Freud: mitógrafo indiscutible
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Freud: mitógrafo indiscutible

Con su libro Ciencia y ficción en Freud, Isabelle Alfandary retoma el proyecto freudiano de fundar una ciencia del inconsciente “para examinar sus premisas, problemas y callejones sin salida”, considerando la cuestión de la cientificidad como algo siempre abierto. La originalidad y la fuerza de su propuesta está en vincular la cuestión de la validación científica con la de la ficción.


 

En un momento en que referirse a las exigencias científicas de Freud es considerado algo audaz, si no es que se denuncia como algo anacrónico, es bienvenido el libro de Isabelle Alfandary. Desde siempre el psicoanálisis ha sido vivamente cuestionado, convocado a dar pruebas de su validez. Lo paradójico es que, al mismo tiempo, nunca ha estado tan presente en formas de divulgación estandarizadas, restringiendo la fuerza y ​​la originalidad de su lenguaje a una especie de esperanto aplicable a prácticas a veces libres de toda teorización y muy alejadas de las exigencias científicas, las que Freud tanto valoraba.

 

Con su libro Ciencia y ficción en Freud, Alfandary retoma el proyecto freudiano de fundar una ciencia del inconsciente “para examinar sus premisas, problemas y callejones sin salida”, considerando la cuestión de la cientificidad como algo siempre abierto, es decir, que es capaz de generar nuevos y fructíferos cuestionamientos.

 

El proyecto de esta obra nació de un seminario que Alfadary dirigió en el Colegio Internacional de Filosofía sobre los diferentes estilos y géneros de la escritura freudiana. Se ha constatado que existe una correspondencia entre los estilos de transmisión y los modelos epistemológicos desarrollados gradualmente por Freud para comprender mejor los descubrimientos operados por la clínica. Si Michel de Certeau en Historia y psicoanálisis (1987) ya había subrayado la existencia de dos tipos de textos en Freud (los que practican la teoría, los que la exponen), Alfandary propone abordar de una manera nueva la articulación de los diferentes estilos de escritura freudiana con modelos epistemológicos específicos.

 

La originalidad y la fuerza de su propuesta está en vincular la cuestión de la validación científica con la de la ficción. Ella muestra en acción y hace pensable cómo es que en Freud la referencia a la ficción funciona mucho más allá incluso del anclaje en la literatura (Shakespeare, Sófocles) y puede ser considerada como un “medio de exploración, de modelización y de transmisión de la hipótesis del inconsciente”.

 

La ficción es la “intuición teórica” que Isabelle Alfandary pone a trabajar con gran delicadeza en su lectura de Freud, de principio a fin del libro, delimitando así su campo de exploración de la invención freudiana. Si Freud “no reconoce como propio el concepto de ficción”, su uso —siendo aquí central, y reivindicado como tal— se sitúa bajo la égida de una cita de Jean Laplanche (Problématiques VI, L’après-coup, 2006): “No se debe privar a un autor [Freud] de sus propios límites”. Alfandary muestra así, a la vez, el valor heurístico de la ficción y los límites a los que se enfrenta, apelando cada vez al desarrollo de un nuevo modelamiento. Lo convierte en un operador epistemológico que nos permite cuestionar la cientificidad del psicoanálisis, sin omitir, siguiendo a Laplanche (Le fourvoiement biologisant de la sexualité chez Freud, 1993), que “la exigencia es algo que es dictado por el objeto […] es el objeto inconsciente que orienta la evolución misma del pensamiento”. Se trata pues de “repensar el psicoanálisis freudiano en el entrelazamiento entre ciencia y ficción, y ello a pesar de la resistencia, incluso de la negación, que anima a Freud frente a un concepto que le parece antinómico de todo enfoque científico digno de ese nombre” —tanto temía que cayera en el registro de la ideología o de la creencia.

