través de la figura del comodato entregada por Gendarmería. Lógicamente no me voy a poner a explicar esto en un posteo. Se hace imposible discutir con gente pre duchampiana, que son hijos de lo instantáneo. Por algo su medio se llama Instagram. Y pre freudiana, que olvidan que el sujeto no es algo soldado a sí mismo, que no es traslúcido para sí. Hay deseo de transparencia en muchas de las posiciones que exigen una suerte de identidad plena: la del preso, la del artista y podemos seguir. Quien se sorprenda de que no haga todo artesanalmente simplemente desconoce el arte moderno, la vanguardia y el arte contemporáneo. Quién confunde el sublime kantiano con la sublimación freudiana sigue pegado en la estética de lo bello. Es increíble que haya que explicar estas cosas a estas alturas de la historia. No sé bien que estará pasando con la educación artística en este país, supongo que a nivel escolar. Si elegí esos objetos (esas armas) es porque están llenos de significado, encierran un enigma, aparte de su belleza cruda, simple y a la vez complejísima. Hay un trabajo de repujado en algunas piezas que es sorprendente e indica una gran sistematización en su producción. Existen instrumentos para producir estos estoques, por ejemplo una hoja de sierra incrustada en un bloque de madera que sirve para cortar en silencio durante las noches. En coa se lo conoce como la termita. Hay algo contemporáneo y a la vez arcaico ahí. Es muy raro que se lea como una ofensa en clave de apropiación, cuando es todo lo contrario. Pensaba que en esa acusación se cuela otro asunto que me viene inquietando hace tiempo. Además de existir allí un reclamo de pureza, hay algo que tiene que ver con las identidades. Si hace un tiempo atrás la identidad era un lastre, algo de lo que había que huir, hoy parece ser que se critica lo identitario pero para afirmar una suerte de yo más sólido, más rígido, más definido. Hay demasiados “soy” circulando por todas partes, como si ya nadie fuera un enigma para sí mismo. Pasolini lo dice mejor: “En la tolerancia se definen las diversidades, se analizan y aíslan las anomalías, se crean los guetos”. Es interesante pensar la tolerancia como una lógica del capitalismo tardío, como una gran productora de vigilancia. Efectivamente, detecté, el otro día, también un reproche de un colega no tan joven (que no había visitado la muestra). No sé ni por qué lo menciono, prefiero mantenerlo en el anonimato, pero quiero advertir lo peligroso de la cultura de la cancelación que está contaminando ya directamente al medio artístico. Si se observan los perfiles de los trolls en el muro del MAC, donde empezó la polémica, la mayoría pareciera estar vinculada al mundo del arte autodidacta o a estudiantes y ex estudiantes de arte. No es gente del ámbito penitenciario. En contraste, hay un grupo de colegas muchísimo mayor preocupado por la libertad de expresión y creación frente a estos pequeños nuevos inquisidores que opinan de cosas que no han visto desde el anonimato de las redes sociales y escondidos tras un teclado. El colega se expresó con mayor amabilidad que los usuarios de Instagram. Sin embargo, su base fue el mismo argumento ya tratado: la apropiación. Lo presentó como un argumento moral, ético y hasta epistémico que exige una experiencia con y en la cárcel. El asunto se extrema: hay que haber estado preso para hablar de la prisión. Esa posición, para mí neoconservadora, reclama el valor del testigo como único valor y, mucho peor, relega al artista a ser un mero operador formal condenado a los confines de su propia experiencia del mundo. Ese argumento supondría que Marx debió ser obrero o Lenin, Fidel Castro y Che Guevara de origen proletario. Sabemos que no lo eran. La postura supone la cancelación de todo sujeto que no sea él mismo (el yo o un conjunto de yoes articulados en una comunidad o patrón identitario). Si se radicalizara terminaríamos en un mundo de yoes encapsulados hablando cada uno su idiolecto, una figura digna de un cuento de Borges o de los eternos monólogos de los personajes de Thomas Bernhard. No me parece convincente en términos éticos o morales, porque limita mucho la comunicación entre yoes y comunidades. No tiene uso posible en términos políticos. Esas hordas funámbulas no son más que una nueva cara del fascismo más rancio. Un fascismo sin rostro ni nombre, y además cobarde. Título obra: Hechizas Año obra: 2022 Materialidades: Esto, que parece una escultura abstracta, puede ser un insumo para la fabricación de armas hechizas o puede formar parte de una araña (un objeto utilizado para recoger "pelotas" lanzadas desde la calle por "peloteros"). Dimensiones: 60 x 60 x 224 cm. Foto: Marcelo Cruzat ¿Por qué le pusiste a tu muestra Hechizas? Existen arreglos hechizos, maestros chasquilla. Esto también ocurre en los penales, pero bajo una determinante esencial: la extrema violencia y la supervivencia. Respecto al título, pensé que Hechizas sonaría mejor que Hechizos que conserva demasiada relación con lo mágico-animista del hechizo entendido como encantamiento. Existen armas hechizas. Es un juego de lenguaje, a fin de cuentas, no una confusión. La exposición, decía al comienzo, no solo está compuesta de cuchillos y estoques sino también de pantallas de celular. Los primeros objetos están asociados al bricollage del arma hechiza, los segundos a la gran ingeniería de la vigilancia, presente en la muestra a través de un celular que muestra en tiempo real mi geolocalización. El celular cita a la tobillera electrónica, pero es un aparato de control mucho más efectivo. Todo está ahí. Te cuento una anécdota: la última vez que fui a Supermercados Jumbo compré un pack de cerveza Sol y pagué con mi tarjeta de débito del Banco de Chile. Unas horas después entré a YouTube y lo primero que vi fue un comercial de Sol. Mis familiares más cercanos no saben lo que busco, como, leo o escucho. Google Maps, Uber, Waze, Amazon y Spotify, sí. Por eso Cambridge Analytica sabe, o puede saber, qué debo leer para que elija a Trump, Macri o al Brexit (las tres campañas fueron exitosas). Las fake news, en ocasiones, además son generadas por programas. Nadie las escribe. Te cito algo (acerca del Caso Cambridge Analytica-Trump): “con más de diez ‘me gusta’ el modelo puede deducir el carácter de una persona mejor que un colega, con setenta mejor que un amigo, con ciento cincuenta mejor que sus padres, con trecientos mejor que su pareja y con más de 300 mejor que ella misma” (Das Magazin citado por Anderson y Horvath, 2017). Todo esto mientras la policía china se jacta de poder identificar a cada persona que camina por la calle usando solamente cámaras. ¿Quisiste eludir la correspondencia entre encantamiento y mundo carcelario? DS: Me interesa el asombro, y no el morbo, como me han dicho. El asombro es una de las cualidades más importantes que debe poseer un artista. Sea en el taller o afuera de él. Por otra parte, ¿fueron morbosos quienes documentaron el Holocausto? ¿Es morboso Jaar y una serie de artistas avalados que también han trabajado con la cárcel o con imágenes de delincuentes como Dittborn? ¿Díaz disfrazado de Abimael Guzmán? ¿Es morbo o interés por eso que no podemos terminar de conocer ni de explicar completamente? ¿Goya con sus Desastres de la guerra? ¿Debió ser neurodiverso Delacroix para retratar a pacientes en esa condición? ¿Debería yo –nacido en el exilio– enojarme con alguien que trabaja la problemática del exilio sin haberlo vivido? Respondo con una pregunta muy simple: ¿Por qué la gente ve películas de terror? ¿Invalida eso a Hitchcock? Es extraño que a querer pensar se le llame morbo. Da la sensación de que el mundo para algunos ya está completamente comprendido y cerrado. Es cierta intensidad la que parece incomodar o presentarse como incómoda. Un colega me dijo algo interesante: no hablas el lenguaje de ahora, sino uno anterior. Supongo que el de ahora presupone la cancelación de todo individuo que no sea él mismo, de toda comunidad que no sea ella misma. Supone, en suma, un énfasis excesivo en la identidad y la diferencia que lamentablemente a veces funcionan como activos económicos y económico-simbólicos. “Mi cultura”, “mi etnia”, “mi disidencia sexual”, “mi comunidad”, frecuentemente en oposición o disputándose algo con otras en lugar de unírseles para reclamar derechos humanos que les conciernan a todos. Como dice el escudo del Estado Plurinacional de Bolivia: la unión es la fuerza. Título obra: Hechizas Año obra: 2022 Materialidades: mural de sables (vista lateral) y parte de mural de lanzas y celulares con micro ensayos. Dimensiones. Dimensiones variables Foto: Jorge Gronemeyer A propósito del mundo carcelario, la redes mismas han ido configurando una suerte de sociedad del prontuario y la intimidación. Recuerda a la ideología TERF. Un término del cual incluso su inventora dice “no tengo control sobre cómo otros usan una palabra que surgió simplemente para ahorrar escribir una frase más larga una y otra vez", escribió Viv Smythe en una columna de opinión en The Guardian en 2018. Las TERF radicales son mujeres que abominan de las mujeres trans por haber “sufrido menos” o “no haber sufrido lo que una mujer”. ¿En qué andan esas TERF que ni Smythe avala? Capitalizan para sí el sexo biológico con fines excluyentes. Estas no son ideologías, son meras consignas sin sentido, irracionalismo político o en verdad muy malas ideologías. Bien harían en leerse la Declaración Universal de Derechos Humanos. Es el triunfo del idiolecto y el egoísmo. Curiosamente se acerca a la idea clásica del liberalismo, esa que proclama al egoísmo como motor del bien común –lo que Smith llamaba “la mano invisible”–, pero mucho peor articulada, o para ser sincero pre-articulada o no articulada. El liberalismo al menos tiene una base teórica sólida. Lleva trescientos años pensándose. Hace poco Carolina Sanín, una escritora colombiana, denunció en twitter que la editorial Alamadía le había cancelado el contrato por sus declaraciones sobre las identidades de género. Mariana Enríquez y Alexandra Kohan solidarizaron con ella llamando a evitar la censura y la cancelación, incluso cuando no necesariamente compartían la postura de Sanín. Resultado, ambas cerraron sus cuentas, acusadas de TERF. El problema, me parece, es hacer callar, hacer desaparecer lo que incomoda en vez de disponerse a pensar juntos. En el fondo es el triunfo del mercado por sobre toda identidad que no sea susceptible de ser capturada como valor y capitalizada exclusivamente por su portador original, originario y autoproclamado propietario al que todos le deberíamos algo. Claramente la democracia representativa atraviesa una crisis, si es que no su final. El proletariado organizado, es devorado por la figura individual del enojado. Hay gente que le hace un gran favor a este movimiento –necropolítico a estas alturas– de manera inconsciente y creyéndose opositor a él. Capitalizar yoes es dividir, no incluir, y esto, debilitar a una mayoría potencialmente organizada en torno a ejes comunes como los derechos civiles de todas esas minorías. Algo que Chile reclama con urgencia. Este nuevo sujeto es un híbrido y en parte producto de ese sistema –vamos a llamarle así irónicamente– de capitalización individual o microcomunitaria. Sus contradicciones son innumerables. Una de ellas es decirse de izquierdas o disidente de todo tipo y actuar, por ejemplo, como alumno-cliente. Algo de lo que dices se expresa en la pregunta ¿y qué reciben los presos a cambio? La primera respuesta es que reciben una donación de herramientas para los talleres de las cárceles donde se enseñan oficios, posibilitando así la reinserción. Sin esa proposición Gendarmería jamás habría accedido a ceder los estoques. La rehabilitación no es ningún mito. Aunque no siempre funcione, uno de los montajistas de las vitrinas dispuestas en la antesala había estado preso y un tío de uno de mis asistentes también ha logrado rehabilitarse. Otro asistente había dado talleres de carpintería en el SENAME y me decía que un buen porcentaje de sus alumnos había tenido una recepción muy positiva de esa experiencia. En el caso de las herramientas, la comunidad de las personas privadas de libertad es vista como un colectivo, no como un individuo. Entiendo que cueste entender eso en un país arrasado por la cultura del consumo, el individualismo y el cobrar por todo, hábito que lamentablemente hemos visto replicándose como un virus en sujetos –del medio o no– que inundan las redes sociales y que contradictoriamente reivindican la inclusión. Además, la producción de estoques se realiza con propiedad pública de manera ilegal. Si pidiera antecedentes acerca de quién fabricó qué estoque, estaría exponiendo al fabricante a que le imputen un delito. No es un ready made cualquiera. Es ilegal debiendo ser legalizado. He ahí mi modesto aporte a la técnica declarativa inventada por Duchamp, profundizada por Manzoni y repensada por Kosuth, cuyo origen data además de 2015, cuando envié un estoque legalizado en una valija diplomática a España, como lo expliqué antes. Quisiera agregar qué el martes 15/11 visité la exposición con un ex preso: César Pizarro de @81razones. El dirige una ONG cuyo tema son las 81 personas privadas de libertad que murieron en un incendio en la cárcel de San Miguel en 2010. Otras personas afines al mundo carcelario se han mostrado más bien empáticas con el proyecto. Llama la atención su falta de gravedad en oposición a esos críticos ocultos tras un teclado, un nombre de fantasía y una foto de perfil con un personaje de manga. Paz López Título obra: Hechizas Año obra: 2022 Materialidades: armas hechizas en vitrina Dimensiones: vitrina de 2660 x 90 x 224 cm. Dos sables escondidos en un travesaño de catre Foto: Marcelo Cruzat Título obra: Hechizas Año obra: 2022 Materialidades: Celular que muestra geolocalización levemente alterada del artista por razones de seguridad personal Dimensiones: 8 x 16 cm. Foto: Marcelo Cruzat Título obra: Hechizas Año obra: 2022 Materialidades: celular con micro ensayo. Dimensiones. Dimensiones variables Foto: Jorge Gronemeyer Título obra: Hechizas Año obra: 2022 Materialidades: mural de lanzas y celular con micro ensayo. Dimensiones. Dimensiones variables Foto: Jorge Gronemeyer

