Una blusa para ir a votar
El domingo fui al cine a ver Siempre nos quedará mañana (C’è ancora domani), de Paula Cortellesi. Para mí el placer de ir al cine no está solo en ver una película sino, de alguna manera, en salir de la sala y encontrarme en la ciudad, pero con la película adentro. Al lujo de pasar un tiempo en la intimidad de una sala oscura donde la luz sólo proviene de la imagen, se agrega el lujo de salir a la calle, llena de esta intimidad, de esta luz con la cual se arma una historia, una que es etérea, pero que nos puede transfigurar.
Así, el domingo salí del cine habitada por esta película de Paula Cortellesi, su primera de hecho. Mientras caminaba de vuelta a mi casa repasé algunas imágenes que me habían quedado. Empecé a verla tal como entró en mi intimidad, tal como empieza a habitar. Vi imagenes: la blusa que consigue comprarse Delia (el personaje principal) con mucho esfuerzo y sobre todo, de forma repentina; vi el pequeño departamento subterráneo dónde vive con sus hijos y marido. El departamento es subterráneo pero tiene una ventana arriba de la pared, hacia el cielo, que comunica con el patio de un edificio. Vi entonces la ventana, y vi sonrisas, expresiones divertidas de los rostros, en particular el de Delia al final de la película.
Además de estas imágenes que son como una segunda película en uno, pensé en la risa que da la película a veces. La risa es algo fundamental en el cine italiano. Es una disposición pura e impura a lo que se viene. Reírse es inocente y un poco maligno también. Algunas escenas de la película dan risa y con esta disposición vemos también golpes, escenas de violencia que se transfiguran a ratos en escenas de baile, vemos los rostros malhumorados de la burguesía asentada en su dinero (y perdida por él), vemos un muerto, y vemos algo que justamente no codificamos, un elemento de intriga: una blusa comprada en una pequeña tienda de ropa interior, pero con cierto estándar. Con la risa atravesamos la violencia, estamos progresivamente anudados a una intriga y esperamos entonces un desenlace. La risa no asegura un mañana pero puede disponernos a él.
La película aborda la vida de una familia italiana en un barrio popular de Roma, en los años de la posguerra, justo antes del cambio constitucional y mientras aún había ocupación del ejército norteamericano. Sigue principalmente la vida de Delia, quien vive en este departamento subterráneo con un marido violento, con su hija mayor, Marcella, sus dos hijos más chicos, y con su suegro inmovilizado en cama, tan grosero como pajero. La trama narrativa de la película está hecha de los esfuerzos de Delia para ganar dinero aun cuando a las mujeres en los años 40 (y todavía) no se les reconoce la fuerza de trabajo a igual título que un hombre; de los golpes, fuertes, demoledores, que recibe de su marido por un sí y un no; de las groserías de su suegro que alimentan el aspecto familiar, por ende “natural”, de su humillación. Pero si la película es dramática, nunca se detiene en el drama. Las escenas de violencia rozan con escenas de seducción y de baile con música ya contemporánea (electrónica); pese a que para una mujer en esta situación ganarse la vida es imposible, Delia guarda una parte para su hija (como si fuera un robo a su propia fuerza de trabajo enteramente destinada a las noches que su marido pasa con prostitutas); y si bien recibe golpes cotidianamente, su rostro es sonriente, tanto que su hija la empieza a despreciar por aceptar en silencio la violencia. De hecho, la trama de la película es esta ambivalencia. No trata de una mujer golpeada, sino del mundo dentro del cual se producen los golpes y donde tienen entonces múltiples resonancias y, por ende, varios desenlaces posibles.
De alguna manera, la cinta ofrece tanto aire como lo ofrece una sala de cine cuando, luego de ver una película proyectada, salimos a la calle con ella. Hay un tránsito ahí que permite llevar afuera algo vivido en la intimidad. En Siempre nos quedará mañana no estamos encerrados en un interior, en el carácter íntimo, secreto de la violencia. Al contrario, estamos siempre en lugares que dejan una salida posible, un mañana: estamos atentos a lo que transita por la ventana del departamento, que correlaciona el subterráneo al patio donde se reúnen las vecinas copuchentas; estamos en la trasfiguración del rostro de Delia que pese a la violencia de los golpes, no renuncia a sus esfuerzos secretos para dejar dinero a su hija; estamos en la orilla entre la interioridad del dolor y la exterioridad de la fuerza vital que no son dos realidades opuestas; estamos entre Delia que recibe los golpes, y su hija, Marcella, quien desprecia su aparente (y también efectiva) pasividad; estamos también entre el pasado y el presente, los años de posguerra, la promesa de una nueva constitución y un presente que es también un tránsito –doloroso y desconocido. De hecho, Siempre nos quedará mañana me dio una sensación teatral: los años 40 parecen más cercanos al decorado que a la búsqueda de realismo. Este aspecto decorativo permite al espectador ubicarse dentro de este contexto histórico, pero no tan lejano. Le permite recordarlo, reimaginarlo, con los propios recuerdos que uno puede llevar de este mundo popular, divertido, trágico, sociable – con copuchas de toda índole. Tenemos o hemos conocido familiares de esta época. Es parte de lo que nos ha sido transmitido. Está vivo aún para quienes ven el film. Hay entonces un tránsito entre pasado y presente que proviene de la dimensión teatral, bífida, de la película.
