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Niña Hermosa: presencias y tiempos en suspensión

"No somos el ángel. Somos la ruina. Somos esta montaña de restos".

 Hito Steyerl

 

Museo de Arte Contemporáneo - MAC

Parque Forestal

Santiago

Hasta el 23 de junio


Desde 2018 el artista visual y cineasta Sebastián Salfate (Santiago de Chile, 1986) ha investigado y registrado la popular animita conocida como Niña Hermosa, construida en recuerdo de Astrid Soto, que desde 1998 (año en que Astrid murió en un accidente de tránsito) se encuentra ubicada a la altura del kilómetro 22 de la Ruta 78. Durante décadas, Niña Hermosa ha convocado a una enorme cantidad de devotos que se encomiendan a la milagrosa animita para pedirle por los vivos y, a modo de intercambio, la llenan de obsequios. Por peticiones y favores concedidos, la Niña Hermosa logró tomar una presencia sinigual: cientos y cientos de peluches acumulados a su alrededor marcaron la imagen de este memorial. En 2020, mientras la carretera comenzaba trabajos de ampliación, la animita se incendió por razones todavía desconocidas. Este hecho aceleró el proceso de traslado de la Niña Hermosa —del lado sur al lado norte de la vía—, lo cual ya estaba previsto por la concesionaria. En la actualidad, la animita tiene un nuevo y oficial lugar de peregrinación: uno con área de estacionamiento, estructura de concreto y techumbre de acero.  

 

Todos estos tránsitos son abordados por la actual exposición de Sebastián Salfate en el Museo de Arte Contemporáneo (MAC, sede Parque Forestal). La muestra, abierta desde el pasado 4 de abril en la sala 12 del museo, y que se extiende hasta fines de junio del presente año, pone atención sobre el particular fenómeno de las animitas, de los drásticos cambios que estas han experimentado, pero también una consciente reflexión sobre el formato audiovisual —espacio, tiempo, encuadres, desplazamiento, resolución, edición, entre otros—. Así es como el proyecto de Salfate presenta un video documental dividido en tres canales para dar cuenta tanto de un viaje personal del artista —quién a través de sus reiteradas visitas, registros y entrevistas con la familia de Astrid se va convirtiendo en un fiel penitente— como de las vivencias y transformaciones de la animita, de los símbolos que la acompañan, de su deterioro, de su incendio, de su traslado y de su nueva estructura. Este es, entonces, un viaje de ida y vuelta que atraviesa historias personales y colectivas, fenómenos culturales y políticas económicas que modelan nuestros trayectos y comportamientos sobre los territorios donde circulamos.  

 

En «Al dios de la carretera», Chagall Acevedo escribe:

 

Al dios del camino 

no se le reza 

de rodillas             hay una animita en cada 

entrada y salida de la carretera 

que nunca termina              solo se desenrolla 

no son         

lugares fijos       ni siquiera  

son lugares            nadie

 

Y continúa:

 

(...) 

velocidad camiones 

que cargan troncos 

apilados como un conjunto 

ordenado de recuerdos 

a veces se eleva una polvareda 

Te obliga 

          a cerrar las ventanas 

 

Entregando sensación de movimiento, como si cada fragmento fuera un fotograma captado al mirar por la ventana de un auto, este poema enlaza velocidades o tiempos cruzados: quien observa y lo observa en un recorrido que parece no terminar. Tal como en el proyecto Niña Hermosa, la carretera es el eje. Si bien en un caso el poeta va sobre ruedas y en el otro el artista frena en seco para acercarse a la animita, ambos leen accidentes sobre la vía.        

 

Por su intempestiva presencia, la carretera, como escribió la curadora canadiense Yasmin Nurming sobre Niña Hermosa, es «simultáneamente el personaje central, el antagonista, la banda sonora y el anfitrión de la película». La Autopista del Sol, y sus símiles, es un largo tramo privado de acceso público, una huella pavimentada que solo puede ser atravesada pagando el peaje. Nadie lo dice, pero al acceder puedes morir. Los cuerpos se acumulan en la Ruta 78. La velocidad que los transporta también los expele o aplasta. ¿No fue eso lo que sucedió con Astrid? El trabajo sonoro de esta obra/exposición nos traslada a este hostil y cotidiano paisaje. ¿Quién se detiene allí si no es por causas de fuerza mayor? El video nos invita, tal como hizo el artista, a frenar el ritmo de las cosas, a bajarnos del auto, de la máquina, para conocer una historia particular.   

 

En «La revolución hace el buen tiempo», conferencia de Viveiros de Castro en 2014, el autor cita El planeta enfermo del controvertido Guy Debord, texto que anticipa problemáticas ligadas con la obsesión tecnológica y la parálisis de los científicos ante la destrucción del mundo. Dice Debord: «Mientras los imbéciles pasadistas piensan y quieren demostrarse lúcidos, modernos y sintonizados con su siglo, proclaman que las autopistas o Sarcelles tienen su belleza, una belleza preferible a la incomodidad de los pintorescos barrios antiguos (...) Después del fracaso fundamental que han supuesto todos los reformismos del pasado, el diseño de este nuevo reformismo obedece a las mismas necesidades, esto es, lubricar la máquina y abrir nuevas oportunidades de lucro a las empresas de punta». (Debord, 1971, como se citó en Viveiros de Castro, 2022).   