  • Anna María Maiolino: “Hacer arte como quien sirve una mesa” *

    1. La disposición en sala es una llave. Esa decisión, nunca inocente, está en la base del armado de esta exhibición antológica que reúne más de 300 obras de Anna María Maiolino, artista nacida en Italia, radicada en los sesenta, con solo dieciocho años, en Brasil. Lo que hoy vemos en el Malba es el resultado de un trabajo-conversación de tres años junto a Paulo Mayada –curador en jefe del Instituto Tomie Ohtake de San Pablo-- para una muestra que se exhibió este año en San Pablo, y ahora, en Buenos Aires. ¿Cómo presentar esta trayectoria de más de cincuenta años? Artista y curador convinieron en que el ejercicio no sería el de una retrospectiva (lineal, cronológica), sino el de una antología o colección a través de capas o círculos concéntricos. Puede que en su versión del Malba, también talle algo de la circulación del propio museo: una línea de escaleras mecánicas que se suceden siempre ascendentes bajo la caparazón vidriada sobre un vacío lateral –una diagonal como una flecha–, propiciando el asombro frente al universo a descubrir. En la pared exterior de la sala, el texto curatorial nos recibe: Esta muestra fue concebida como una espiral. 2. Frente la forma lineal y organizadora de una cronología, entonces, se opta para esta muestra por la vía conceptual y rizomática: una selección de obras, textos, fotos, momentos y acontecimientos que son retomados a lo largo de la obra-vida de Maiolino, como gusta definir su experiencia indiscernible la propia artista. Una y otra vez volverán la curiosidad, el deseo de experimentación, el encuentro con el otro, el goce, la memoria, la naturaleza, la política, la (resistencia a la) violencia. Y atravesando todos ellos, el cuerpo. Un cuerpo que no distingue entre funciones o momentos –el tiempo tampoco es lineal– y abraza, a la vez, a la madre, la artista, la niña, la abuela, la militante, la migrante, la amante. Un cuerpo que se forja a la par de una experiencia que siempre es política. “Soy una y soy muchas, y existo segmentada”. Y si hay registro de la primera persona, no hay búsqueda de una imagen de sí única o idealizada. 3. Maiolino, de ochenta años, no pudo asistir a la inauguración de la muestra en el MALBA. Pero envío una grabación que preparó para proyectar ante los asistentes. La vemos en un cuarto austero con una mesa, un bolígrafo, una par de hojas que leerá en español frente a cámara: un texto que hará las veces de presentación y manifiesto. La obra de Maioilino no puede pensarse sin esa constante reflexión lúcida, sensible y programática. Con voz suave pero firme, explica el sentido de los títulos jocosos Psiuuu y Schhhiiii –respectivamente, de la muestras realizadas en San Pablo y Buenos Aires–. Dos onomatopeyas que tienen la finalidad de llamar la atención, pero que, al igual que muchas de sus obras, también son significantes para abordar su obra. Se puede hablar de una carga performática en Maiolino, un trabajo sobre la materialidad del lenguaje: sus obras, también buscan hacer cosas con palabras. Desde el los jeroglíficos de la serie Marcas de la gota, a las repeticiones de comas de la serie Aleph, organizadas en cuadrículas. En la obra de Maiolino, la repetición acontece hasta que se confirma el error, que es siempre (bien) recibido como parte de la obra. 4. Nacida en Scalea (Calabria), Italia, en 1942, Maiolino tuvo una infancia marcada por la guerra, el hambre y la pobreza. Hasta la adultez, la falta fue el adobo de mis necesidades básicas y anímicas, nunca debidamente satisfechas y llenadas. El problema de la comida, del alimento, y el hambre vuelve cíclicamente en la obra de la artista. Del Happening-instalación Arroz & Feiijao (1979,) en tiempos de censura y represión, a la instalación In Materia, de la serie Tierra Modelada, que se recicla en cada exhibición de Maiolino desde 1994. También retornará como un principio ético: lo que se tiene se comparte. Y trasladado a su vida-obra toda, nunca alejada de lo cotidiano, dirá que se trata de hacer arte como quien sirve la mesa. 5. Digresión o asociación libre. Pienso en otro italiano que hizo un recorrido semejante al de Maiolino: el escritor y psicoanalista Contardo Caligaris (1948-2021). Como Maiolino, Caligaris dejaría Italia para adoptar Brasil como lugar de residencia. En ambos, el desplazamiento como constitutivo de una subjetividad que lidiará con lenguajes, acentos, pérdidas y apropiaciones. Entre sus citas más populares, trascendió –se viralizó en redes– una idea de la felicidad: No quiero ser feliz, quiero tener una vida interesante. Porque, aclara, el sentido de la vida no está “más allá”: es la propia vida concreta. Mi cuerpo ­–sostiene hoy a los 80 años Maiolino– es el soporte de mi trabajo ya que es parte de la naturaleza real y no se lo puede olvidar. 6. Dice Maiolino que a partir de 1973-1974, con su primer video In-Out (Antropofagia), su producción se divide en dos ejes: por un lado, la propia del taller y sus soportes artesanales (grabados, dibujos, telas, esculturas). Por otro, y totalmente desvinculada de la primera, que realizará a partir del trabajo con “nuevos medios” o medios audiovisuales, los que le aportarán un nuevo alfabeto de imágenes, nuevos paisajes sonoros y un nuevo discurso hecho de imágenes-signos de matriz lúdica y potencial irónico para responder a las ideologías imperantes. Es en torno de estos nuevos lenguajes que aparece la idea de lo amateur. Trabajo con estos soportes como prácticas para la experimentación y movida por un gran deseo de libertad. Los resultados son estratagemas de trabajo o maniobras para la creación que me apartan del eslogan tiránico: el profesional. Usando estos medios me siento especialmente libre, como un amateur –que significa, literalmente, “aquel que ama”–. 7. Maiolino vivió en la Argentina entre 1985 y 1989 junto al artista conceptual Víctor Grippo. En ese momento, fue testigo de la lucha de las Madres de Plaza de Mayo. Era una democracia aún joven y con muchos claroscuros, como recuerda por estos días el film Argentina, 1985. Desde ese tiempo y esa estadía data el deseo de plasmar alguna forma de acción poética y política sobre las Madres. En 1992 realiza los primeros bocetos de la instalación “Las locas - El amor se vuelve revolucionario” que recién en 2022 se concretaría en la muestra de San Pablo, primero, y ahora, en la de Buenos Aires. Alejada del registro más documental que había imaginado en un primer momento, en la sala-instalación que ahora se presenta se reemplazan fotos de los desaparecidos por retratos trabajados en arcilla a partir de pequeños gestos. En lo semejante está lo diferente, dice. Por sobre el de la documentación, el tiempo abre el registro de la evocación. 8. Para alguien que atravesó múltiples desplazamientos y desarraigos, no resulta extraño que se recurra a los mapas como un modo de registro, una herramienta para reconocer itinerarios, zonas, límites. Sin embargo, el trabajo que Maiolino hará con la cartografía no será el de los mapas civilizatorios, si no, más bien, un ejercicio analítico y paradójico. Se trata de otras cartografías que habrán de mapear territorios emocionales y afectivos, más o menos subjetivos, más o menos caprichosos. Sobre su serie de Mapas Mentales, dice Othake que registran impermanencias de una existencia ambivalente, que no se deja resumir por el saber racionalista y tecnocrático. En ese sentido, en la vida-obra de Maiolino, la familia puede ameritar un mapa, un tablero/juego, tanto como un dibujo o una foto. Todos esos registros son plausibles, conceptuales, necesarios, y complementarios. 9. Tierra modelada es una gran instalación que acompaña cada muestra de Maiolino desde 1994. (Tuvo una gran versión en la Documenta XIII, con el nombre de Aquí y Allá.) Suerte de muestra dentro de la muestra, site-specific o work in progress, compone una escena como si se tratara de un escenario teatral. Recubiertas por cientos o miles de pequeños bloques de arcilla comprimidos manualmente, las paredes del espacio expositivo dejan de ser soporte para tornarse una especie de piel, con sus accidentes, texturas, fisuras y relieves. La tres paredes que la enmarcan se preparan con una trama de alambre en la que se insertan pequeñas masas de arcilla configurando dibujos que podrían resonar con cartografías de geografías inexistentes. Sobre una mesa larga, la arcilla modela alimentos de diferentes formas: una mesa nutrida. En la cuarta pared, abierta, quedamos nosotros: los visitantes, la sociedad, la cultura antes de servirse, del reparto. La mano que da forma a la arcilla como gesto atávico que nos conecta con los albores de la humanidad. La arcilla y el cuerpo se tornan UNO en la intimidad de la obra. Yo soy arcilla. 10. La muestra de Maiolino despliega un llamativo recorrido de vitalidad, poesía, potencia, materia. En sus diferentes épocas-registros-lenguajes, hallamos hilos conectores de una obra-vida siempre en construcción; una mujer-artista que se sorprende, se redefine, que aprende del error, incorporándolo a la trama, haciendo sentido en círculos concéntricos. Tras recorrerla, nos queda, además, la invitación a pensar la (propia) vida como un laberinto. Sensible, lúdica y honesta, interpela, generosa, nuestras fibras íntimas: el registro de la memoria, las identidades (múltiples, incompletas o fragmentadas), y una cultura que nunca puede ser tal sin el registro del otro. Natalia Ginzburg * Las citas incluidas en la nota en bastardilla corresponden al catálogo de la muestra Anna Maria Maiolino SCHHHIII... Exposición originalmente organizada por el Instituto Tomie Ohtake (mayo-junio 2022, San Pablo, Brasil). La muestra podrá visitarse en el MALBA (Buenos Aires) hasta febrero de 2023.

