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Psicoanálisis y Feminismos. Una lectura tópica y política.



Freud elevó palabras provenientes de la política o ligadas a ella, como resistencia, represión, defensa, censura, lucha, conflicto, a conceptos teóricos y herramientas de trabajo, creando un nuevo discurso. Sacó al “médico”, analista decimos hoy, del lugar de espectador de “la locura” y la enfermedad, le retiró el poder de la manipulación, por empezar del cuerpo de la histérica, y del campo de la hipnosis y la sugestión; sacó al sufrimiento del mundo del espectáculo, lo volvió texto, mensaje, escritura, enigma a escuchar-leer, e interpretar o develar, no algo a extirpar, controlar o erradicar. Enlazó palabra a intimidad. Indagó los modos en los que se forjan las escrituras sintomáticas en esa materia hecha de discurso y de cuerpo. Y buceando en esas escrituras aprendió y enseñó (en simultaneo) a leerlas. Freud –por todo ello y por tantas cosas más- construyó una teoría política. Quiero decir, brevemente, que le importó situar una determinada posición respecto de la subjetividad y los sufrimientos humanos. No restringió sus herramientas ni sus fuentes al campo de la medicina o la psicología de su tiempo. Sus insumos pertenecen a los más diversos campos de la cultura del siglo XX, y sus desarrollos teóricos interpelaron a la cultura. Nos siguen –aún hoy- interpelando.


Los feminismos también son una teoría política. Son el bisturí con el que podemos analizar y recorrer las determinaciones y desigualaciones patriarcales en todas nuestras herencias y todas nuestras realidades. Son también un conjunto de teorías y de acciones dirigidas a batallar contra las opresiones de género, a identificarlas, visibilizarlas, analizarlas y combatirlas. Freud, y luego el psicoanálisis en general, se dedicó a pensar de qué estamos hechos los sujetos, así como a abordar nuestros conflictos y sufrimientos, que no son separables o independientes del mundo que nos toca. Los feminismos se dedican a iluminar y desnaturalizar el mundo que conocíamos y en el que nos forjamos, con sus conflictos y sufrimientos, así como crear otros mundos posibles, otras existencias posibles.


El feminismo me permitió preguntarme acerca del mundo en el que nos formamos y nos definimos como psicologues y psicoanalistas, y los materiales teóricos con los que lo hicimos (eurocéntricos en su gran mayoría, hay que decirlo). Ese mundo que distribuyó ciertos pensables y ciertos impensables en los campos de conocimiento que se dedicaron a pensarnos y los sistemas que se han dedicado a gobernarnos.


Son tres los niveles de preocupaciones y reflexiones en las que vengo trabajando en los últimos años. Los voy a agrupar de este modo: una política del sueño, una política del síntoma, y una política del trauma.


Son mi forma de desplegar una lectura política del psicoanálisis. En cuanto a la política del sueño, hago referencia a la dimensión singular de los sueños, pero también al soñar que las multitudes encarnan y que posibilitan verdaderos acontecimientos y revueltas, el sueño como bastión de la vida psíquica y de la colectiva, sitio de libertad inalienable. Allí me dediqué también a diferenciar a las multitudes de las masas. Y las implicancias que tiene situar esa diferencia si se trata también de pensar una “psicología del yo”, y de las identificaciones que nos constituyen.


Por último, con política del sueño incluyo a los desarrollos que hice y hago en torno a la escritura, y su gigantesca potencia, en el campo de la salud mental. El sueño es un tipo particular de escritura, un género literario en sí mismo. Los materiales clínicos psicoanalíticos también son un género literario particular. ¿Escribimos les analistas nuestra clínica, nuestra experiencia?


En cuanto a la política del síntoma, hago referencia a los síntomas como fenómenos de resistencia y desobediencia, aunque sean fallidos contienen mensajes, los síntomas para nosotres no son des-adaptaciones a reencauzar, sino textos a leer. Pero también en este punto incluyo a las limitaciones y problemas presentes en una cantidad significativa de conceptos que nos son centrales, y que creo urge revisar, reescribir, incluso desechar: castración, complejo de Edipo, envidia del pene, nombre del padre, metáfora paterna y tantos otros, que operan en la clínica y en nuestra comprensión de la psicopatología. Todos aquellos conceptos deudores de y funcionales a la heterosexualidad y el cis-sexismo erigidos en régimen político obligatorio. Me importa situar los síntomas de la propia teoría psicoanalítica, esas formaciones de compromiso entre el deseo y la búsqueda de saber, y las omisiones o silencios que contribuyeron a enmascarar u oscurecer. Me importa que los cimientos también puedan ser puestos en cuestión, revisar los mitos que abrazamos como incuestionables. Me importa avanzar por la línea de desvío que todo síntoma porta, posibilitando creaciones y cuestionamientos fructíferos.


