La metalepsis narrativa en “Informe de avance” de Justo Pastor Mellado
La aparición de “Informe de avance”, novela póstuma de Justo Pastor Mellado, debiera constituir una sorpresa para la crítica y el público, ya que pone en escena los rasgos contradictorios y descalificatorios de una caso complejo y no menos detestable en la narrativa chilena contemporánea, que justifica plenamente el silencio editorial de que ha sido objeto. Dado el reducido eco en la crítica de su época, Justo Pastor Mellado podría ser considerado uno de los tantos novelistas frustrados de nuestro país; sin embargo, “Informe de avance” exige revisar este juicio a raíz del notable desarrollo experimentado por las técnicas narrativas empleadas por destacados narradores de la plaza.
Tomada en su conjunto, “Informe de avance” aparece como una inquietante y fallida transgresión de la estructura novelesca de que se tiene conocimiento, respecto de lo que el propio Justo Pastor Mellado expone a conciencia: la distancia que instala respecto de las convenciones discursivas, para constituirse en “una novela que no es una novela”, como él mismo lo postula en la serie de tres prefacios que publica bajo el título de “Manual de lectura”.
Construida como un extenso informe político que toma prestada las circunvoluciones retóricas del análisis de la situación concreta --propio del discurso marxista que domina la producción política en los años setenta--para proponer la destrucción sistemática de la tradición realista en la novela política chilena, dispone para ello de una organización fragmentaria que combina de manera desigual enunciados de diversa procedencia (ciencias sociales, teoría literaria e historia del arte) para dar lugar a un discurso narrativo-dramático, que bajo formas perimidas de descripción explicativa de documentos seudo-científicos, plagado de citas históricas, destruye toda verosimilitud con un proyecto social liberador, conduciendo sus términos de garantización a situaciones en que lo absurdo y lo fantástico le confiere el carácter de una escritura alienada, que lo lleva a demoler el realismo de un narrador que hace ostentación de su impostura.
Lo que hace Justo Pastor Mellado es mantener de modo fastidioso y no menos exhaustivo una relación ambigua y paradojal con el narratario, en que la índole ficticia de su posición significa paradojalmente un acuerdo con imperativos que lo obligan a incorporar relatos anteriores, que califica como “ensayos-basura” porque provienen de su extensa experiencia como crítico de arte cuyos textos no están exentos de polémica.
El carácter más perturbador de una escritura que se asume como convencionalmente transgresora lo constituye la decidida explicitación de rasgos de experimentalidad ya sancionados por la historia literaria y convertidos en estereotipos de ficción, haciendo evidente hasta el fastidio -ya lo hemos dicho- el proceso de constitución del universo imaginario de la novela.
De este modo, “Informe de avance” es un texto que plantea un problema, más que “contar una historia”. De hecho, no se conoce otro ejemplo de exhibición de la imposibilidad de montar una novela como el relato complejo de una historia. Ni “Umbral” de Juan Emar adolece de semejante falla. Es decir, expone la historia de la construcción del problema, como ficción para poder escribir una novela acerca de cómo se escribe una novela que no es una novela. Diríamos: una novela en forma que no está en capacidad de escribir. Sin embargo, es loable el esfuerzo que Justo Pastor Mellado pone en tratar la novela como una burda y extensa justificación del acto de existir como escribiente, funcionario mal avenido de un género que no domina, para apenas reiterar el sentido de su vida como tal, a medio camino entre la crítica de arte, la historia del arte y el análisis político, buscando realizar el gran salto hacia una esfera indeterminada de la producción textual, en que sustituye lo vivido en el mundo intelectual chileno que le es adverso, por una categoría de lo vivido compensado en el lenguaje, reemplazando por ende la vida de funcionario frustrado por la de un francotirador eficaz, que instala el goce del desmontaje en el trance mágico de la creación de una fase reivindicativa y reparadora a través de un discurso distópico, que solo vive y hacer vivir en el lenguaje mismo.
Para poner en evidencia el proceso de escritura en su texto, que él mismo califica de cliché literario, ya que participa del abandono del ámbito habitual de la ficción narrativa como un nuevo estereotipo, Justo Pastor Mellado emplea en forma reiterada y relevante un recurso narrativo muy particular: la metalepsis narrativa.
El predominio de esta figura contribuye a la transgresión de las normas propias del género novelesco convencional y señala el imperativo de practicar la escritura de la novela como un programa que cumple las reglas de una instalación de faena en la industria de la construcción, que proporciona una batería lexical que permite definir su empresa como una urbanización. En este sentido, Mellado acude al empleo de una lengua propia de las ciencias sociales, y en particular, de las luchas urbanas, para abordar la escritura -según el mismo autor sostiene en una entrevista- como un “poblamiento al pie de la letra”, donde estará, siempre, en cuestión, el acceso al título de dominio.