  • ¿Qué hacer con la memoria de “octubre”?[1]

    “Si algo había que aprender, no lo aprendimos” A. Zambra: Formas de volver a casa ¿Qué es el 18-O? ¿Lo “vimos venir”? El carácter inanticipable de la revuelta es ahora esencial a este acontecimiento cuya magnitud no deja de ser paradójica. Existe a partir de la revuelta un “antes” y un “después”; sin embargo, no corta la historia en dos, incluso permanece pendiente su estatura histórica. Con toda su imponencia, la revuelta no ha sido hasta ahora el inicio ni tampoco el fin de algo (aunque se anunciaba camino al plebiscito que “el neoliberalismo terminará en el mismo lugar donde comenzó”). Existe eso sí un después del 18-O: es un tiempo -el nuestro- en que tenemos memoria(s) de aquello. La revuelta es ante todo acontecimientalidad, a la que es inherente un núcleo de ininteligibilidad, pues su desatada facticidad no deja de emerger e imponerse sobre las tramas de sentido que van tejiendo las interpretaciones. Reflexionar hoy el 18-O implica necesariamente considerar lo que habría sido su desenlace: el triunfo de la opción “Rechazo” en el denominado Plebiscito de Salida el 4 de septiembre de 2022. ¿Se impuso la gobernabilidad sobre el malestar insurrecto? Acaso sea todo lo contrario: asistimos a la deflación de la política cuando el conflicto no es simplemente entre “el pueblo” y el Estado, sino que emerge el territorio de una realidad paralela al Estado. A la revuelta reaccionó el Gobierno con fuerza de Estado: “estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable”, dijo el presidente el 20 de octubre desde la Guarnición Santiago del Ejército. Si la revuelta fue expresión de una radical impugnación al régimen mercantilizado de la existencia, entonces debía corresponder a ella una transformación igualmente radical del orden social, lo cual exigía -supusimos- llegar al Estado, es decir, cambiar la Constitución. Más tarde el abrumador triunfo de la opción “Rechazo” significó el regreso a la política. Como señala Badiou, el poder establecido se legitima apelando no a la verdad del orden imperante, sino a que este es el único posible. Una cuestión poco advertida: ¿el devastador acontecimiento de la revuelta fue la demanda de una transformación total, un envión hacia la revolución? La exigencia de una “transformación revolucionaria” supone que en las acciones y expresiones en que reconocemos esa exigencia tiene lugar un nosotros transversal. Una gran cantidad de relatos nos sugiere que ese “nosotros” aconteció en ese momento. Una rescatista voluntaria de la Brigada Cascos Rojos testimonia: “aquí hemos visto la oposición al horror mediante la producción de alternativas que se encarnan en la resistencia cotidiana a la violencia, forjándose vínculos que buscan refugiarse y cuidarse mutuamente”[2]. La pregunta es si acaso ese “sujeto colectivo” trascendió los acontecimientos mismos de la revuelta. Octubre puede ser considerado desde “lejos” con entusiasmo o, desde muy “cerca”, con espanto. El 20 de enero del 2020, en un medio digital extranjero, se lee: “La revuelta social iniciada el 18 de octubre en Chile se ha caracterizado por la ausencia de banderas de partidos y agrupaciones políticas. El emblema mapuche y el chileno se han mezclado a otras banderas y símbolos, como las de las llamadas barras bravas del fútbol. Los hinchas se han tomado la escena de las protestas, sumando también sus elementos de entretención característicos”[3]. Una fiesta. Sin embargo, pocos días antes el periodista Juan Cristóbal Guarello escribía en un periódico local: “no resulta creíble que estos grupos sin ideología, dios ni ley, en menos de un mes y como un acto de magia, se hayan reconvertido en conscientes luchadores sociales cuyo único norte es la justicia, la igualdad y la dignidad. Los mismos que hace tan poco tiempo andaban a palos en la tribuna por un simple paño y amenazando con sodomizar y balear a quien se cruzara en su camino, ahora son la vanguardia popular democrática, inclusiva, con tintes de feminismo y veganismo”[4]. Ninguno de estos dos momentos es más verdadero que el otro. Ha sido recurrente la metáfora de una “energía volcánica” que se acumula, como recurso para comprender la destrucción en tanto expresión de una supuesta “rabia” contenida y creciente. ¿Dónde y cómo “se acumula” el malestar? Se señala la falta de expectativas de la ciudadanía respecto a la política y, en general, a las instituciones. Las personas perciben un régimen naturalizado de desigualdad y, a la vez, el orden mismo de las cosas… ¡funcionando!; es decir, la realidad no estaría “funcionando mal”, sino que así funciona. El 9 de octubre de 2019 Sebastián Piñera se refirió a Chile como un oasis: “porque tenemos una democracia estable, la economía está creciendo, estamos creando puestos de trabajo, estamos elevando los salarios y mantenemos un equilibrio macroeconómico”. Pues bien, esto significa todo lo contrario a una simple realidad “insular”. En efecto, la imagen de Chile como “un oasis” implicaba criterios de rendimiento y salud financiera que inscribían al país en un orden mundial. Es decir, el juicio favorable al “oasis chileno” viene dictaminado por entidades internacionales: el Banco Mundial, el FMI y el BID, la Unión Europea y los Estados Unidos, que ubicaban a Chile en puestos de excelencia en los rankings económicos mundiales. La revuelta ocurrió en varios lugares del Planeta simultáneamente, pero por su propia naturaleza no podía ser global. Es como si el capital financiero operara en y desde una dimensión de realidad que es paralela a la concreta cotidianeidad de las personas. La filósofa italiana Donatella Di Cesare señala: “si se observan las condiciones en las que está ahora el mundo debería sorprender la obediencia”[5]. Es como si se hubiesen agotado las posibilidades de la política, no quedando otra opción que resignarse a vivir las paradojas de la democracia representativa, lo cual nos deja ante una “revuelta sin revolución”, es decir, una “revuelta sin futuro”. El pensamiento no sabe de su propia impotencia allí donde viejas preguntas lo dejan insistiendo en viejas respuestas. ¿Nos encontramos viviendo un tiempo de irónico y simple escepticismo, en total ausencia de alguna verdad? Si así fuera, ¿cómo entender que la subjetividad se aferre a un orden que parece naufragar? El orden en situación de colapso encuentra su asidero en la propia subjetividad que lo padece; no es el orden lo que mantiene capturada a la subjetividad, sino al revés y esta es la gran paradoja: para no hundirse en el miedo, la subjetividad se aferra a un orden que se hunde. El asentimiento sin convicciones con que se acepta el orden es proporcional a la fuerza de una verdad otra que amenaza con manifestarse tras un eventual derrumbe de ese orden: la hobbesiana “guerra de todos contra todos”. A partir de esta se establece una forma de vida ordenada por el miedo y donde no dejamos de percibir injusticia, indignidad, inseguridad. Pero el orden instituido nos protege del caos; consentimos entonces que el régimen de la democracia representativa -actualmente en crisis- es el único posible, la única forma “viable” de imaginarnos todavía como sociedad. Donatella Di Cesare enuncia el dilema al que nos enfrenta la revuelta: “si la revuelta es pura, inmanejable, renuncia al poder, se entrega a la impotencia [se hunde en sí misma]; si trata con el poder es ya inmediatamente sumisa [genera representantes que dialogan, acuerdan y pactan con la institución]”[6]. En esta perspectiva, el verdadero dilema no es revuelta o sumisión, sino revuelta o revolución. Pues bien, ¿existió un coeficiente revolucionario en la revuelta? El sociólogo Manuel Canales sostiene que: “Octubre es la repulsa de la vida cotidiana existente y de las circunstancias vitales, no el anuncio de lo deseable. Existe desde la negatividad”[7]. La negatividad es una especie de condición de origen de lo que sucedió en octubre de 2019. La violenta irrupción de lo reprimido hacia el espacio público no significa que se han franqueado los límites de la opresión, sino que se emprende una directa confrontación con estos, se trata de ejercer presión sobre el orden de la prohibición. La revuelta no es, pues, un “salto al vacío”, sino todo lo contrario: entrar en la revuelta es hundirse en el lleno de un “mundo” en el que el individuo no encuentra un lugar. Y no es “la masa” aquello que se manifiesta, sino que aquella, lo masivo, pertenece a la manifestación misma; hay algo que se manifiesta masivamente. Es decir, la masa como tal no existe en la silenciosa invisibilidad que antecede a su “irrupción”; nace recién a la existencia con su visibilidad, para luego “disolverse”, porque es parte de ese acontecimiento que consiste en estrellarse contra los límites. Los oprimidos devienen “masa” no para saludar el amanecer y cruzar juntos el umbral desde la oscuridad hacia una “nueva época”, sino porque de pronto tienen conciencia de que el orden que los oprime también los ignora. Por lo tanto, es el poder mismo lo que dispone la “masificación” de los individuos oprimidos; el poder transforma a los oprimidos en un “ellos” o en un “nosotros los oprimidos”; es así como estos reciben del poder una