En cuanto a la política del trauma, me refiero a la cantidad nada pequeña, de violencias, abusos y traumatismos que sucedieron y suceden en nuestro territorio profesional. Los silencios y complicidades que los permiten o amparan. Las naturalizaciones que los perpetúan. El campo de los Derechos Humanos en nuestro país y en nuestras disciplinas no pueden disociarse de este conjunto inmenso de cosas que ocurren, todos los días. En consultorios, instituciones, universidades. Con un colectivo de compañeras nos hemos dedicado a escribir y batallar al respecto, y yo en lo personal a escribir: nombrando y poniendo de relieve nuestras políticas del trauma. El silencio y la complicidad son una determinada política. Memoria, Verdad y Justicia configuran –lo sabemos- otra política bien distinta.

¿Podría decir todo esto, podría haberme dedicado a trabajarlo sin los feminismos? De ninguna manera. Es que no se trata de pensar las opresiones de género que ocurren y que podemos abordar en nuestra práctica asistencial solamente, sino porque me interesa pensarlas al interior de nuestro edificio teórico, y de nuestras propias y cotidianas prácticas profesionales e institucionales. Me interesa pensarlas, por empezar, en mí. No creo que las herramientas con las que trabajo cada día estén disociadas de la mujer que soy, y de la que intento llegar a ser.


¿Qué quiere decir poner al Poder como punto de vista, situarlo como punto de vista? Tanto el psicoanálisis como los feminismos me han brindado y ampliado las posibilidades de detectar, ver, conocer las formas en las que el poder opera al interior de la subjetividad y de la cultura. Ahora bien, el mismo psicoanálisis y los propios feminismos también deben ser objeto de revisiones y de trabajo de pensamiento. Importa lo que decimos, e importa lo que hacemos.


Así como hice hasta aquí la propuesta de una lectura política, que es al mismo tiempo una toma de posición, quiero hacer ahora lo que me gusta nombrar como una lectura tópica.


Una lectura tópica en psicoanálisis es aquella que permite delimitar fronteras entre espacios psíquicos, sus leyes de funcionamiento específicos, los conflictos que organizan y desorganizan la vida psíquica. Una lectura tópica es una construcción teórica que propone una particular relación con el espacio, y con el tiempo, añadiría. Aquí, hoy, me interesa tomar lo trabajado por Suely Rolnik a partir de desarrollos de Guattari en torno a la idea de un “inconciente colonial capitalístico” y agreguemos patriarcal, dentro de una tópica (arbitraria y feminista por supuesto) que lo delimite y al mismo tiempo lo vincule con la denominada “conciencia feminista”.


La conciencia feminista que se constituye cada vez que visibiliza a lo patriarcal cómo instancia represora internalizada y presente a su vez en lo intersubjetivo. La conciencia feminista des-coloniza al inconsciente, libera a los conceptos de sus pactos con prejuicios, estereotipos y clises; recupera y relanza su eficacia en tanto producción de verdades, combate los sepultamientos que han pasado desapercibidos aun cuando generaban estragos y dolorosos efectos. La conciencia feminista antagoniza, batalla, visibiliza al inconciente colonial en tanto instancia represora y arraigada en nuestra experiencia humana. Descolonizar el deseo, significa liberarlo, emanciparlo, de su condición servil, a veces muy visible, otras enmascarada. Des-colonizar al inconciente supone advertir las tramas en las que la dominación y subordinación de género, raza, clase, etc- echaron raíz en nuestros conflictos y en las maneras de pensarlos así como de abordarlos.


Una lectura tópica consiste también en poner al poder como punto de vista, configurar una epistemología crítica de los mecanismos que perpetúan al poder como organizador prínceps de lo pensable y lo invisible y lo prohibido de pensar, en nuestro campo de conocimiento. Consiste en afirmar que nuestra vida psíquica pensada por fuera de una mirada que atienda al poder (experto en no mostrarse nunca como tal) es básicamente una prueba de ingenuidad. Si hablar de vida psíquica es hablar de represiones, defensas, conflictos, vasallajes, censuras, resistencias, investiduras y contrainvestiduras… no estamos hablando de otra cosa que del poder, de poderes en disputa.

¿Pensamos les psicoanalistas y los trabajadores del campo de la salud mental que aquello que ocurre al interior de nuestra estructuración psíquica, es independiente del campo social?

Una lectura tópica me interesa en tanto permite investigar las configuraciones que las desigualaciones patriarcales y coloniales operan al interior de los sujetos, entre los sujetos entre sí, entre, con, desde, hacia cada une de nosotres y la cultura. Me importa realizar alguna lectura que discuta las leyes desigualantes y naturalizadas que han gobernado y aun gobiernan nuestra existencia. Porque nos importa pensar y transformar el mundo tal como nos fue y nos es dado. Nos concierne decidir cómo lo habitamos.


Lila María Feldman


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