Las descripciones de la película que solemos leer en los distintos cines donde la presentan, o en la crítica, sitúan su intriga en el noviazgo de Marcella, la hija mayor de Delia. Por cierto, Marcella se ha enamorado de un chico de otra clase social (los padres del muchacho se enriquecieron de una manera no tan honesta durante la guerra y compraron un bar) y por un tiempo la atención del espectador está puesta hacia la pregunta de si Marcella podrá, o no, salir de este ambiente familiar aparentemente pobre y violento, como si la violencia fuera una cuestión de clase (algo que no es). El espectador se pregunta si los padres de ambos novios aceptarán este matrimonio interclase, y si Delia podrá destinar el dinero guardado en secreto a la compra de un vestido de novia, tal como inicialmente lo había imaginado la misma Delia. Sin embargo, cuando salí del cine nunca se me aparecieron Marcella y su novio de familia arribista. Es la blusa que en un momento consigue comprarse Delia la que me siguió, literalmente, rondando por la cabeza. En efecto, dentro de sus múltiples trabajos (enfermera en casas privadas, reparadora de paraguas... además de la crianza, la labor doméstica, el suegro pajero, la recuperación después de los golpes), Delia arregla ropa y calzas. Al salir de la tienda de ropa interior dónde entregó calzas arregladas, Delia vuelve atrás de forma repentina y compra una blusa. Frente a esta compra inesperada de algo destinado a ella misma, lo primero que pensé es que Delia se escaparía de su hogar violento con un hombre, un amigo de juventud con quien a veces habla y que le propone irse al Norte, donde hay trabajo y futuro (un mañana). Este hombre es cariñoso; quiere a Delia. A partir de este momento, la intriga del film no radica en el noviazgo de Marcella sino en esta blusa comprada con un dinero que por lo general es destinado al marido y sus salidas nocturnas, o, en secreto, a Marcella. Para el espectador, al menos para mí, la blusa es seducción, belleza. Cuando vi la compra, leí en la blusa la posibilidad de escapar de una situación de violencia dando la mano a otro hombre, uno que no sería violento, y de encontrar así un mañana en un lugar de escape, pero sin cambios profundos en la persona golpeada, en la mujer cotidianamente humillada. Sin embargo, después de varias escenas intrigantes en la cuales pensamos que Delia perderá todo –todo los esfuerzos hechos por Marcella, y todos los esfuerzos hechos para escapar de su hogar– vemos que Delia viste la blusa para ir a votar, algo que por supuesto le prohibía su marido. En esta escena final, muy bien lograda en términos de suspenso, Delia entra casi milagrosamente en un lugar municipal, un lugar público, político, rodeada de mujeres bien vestidas (sin lujo pero con autoestima), pintadas, arregladas no para salir con un hombre, sino para poner su voto en una urna: para adquirir una voz. Por ende, con la blusa Delia no escapa: se trasforma, se para, se vuelve digna. El mañana que encuentra no está en otro lugar, en otro mundo, en otro tiempo y con otro hombre: está en ella y en el momento político en el cual ella decide, secretamente (sin la autorización de nadie y a costa de perder todo), pero no silenciosamente, participar.
Siempre nos quedará mañana termina sobre esta imagen de Delia parada, con una blusa que consiguió dignificar porque con ella no se entrega sino que se hace sujeto, rodeada de mujeres que votan por primera vez, que hacen entonces efectivo un mañana – un mañana inaudito – y de cara a su hija que, por un contratiempo de Delia, entendió la situación y corrió a las urnas. La película se termina con un cara a cara inaudito, esta vez no entre una madre golpeada y una hija encerrada en la situación de testigo, sino entre una madre que hace efectivo un mañana y una hija a cargo ahora de esta promesa, este presente ya ligado a un porvenir. Cuando Delia se encuentra cara a cara con Marcella, hace caras, como si fuera un payazo, y Marcella se ríe. Estas caras se sitúan en la familiaridad del cariño materno en el que nos es dado a veces el lujo de reír, de no ser siempre y solo adultos –un lujo que probablemente Delia nunca se dio ni tuvo– y expresan también lo inaudito de la situación: Delia no sabe qué rostro es adecuado para este mañana desconocido que se abre dentro de un presente y para este lazo que se crea con su hija, uno de filiación, pero uno que no es dado, que no es natural.
La risa de Delia ya no es la que necesitamos para ser resilientes, para seguir adelante a pesar de los golpes; es la que provoca el carácter insólito, desconocido, de un día nuevo, uno que llama a cambios en uno mismo y no solo en otros, uno que no podemos completamente encarar, pero en el cual ahora Delia está comprometida, con la totalidad de su cuerpo que le resulta nuevo y que la vuelve payaso por un instante. En la película, y por la peculiaridad de su elemento intrigante (una blusa), se transfigura por ende la risa, este elemento casi cultural del cine italiano (pensemos en Il sole del avvenire de Nanni Moretti, que también nos coloca en la difícil orilla de un “mañana” a partir de escenas tragicómicas). Se transita de una risa a otra, de una época del cine a otra, de un decorado a otro, de un mañana nuevo a otro, uno que nunca está asegurado.
Nota bene: C’e ancora domani no puede ser traducido por Siempre habrá un mañana, pues para que lo haya, hay que jugar algo del presente; hay que darle una vuelta a la intriga, a los dispositivos cinematográficos, la forma de disponerse en una sala de cine y en el tiempo, hacia un mañana – todo lo que hace esta película con gracia, humor, fuerza trasformadora, cariño.