identidad y una memoria. El neoliberalismo como mercantilización total de la existencia implica la extinción del sentido mismo del concepto de pueblo, más precisamente, su disolución. “Pueblo” es una forma de identidad múltiple, heterogénea y de gran plasticidad, que nombra a un sujeto aconteciente, internamente relacionado con las luchas del momento. Entonces, cuando el adversario no es un sujeto determinado (el gobierno, la policía, los partidos políticos, etc.), sino más bien una forma de vida, ¿contra qué se constituye el pueblo? El neoliberalismo no hace mundo: “mientras que el neoliberalismo se ha reforzado en y mediante la crisis, no puede pasar lo mismo con quienes lo combaten: lejos de reforzarse mecánicamente con la crisis, ésta únicamente puede debilitarlos”[8]. El plebiscito del 4 de septiembre no habría sido una instancia para que se pronunciara el “pueblo” como sujeto, sino que fueron los individuos, condicionados en cada caso por sus particulares circunstancias, quienes votaron. Si en febrero de 2020 la pandemia devolvió imperativamente a las personas desde la calle a sus casas, el Plebiscito de septiembre las hizo regresar a sus individuales temores y expectativas. La incertidumbre que este plebiscito iba a despejar era si acaso esas individualidades optarían desde sus particulares intereses, desconfianzas, resentimientos, etc., o más apostarían por trascender esa circunstancialidad, para constituirse en el agente infrapolítico de una realidad aun inexistente, todavía políticamente imposible. Un salto al vacío que inspira miedo en un tiempo en que la política se ha disociado de la imaginación. El borrador constitucional apuntaba, por una parte, a una transformación de las condiciones de desarrollo social y económico, poniendo en cuestión el actual régimen de endeudamiento y competencia con base en el emprendimiento individual; pero también comprendía la imaginación de una forma otra de vivir, poniendo en relevancia una cultura de la igualdad y la inclusión. Considero esto último especialmente relevante. Un ex funcionario de la dictadura calificó el borrador constitucional como “texto ideologizado y aberrante”. Es necesario tomar en serio y analizar en profundidad el carácter “refundacional” que se le atribuye y en el que algunos creen encontrar la explicación de su fracaso plebiscitario. Consideremos la siguiente hipótesis: dicho “proyecto refundacional” habría sido la traducción política de la revuelta que se desencadenó el 18 de octubre de 2019 y consistió en el proceso de hacer ingresar la revuelta en la política. Esto la condujo hacia su agotamiento. La revuelta fue la expresión de la imposibilidad que toda política instituida contiene, como administración y contención de la desigualdad. En el proceso constitucional esa imposibilidad ingresó en la política escrituralmente como una política imposible. El 9 de septiembre, bajo el título “Entre la urgencia y la paciencia”, la escritora Alia Trabucco Zerán escribe: “Me acerqué a mi estantería y fui acomodando los libros leídos en su lugar: la novela irlandesa con los irlandeses, la mexicana con los mexicanos, los ensayos con los ensayos, pero me quedé con la nueva constitución incómodamente en la mano. ¿Ficción especulativa? ¿No ficción? ¿Novela utópica? No, no. Por supuesto que no. (…) La Constitución del 2022 quiso ser libro y no fue más que borrador”[9]. Es como si algo hubiese quedado detenido en el momento de su escritura, y ahora se nos develara que se trató de algo que, sin ser literatura, nació para ser ante todo escrito, es decir, para que su existencia fuese escritural. El borrador nos envía a reflexionar la naturaleza del texto rechazado. Con el borrador no se trata de una obra simplemente incompleta o imperfecta. En la escritura de un borrador toda autoría -individual o colectiva- se sabe exigida por circunstancias que la desbordan. En el tiempo de la indignación, las redes sociales y las imágenes digitales, la revuelta de octubre trasciende su concreta facticidad para constituirse en la caleidoscópica imagen de una sociedad en situación de colapso. No se trataba de un acontecimiento “revolucionario”, sino del fondo de la catástrofe neoliberal. Entonces parecía ser urgente la construcción de una nueva forma de convivencia, de un nuevo orden social, pero ¿cómo hacerlo en el tiempo del fin de la hegemonía, del descrédito de los grandes relatos y del agotamiento de la imaginación política? Lo que habría sucedido es que la fuerza detonante de la revuelta –fuerza “destituyente” la denominaron algunos- fue interpretada como expresión de una voluntad colectiva refundacional. Por una parte, esto la hacía desde un principio políticamente inviable; sin embargo, paradójicamente, el acontecimiento de la revuelta solo podía comprenderse políticamente constituyéndose en la demanda de otra forma de vivir, he aquí su esencial carácter refundacional. Era inevitable interpretarlo así, pues no se incendiaba el país para “terminar con las AFP”. La traducción de la revuelta en proyecto político se inicia con el “Acuerdo por la paz social y la nueva Constitución”, el 15 de noviembre de 2019; luego vino la Convención Constitucional, más tarde la elección presidencial de Gabriel Boric y “finalmente” el borrador que resultó del trabajo de la Convención. El Rechazo de la ciudadanía a ese borrador hizo manifiesto que la supuesta voluntad de un “modo de vida distinto” era, como proyecto político, algo imposible. No se trataba, después de todo, de algo así como un sueño colectivo reñido con el “principio de realidad”, sino de una voluntad que al parecer no existía. La revuelta era producto de un malestar encapsulado en el individuo. ¿Qué es lo tremendo de Octubre? Hubo una legitimidad de facto en el acaecer de la revuelta. Las imágenes y el ruido daban a entender que lo que estaba aconteciendo era un gran “¡NO!”, pero esto mismo nos abismaba ante un contenido todavía ausente por develar. Nos parecía evidente en ese momento el repudio al régimen neoliberal hegemónico, pero ¿cuál era el contenido del 18-O? Se anticipaba en todo caso que lo único que podría detener o conducir hacia su consumación lo que estaba sucediendo era precisamente ese “contenido” desconocido. El entusiasmo al que dio lugar Octubre vino no sólo de su magnitud, sino también y esencialmente del suspenso en torno a ese “contenido” y de la dificultad de traducirlo a discurso político, a representación. Tal vez no existió contenido alguno, porque el 18-O fue justamente el efecto de una incontención, y ha sido más bien la inevitable pregunta por “el significado de Octubre” lo que ha hecho de este una especie de respuesta cifrada a la pregunta por una voluntad colectiva que pudiera traer de regreso al “pueblo”. El origen del 18-O no fue la esperanzada convicción de que “algo distinto es posible”, sino la desesperada experiencia de un modo de vida que se ha tornado imposible. Esto implica la percepción de que no hay alternativa, en el sentido de que no existiría un tránsito político desde el estado actual de cosas hacia algo radicalmente distinto. Por definición la política y la institucionalidad no son la vía de lo imposible, y especialmente en el presente la política opera como la contención de lo imposible. Mientras tanto, no podemos dejar de preguntarnos qué hacer con la memoria de la revuelta, la memoria de un lleno que divide nuestro tiempo entre un “antes” y un “después”. [1] Texto base de mi intervención el 01 de diciembre de 2022 en el Coloquio “Insumisiones: Subjetividades frente al límite”, organizado por el Departamento de Psicología de la Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile. [2] “De la esperanza: tejiendo resistencias”, en Violencias y contraviolencias. Vivencias y reflexiones sobre la revuelta de octubre en Chile, Raúl Zarzuri (coord.), Santiago de Chile, Lom, 2022, p. 55. [3] https://www.larazon.cl/2020/01/20/las-barras-bravas-del-futbol-chileno-estan-en-paz-gracias-al-estallido-social/ [4] Juan Cristóbal Guarello: “Emprendedores”, Diario La Tercera, 21 de noviembre de 2019, citado en País barrabrava, Santiago de Chile, Debate, 2021, p. 97. [5] Donatella Di Cesare: El tiempo de la revuelta, Madrid, Siglo XXI, 2021, p. ,83. [6] Donatella Di Cesare: El tiempo de la revuelta, Madrid, Siglo XXI, 2021, p. 48 (he añadido los paréntesis). [7] Manuel Canales: La pregunta de octubre, Santiago de Chile, Lom, p. 150. [8] Christian Laval y Pierre Dardot: La pesadilla que no acaba nunca, Barcelona, Gedisa, 2017, pp. 156-157. [9] https://www.revistaanfibia.cl/entre-la-urgencia-y-la-paciencia/ *El crédito de la imagen es: "Obelisco Plaza Italia, enero 2020", de Juan Pablo Vildoso.

  • El estado de la naturaleza, Bruno Latour

    Este video recoge la conferencia que Bruno Latour presentó en 2014 en Valparaíso en el marco del festival Puerto de Ideas. El alcance y consecuencias del Antropoceno como era geológica acelerada, Gaia entendida como agente político en el que la evolución humana y no humana coexisten y la concepción de la biosfera como un ente complejo autoorganizado, son algunas de las ideas y propuestas del corpus teórico de Bruno Latour presentadas en aquella ocasión de supaso por Chile.