 

Por lo tanto, todo el libro se coloca bajo el sello del primer capítulo dedicado a la hipótesis del inconsciente y su régimen paradojal. El argumento de Alfandary se basa en el texto de Freud de 1915, El inconsciente, para argumentar en qué medida el inconsciente es una hipótesis que condiciona la posibilidad de que el proceso analítico opere en cada situación clínica. Esta hipótesis de trabajo se convierte en una hipótesis de principio, que precisamente no entra bajo un régimen de verdad. Esta preservación de un estatus de hipótesis para el inconsciente es fundamental: permite calificar al psicoanálisis como ciencia, porque “valida el psicoanálisis suspendiendo la positividad de su saber”.

 

El valor lógico de la hipótesis del inconsciente, concebido como condición de posibilidad de los fenómenos calificados de “psíquicos”, está atestiguado por sus formaciones y sus efectos, el objeto explorado —el inconsciente, la realidad psíquica y en particular la transferencia y su funcionamiento—, al que no se puede acceder directamente. La prueba del inconsciente se obtiene así por inferencia según una lógica que Alfadary califica de “trascendental”, destacando la herencia de la filosofía de la Ilustración cuyo desafío retoma el psicoanálisis, refiriéndose a Kant. Pertenece al entendimiento (y no a la razón) y al conocimiento (y no a la fe), y propone un conocimiento mediato de fenómenos que de otro modo permanecerían inexplicables. Lo que está en juego no es la causalidad, sino la necesidad de un principio que no puede ser objeto de un experimento. Así, la hipótesis del inconsciente es parte de una dialéctica paradójica: permite extender los límites de lo conocible, pero al mismo tiempo enuncia los límites del conocimiento al recordar que el inconsciente solamente puede ser reconocido en sus efectos y en las secuelas de su incautación. Es precisamente el “objeto” a descubrir el que impone un desarrollo progresivo: “El régimen de prueba se plantea como experimental, acumulativo y retrospectivo, lo que equivale a posponer sine die su validación”. El método, por tanto, intenta establecer las condiciones para su accesibilidad y su develamiento.

 

“La ciencia freudiana está comprometida con un más allá, no puede ser postulada sin poder ser sustentada o articulada sobre el modelo de un saber positivo”. Esta formulación tan esclarecedora, ¿sugeriría la idea de un más allá del saber certificable correspondiente al mismo tiempo a un postulado necesario para pensar? En otras palabras, ¿un más allá por naturaleza inconocible y por naturaleza necesario que implicaría que en cada tratamiento “el analista está condenado a inventar”, como argumenta François Roustang (en Un destin si funeste, 1976)? Esto, me parece, convocaría el pensamiento de Piera Aulagnier, en particular la dialéctica que ella subraya entre lo siempre ya conocido de la teoría y lo aún no conocido que lleva cada cura. El planteamiento de Alfadary también nos obliga, en mi opinión, a preguntarnos sobre la necesaria diferenciación entre teoría y metapsicología, en el sentido de que la metapsicología sería una especulación basada en la contratransferencia mientras que la teoría correspondería a proposiciones generalizables, partiendo de las curas y del psicoanálisis aplicado. Diferenciar entre teoría y metapsicología permite cuestionar cómo se vinculan, pues no toda teoría parte de la contratransferencia. Jean-Claude Rolland define el “pensamiento metapsicológico” como “un pensamiento visionario transmitido al analista por su propia contratransferencia”, lo que implica postular la metapsicología como “un método de pensamiento visionario que se impone pero que no se descubre, sino que gracias a esta transmisión se profundiza” (Rolland, Quatre essais sur la vie d’âme, 2015). Este enfoque me parece converger con la idea de la autora según la cual, para salir del callejón sin salida de la prueba, Freud busca validar su invención sobre la base de la transmisión. La ficción como “tercer término” permite entonces imaginar los vínculos entre consciente e inconsciente y vendría a suplir una representación faltante. La ficción así definida, ¿no se situaría ante todo del lado de la metapsicología, en el sentido de que procede de una especulación hecha necesaria por la elaboración de la contratransferencia?