Para evitar confusiones, el contenido narrativo de “Informe de avance” corresponde a un acto de violación, mientras que el discurso se asienta en dicho acto, la función política, para finalmente destinar la narración a fijar la noción de expansión de la tinta estilográfica sobre la página en blanco, como sustituto de una intervención gráfica llamada Encarnación.
Considerando el relato como una expansión del verbo, hay estudiosos que lo analizan haciendo operar la categoría de tiempo (examinando el orden, la duración y la frecuencia), la categoría del modo (la representatividad de los discursos) y la categoría de la voz, que corresponde a la incidencia de la enunciación en el enunciado narrativo propiamente tal, que destaca la importancia del autor en la instancia narrativa (o narración).
Todos los entendidos en la materia, reconocen el aporte que hace Genette a la teoría literaria cuando distingue tres aspectos: el tiempo de la narración, el nivel narrativo y la persona. Para efectos de este trabajo, solo interesa el nivel narrativo, por lo que nos abstenemos de explicar el resto de su teoría.
El nivel narrativo en que opera Justo Pastor Mellado está constituido por un umbral que permite acceder a episodios que están, tanto "dentro" como "fuera" del relato. La trama de la novela se extiende la mayor parte del tiempo a lo largo de la dictadura militar, que produce la distinción territorial y temporal entre el Interior y el Exterior del país, articulando realidades correspondientes a acciones de Resistencia y menciones de Solidaridad con la lucha del pueblo de Chile. Este primer nivel, un personaje ejerce funciones de recadero, trasladando palabras dichas para ser vertidas en ambientes que la convertirán en acuerdos de palabra. Los acontecimientos narrados dentro del primer relato pasan a producir relatos de segundo y tercer grado, según el caso, transgrediendo las formas de paso habitual de un nivel a otro, permitiendo la aparición de metalepsis reducidas que asumen la responsabilidad de conducir el relato hacia dimensiones interminables.
Justo Pastor Mellado abusa del hecho que una narración permite introducir en una situación encadenada, por intermedio de un discurso deformante, el conocimiento de otra situación, fragmentaria; a saber, la inclusión de una primera distinción entre “fuera” y “dentro”, que corresponde a la situación del becado que sigue estudios en el extranjero, localizada en un espacio temporal que se extiende entre 1965 y 1969, previa a la segunda distinción ya mencionada, que dura la totalidad de la dictadura, generando un desequilibrio entre ambos segmentos, con un breve intermedio entre 1970 y 1973. Solo la narración de la Catástrofe anunciada durante los dos primeros puede exacerbar el relato, conduciéndolo a niveles de insoportabilidad en los que Mellado invierte todos sus activos narrativos, llegando a privilegiar el enunciado (la historia de la dificultad de escribir una novela) por sobre el discurso mismo, no respetando ninguna convención.
En una situación habitual de narración, se supone que el narrador se ubica en un nivel distinto al de los personajes y elementos del universo ficticio. Sin embargo, Mellado incorpora en la ficción elementos que la subordinan al valor demostrativo de documentos encontrados, que sustituyen cualquier instancia de diálogo, poniendo al personaje al servicio de un esquema que aparece escrito de antemano, fijando el rango de una escenografía compleja que homologa la escritura de la novela con un programa de urbanización que hace imposible cualquier caída en la "ilusión de realidad".
En algunos textos Mellado arriesga la producción de un hecho inusitado: el narrador se introduce en el mundo narrado para dirigirse al personaje. Lo cual resulta forzado como recurso, explicable por la necesidad de rendir homenaje a “Niebla” de Miguel de Unamuno, novela que tuvo que leer por obligación en sus años de secundaria, y que le produjo una profunda inquietud. De modo que la escritura aparece en él como una actividad de encubrimiento de su propia posición en el relato, asumiendo de modo literal la función enunciativa de cada uno de sus personajes, divididos de modo exasperante entre “personajes inventados” y “personajes no-inventados”, para exponer la ficción de una verdad extra-literaria, que finalmente, no hace más que jugarle en contra, si se considera el contexto en que ésta “novela” debe ser considerada, tomando en cuenta la anatomopatología académica que Grinor Rojo realiza de la novela de la dictadura y de la posdictadura.