  • Trabajo, nombre, nube

    Durante mucho tiempo odié mi nombre. Esas dos ene después de la O y las sutilezas ridículas que tenía que advertirle a quien me lo pidiera en algún trámite —es con jota, no con i griega; lleva una h después de la t—. En un poema intitulado «Cuidado con el perro quiltro», Pablo Paredes escribe sobre «los nombres que avisan pobreza»: Yasna, Jonathan, Jenifer. Por supuesto que hay otros Jonathan que tuvieron peor fortuna: recuerdo un «Yonatam» que encontré en la lista de reclutas para el Servicio Militar del año 2008, cuando también fui llamado y logré zafar con un certificado médico cuyo falso diagnóstico prefiero olvidar. Y aunque el nombre no es poco común [1], ni mucho menos el de moda, llamó mi atención este anuncio que el algoritmo de Instagram me mostró hace poco: «Jonathan viaja en su “nube” y conquista el camino». Lo primero que debo aplaudir es que Chevrolet haya depurado su estrategia comercial a tal nivel que incluya nombres feos. Lo segundo es que, si jugamos a ordenar la frase como versos, nos queda algo así como un dístico con dos versos casi octosílabos: «Jonathan viaja en su nube / y conquista el camino». Esto podría ser el comienzo de un poema, pienso. Un mal poema quizá, pero un poema en fin. Lo tercero —y aquí sospecho— es que quizás el algoritmo hizo una cadena de asociaciones con evidente sesgo de clase: yo no sé manejar, pero Chevrolet supone que sí y que además podría eventualmente trabajar haciendo fletes, trabajo noble y necesario pero que en este país no suele ser ejercido por nombres españoles con apellidos de alcurnia sino por Jason, Jonathan y Maicol; Pérez, Soto, Opazo, etcétera. La división social del trabajo en función del nombre de pila. Aunque por otro lado puede ser una sugerencia acorde a la situación en la que me encuentro: en plena mudanza, moviendo los pocos cachivaches que tenemos con mi pareja en varios viajes en micro, Uber y uno que otro amigo gentil que nos ofrece su vehículo. Quizás Chevrolet me está diciendo: hazlo tú mismo. Compra tu nube y conquista el camino. Si tienes suerte, tu destino. Es curioso que usen «nube» y no «nave», término de moda entre la gente que hace música urbana, cuyos sueños de opulencia y bling-bling aparecen en casi todos sus videoclips. Mejor nave que nube –pienso—, esta última etérea, lechosa, casi transparente. En Dragon Ball, el animé que muchos vimos en televisión abierta durante los noventa, existía la nube voladora: una nube amarilla que Gokú podía montar para desplazarse a velocidad de héroe. Pero la nube no era para cualquiera. Copio acá la información que encuentro en un foro de fans de la serie: «Solamente las personas de corazón puro pueden subirse a ella, y quien no cumpla este requisito la traspasará como una nube común, a menos que se sostenga de un viajero que sí pueda usarla». Tal vez el publicista a cargo quiso apuntar a las huellas inconscientes de los que se criaron con los dibujos de Akira Toriyama. Como sea: quizás cuando termine la mudanza los anuncios programados para mí sean otros: sillas de oficina para conseguir un mejor rendimiento laboral, tips para dejar el alcohol o aplicaciones con rutinas de ejercicio para bajar de peso. Publicidad que te avisa que te has vuelto un adulto aburrido y predecible cuyo propósito debería ser: vivir bien para rendir mejor. El lema del Realismo Trabajólico. Porque mañana hay que levantarse igual a trabajar. Para eso sí que no hay alternativa. Jonnathan Opazo H ___________ [1] Pienso en las muchas combinaciones posibles: Jonathan, Jonnathan, Johnatan, Yonatan, Yohnatan, Yonatam, Jonatam, etcétera.

