Cambiar explotación por sufrimiento
La lectura de Libre, memorias de Lea Ypi sobre la caída del comunismo en Albania, y de uno de los testimonios de No dijeron muerte, de Josefa Ruiz-Tagle, que recoge las historias de hijos e hijas de detenidos desaparecidos y ejecutados políticos durante la dictadura chilena, hacen pensar en lo que alguna vez se llamó el fin de la historia, en el sentido de la libertad y en qué medida el socialismo y el capitalismo reales nos empujaron a este mundo en el que, dicen, no hay alternativa.
Tal vez el fin de la historia comenzó en Chile, y no como discurso, no como especulación teórica, sino de golpe, con el golpe. El 11 de septiembre de 1973, o tal vez antes, en 1970, cuando la derecha asesinó a un comandante en jefe para evitar que Salvador Allende asumiera la presidencia de la república. Un golpe de tres años, o una serie de golpes hasta el golpe de todos los golpes y los diecisiete años de más golpes. Margaret Thatcher dijo que no había alternativa; antes, en Chile, hicieron realidad que no había alternativa. ¿Quieres otra cosa, otro mundo? Entonces golpe.
¿Y cuál era la alternativa? ¿La Unión Soviética? ¿Cuba? ¿Cuánto ayudó la izquierda, esa izquierda a que no hubiera alternativa? No, no estoy hablando de causas y efectos; de lo que hace un bando supuestamente en respuesta a otro bando. Estoy hablando de dos bandos en el mismo bando, el de violentar el presente, en un caso por miedo al futuro, en el otro por amor al futuro; en ambos por enamoramiento de sí mismos.
«En Cuba la rebeldía era muy difícil», dice Camila Krauss en uno de los testimonios que registra Josefa Ruiz-Tagle en No dijeron muerte, libro que reúne testimonios de hijos e hijas de detenidos desaparecidos y ejecutados políticos.
Y si la rebeldía es difícil en la revolución, pues entonces no hay rebeldía nomás.
«Si no sabemos adaptarnos. Si no estamos dispuestos a avanzar arrastrándonos por el fango, entonces no somos revolucionarios, sino charlatanes». Eso lo dijo Lenin
¿Cómo puede ser que el sufrimiento sea la alternativa a la explotación? ¿Merece siquiera llamarse alternativa?
Aleksándr Bogdánov, bolchevique caído en desgracia, llamó «aristocracia obrera» al vanguardismo de Lenin: «Más allá de las potenciales tendencias restauracionistas que el atraso cultural portara, en Bogdánov se podía leer algo más peligroso todavía y que debía causar escozor a los líderes bolcheviques: que ese atraso cultural pudiera desembocar en la continuidad de la explotación y la alienación, aunque la base misma fuera transformada. Lo que podía colocar a los bolcheviques como nueva clase dominante», explica Eduardo Sartelli en “Una estrella errante”, el prólogo que escribió para una edición argentina de Estrella Roja, la novela marciana-socialista de Bogdánov.
Se suponía que la alternativa era la libertad, porque somos iguales. Y si en nombre de la libertad y la igualdad mataste la libertad y la igualdad, pues que no te extrañe que a cualquier cosa, hasta a una dictadura como la chilena, o al saqueo y la explotación capitalista que siguió al fin de los socialismos reales, la consideremos libertad incluso si se levanta contra la libertad.
«Cuando por fin llegó la libertad fue como si te sirvieran comida congelada. Masticamos poco, tragamos rápido y nos quedamos con hambre».
Eso lo dice Lea Ypi en Libre; ella es una especialista en marxismo y teoría crítica que creció en la Albania comunista, estalinista y vivió, a los once años, su desplome. Y la llegada de la libertad capital; era 1990: privatizaciones, despidos, corrupción, pobreza, emigración. Las memorias de Ypi se subtitulan: «El desafío de crecer en el fin de la historia».
Por supuesto la historia nunca se acaba, pero se haya acabado o no, pueda o no acabarse, para qué seguir intentándolo si las alternativas son la libertad del socialismo real, esa que te ordena hasta lo que tienes que pensar y decir, o la libertad del capitalismo real. En ese escenario claro que no hay alternativa. Que el socialismo real haya sido una mierda no hace bueno al capitalismo, cierto. Solo es la mierda que quedó. Pero justamente de eso se trata la sentencia «no hay alternativa», de que esto es lo que hay.