 

El libro sigue, pues, los diferentes modelos desarrollados por Freud, según un movimiento relativamente cronológico, ampliado muy oportunamente por Alfandary con fines didácticos.

 

El primer modelo epistemológico es el de los Estudios sobre la histeria, referido al registro de la ficción detectivesca. A partir del enigma narrativo del síntoma histérico y su nudo traumático, la búsqueda de sentido procede de la trama en una dinámica de causalidad donde la dimensión anamnésica ocupa un lugar importante. El enfoque es el de una ciencia detectivesca, ciencia de los signos, de los detalles, que permitiría volver al escenario de los conflictos psíquicos, reduciendo el funcionamiento del psiquismo a una causalidad de los acontecimientos. Este modelo, funcional y explicativo, pronto parecerá limitado respecto de las curas, demasiado simplista, descuidando el carácter multifactorial de la sintomatología y la complejidad del enredo de las causas y los efectos en la vida psíquica. Freud pasará así de los relatos de cura a los estudios de casos.

 

El “modelo casual”, más complejo, preside la redacción de los grandes casos clínicos, desde “Dora” hasta “El hombre de los lobos”. Cada caso freudiano es ante todo válido por y para sí mismo. Cada cura fue escrita por Freud, poniéndola ante la prueba de la complejidad y pluralidad de formas que exige su restitución, inevitablemente atrapada en las redes de la técnica y la dinámica transferencial. Lo que hace un caso, por lo tanto, proviene de redes de complejidades entre el paciente y el analista, entre la historia de los síntomas y la historia del trabajo analítico, entre los materiales psíquicos y la forma de su enunciación, entre la transferencia del paciente y transferencia del analista. Escribe Alfandary: “Al respecto, la prueba por el caso es siempre prueba por transferencia, y la prueba de transferencia prueba del elemento indeterminado y de la dimensión irreductible del otro”.

 

Con “Dora”, Freud saca a la luz ciertas leyes del funcionamiento psíquico en la histeria, posibilitando sustentar reglas de reproductibilidad del método con otros casos que sufren de histeria. Confrontado con el carácter intempestivo y eruptivo de los efectos de la cura, descubre también la transferencia en acción en la cura. Al escribir sobre su paciente, se da cuenta de que el trabajo analítico comienza con el límite, la resistencia, es decir, la transferencia y el cese de la contratransferencia (que no será teorizado sino después). Alfandary destaca que a partir de entonces ya no es posible ningún modelado “calmo”, y Freud pasa a una epistemología más argumentativa.

 

La retórica en “El hombre de los lobos” es en efecto más defensiva, siendo el desafío solicitar una adhesión del lector para sus nuevas propuestas científicas sin que esta adhesión se asimile con la creencia en un dogma. La cuestión epistemológica consistente en no ceder a la racionalidad está a la altura del escándalo introducido al tener en cuenta el carácter traumático de la sexualidad infantil, “factor organizador cardinal de la psique” y la importancia de la construcción/reconstrucción como complemento del recuerdo. La mediación de la ficción de la escena primaria es necesaria para sustentar la validez del carácter real de la escena traumática y paradójicamente asegurar la racionalidad de su demostración. Sin embargo, la relación entre el sueño y la escena primaria procede de una necesidad que, sin embargo, se deriva de un salto asociativo y lógico. Es necesario, pues, poder suspender deliberadamente la propia incredulidad para poder seguir a Freud sobre los pasos de la credibilidad de su demostración, es decir, una demostración de su credibilidad.

 

Me parece que la idea de la ficción como complemento de la representación faltante y como requisito de una especulación proveniente de la experiencia de la contratransferencia podría estar ligada al gesto de Freud en “El hombre de los lobos” consistente en hacer ver la escena primaria. Esta idea acreditaría esta noción de “tercer término” para el concepto de ficción.