  • Ruido o el odio de una madre *

    Para la madre que no puede olvidar su odio “Es un poco tonta, pero no se le nota” Ella notaba cada vez que su madre la nombraba con esa frase al mundo. Aprendió a fingir hace mucho tiempo, fingió que no la escuchó. Aprendió tan bien que dejó de escuchar. Pensaron que era sorda, visitó primero al neurólogo, luego al fonoaudiólogo, pasó por el otorrinolaringólogo y como es de suponer, terminó en el psicólogo. Veía a su madre tan feliz con el diagnóstico que se hizo sorda. La madre ya no la presentó como tonta. En vez de decir “es un poco tonta, pero no se le nota”, comenzó a decir: “Es sorda, por eso es así” Al comienzo la escuchaba, luego fue un susurro y, al final de los tiempos, fue ruido blanco. Olvidó. Olvidó que no quería escuchar el audio de su madre. Así, nunca supo que su madre lloraba al despertar, que su madre lloraba a medianoche, que su madre gritaba aliento seco cuando se aproximaba su padre, que su madre se deprimió cuando ella nació, que su madre vomitaba la sopa de letras, que su madre gritaba su nombre... Nunca lo supo. Una vez soñó un ruido, era tan grave que se hizo imperceptible. Lo buscó por todo el sueño; incluso, abrió la puerta de la pesadilla, también la del insomnio. El ruido soñado se le perdió... Aún lo busca en cada despertar. EL ODIO EN UNA MADRE El amor materno tiene una contracara: el odio. Tanto el amor como el odio son asuntos yoicos, no pulsionales, por lo que entrañan una singularidad a la hora de acogerlos en un espacio transferencial. La singularidad es no olvidar quién los porta: ¿un Yo materno arrasado por ejercicios pulsionales sin límite, sin la posibilidad de haber construido nuevos caminos?, ¿un Yo materno que ha podido contar con otros espacios para la tramitación de sus afectos?, ¿un Yo arrasado en su sobrevivencia autoconservativa que solo puede odiar? Tendremos que definirlo al calor y al frío de los amores y odios de cada historia. Sabemos que las maneras de investir y darle vida a un objeto que devendrá representado, porta ondulaciones, movimientos, ambivalencias que son los ligamentos que posibilitan el mantenimiento de su estatuto como representado. A veces, esos ligamentos se convierten en scotch barato, que apenas une y pega, que pega un poco y pierde su material adhesivo, pega una semana y después se despega… Así son los ligamentos que sostienen la ambivalencia del amor y el odio hacia el objeto representado o que intenta serlo. Existen ejercicios maternos con ese scotch frágil, con ese scotch vende humo y el resultado es que el vaivén de la investidura representacional se transforma en algo que no sostiene ni enlaza. Porque el vaivén es extremo, es como estar en el tagadá de un parque de diversiones sin afirmarse, es ir de un lado a otro sin que el Yo pueda siquiera sentir dónde está: ¿en el amor, en el odio? Más bien, el Yo materno queda arrasado por afectos que le pasan por encima, ni una pizca de antena está disponible para leer el afuera y el adentro de sus modalidades predominantes de vincularse y representar al objeto hijo. Entonces, ¿de qué se trata el afecto del odio cuando tiene prevalencia en una relación? Es un afecto que ha perdido su movilidad. La movilidad -investiduras, contrainvestiduras, olvidos y recuerdos encubridores- funciona como el scotch en la neurosis que posibilita ese ondular de las investiduras que le ayudan a una madre a olvidar: que odia, que se angustia, que se avergüenza, que se afecta así de intenso con la presencia de su hijo, de su hija. El scotch que permite olvidar no es fácil de encontrar, a veces hay carestía, a veces se encuentra en una librería, otras, en una ferretería. También en la feria: - “¡scotch del olvidoooo! - “¡scotch pa` olvidar!” - “scotch pa’ ligamentos psíquicos” - “pa’ los huesos psíquicos, pa’ los huesos psíquicos” - “¡originales, originales!” - “3 x $1000 caserita” Sería fantástico, ¿cierto? No es posible hallarlo de buenas a primeras. No es patrimonio estable ni de todas las ferias de Chile, ni de todas las madres habidas y por haber, heridas y por herir. No lo venden en todas las comunas de Chile. Hay algunos scotch piratas y las madres lo compran pensando que es el original. No pudo distinguir. Porque el original está muy borroso, enredado, confuso. No es posible reencontrarlo, aparece como la imagen del sueño al despertar y se va… se intenta agarrar, se cierran los ojos, para que no se escape esa huella sensorial… se fue. No es posible discriminar cuál es el scotch de los orígenes. Así, el pegamento que consigue cada madre para unir sus huesos psíquicos, le falla a veces. Le falla en una vida. Las madres que odian no saben que están odiando. Están nubladas por efecto del pegamento frágil. Hasta el olor del pegamento frágil las afectó. Esas madres que rechazan sin vergüenza, son las madres que tenemos la posibilidad de acompañar en nuestro trabajo clínico. Una madre que no cuenta con el scotch tiene sus motivos. Es esa nuestra dirección, ir a sus motivos. Quien odia, olvida que odia. No es posible recordarlo todo el tiempo. Quien no olvida que odia no ha podido renunciar a la alucinación primitiva en donde la fuerza de lo percibido sigue actuando con una potencia sin igual, que no permite percibir el objeto cuando está, porque el odio que no se detiene empaña todos los vidrios: de los anteojos, de los espejos del baño, de los espejos retrovisores, de las ventanas… Tan empañados están que no es posible detener la propia fantasía enquistada y percibir al objeto en su presencia. El scotch para ligamentos psíquicos no duró nada. La madre quedó atrapada en un extremo de sus afectos y ya no ve al hijo ni lo nuevo que puede surgir en una mirada, en un llanto, en una sonrisa, en un grito compartido. Terminaron comprando ruido, ruido blanco, lo guardaron en bolsillos que tenían descosida su base. Bolsillos por donde hay orificios por los que se caen las monedas que se llevan a la feria y también los ruidos blancos que se compraron pensando que era scotch de buena calidad. La madre camina feliz de regreso a casa pensando que hizo un gran negocio (“sshhh 3 x $1000, ¡la hice!”, piensa y sonríe). Pronto dejará de sonreír, al recordar que le falta un diente, y pronto olvidará lo que compró, porque el ruido blanco deja de escucharse. Pero esta compra tendrá serias consecuencias. Lo que a la psique de una madre se le cayó de los bolsillos con agujeros, queda a veces en el aparato perceptual del hijo, de la hija. Y lo que la madre ha perdido, ellos y ellas lo alcanzaron a oler, a escuchar, a sentir antes que se desvanezca del todo. Lo llevan encima, a veces lo transforman y es posible huir del peso del ruido blanco que les ha caído. Otras, no es posible y lo siguen buscando en cada despertar. A veces hay scotch bastante fibroso, de buena calidad, para ligar las articulaciones psíquicas. Hay relieve, hay momentos, hay intensidades que varían, hay miradas que retornan, hay olores que se rechazan, hay sueños que organizan y liberan la representación estrangulada que exhala dolor. A veces en una vida hay scotch. Otras, solo hay ruido blanco. El odio que tiene lugar en la vida psíquica de las madres pronto puede encontrar un límite. Ese límite lo posibilitan otros afectos que emergen como una hierba que no para de brotar. Emerge y brota vergüenza, culpa, compasión que vuelven a situar el odio en otro lugar lejano, al menos por un tiempo, para la conciencia de la madre. Pero a veces se trata de una hierba muerta, es mala hierba que envenena cuando crece, da brotes que no hacen detener la intensidad, sino solo aumentarla exponencialmente hasta inundarlo todo. El afecto del odio en este escenario de malezas indómitas no encuentra espacios intersticiales entre otros afectos. El odio queda rígido, atrapado, inmovilizado. Así, paralizado, ese afecto intentará moverse. Toda la fuerza del pensamiento tiende a alcanzar al menos la descarga motriz que libera montos de afectos atrapados. Es como la parálisis del sueño: el durmiente intenta despertar. No puede. Sus ojos, sus manos, su respiración no responden a sus mandatos. Se ha perdido el dominio. Así ocurre con el odio detenido. Hubo un tiempo en que quizá fue posible dominarlo: los olvidos, las negaciones, las idealizaciones permitieron aquello. Pero la historia de un odio paralizado da cuenta de siglos de rechazo que han tenido lugar. No en el inconciente de las madres ancestrales, sino en una tópica que se indiferenció (o tal vez nunca alcanzó una diferenciación) y así, en un territorio pantanoso, se aisló y no encontró red, ni en la propia tópica, ni en los vínculos de su tiempo. Está petrificado hace mucho. El odio no se detiene y el Yo se cansó de intentar despertar. Es rígido, ya no se piensa, ya no se evita. Entró en la conciencia y la vergüenza y la compasión perdieron su capacidad productiva. Sí, la vergüenza y la compasión producen, producen movimientos: producen hojas en las que dibujar, telones donde proyectar el sueño, construyen un alguien, algún otro, alguna otra con quienes imaginar, producen algo ahí donde un afecto está en riesgo de petrificarse. ¿Hay consecuencias por odiar? Sí, el odio al objeto hijo tiene consecuencias. Lo odiado de manera narcisista será solo un intento –que no funciona- de proyectar un rechazo al interior del propio Yo materno. Casi siempre se trata de una identificación no lograda con la madre de una madre, identificación que la autorice y sostenga en su trabajo interpretativo, que le permita ver algo ahí donde no hay nada, ahí, en la hoja en blanco que representa el hijo/la hija, en la hoja de los orígenes. A veces, ese primer esbozo se logra, pero tan suave y frágil, que el segundo movimiento, que consiste en lanzar la mirada allá afuera, más allá del propio Yo, al encuentro con el nuevo objeto a investir, no alcanza a llenarse de otros contenidos, no hay más repertorio que las distintas expresiones del rechazo, no hay más palabras en el diccionario: odio, odiar, odiando, odié, odiaré... Hay una inamovilidad del afecto del rechazo. Cuando el rechazo al hijo adquiere la forma del odio, lo que muchas madres hacen es preservar la vida autoconservativa sin espacio para el surgimiento de lo sexual. Y ahí cuando el hijo llore, cuando el hijo la busque con su mirada, cuando el hijo más tarde aprenda las tablas de multiplicar… Ahí, cuando la hija le regale a su madre el dibujo de unas rayas que ella dice que es una flor o una comida hecha de gredas y plasticinas de colores… Ahí, cuando el hijo o la hija toquen su cuerpo, el propio y el de ella, cuando cierren la puerta, le suelten la mano… Ahí, cuando ese hijo escoja sin saberlo un objeto vocacional y uno amoroso… Ahí, cuando ese hijo decida continuar o no un vínculo con quienes ha estado… Ahí, cuando los hijos recuerden y armen sus relatos de las caricias y los golpes de una vida y de un sueño… Ahí, en ese lugar del tiempo, las madres que invisten de manera narcisista con un Yo de color odio petrificado, no podrán sino rechazar una y otra vez lo que el hijo y la hija les muestren o les oculten desde los contornos de su psiquismo, por un largo tiempo (sino siempre) indiferenciado de la madre y su odio. Pasa mucho tiempo antes de que una madre pueda sentir el odio, antes que sea posible verlo con cierta claridad. Son mañanas desgastadas, tardes somnolientas, noches de insomnio. Rotundamente, no existe exclusivamente el día de la madre. Los relatos de madres antes de ser odio son un gran peso, se sienten de esta manera en la relación transferencial, como nos los muestra la guionista solitaria: ~ La violencia vivida tiene un efecto en quien la porta. Escuchar el relato de una persona que ha sido objeto de violencia es como ver una película de terror, pero, a diferencia de una película, la escena no cambia, no acaba, no es posible apagar el dispositivo que la contiene, porque ese dispositivo es el propio cuerpo. Es otra expresión de la pesadilla freudiana. Además, es una película de tan bajo presupuesto, ¡no ha ganado ningún fondo estatal! Así, no cuenta con el equipo audiovisual necesario para poder grabar las escenas con la tecnología adecuada que permita ver y escuchar con cierta claridad. Únicamente existe la guionista. Y existe sola, sin linaje al que acudir. La guionista solitaria ha quedado petrificada y seducida por una imagen sin tiempo. El resultado es un afecto que predomina al modo de una esfinge: detenido, rígido. Ni los temporales más intensos podrán lograr que se mueva un poco de su lugar, porque su lugar porta la defensa de la anestesia y de la petrificación. Entonces, ni la tele se puede apagar, ni en canal se puede cambiar, ni la película contó con un equipo para armar un relato en conjunto, con distintas perspectivas, con corrección de escenas, con corrección de estilos, con continuistas que armonicen el relato y vean si los raccontos o los flashes backs se entienden, si las historias se tejen al revés o al derecho. Ni los focos del gaffer contaron con la fuerza para dirigir el foco a otra escena. Pero ahí está la otra escena no iluminada, como el detalle de un sueño que casi no se ve, que apenas se siente. Ahí está: generalmente se trata de una madre en silencio o del silencio de una madre. Vamos y aumentemos a destiempo su audio. Hagamos audible su respiración, su balbuceo, su miedo. Eso, subamos el volumen de a poco. Si hay algo que no se soporte escuchar haremos como si olvidamos y nos quedaremos con el sonido directo. Por un tiempo no haremos postproducción de sonido, ni para el doblaje de los audios inagarrables ni para los foleys de lo que no se capturó en la grabación originaria. Nos será difícil entender, porque trabajaremos solo con el sonido directo que capturó una caña vieja con un peludo desgastado que fue afectado por el viento de las violencias que venían de otra película. Esa otra película es un poco ajena, pero entra con la fuerza de lo no elaborado, con la perforación del traumatismo. Es la escena de la violencia de los adultos de su infancia y también de los adultos en su infancia. Es un ruido blanco tan sordo que es gigante, aun así, no se percibe. Con toda esa sonoridad de gritos mudos trabajaremos y el afecto ahí dentro es duro, gigante, bestial, incólume y pesa. Es un ruido blanco que comanda los intereses yoicos, la capacidad de pensar, de soñar, de amar, de trabajar. De esta forma es el afecto rígido que lo inunda todo, el hoy y el ayer, porque es sin tiempo. El odio salpicado de angustia es así a veces, sin tiempo que lo perturbe e incomode. ~ No todo es amor. Porque para que el amor alcance cierta existencia y prevalencia en una vida psíquica ha debido relacionarse con otros afectos. El amor más bien es un resultado, no un sentimiento superior a otros, sino que es uno de esos afectos que se ha transmutado y devenido un Eros roto que se eleva desde las tinieblas, pero que existe precisamente porque hay tinieblas: odios, envidias, tal vez celos, angustias, humillaciones, abolladuras psíquicas de todo contorno y profundidad. Tinieblas que, de no despejarse, destruirán al objeto y ya no habrá nada vivo que investir y que devuelva una mirada, una imagen de sí, ese es el gran riesgo del odio a secas. Tiempos de amor, tiempos de odio, tiempos de ambivalencias afectivas que claman por una orientación. Sin identificar este camino entre las tinieblas, el odio materno operará y tendrá significativas consecuencias; el odio materno existe y tiene una historia con el traje del ruido blanco. Mientras menos podamos escucharlo e incorporarlo en nuestras reflexiones –su fuerza, su existencia, sus características y consecuencias en el intento de vinculación de una madre con su hijo, con su hija- más encontrará ese odio, la posibilidad de persistir, de ser inmortal. Marta Bardelli González *Extracto del libro de Marta Bardelli González, La noche de las madres. Metapsicología y cuentos de horror materno (Enero de 2023, Humo Editorial). Prólogo de Hugo Rojas, diseño de Casa en Blanco y pinturas de Renato Órdenes San Martín.

