La generación de los padres perplejos
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La generación de los padres perplejos



A mi generación le ha tocado ser padres de un modo distinto a la que nos precedió. No es necesariamente que seamos más feministas o evolucionados: nos hemos ido acomodando a los cambios que nuestra época trajo consigo, sin que haya en ello demasiado mérito. Nos ha tocado estar más presentes en las tareas domésticas y de crianza, concebidas como un trabajo colaborativo, allí donde el padre estereotípico de generaciones previas se limitaba a proveer sustento para la familia y ser una figura de autoridad algo distante. A algunos esto nos acomoda, pero a ratos nos cuesta, y puede resultar incómodo también tanto para las madres como para los hijos e hijas. Estamos ejerciendo nuestro rol de padres sin modelos muy establecidos y por lo mismo somos padres perplejos, dubitativos, recorriendo un territorio para el que no hay aún mapas.


En realidad, no sé si alguna vez fue de otro modo. Imaginamos un pasado estable, pero quizás la historia de la paternidad se parezca más a una serie constante de cambios y ajustes que a una institución fija que solo ahora se transforma. Mi padre era un hombre profundamente cariñoso y amable, muy presente en las tareas de la casa y en nuestra crianza, pero también muy claramente una figura de autoridad, dialogante y razonable pero estricta, más serio y distante afectivamente que mi madre, más reservado y silencioso que ella, menos accesible. Yo he intentado una paternidad más cercana, afectiva y juguetona, en la que los roles del padre y la madre son más complementarios que contrastantes, pero al mismo tiempo más difusos, algo que tal vez se da con mayor naturalidad al ser padre adoptivo, y que se ha acentuado desde que me separé de la madre de mi hijo con un acuerdo de cuidado compartido por partes iguales. Por lo mismo, cuando a veces intento ejercer autoridad del modo tajante en que fui educado mi hijo Santiago reacciona con enojo, indiferencia o desconcierto. No le parece razonable que la figura con la que se ríe a gritos, que le hace cosquillas y que lo consuela tiernamente cuando tiene pena sea la misma que le dice “basta, cállate, córtala, ven inmediatamente para acá, termínate ese plato, cómo se te ocurre”. Tiene toda la razón, es difícil que en una misma figura se concentren por partes iguales la autoridad y la ternura, la cercanía y la exigencia, el juego y las obligaciones. Posiblemente este modelo de paternidad que creemos más amable también tenga sus trampas, paradojas e incomodidades para nuestrxs hijxs.


Toda nuestra cultura está construida en torno a ciertos estereotipos acerca del padre: una figura amenazante, avasalladora en Kafka, devoradora en la mitología griega y castradora en su derivación freudiana, pero también clave en la formación del sujeto y en su acceso a la adultez. Según lo que he podido entender de las fascinantes pero laberínticas teorías de Lacan, el nombre del padre sería la clave del acceso a la cultura, al campo de lo simbólico, del lenguaje y la ley, que nos separan de la fusión inicial con la madre y de la fascinación por nuestra propia imagen propia del estado imaginario. O algo así...Se trata de una figura firme y tranquilizadora, protectora y benévola pero también irritable, como el propio Dios Padre del Antiguo Testamento. El cristianismo, por cierto, complica harto las cosas con la figura de San José (en cuya fiesta se celebraba originalmente el día del padre), un padre que no engendra biológicamente a su hijo y que se resigna a un rol de acompañante de una esposa virgen a quien la divinidad hace concebir al mesías. Pero el amable carpintero queda claramente relegado a un rol secundario respecto a la divinidad, por lo que difícilmente funciona como un modelo inspirador.


La historia de la literatura está llena de figuras paternas admirables o intimidantes, crueles o abnegadas, execrables o entrañables. El libro El gesto de Héctor, del sociólogo y analista junguiano Luigi Zoja, recorre ese catálogo de mitos, relatos y transformaciones culturales desde la prehistoria hasta nuestro presente en que la institución paterna hace crisis, preocupado por el modo en que la erosión del arquetipo puede producir patologías individuales o sociales como la búsqueda de líderes sustitutos dominantes en el ámbito político (¿suena familiar?). Tal vez lo más memorable de su libro es el rescate de Héctor, un personaje relativamente menor de la Ilíada, como una figura que antes de morir a manos de Aquiles va a ver a su hijo, se quita el casco de guerrero para no asustarlo, y lo levanta en sus brazos imaginando un futuro en que lo superará en valor y prestigio. Zoja lee ahí la tensión entre la responsabilidad agresiva de un padre volcado hacia el mundo exterior, en el que se requiere una armadura para defenderse y una figura paterna capaz de combinar estas cualidades con un vínculo afectivo volcado hacia el futuro.


Todo el imaginario del padre duro, distante y autoritario que retrata Kafka de manera inolvidable en su “Carta” está hoy en día agrietado y semi abandonado, puesto en crisis con razón por varias oleadas de crítica feminista al patriarcado. Es difícil encontrar razones para volver atrás o para lamentar estos cambios históricos, pero no hay que olvidar que la historia tiene también sus meandros, coletazos y retornos de lo reprimido, como muestran los resurgimientos recientes de un pinochetismo que creíamos haber dejado atrás definitivamente. Tal vez sea el momento de preguntarnos cómo construiremos figuras paternas o figuras de autoridad al margen de ese imaginario patriarcal, qué tipo de educación ofrece este mundo con roles masculinos y femeninos menos definidos, menos encasillados. No sabemos cómo resultará este nuevo modo de crianza, que consideramos más justo y amable, pero que tiene también mucho de sobreprotector y complaciente. Santiago me dice a veces que soy el mejor papá del mundo, pero me ha dicho también que soy un mal papá, un “papá pesado”, y hasta la demoledora frase “no eres un papá”. Tal vez ser padre hoy en día tenga que ver con llevar sobre los hombros todo ese abanico de etiquetas, con asumirse padres profundamente imperfectos, falibles, perplejos, y aun así intentar ser protectores, tiernos, justos, firmes y flexibles a la vez. No caer en la trampa de intentar ser padres perfectos, sino limitarse a ser padres presentes que sepan también hacerse a un lado y dejar a sus hijxs el tiempo y espacio para inventarse un mundo propio distinto al que imaginamos para ellxs, permitirles proponer un mundo en el que ya no estaremos sino a través suyo. No es poco pedir...




"My father was big as a tree" - Carroll Cloar 1955

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