Y si es lo que hay y no hay más, pues no es libertad. Salvo que llamemos libertad a la obligación de pagar por todo, de trabajar para poder pagar por todo; a un orden de jefes y empleados, chantajeados a cambio de un sueldo o lanzados a la libertad emprendedora de arreglárselas solos. Que es lo mismo que decir que la libertad como autorrealización, como plenitud, como desarrollo de tus capacidades y de mis capacidades, como tiempo propio para hacer esto o aquello, sin subordinación, ya ni siquiera es un ideal, menos el objetivo de la política.
Lea Ypi, sin embargo, sigue siendo socialista. ¿Por qué? Digo, uno esperaría que se hubiera convertido en una furibunda del liberalismo, o del neoliberalismo, sino en derechista, al menos en extremocentrista. Pero no, resulta que hace clases sobre Marx.
¿Será que, al caer el socialismo o el comunismo, y transitar hacia el liberalismo y el capitalismo, Albania no se liberó, sino que cambió una falta de libertad por otra, una opresión por otra? Supongamos que es así, ¿no podría retrucarse que ahora hay libertad de expresión, que a nadie de le obliga lo que tiene que hacer y pensar y hablar?
Hay otra pregunta posible a esa pregunta: ¿la libertad es solo eso? Quiero decir, por supuesto que no hay libertad sin eso; ¿pero basta?
Ypi cuenta que todos los años comienza su curso sobre Marx en la London School of Economics diciéndoles a sus alumnos que mucha gente cree que el socialismo es una teoría sobre las relaciones materiales, la lucha de clases, la justicia económica. Pero en realidad trata sobre algo más fundamental: «El socialismo, les digo, es sobre todo una teoría de la libertad humana, de cómo entender el progreso a través de la historia, de cómo nos adaptamos a las circunstancias, pero también de cómo intentamos superarlas».
O sea, trata de que nunca «es lo que hay».
«No solo se nos priva de libertad cuando otros nos dicen qué tenemos que decir, dónde tenemos que ir o cómo debemos comportarnos. Una sociedad que presume de permitir a sus ciudadanos desarrollar su potencial humano, pero que no cambia las estructuras que impiden que todos progresen, es igual de opresora».
La libertad que es liberal es también socialista. De hecho, ¿no será el socialismo un liberalismo?, ¿el intento de realizar la libertad e igualdad declaradas por el liberalismo? Quizás.
Yo decía que tal vez el fin de la historia comenzó en Chile, de golpe. Ese golpe o esos golpes mataron al papá de Camila Krauss, y la exiliaron a ella, a su hermano y a su madre. Llegaron a Cuba, al edificio de los chilenos. Allí ella se rebeló, no fue la niña fuerte y a la vez recatada, bien plantada y ordenadita que debía ser según la revolución. Prefirió ser roquera, friki, así les decían, porque no se peinaban, usaban faldas más cortas y escuchaban música en inglés.
A Krauss, una niña, la acusaron de «diversionismo ideológico», la humillaron en el colegio, la directora; ella se rapó y entonces la humillaron en las calles, grandes y chicos, le lanzaban cosas. «¡Gusana! ¡Descarada!», le decían.
Es después de contar eso que Krauss concluye que en Cuba la rebeldía era muy difícil. «Por decir estas cosas me han llamado gusana, contrarrevolucionaria. Sobre todo aquí en Chile. Me he peleado a los combos. Porque yo siempre me sentí revolucionaria. No estaba en contra del proceso, simplemente decía: esta mierda está mal, hay que arreglarla».
Esa es siempre la alternativa, y hasta la revolución, socialista o lo que sea: intentar arreglar lo que está mal; con el riesgo, no hay que olvidarlo, de que quede peor, o de cambiar mierda por caca. Aunque tal vez el mayor peligro sea que las cosas se arreglen, porque ¿y entonces qué?
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Libre
Lea Ypi
Anagrama 2023 - 321 páginas
Traducción de Cecilia Ceriani
$22.000.
No dijeron muerte
Josefa Ruiz-Tagle
Saposcat, 2023 - 341 páginas
$14.000.