 

Alfandary destaca hasta qué punto, con este caso, “Freud llevó al límite el intento de la prueba clínica de la hipótesis del inconsciente”, la argumentación confronta el reconocimiento de un punto de imposibilidad donde testimonia la extravagancia del “rogar que se acepte provisionalmente” algo. Como extensión de esta observación, me gustaría destacar aquí un pasaje de la pluma de Freud: “el paciente no tardó en compartir mi convicción”. ¿No plantea esto la cuestión de la relación entre convicción y credibilidad, es decir, cómo la convicción transferencial y contratransferencial del analista participa de la credibilidad de lo que ofrece al paciente? La cuestión es tanto más complicada cuando se piensa que el argumento de Freud para convencer al lector es la convicción del paciente en relación a la interpretación del analista. Esto plantea la convicción del paciente como prueba, como destaca Jean-François Chiantaretto (L’écriture de cas chez Freud, 1999).

 

Los nuevos límites encontrados serán, sin embargo, una oportunidad para un relanzamiento metodológico. Es así con otras galas que la ficción aparece en los últimos capítulos: los de la hipótesis fantástica de los orígenes, en torno a la hipótesis antropológica del asesinato del padre y el de la pulsión de muerte, donde cada vez la ficción pretende dar cuenta de la destructividad humana. Se convoca entonces a la noción de mito científico para pensar más allá de lo verificado-verificable y/o recordable. Sin embargo, ya sea el caso de “El hombre de los lobos” o el modelo antropológico, el desafío es lograr la verdad histórica sobre el modelo de la ficción.

 

El modelo antropológico del mito científico se basa en la analogía entre el animismo y la neurosis y, más ampliamente, entre lo primitivo, el niño y la neurosis, que es la base de la analogía entre la filogénesis y la ontogénesis. La analogía entre cultura y síntomas apunta a relacionar fenómenos que aparentemente no parecen tener un vínculo y permiten a Freud pensar los procesos de la vida psíquica en su relación con una genealogía de producciones culturales y sociales: vincular lo colectivo y lo singular. Sin embargo, Alfandary plantea una cuestión fundamental sobre el riesgo de postular un único origen para la neurosis, la religión, la moral y la sociedad, y de derivar hacia una psicologización de lo social. Al caracterizar a Freud como un “mitógrafo indiscutible”, abre así una nueva pregunta: “¿está justificada una ciencia para apoyarse en un mito, incluso si fuera científico?”

La problemática de la pulsión de muerte como especulación cierra el último capítulo del libro. Si la pulsión sigue siendo una construcción teórica, “sin su inferencia, sin embargo, el psicoanálisis sería incapaz de formular la menor de sus tesis”. La ficción bajo la forma de fábula especulativa permite así sustentar la hipótesis de la pulsión de muerte. Y si la legitimidad de la especulación biológica es cuestionada por el mismo Freud, “esclarece una situación clínica observable y de otro modo incomprensible: la restricción de la repetición”.

 

La hipótesis freudiana según la cual “en el principio era, en todos los casos, la muerte […] el principio de conexión no interviene sino en un segundo tiempo”, vincula las ficciones antropológicas y biológicas:  Freud pone “implícitamente en relación lo elemental de la vida celular con la complejidad de la vida psíquica”. Si cabe preguntarse por la sostenibilidad de un abordaje similar para estos dos planos, lo cierto es que la propuesta de la ficción como operador epistemológico cumple su apuesta.

 

El libro es un hermoso homenaje a la obra de Freud, a su rigor científico y a su genio. Ilustra de manera brillante la necesidad de los analistas de (re)conquistar incesantemente el núcleo epistemológico de la hipótesis freudiana del inconsciente.

 

Artículo aparecido en “Revue française de psychanalyse” 87-2 (2023).

Se traduce con autorización de su autora. Traducción: Patricio Tapia

 

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Ciencia y ficción en Freud

Isabelle Alfandary

Trad. H. Pons

Editorial Manantial, Buenos Aires, 2023

196 páginas

 


 


 

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