  • Vine, viví

    Iba a morir pronto, mi abuela, y mi mamá, su nuera, le tomó la mano y le preguntó si estaba asustada. Ella le dijo que sí. Hace meses que su mirada se había convertido en una mirada de niña. Imagino que la miró con esos ojos cuando dijo que sí, que tenía miedo. Le temía, supongo, solo puedo suponer, a lo desconocido. A lo imposible de conocer, si es que morir es dejar de ser. Tranquila, le dijo mi mamá, yo la estoy acompañando. Con mi abuela, yo adolescente, de doce o trece años, éramos fanáticos de Highlander, la serie (años después supe que había una película que no me gusta nada). Esa que protagoniza Duncan MacLeod, del clan MacLeod. Creo que la daban en Megavisión, en las tardes, quizás después de almuerzo. Podría buscar el dato, pero para qué ensuciar la memoria con precisiones. En cada capítulo, Duncan MacLeod contaba su historia, la de su familia y la de los inmortales como él. Que había nacido hace cuatrocientos años en las tierras altas de Escocia y que solo podía morir si le cortaban la cabeza. El que lo haga, el que lo mate a él o a cualquier inmortal heredará su poder: “Al final, solo quedará uno”, advertía, con toda lógica. Matar para vivir, eso hacen los inmortales. Como los dictadores y las dictadoras, que matan porque le temen a la muerte, que matan para no morir, que matan para que nos los maten. Que acumulan poder, y dinero, que es poder, para fantasear con la inmortalidad. Por supuesto van a morir igual, como todos. La muerte, dicen, es la única certeza que tenemos y es lo único que compartimos, sin importar quiénes somos. Pero no es cierto. O caben hacer algunas precisiones. También sabemos que estamos vivos, esa es una certeza, y si no lo sabemos, entonces tampoco podemos saber que vamos a morir. Sin vida no habría muerte, no podríamos morir. La muerte sin vida es inimaginable, la vida sin muerte, en cambio, es casi un lugar común de la imaginación: eso, una vida sin muerte, es en lo que creen e imaginan en realidad los que creen e imaginan una vida después de la muerte. Que vinimos al mundo para morir es otra imprecisión, tal vez una licencia poética, quizás filosófica empujada por la cursilería que llevamos dentro. Si ese “para” quiere decir que la muerte es algo así como nuestro objetivo o el sentido de la vida, así como alguien come “para” alimentarse o “para” gozar, entonces tampoco es cierto que venimos al mundo para morir. Por de pronto, porque no sabemos ni podemos saber para qué o a qué vinimos, si es que vinimos a algo o para algo; y, por lo mismo, vivir se trata, precisamente, de ir haciendo en el camino ese “para”. Así es que en realidad vinimos al mundo para vivir, lo que es tan evidente y cierto como tautológico; más bien, por eso es evidente y tautológico. Ahora, si el “para” solo significa dirección, así como quien se va del trabajo “para” la casa, pues entonces eso de que vinimos al mundo para morir es una obviedad revestida de sabiduría, poesía, filosofía o qué sé yo. Para desvestirla hay que quitar el “para” y poner “hacia”. O sea, no es que, como dicen que dijo Heidegger, seamos “para” la muerte, sino que “hacia” la muerte. Que es la traducción correcta de zum Tode. Y si muerte es no solo la muerte biológica, sino también el cambio, los vaivenes, el ser y no ser y llegar a ser de cualquier vida, la transformación de la identidad, entonces, claro, ahí sí es cierto que venimos al mundo a morir. Pero esa muerte, ese sentido de la muerte es otra manera de decir vida o vivir. Que tengamos conciencia de la muerte, de que vamos a morir, aunque se nos olvide, eso es otra cosa. Podría aceptar que esa conciencia define la condición humana, pero eso no es lo mismo que venir al mundo a morir o ser para la muerte. Simplemente porque lo que hacemos la mayor parte del tiempo de nuestras vidas es vivir. O estar vivos. Hasta me atrevería a decir que es lo que hacemos toda la vida, incluso cuando nos acercamos a la muerte, incluso cuando sabemos que nos acercamos a la muerte. Si no fuera así, los dictadores no matarían y mi abuela no habría tenido miedo. Se mata y se teme porque vinimos al mundo para vivir. Y en eso estamos, ustedes y yo. En esa tautología. Tal vez los inmortales vivan para morir, puede ser, el problema es que no existen; y hasta puede que sea por eso que no existen. Juan Rodríguez M. Giovanni Battista Piranesi (1720-1778) - Carceri d'invenzioni #VII

  • La maldita clase media

    Durante mucho tiempo, en el ámbito de la izquierda, no hubo un término más despectivo que el de “pequeño burgués”. La obra de Bertolt Brecht "La boda de los pequeños burgueses" ponía de manifiesto este entorno mezquino e hipócrita que le era propio. Entre el mundo ambicioso e implacable de la burguesía y la nobleza de la clase obrera estaban los miserables de la clase obrera. Los jóvenes izquierdistas procedentes de esta clase eran los que más renegaban de ella (aunque continuaran viviendo a su costa). Después de Mayo del ’68, los estudiantes maoístas de este origen fueron a las fábricas como si esto supusiera una especie de conversión. No sabían lo que Jacques Rancière había descubierto en sus estudios de las luchas obreras radicales, que lo que realmente querían los obreros era dejar de serlo. "La clase obrera no va al paraíso", como decía la película italiana de los setenta. La misma Simone Weill había ido a las fábricas para redimirse, pero pasando por el desarraigo y la miseria de la clase obrera. Pensar que el capitalismo había creado su tumba con el proletariado no era más que un sueño de revolucionarios. En sus últimos diarios, Sándor Márai tenía comentarios sobre estos pequeños burgueses que querían redimirse de su clase llevando a los pobres a la revolución. Pero las revoluciones rusa y china no se habían hecho por una clase obrera que quería acabar con el capitalismo para crear una sociedad sin clases. Eran la movilización desesperada de los que no podían soportar lo sostenible, de los que no tenían nada que perder. Ni los obreros ni sus sindicatos luchaban por el comunismo: o luchaban por dejar de serlo o por mejorar sus condiciones de vida. ¿Para vivir como la clase media? Porque hablemos ya de clase media, término que sustituyó al de pequeña burguesía, que molestaba mucho a los marxistas que pensaban que las clases sociales debían definirse por criterios objetivos: propiedad o no propiedad de los medios de producción. Pero en los países centrales y semiperiféricos aparecían asalariados con funciones directivas en multinacionales o grandes empresas o bancos que tenían más poder que la mayoría de los empresarios. Y todo un sector de los trabajadores cualificados con unas condiciones de vida más que aceptables. Seguramente lo que consiguieron muchos obreros en el pacto social de las sociedades liberales fue vivir como una clase media. Porque finalmente, ¿no es lo que sueñan todos los migrantes desesperados que llegan de los países pobres a los ricos? Aristóteles, en su Política consideraba que la clase media era la garantía para una sociedad democrática. Los ricos tenían privilegios por defender y ésta era siempre su apuesta, y los pobres no tenía ni tiempo ni formación para dedicarse a la vida ciudadana. Evidentemente, no me apunto a este discurso, me parece que de lo que se trata es de dar a la clase obrera formación y tiempo para dedicarse a la política. Pero pertenecer a la clase media puede tener su dignidad. En realidad, nadie quiere ser pobre y está bien no querer ser rico. Y ser de clase media no significa ser hipócrita y mezquino como en las imágenes que muestra Brecht en su obra de teatro. En realidad, no comporta nada. Profesores, médicos, técnicos… pertenecemos a la clase media. Es lo que somos, empezando por estos profesores izquierdistas que se dedican a criticar a su propia clase. Pero la pertenencia a una clase es algo objetivo: hay que aceptarlo y desde aquí hacer una apuesta ética y política. No desde un lugar imaginario. De hecho, en las sociedades liberales el soporte electoral de la socialdemocracia está, en gran parte, en la clase media. No voy a hacer aquí tampoco un elogio de la clase media. En los años ’60, los jóvenes que provenían de esta clase, al margen de las ilusiones de una sociedad sin clases, se manifestaron, desde los beatniks o los hippies americanos hasta los probos holandeses, por una alternativa a la vida pequeño burguesa de trabajo y familia que veían en sus padres. El sociólogo americano Richard Sennett, que en su juventud perteneció a estos movimientos, escribió en su madurez dos libros muy críticos con las ilusiones de su protesta juvenil. En el primero, El declive del hombre público, muestra que las convenciones son protocolos necesarios para moverse en el espacio público y que el espontaneísmo en unas relaciones son mediaciones que solo conducen a la confusión y el malentendido en esas relaciones. En La corrosión del carácter, cómo el antiguo trabajador de clase media, con unas estructuras personales, familiares y laborales estables y sólidas, pasa a ser en el capitalismo neoliberal el sujeto precario e inestable en su trabajo y en sus relaciones. Como miembro de la clase media, para hablar en término personales, he de decir que huyo siempre en encerrarme en esta clase. Nunca he querido llevar a mis hijos a las típicas escuelas concertadas españolas donde lo que hay es, casi exclusivamente, hijos de la clase media. Porque hay una satisfacción de clase que me repele. No se trata de estar satisfecho de ser de la clase media. Se trata de aceptar esta condición sin ningún mecanismo de identificación. “Sentirse de clase media” me suena de lo más ridículo. Como decía, siempre he llevado a mis hijos a centros públicos, cosa que en España no implica ningún problema de calidad de enseñanza y permite a los niños y adolescentes convivir con los hijos de familias obreras o migrantes poco favorecidos. Esto es la vida y lo que te hace aprender, no vivir en una burbuja con los “iguales”. Cada cual forma parte, por criterios objetivos, a una clase social. Somos sujetos singulares que no nos definimos por esta clase pero que nos sitúa en la estructura social. Nadie debería negar la clase a la que pertenece ni idealizarla. Aquí está, con toda su heterogeneidad. Pero tampoco pretender ser ni hablar de una clase a la que no se pertenece. La clase obrera no va al paraíso, ciertamente; la clase media, tampoco. Prefiero ser de la clase media que de la clase obrera. Pienso, además, que la clase media debe unirse a la clase obrera para defender el Estado de Derecho frente a los intereses de los ricos, o de cualquier oligarquía. Pero no me gusta que me consideren “pueblo”. Prefiero ser un ciudadano con otros ciudadanos y vivir con los otros con seguridad y libertad. En definitiva, que soy de clase media. Un pequeño burgués. Qué le vamos a hacer. Hay cosas peores. Luis Roca Jusmet

