La línea oscura del deseo
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La línea oscura del deseo


Slavoj Žižek es, junto a Gilles Deleuze, Jacques Rancière y Stanley Caven, un filósofo que ha intentado pensar el cine más allá del tópico. El tópico es el lugar común de que el cine sirve a la filosofía como dramatización del concepto. Es lo que plantea por ejemplo Julio Cabrera en su libro "Cine. 100 años de filosofía", que es la versión más inteligente de este planteamiento. Es lo que Cabrera llamó "logopatia", que consiste en entender que el cine añade lo afectivo a lo conceptual. En este sentido podríamos considerar, por ejemplo, que en la película de Costa Gravas "La caja de música" se dramatiza el imperativo categórico kantiano a partir de la decisión final de Ann Talbot de enviar al fiscal las pruebas que inculpan a su padre.


En realidad, aunque el cine es un lenguaje de imágenes, incluso en el cine mudo tiene una estructura simbólica: es un discurso. El mismo Rancière nos ha mostrado que la palabra no tiene por qué ser más inteligente que la imagen, como sostienen algunos pensadores como Giovanni Sartorio. Lo que se acostumbra a llamar manipulación a través de las imágenes lo es en realidad por el discurso que las estructura. El cine y la filosofía se acercan en la medida en que ambos abordan el modo en que construimos nuestra subjetividad. En esto los hermana también con el psicoanálisis.


No hay que plantear que el cine sirve únicamente para ejemplificar el discurso filosófico. En su excelente "Guía cinematográfica para perversos" Slavoj Žižek, nos presenta, bajo la dirección de Sophie Finnes, una película que apuesta por el cine como el lenguaje propio de nuestra época. Sea por medio de la pantalla grande, de la televisión, un ordenador o de cualquier dispositivo. No importa que sea una película o una serie. Esto si somos capaces de separar el grano de la paja, claro. Si encontramos alguna pepita de oro en la oleada de basura que se produce y consume.


¿Por qué perversos? Porque el cine niega la castración, los límites de la fantasía.

En el cine aparecen todas las fantasías. Y las fantasías son lo que construimos para tapar el agujero de nuestra verdad reprimida porque es insoportable. Efectivamente, como decía Kierkegaard, la verdad es subjetiva. Nuestra verdad. En el caso del sexo se manifiesta de manera clara como el soporte de nuestra sexualidad. Las fantasías perversas aparecen a veces de una manera tan descarnada que para el espectador son la imagen más antierótica posible, por ejemplo, en el filme “La pianista". Pero al mismo tiempo si desparece la fantasía, entonces el sexo se convierte en una mecánica estúpida y repetitiva. Es lo que ocurre con la pornografía donde todo aparece de manera transparente. No es que todo sea sexo (esto es una interpretación errónea de Freud) sino que el sexo es una metáfora de la realidad, que no es más que una ficción organizada desde una fantasía.


En el cine la apariencia triunfa sobre la realidad. No se trata de saber hasta qué punto la fantasía es real, sino más bien hasta qué punto la realidad es fantasía. En "Vértigo" el simulacro pesa más que la realidad para los dos protagonistas. Pero, como nos muestra David Lynch en sus filmes, la fascinación de la belleza encubre una pesadilla. Y por mucho que haya llovido para mí Alfred Hitchcook y David Lynch son insuperables. Dos caminos diferentes, pero absolutamente geniales de llevarnos en la narración fílmica por la línea oscura del deseo.

Desde la fantasía el cine nos enseña cómo funciona el deseo. Porqué el problema para los humanos es saber qué desear. Deseamos desear, como decía Nietzsche. Efectivamente el deseo es metonímico, como decía Lacan, pasa de un objeto a otro en una cadena que nunca se acaba. Porque si se acaba es la muerte, aunque sea en vida. Es decir, la depresión. El deseo humano es algo artificial, tan poco natural como enigmático. En el límite, hay deseos absolutamente obscenos y perversos, como los que muestra Dennis Hopper en " Blue velvet". O su realización nos llevan a un escenario infernal, como vemos en "Solaris".


El cine nos enseña a quienes estamos sentados delante de una pantalla, el juego del deseo. Pero al mismo tiempo esta posición de espectador nos permite distanciarnos de los deseos más oscuros. La magia del cine es esta ilusión de vivir el deseo siendo capaces de mantenernos a distancia de él. A veces, sugiere Žižek, lo que vemos en la pantalla es la expulsión de una mierda sin que nos salpique. No se puede decir de manera más gráfica.






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