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Antes de Nunca Jamás: la capa animal

Notas sobre una investigación de la niñez en el Sename.

Parte 2

-Oh, Abuela -exclamó la pequeña-, ¡Por favor, llévame contigo!.

Sé que te marcharás cuando los fósforos se consuman;

Al igual que la cálida estufa, el adorable ganso asado y el enorme y hermoso árbol de Navidad.

Y rápidamente encendió todo el montón de cerillas,

porque quería aferrarse a su abuela.

Los fósforos brillaban con una luz tan brillante como la del mediodía,

y su abuela nunca había parecido tan grande ni tan hermosa.

Recogió a la pequeña en sus brazos, y ambas volaron hacia arriba con resplandor y alegría,

muy por encima de la tierra, donde no había frío, ni hambre ni dolor, porque estaban con Dios.


(La vendedora de fósforos, Hans Christian Andersen, 1846)



En esto de la INS-TI-TU-CIO-NA-LI-ZA-CIÓN casi siempre se nos olvida que hubo un antes. Antes es un adverbio que se ocupa para señalar algo en relación a un tiempo pero también a un espacio. Uno puede decir, por ejemplo, antes de SENAME y referirse con ello al tiempo en el que la protección de los Niños Perdidos estaba en manos de la beneficencia. Puede decir antes de SENAME y referirse a las calles, casas, plazas -sobre todo calles- en las que muchos de los niños perdidos aprendieron que no había dónde. Al final, creo que se trata de eso. No hay dónde. No hay dónde comer, no hay dónde dormir, no hay dónde estudiar, no hay dónde jugar. También puedes decir antes de SENAME y referirte al tiempo dictatorial en el cual el negocio de la protección de la infancia era preneoliberal y la sigla USS (unidad de subvención sename) no había sido creada. Es decir, hay muchos antes.



1- Antes Nunca Jamás también era un negocio.


Nara Milanich ha incorporado al análisis de la situación de la orfandad en Chile, desde su instalación como casi-república, el fenómeno de la circulación de niños, es decir, qué pasó con los niños que no se criaron en la casa de sus progenitores biológicos, sino que pasaron toda su infancia o una parte de ella en casa de custodios ajenos. En Chile, se reconoce la Casa de la Providencia como el donde más antiguo y grande para los niños perdidos, sin embargo, en las últimas décadas del siglo XIX proliferaron estos “hogares” a lo largo de todo el país. En 1912 habían 25 casas de expósitos.


Exposito era el nombre que tenían en el mundo antiguo los niños y niñas que al nacer no eran reconocidos por el pater familia. Los bebes quedaban expuestos en la calle para que murieran de inanición, los atacara algún perro o bien otro pater familia lo asumiera como propio. Lo que ocurriera primero.


Manuel Delgado, en su análisis de los expósitos, concluye que se trataba de niños en su mayoría ilegítimos y que provenían de los sectores más pobres. En la primera década del 1900, el número alcanzó la enorme cifra de 2.300 expósitos. Es decir, uno de cada diez niños nacidos en Santiago fue mandado a una Casa de Huérfanos. ¿Qué hacían las instituciones recién creadas con esta magnitud de niños a su cuidado?: Ponerlos a trabajar, qué otra cosa se podría hacer con los paupérrimos recursos de la beneficencia. La permanencia en las casas de huérfanos era mínima -días o meses- rápidamente los niños perdidos eran entregados para la crianza de otro, ya sea a cambio de un estipendio (amas de leche y amas secas) y/o a quienes por razones de infertilidad los adoptaban y los criaban como hijos propios. Este modo de crianza era mediado por la misma institución a la cual las familias solicitaban un niño o niña expósita para su familia. En estos casos, se puede reconstruir fácilmente un conjunto de relaciones de dependencia, subordinación y más que todo servidumbre.



2- La vendedora de fósforos.


Los estudios sobre el afamado cuento infantil “La vendedora de fósforos” cuentan que Hans Christian Andersen lo escribió durante su estancia de un mes junto al Duque de Augustenborg. Un editor de almanaques le solicitó que escribiera un cuento en relación a una de tres imágenes que le hizo llegar. La imagen que lo inspiró pertenecía al artista danés Johan Lundbye y mostraba una niña que vendía fósforos. Vender fósforos y/o periódicos tanto en Europa como en Estados Unidos era algo habitual en los niños de la calle pues la mendicidad era ilegal no así el trabajo infantil. El cuento es la representación de la dura contradicción entre la vida en Augustenborg y el mundo. Una poderosa critica en tiempos de convulsión social. Casi 100 años después, en el año 1944, una edición norteamericana de Andersen cambió el final del cuento y agregó al libro una funda en la que decía: “Los niños leerán encantados esta nueva versión del famoso relato de Hans Christian Andersen. En ella, la vendedora de fósforos, en aquella noche buena, no muere de frio, sino que encuentra un cálido, alegre y maravilloso hogar donde vive feliz para siempre”. Cambiar el final del cuento ¿no es eso lo que todos quisiéramos?



3- Antes no había donde.