  • Antes de Nunca Jamás: la capa animal

    Notas sobre una investigación de la niñez en el Sename. Parte 2 -Oh, Abuela -exclamó la pequeña-, ¡Por favor, llévame contigo!. Sé que te marcharás cuando los fósforos se consuman; Al igual que la cálida estufa, el adorable ganso asado y el enorme y hermoso árbol de Navidad. Y rápidamente encendió todo el montón de cerillas, porque quería aferrarse a su abuela. Los fósforos brillaban con una luz tan brillante como la del mediodía, y su abuela nunca había parecido tan grande ni tan hermosa. Recogió a la pequeña en sus brazos, y ambas volaron hacia arriba con resplandor y alegría, muy por encima de la tierra, donde no había frío, ni hambre ni dolor, porque estaban con Dios. (La vendedora de fósforos, Hans Christian Andersen, 1846) En esto de la INS-TI-TU-CIO-NA-LI-ZA-CIÓN casi siempre se nos olvida que hubo un antes. Antes es un adverbio que se ocupa para señalar algo en relación a un tiempo pero también a un espacio. Uno puede decir, por ejemplo, antes de SENAME y referirse con ello al tiempo en el que la protección de los Niños Perdidos estaba en manos de la beneficencia. Puede decir antes de SENAME y referirse a las calles, casas, plazas -sobre todo calles- en las que muchos de los niños perdidos aprendieron que no había dónde. Al final, creo que se trata de eso. No hay dónde. No hay dónde comer, no hay dónde dormir, no hay dónde estudiar, no hay dónde jugar. También puedes decir antes de SENAME y referirte al tiempo dictatorial en el cual el negocio de la protección de la infancia era preneoliberal y la sigla USS (unidad de subvención sename) no había sido creada. Es decir, hay muchos antes. 1- Antes Nunca Jamás también era un negocio. Nara Milanich ha incorporado al análisis de la situación de la orfandad en Chile, desde su instalación como casi-república, el fenómeno de la circulación de niños, es decir, qué pasó con los niños que no se criaron en la casa de sus progenitores biológicos, sino que pasaron toda su infancia o una parte de ella en casa de custodios ajenos. En Chile, se reconoce la Casa de la Providencia como el donde más antiguo y grande para los niños perdidos, sin embargo, en las últimas décadas del siglo XIX proliferaron estos “hogares” a lo largo de todo el país. En 1912 habían 25 casas de expósitos. Exposito era el nombre que tenían en el mundo antiguo los niños y niñas que al nacer no eran reconocidos por el pater familia. Los bebes quedaban expuestos en la calle para que murieran de inanición, los atacara algún perro o bien otro pater familia lo asumiera como propio. Lo que ocurriera primero. Manuel Delgado, en su análisis de los expósitos, concluye que se trataba de niños en su mayoría ilegítimos y que provenían de los sectores más pobres. En la primera década del 1900, el número alcanzó la enorme cifra de 2.300 expósitos. Es decir, uno de cada diez niños nacidos en Santiago fue mandado a una Casa de Huérfanos. ¿Qué hacían las instituciones recién creadas con esta magnitud de niños a su cuidado?: Ponerlos a trabajar, qué otra cosa se podría hacer con los paupérrimos recursos de la beneficencia. La permanencia en las casas de huérfanos era mínima -días o meses- rápidamente los niños perdidos eran entregados para la crianza de otro, ya sea a cambio de un estipendio (amas de leche y amas secas) y/o a quienes por razones de infertilidad los adoptaban y los criaban como hijos propios. Este modo de crianza era mediado por la misma institución a la cual las familias solicitaban un niño o niña expósita para su familia. En estos casos, se puede reconstruir fácilmente un conjunto de relaciones de dependencia, subordinación y más que todo servidumbre. 2- La vendedora de fósforos. Los estudios sobre el afamado cuento infantil “La vendedora de fósforos” cuentan que Hans Christian Andersen lo escribió durante su estancia de un mes junto al Duque de Augustenborg. Un editor de almanaques le solicitó que escribiera un cuento en relación a una de tres imágenes que le hizo llegar. La imagen que lo inspiró pertenecía al artista danés Johan Lundbye y mostraba una niña que vendía fósforos. Vender fósforos y/o periódicos tanto en Europa como en Estados Unidos era algo habitual en los niños de la calle pues la mendicidad era ilegal no así el trabajo infantil. El cuento es la representación de la dura contradicción entre la vida en Augustenborg y el mundo. Una poderosa critica en tiempos de convulsión social. Casi 100 años después, en el año 1944, una edición norteamericana de Andersen cambió el final del cuento y agregó al libro una funda en la que decía: “Los niños leerán encantados esta nueva versión del famoso relato de Hans Christian Andersen. En ella, la vendedora de fósforos, en aquella noche buena, no muere de frio, sino que encuentra un cálido, alegre y maravilloso hogar donde vive feliz para siempre”. Cambiar el final del cuento ¿no es eso lo que todos quisiéramos? 3- Antes no había donde. Antes, ese antes impensable, es un antes sin tiempo, porque el tiempo parece haber empezado con la rutina, con el orden, con el levantarse para hacer nada o para no parar de hacer hasta que las luces de la habitación se apagaban por la noche. Sin embargo, ese antes de la INS-TI-TU-CIO-NA-LI-ZA-CIÓN existió y en ese antes hubo: Mucha pobreza, muchos hermanos y hermanas, mucha violencia. Padres violentos contra madres que, a veces huyeron, o se fueron a trabajar puertas adentro, por necesidad, también para no saber, también porque no sabían qué hacer. Violencia Violencia física Violencia psicológica … sexual incluso. De ese antes, los niños perdidos nos contaron que el alcohol y las drogas se llevaron casi todo el amor. Que a veces alguna vecina ayudaba, dándoles de comer, que hubo unos abuelos que trataron o una amiga de la madre que lamentablemente no llegó a cuidarlos de grandes. En muchas ocasiones, no hubo más que algún hermano o hermana solo un poco mayor, un departamento, el atrás de una iglesia o una habitación en mal estado, mucho tiempo solos en las casas, esperando que alguien viniera o vagando por ahí incluso hasta el amanecer. Hubo tanto desamparo que Cristina mandó una carta a carabineros, suplantando a una vecina, denunciado la presencia de una niña sola en un departamento y luego se sentó a esperar que alguien viniera a buscarla, pero nadie vino por semanas, y cuando había perdido la esperanza, llegaron. O Maritza que se fue sola a un hogar porque no hubo dinero ni para acompañarla. En estos casos, INS-TI-TU-CIO-NA-LI-ZAR-SE -esa palabra inmensa- fue una decisión personal, tomada siendo niños o niñas porque no había dónde. En otros casos hubo un tercero, alguien más que tomó la decisión. Mamás que internaron a sus hijas siguiendo la sugerencia de una patrona para así poder trabajar “tranquilas”, o asistentes sociales que consideraron que la internación era la mejor decisión, o un profesor que se dio cuenta de que sus cuerpos tenían marcas difíciles de ignorar y, por cierto, de superar. Hay quienes fueron llevados por Carabineros, por andar solas en la calle o robando; a otras derechamente fueron sus propios padres quienes las llevaron como castigo ante la rebeldía. Al final, para algunos la decisión la terminó tomando un juez y nunca entendieron bien por qué. Mamás, papás, abuelas, abuelos, tíos, tías, hermanas que no pudieron ofrecerse a cuidar: por razones económicas, por problemas de salud, incluso muertes; porque eran muchos hermanos y hermanas, o porque era incompatible poder trabajar y cuidar, ¿Dónde empezó esta cadena de quién decidió qué? ¿Importa ahora? 4- La capa animal. El 15 de abril de 1974 a las 16 horas, antes de SENAME, como queda registrado en el acta de la Junta N°112 A , se habría tratado en una sesión secreta de la junta de gobierno el tema de los “menores en situación irregular”. El entonces ministro de justicia Gonzalo Prieto Gándara y el Coronel Vicuña, oficial de carabineros en retiro, indicaron respectivamente que habrían en Chile, en la época, 650 mil niños en dicha situación y de ellos 65.000 “en condiciones subhumanas”. El Coronel Vicuña manifestó en dicha oportunidad que ya había sido puesto a cargo de la situación en 1960 y que no se le proporcionó “ningún recurso pues no había” y que, pese a ello, empezó “por lo más difícil y lo más sencillo a la vez, que es recoger a los niños, de 2, 3, 6, 4 años de edad, que duermen en plena calle”. Que recién lograba colocar a uno cuando ya se le habían juntado treinta más. Y que si bien logró hacer ingresar a uno a la escuela hogar de Concepción, a los demás no los habrían aceptado, que ya había sido prevenido de “que estos niños en situación irregular eran un mal general de la sociedad civilizada” y que en el ejercicio de la tarea “descubrió que nosotros los policías estábamos fabricando nuestro propio cliente” (el subrayado es mío). En la misma sesión Vicuña hizo patente lo que consideraba la raíz del problema y lo dice mediante las siguientes palabras: “La sociedad chilena está constituida, en forma esquemática, más o menos por clase alta, media y baja. La clase alta, cuando esta le va mal, desciende a la media; la media, cuando le va mal, se transforma en clase baja, y la baja, desciende a una capa que nunca había sido estudiada, que llamamos la capa animal. Pues bien, esta capa animal, no tiene acceso a la educación ni a la salud, porque a la educación se tiene acceso cuando alguien te lleva. Por muchas escuelas que haya en la comunidad, no se llega a ellas sin un padre o una madre o alguien que te lleve. Bien, conformado este grupo de la capa animal, este menor en situación irregular, cuyos padres son exactamente iguales a él y aún están más destruidos a medida que van cayendo en la escala, deja de tener hijos y han sobrevivido, desgraciada o felizmente, a la etapa de la mortalidad infantil”. Quizás Vicuña como hombre visionario vinculó en este discurso, sin intención real, la palabra cliente con la de capa animal anticipando los nuevos términos que luego organizarían Nunca Jamás. Patricia Castillo

  • A tiempos revueltos y pasiones desatadas

    Le preguntamos a la gitana cómo navegar en la tormenta en estos tiempos revueltos y de pasiones desatadas. Esta es su respuesta. Pura buena carta. Alto astral otra vez. Pero cuidado: no está para irse de farra. (Ya sé, a mí también me encantan la farra). Por mucho que os guste la acción y la jarana, debo recomendaros bajar las revoluciones, tener paciencia, estar tranquilos, concentrarse en el trabajo y ser cautelosos. Como veis, la primera carta, el Caballero de Oros, muestra a un jinete que va lento pero seguro. Ya ha ganado varias batallas. Mira la moneda que aparece en el horizonte, pero no está ansioso por cogerla de inmediato. En el amor nada de touch and go y frivolidades. El sexo es intercambio de energía, y las energías se meten en el cuerpo. Me diréis que me he puesto conservadora, pero la culpa es del caballero de oros. Llama a la responsabilidad en las relaciones y a tener parejas donde, además de placer y cariño, exista apoyo mutuo, unión para conseguir objetivos comunes y voluntad para superar juntos las dificultades. La carta del Mundo –ya me quisiera yo ser la mujer desnuda que está en el centro-- siempre arranca una sonrisa: es la más auspiciosa del Tarot. Representa la apertura a los demás, el gozo y los beneficios de la colaboración. Si queréis sentiros mejor compartid lo aprendido o ganado. Mientras más deis, más recibiréis. El tercero en aparecer es el Paje de Copas. Es alguien preparado e inteligente que se concentra en lo que lo apasiona interiormente. No os avergoncéis de ser idealistas, sensibles, tiernos y soñadores. Mantened una cuota de candidez, aunque os tiren piedras. Quienes os acusan de ingenuos o confiados no comprenden que la postmodernidad se acabó y que el corazón y la cabeza van juntos. Seguid vuestras intuiciones y tendréis mundo. Para que no quedéis solo con lo que yo digo, ahí va mi recomendación de lectura sobre la tirada. Os dejo un fragmento de El guardador de rebaños de Alberto Caeiro. Para tiempos revueltos, os recomiendo lo busquéis, y si se da, que lo leáis completo.

  • 6

    De esa lucidez voraz, que incendia lo que alumbra, puede decirse lo mismo que de aquel que, atrapado por una tormenta de arena en el desierto, abre bien los ojos para avistar hacia dónde huir. El desenfreno en esa lucidez, que se resiste a parpadear en su afán de no perderse nada, adivina por debajo un fondo de marismas, por arriba remata en una tormenta de cenizas. De ambos secuestros sólo puede rescatarla una piedad súbita y temeraria, como salida de los matorrales, y que nada le debe a la lucidez.

bottom of page