Trabajo, nombre, nube
Durante mucho tiempo odié mi nombre. Esas dos ene después de la O y las sutilezas ridículas que tenía que advertirle a quien me lo pidiera en algún trámite —es con jota, no con i griega; lleva una h después de la t—. En un poema intitulado «Cuidado con el perro quiltro», Pablo Paredes escribe sobre «los nombres que avisan pobreza»: Yasna, Jonathan, Jenifer. Por supuesto que hay otros Jonathan que tuvieron peor fortuna: recuerdo un «Yonatam» que encontré en la lista de reclutas para el Servicio Militar del año 2008, cuando también fui llamado y logré zafar con un certificado médico cuyo falso diagnóstico prefiero olvidar.
Y aunque el nombre no es poco común [1], ni mucho menos el de moda, llamó mi atención este anuncio que el algoritmo de Instagram me mostró hace poco: «Jonathan viaja en su “nube” y conquista el camino». Lo primero que debo aplaudir es que Chevrolet haya depurado su estrategia comercial a tal nivel que incluya nombres feos. Lo segundo es que, si jugamos a ordenar la frase como versos, nos queda algo así como un dístico con dos versos casi octosílabos: «Jonathan viaja en su nube / y conquista el camino». Esto podría ser el comienzo de un poema, pienso. Un mal poema quizá, pero un poema en fin. Lo tercero —y aquí sospecho— es que quizás el algoritmo hizo una cadena de asociaciones con evidente sesgo de clase: yo no sé manejar, pero Chevrolet supone que sí y que además podría eventualmente trabajar haciendo fletes, trabajo noble y necesario pero que en este país no suele ser ejercido por nombres españoles con apellidos de alcurnia sino por Jason, Jonathan y Maicol; Pérez, Soto, Opazo, etcétera. La división social del trabajo en función del nombre de pila.
Aunque por otro lado puede ser una sugerencia acorde a la situación en la que me encuentro: en plena mudanza, moviendo los pocos cachivaches que tenemos con mi pareja en varios viajes en micro, Uber y uno que otro amigo gentil que nos ofrece su vehículo. Quizás Chevrolet me está diciendo: hazlo tú mismo. Compra tu nube y conquista el camino. Si tienes suerte, tu destino. Es curioso que usen «nube» y no «nave», término de moda entre la gente que hace música urbana, cuyos sueños de opulencia y bling-bling aparecen en casi todos sus videoclips. Mejor nave que nube –pienso—, esta última etérea, lechosa, casi transparente. En Dragon Ball, el animé que muchos vimos en televisión abierta durante los noventa, existía la nube voladora: una nube amarilla que Gokú podía montar para desplazarse a velocidad de héroe. Pero la nube no era para cualquiera. Copio acá la información que encuentro en un foro de fans de la serie: «Solamente las personas de corazón puro pueden subirse a ella, y quien no cumpla este requisito la traspasará como una nube común, a menos que se sostenga de un viajero que sí pueda usarla». Tal vez el publicista a cargo quiso apuntar a las huellas inconscientes de los que se criaron con los dibujos de Akira Toriyama.
Como sea: quizás cuando termine la mudanza los anuncios programados para mí sean otros: sillas de oficina para conseguir un mejor rendimiento laboral, tips para dejar el alcohol o aplicaciones con rutinas de ejercicio para bajar de peso. Publicidad que te avisa que te has vuelto un adulto aburrido y predecible cuyo propósito debería ser: vivir bien para rendir mejor. El lema del Realismo Trabajólico. Porque mañana hay que levantarse igual a trabajar. Para eso sí que no hay alternativa.
Jonnathan Opazo H
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[1] Pienso en las muchas combinaciones posibles: Jonathan, Jonnathan, Johnatan, Yonatan, Yohnatan, Yonatam, Jonatam, etcétera.
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