Antes, ese antes impensable, es un antes sin tiempo, porque el tiempo parece haber empezado con la rutina, con el orden, con el levantarse para hacer nada o para no parar de hacer hasta que las luces de la habitación se apagaban por la noche. Sin embargo, ese antes de la INS-TI-TU-CIO-NA-LI-ZA-CIÓN existió y en ese antes hubo: Mucha pobreza, muchos hermanos y hermanas, mucha violencia.

Padres violentos contra madres que, a veces huyeron, o se fueron a trabajar puertas adentro, por necesidad, también para no saber, también porque no sabían qué hacer.

Violencia

Violencia física

Violencia psicológica

… sexual incluso.


De ese antes, los niños perdidos nos contaron que el alcohol y las drogas se llevaron casi todo el amor. Que a veces alguna vecina ayudaba, dándoles de comer, que hubo unos abuelos que trataron o una amiga de la madre que lamentablemente no llegó a cuidarlos de grandes. En muchas ocasiones, no hubo más que algún hermano o hermana solo un poco mayor, un departamento, el atrás de una iglesia o una habitación en mal estado, mucho tiempo solos en las casas, esperando que alguien viniera o vagando por ahí incluso hasta el amanecer.


Hubo tanto desamparo que Cristina mandó una carta a carabineros, suplantando a una vecina, denunciado la presencia de una niña sola en un departamento y luego se sentó a esperar que alguien viniera a buscarla, pero nadie vino por semanas, y cuando había perdido la esperanza, llegaron. O Maritza que se fue sola a un hogar porque no hubo dinero ni para acompañarla.


En estos casos, INS-TI-TU-CIO-NA-LI-ZAR-SE -esa palabra inmensa- fue una decisión personal, tomada siendo niños o niñas porque no había dónde.


En otros casos hubo un tercero, alguien más que tomó la decisión. Mamás que internaron a sus hijas siguiendo la sugerencia de una patrona para así poder trabajar “tranquilas”, o asistentes sociales que consideraron que la internación era la mejor decisión, o un profesor que se dio cuenta de que sus cuerpos tenían marcas difíciles de ignorar y, por cierto, de superar. Hay quienes fueron llevados por Carabineros, por andar solas en la calle o robando; a otras derechamente fueron sus propios padres quienes las llevaron como castigo ante la rebeldía. Al final, para algunos la decisión la terminó tomando un juez y nunca entendieron bien por qué.


Mamás, papás, abuelas, abuelos, tíos, tías, hermanas que no pudieron ofrecerse a cuidar: por razones económicas, por problemas de salud, incluso muertes; porque eran muchos hermanos y hermanas, o porque era incompatible poder trabajar y cuidar,


¿Dónde empezó esta cadena de quién decidió qué?

¿Importa ahora?



4- La capa animal.


El 15 de abril de 1974 a las 16 horas, antes de SENAME, como queda registrado en el acta de la Junta N°112 A , se habría tratado en una sesión secreta de la junta de gobierno el tema de los “menores en situación irregular”. El entonces ministro de justicia Gonzalo Prieto Gándara y el Coronel Vicuña, oficial de carabineros en retiro, indicaron respectivamente que habrían en Chile, en la época, 650 mil niños en dicha situación y de ellos 65.000 “en condiciones subhumanas”.


El Coronel Vicuña manifestó en dicha oportunidad que ya había sido puesto a cargo de la situación en 1960 y que no se le proporcionó “ningún recurso pues no había” y que, pese a ello, empezó “por lo más difícil y lo más sencillo a la vez, que es recoger a los niños, de 2, 3, 6, 4 años de edad, que duermen en plena calle”. Que recién lograba colocar a uno cuando ya se le habían juntado treinta más. Y que si bien logró hacer ingresar a uno a la escuela hogar de Concepción, a los demás no los habrían aceptado, que ya había sido prevenido de “que estos niños en situación irregular eran un mal general de la sociedad civilizada” y que en el ejercicio de la tarea “descubrió que nosotros los policías estábamos fabricando nuestro propio cliente” (el subrayado es mío).


En la misma sesión Vicuña hizo patente lo que consideraba la raíz del problema y lo dice mediante las siguientes palabras: “La sociedad chilena está constituida, en forma esquemática, más o menos por clase alta, media y baja. La clase alta, cuando esta le va mal, desciende a la media; la media, cuando le va mal, se transforma en clase baja, y la baja, desciende a una capa que nunca había sido estudiada, que llamamos la capa animal. Pues bien, esta capa animal, no tiene acceso a la educación ni a la salud, porque a la educación se tiene acceso cuando alguien te lleva. Por muchas escuelas que haya en la comunidad, no se llega a ellas sin un padre o una madre o alguien que te lleve. Bien, conformado este grupo de la capa animal, este menor en situación irregular, cuyos padres son exactamente iguales a él y aún están más destruidos a medida que van cayendo en la escala, deja de tener hijos y han sobrevivido, desgraciada o felizmente, a la etapa de la mortalidad infantil”.


Quizás Vicuña como hombre visionario vinculó en este discurso, sin intención real, la palabra cliente con la de capa animal anticipando los nuevos términos que luego organizarían Nunca Jamás.



Patricia Castillo





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