¡Viva la crisis!
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¡Viva la crisis!

¡Qué manera de transpirar! Puedo refugiarme en el consuelo de tontos y recordar que en Níger o Qatar hace mucho más calor que en estas latitudes, o ver las cosas desde la distancia y decirme que las plantas requieren agua, pero también calor. Recordar que todo está en equilibrio dinámico, como la pelotita que se balancea de un lado a otro de una cuenca en un techo de zinc acanalado.


La historia de todo (desde las estrellas hasta las casas) es un lento emerger, un breve momento de relativa estabilidad y un colapso que coexiste con la emergencia de otro estado “normal”, como dice el físico y filósofo de la ciencia Thomas Kuhn (aunque siempre provoque picazones, resistencias y contradicciones que pueden “pasar piola”).


Nos angustiamos porque se está cerrando un período de estabilidad relativamente largo en la perspectiva de una vida humana ( pensar que la publicidad, la migración campo-ciudad, los autos o los Derechos Humanos tienen unos 150 años) y estamos acostumbrados a las cosas como estaban, quisiéramos que duraran para siempre, aunque sabemos que la historia humana puede resumirse en periodos de integración relativamente breves e inestables (ej. la edad dorada de Atenas, la Pax Romana o el Imperio Inca) seguidos de caos y atomización (en ciencia pasa lo mismo) y así sucesivamente.


Pero este momento es particularmente preocupante porque estamos ante procesos que se han acelerado y que se retroalimentan. El crecimiento demográfico es el parámetro forzante más importante, pero se correlaciona con tecnología, daño ambiental, comunicaciones, delincuencia, etc. Y, por otra parte, no hay un catalizador externo que pueda ayudar al cambio (ej. bárbaros en las fronteras). Dependemos, entonces, de la resistencia interna y estamos sujetos a las propias contradicciones del sistema determinado por una especie que ha llevado al paroxismo la cultura (ej. modificación del medio, ideología desacoplada de naturaleza). Todo esto hace más lento y dificultoso el cambio.


Desde la disciplina o perspectiva que se mire, esta es una crisis mayor, que puede llevarnos definitivamente a otro estado. Pero aunque las crisis son dolorosas y a menudo violentas, son lo que permite el cambio. Tal vez podamos cambiar sin que nos extingamos como especie. Mal que mal siempre nos ha sorprendido la capacidad humana de transformarse radicalmente sin arriesgar su desaparición. Seguimos siendo los mismos animales que éramos antes de depender de la agricultura y la domesticación. Si antes el cambio fue trasladarnos a vivir en aldeas y ciudades, ahora hay quienes hasta piensan en irse a vivir a otros planetas. Si antes la energía era el músculo humano y después el de otros animales, luego se pasó al vapor, el petróleo y la electricidad. Cada “solución” trae sus problemas, pero hasta ahora hemos logrado que la bolita oscile, sin saltar fuera de la cuenca. La duda es si aún es tiempo de hacer los cambios necesarios o estamos condenados a la destrucción estructural.


En el peor de los casos (para nosotros) la bolita podría agarrar tanta fuerza y velocidad que se saliera de la cuenca en que siempre está oscilando. En el peor de los casos (también para nosotros) eso puede significar la extinción de la especie. Pero si no se hubieran extinguido los dinosaurios, no existiríamos los humanos y si las cianobacterias no hubieran cambiado la atmósfera no existiríamos quienes requerimos oxígeno (aunque es tóxico para los organismos anaeróbicos, que experimentaron una extinción masiva hace unos 2500 millones de años).


Los seres humanos podemos pataletear, enlentecer el colapso, tratar de modificar la naturaleza como siempre lo hemos hecho, pero las cosas cambian independientemente de nuestra voluntad. Lo que pasa es que nos resistimos a aceptar que somos parte de una gran danza cósmica y nos angustia pensar en nuestra pequeñez frente a la inmensidad del tiempo y el espacio. Nos aterra la muerte, somos como las moscas, que creen que sus veintitantos días de vida son todo lo que existe. Es cierto que somos una minoría los que podemos disfrutar de esta idea de ser parte de un universo inmenso y es cierto que no funcionaríamos en la vida cotidiana si estuviéramos pensando todo el tiempo que vamos a morir, pero debemos aceptar la paradoja de ser una parte del todo, tan importante como cualquier otra. Podemos encender el ventilador, pero no ajustar el calor del sol.



Francisco Mena

Arqueólogo y doctor en antropología de la Universidad de California















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