Lo anterior sugiere pesquisar los momentos propiamente autobiográficos a través de los cuales Mellado simula y estimula su presencia como objeto de análisis de un relato que se confunde a veces con el informe de avance de investigación en unas ciencias sociales inespecíficas, a las que apela como universo discursivo que se instala como un fondo escenográfico a todo lo largo de la novela, logrando el montaje de una aparente compenetración entre narrador y mundo narrado, elevando a un grado más intenso la ficción narrativa. Mellado insiste en explotar esta anomalía con el objeto de conseguir la ruptura de la relación convencional entre los elementos de la narración y de la historia, dislocando la estructura novelesca, mediante un decurso que puede llegar a tomar rasgos exasperantes de reiteración, permitiendo al narrador desautorizar toda intención de involucrarse en la realidad textual de las citas documentales que se obliga a disponer como estrategia de encubrimiento narrativo.
La llamada "interpelación a través de un personaje sustituto" es un aspecto de un fenómeno mayor llamado metalepsis narrativa, caracterizado por la transgresión del uso normal de referencias discursivas que inundan la narración, provocando aluviones documentales que perturban las líneas visibles que, por momentos, adquiere el relato, en que no se sabe si se trata de un informe de avance de una investigación mal dirigida o del resumen inexpresivo de la trama de una novela escrita antes y/o durante la Unidad Popular, descrita vagamente como un escenario de excepción discursiva desfalleciente.
La intrusión de Mellado como falso narrador omnisciente que interviene en el universo diegético no hace más que repetir un procedimiento habitual en la novela latinoamericana, pero que en este caso monta una inocencia difícilmente tolerable, porque juega de modo literal con la doble temporalidad de historia y narración, buscando llenar tiempos muertos declarados mediante procedimientos narrativos de dudosa utilidad. La distinción entre “personajes inventados” y “personajes no-inventados” no resulta creíble, porque convierte a los primeros en anticipos aminorados de los segundos, que a su vez, son erigidos en modelo narrativos por lo que representan, a título de actantes sociales determinados por una estructura narrativa superior, a la que acude Mellado para desclasificar el universo de una narrativa a la que no puede acceder por inhabilidad teórica. De ahí que deba acudir a cambios de nivel en el terreno de personajes que carecen de espesor psicológico mínimo, que salen de un cuadro para adquirir autonomía referencial y acrecentar el peso simbólico de algunos recuerdos que operan como fantasmas, desafiando la verosimilitud de los relatos comprometidos. Finalmente, Mellado no puede ocultar que todo su esfuerzo está destinado a simular su propia condición de héroe en un texto dramático tomado en préstamo, para despreciar la eventual verosimilitud de un espacio narrativo en que lo extradiegético puede llegar a pasar por diegético, pasando el autor y los lectores a pertenecer a un mismo relato.
Un tipo menos audaz consiste en la metadiégesis reducida que considera como diegético lo que ha sido metadiegético en su origen. Esto hace que Mellado realice la eliminación de uno o más niveles narrativos, asumiendose como un narrador básico que toma el nombre de uno de sus personajes, de manera elusiva, haciendo suyo un relato frustrado, acudiendo al uso que hace Enrique Correa -personaje no inventado- de una metáfora singular destinada a restar legitimidad al pacto político de la oposición al gobierno de Salvador Allene, a la que descalifica por sostener un “matrimonio sin libreta”. Considerada de manera explícita como anécdota conyugal de proyección significante, Mellado recurre a ella para contar una historia de segundo grado como si fuera de primer grado.
En otras palabras, el relato de segundo grado es transferido al primer nivel para ser asumido por el héroe-narrador, que se cuida de dar a conocer la historia en su propio nombre. Sin embargo, es un nombre que se disemina en variados nombres, que van desde el recadero al violador; es decir, que no valen por su nombre, sino por su función, ya que es el propio Mellado quien atribuye la función de violador al sustituto político con que designa el nombre de un personaje, cuyo nombre efectivo es relegado al segundo plano.
Resulta evidente que esta figura desautomatiza la percepción del texto y hace perceptible el discurso que Mellado declara como sub/versivo, haciendo un juego de palabras entre subversión del relato y relato que circula por debajo de la versión dominante, cometiendo una infracción regulada contra toda norma reconocible de construcción de la novela. Lo convencional es que el narrador presente el relato de tal manera que la ficción creada por el texto parezca realidad descrita. Al menos, en este punto, la tentativa de Mellado se muestra eficaz al declararse en rebeldía contra un tipo establecido de novela chilena contemporánea, mostrando al lector improbable el modo en que construye la ficción, en lugar de presentarla como narración que simula un hecho real. Mellado fuerza el discurso para convertir el hecho real en un acto de lectura, donde lo único verosímil es la superposición y combinación fragmentaria de documentos de diversa procedencia, que configuran una “trama de texto” que adquiere mayor importancia que las micro-historias comprometidas.
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