 

Casi medio siglo después de la redacción de este texto, las autopistas siguen en proceso de expansión, sea ampliándose (“perfeccionándose”) o alcanzando nuevos territorios, por abruptos que estos sean. Las carreteras chilenas, en su gran mayoría concesionadas a empresas extranjeras, hasta se han convertido en postales turísticas como diciendo “este es nuestro Chile moderno” o, también, “del aeropuerto al hotel en pocos minutos”. Nuevamente la promesa del progreso, de hacer todo más rápido para aumentar la producción y la productividad es institucionalmente instalada como algo deseable, práctico, cómodo, bello y que nos libera de ataduras. En nuestras autopistas, nada de esto es cierto. La velocidad se ejerce a costa de la explotación de personas en enormes fábricas y de combustibles fósiles cada vez más caros. Parar, entonces —volviendo a la propuesta de Niña Hermosa— tiene sentido político. 

 

En el artículo «Speed. Aberrations of time and movement» del neurólogo y escritor británico Olivier Sacks, el autor se refiere a la percepción del tiempo en distintas condiciones, acciones y posiciones que adoptamos en nuestro vínculo con la realidad, y lo hace ahondando en ejemplos psíquicos de estados ralentizados y acelerados que vivimos al estar bajo los efectos de drogas o en determinados pacientes con síndrome de tourette, esquizofrenia y parkinson. Comienza hablando sobre la observación del crecimiento de las plantas y su interés por captar los movimientos de la naturaleza para luego derivar en estos otros casos con el fin de desarrollar o hilar un argumento sobre ritmos y tiempos. Aun cuando los giros de su argumentación resultan divertidos e interesantes, Sacks enarbola las tecnologías como medios para experienciar tiempos imposibles a la vida humana (movimientos articulares, psíquicos, celulares, terrestres, acuosos, históricos), tiempos en los que, por lo menos imaginariamente, podemos entrar. Aunque sin duda es un cambio enorme que ya se aplica en la vida cotidiana, la extrema confianza de Sacks en la tecnología no deja de sorprender. Hacia el final de su ensayo, él dice: «A través de estos instrumentos, podemos mejorar nuestras percepciones, acelerarlas o ralentizarlas, en efecto, hasta un grado infinitamente superior al que podría alcanzar cualquier proceso vivo. De este modo, aunque estemos atrapados en nuestra propia velocidad y tiempo, podemos, en la imaginación, entrar en todas las velocidades, en todos los tiempos» (Sacks, 23.08.2004, The New Yorker). Si lo que resulta destacable es poner en evidencia las variables en la percepción de tiempo, determinar el uso de las tecnologías en términos de “mejoras” parece atentar contra la diversidad de experiencias y establecer una única aplicación posible a los instrumentos tecnológicos: como mejoras de las capacidades humanas. Pero, cuando la fotografía y los formatos audiovisuales registran momentos de la realidad alterando el ritmo de las cosas, pocas veces lo hacen con el fin de mejorar o empeorar nuestra visión. Al cambiar o alterar las velocidades estamos frente a una temporalidad otra, distinta, una nueva variedad de trayecto. 

 

De hecho, en el caso de Niña Hermosa, la cámara sirve para evidenciar el paso del tiempo sobre una serie de objetos que habitan en un entorno de altos flujos y velocidades. Ralentizar, o la necesidad de detenerse en un espacio de tránsito,  es fundamental para entender la vida de la animita y pensar en su nueva versión. De ahí que la mayoría de las decisiones formales tienen que ver con ese descanso, con esa observación detenida de la cual, generalmente, la modernidad nos priva.

 

Cuando en febrero de 2013 Isabelle Stengers expuso «¿Es posible ralentizar?» (Stengers, 2019) en la Universidad Libre de Bruselas, anticipó que no hay respuestas definitivas, pero que su importancia radica en hacernos pensar. Para Stengers, ralentizar es apropiarse de la divergencia, de modificarnos, transformarnos y hacernos entender nuestros propios intereses de otra manera y sin neutralidades. Es, fundamentalmente, dudar. 

 

En coherencia con aquella pausa o detención, Niña Hermosa también incluye el relato de la madre de la joven fallecida y una reconstrucción del recorrido que Astrid realizó antes de su muerte. Además, dentro de la investigación, el artista ha registrado los testimonios de otros familiares, así como de custodios de la animita, devotos y de trabajadores y personas cercanas a la empresa constructora encargada de ampliar la autopista. Con ello se busca entregar una mirada global, con variantes diversas, sobre la tragedia, la fe popular y la tan amnésica y persistente idea de «progreso», generando el retrato de un fenómeno cultural arraigado a la identidad de Chile y latinoamericana.

 

La pieza audiovisual, pensada como video-paisaje, es una mezcla entre una documentación de eventos, un ejercicio de memoria que se resiste a seguir el orden temporal de la historia oficial y una forma de conservar una tradición originada en el sincretismo cultural local considerando las pugnas de esta por los usos del espacio público. El proyecto proporciona un relato sobre una animita particular para hablar de muchas otras, que viviendo en similares condiciones, entran en contraste con la modernización urbana del país y son forzadas a pensar en sus devenires. 

 

El recorrido propuesto por la exposición tiene la intención de generar un encuentro íntimo y envolvente con las imágenes, en donde cada fotograma es una pieza comunicante que invita a las y los espectadores a sentarse en la banca que enfrenta la proyección, a detenerse, a ralentizar y a reconocer su propia forma de conmemorar y lidiar tanto con vertiginosa velocidad capitalista como con la muerte. 



 

 

 

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