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Leer desnudo o volverse un principiante: sobre De algún modo aún de Sergio Rojas


«Somos todos principiantes cuando, con algo de suerte, aprendemos los unos de los otros», escribe Cristina Rivera Garza en Los muertos indóciles. Con algo de suerte, una poeta es principiante en la filosofía y, con algo de suerte, en ese camino que es comenzar cada vez en la filosofía, la poeta es alumna de un filósofo, a quien lee, oye y mira asombrada. No son las palabras que entiende las que la asombran, sino las que no comprende. El filósofo le dice que quedarse en el asombro suspende el pensamiento y ella toma apuntes y escucha, con algo de suerte, un ruido que proviene de la mente del filósofo. No se trata del ruido que provoca la filosofía, sino del que produce el pensamiento. Algo más allá o más acá de la filosofía. Granos de mente. El ritmo de una mente. La danza de la mente. Escucha la casa de la cabeza del filósofo, le dice el yo de la poeta al yo de la principiante. El filósofo es Sergio Rojas y la poeta soy yo. Hablo, entonces, desde el lugar de la principiante y de la alumna, que principia o comienza cada vez, a la escucha o ante la expectativa de lo que el filósofo tiene para decirle y que así, con algo de suerte, pueda aprender del otro.


Cuando Sergio Rojas se ve asediado por las preguntas en torno a los trabajos finales de los seminarios que dicta, suele decir: «Escriban algo necesario». Indica rangos laxos de cantidad de páginas, fechas más bien aproximadas, como si los límites que la academia le pone a la mente le causaran malestar. Si ocho páginas son necesarias, entreguen ocho. Si diez páginas son necesarias, entreguen diez. Que el seminario sea ocasión para pensar. Incluso lo que pasa afuera del seminario, las ideas que quedan circulando y que comentan entre ustedes en los pasillos, en los cafés, en los bares. Capturen ese momento en que escuchan el ruido de la mente, agrega el yo que vive en mi cabeza. Intento hacer lo necesario, Sergio, para que aprendamos, con algo de suerte, los unos de los otros. Sergio intenta hacer lo necesario para que, con algo de suerte, yo –que he aprendido durante años de él– tenga algo que decir hoy ante ustedes. El gesto de pedirle a una alumna que lo lea me asombra, pero apenas empiezo a leer el libro caigo en cuenta: en De algún modo aúnhay un filósofo (Sergio Rojas) que, para leer a un escritor (Samuel Beckett), decide retirar los dispositivos habituales de la filosofía. Un filósofo se ha retirado de su filosofidad. Es decir, ha tomado la decisión de quedar desnudo ante la literatura. Y nosotros somos testigos de esa forma de desnudez. En otras palabras, Sergio presiente que, para aproximarse a la literatura de Beckett, debe apartar el peso del discurso filosófico y oír lo que la literatura dice, ese susurro incapturable e incomprensible para los mecanismos de la filosofía. Quizá Sergio Rojas necesita volverse un principiante para poder aprender de Beckett. Si leer es un contacto, en el sentido de ser tocado –pienso con Nancy–, tal vez estar sobrevestido implica protegerse de la yema del dedo de las palabras con las cuales la literatura nos llama. ¿Sergio lo sabe? Diría que sí. Y hay otra cosa que sabe: esa desnudez no es una ortopedia, como lo es, por ejemplo, a ratos el aparato conceptual que intenta subsumir la literatura a lo categorial, sino que parecer ser una de las exigencias de la lectura de Beckett.


Cuando se presenta un libro de un autor que se remite a otro autor, quien presenta se enfrenta a un problema que parece formal, aunque no creo que lo sea: ¿hablo de los contenidos del libro, en cuyo caso tendría que hablar de Beckett y releer a Beckett para luego poder hablar con propiedad de este libro (y quizá en el camino, a lo mejor sin querer, obviar a Rojas), o hablo del autor, en cuyo caso tendría que hablar de Rojas, releer lo que he leído de su obra y poner este libro en una constelación de lo que conocemos de este pensador del fin, es decir, subsumir lo que leo a un marco más general (y quizá en el camino, a lo mejor sin querer, obviar la singularidad de De algún modo aún)? Incómoda ante estas dos alternativas, di con una tercera. Si acá estamos leyendo a Rojas leyendo a Beckett, ¿de qué es posible hablar que no sea de Beckett en general o de Rojas en general en un tiempo tan acotado? Propongo una tercera vía: lo que leemos acá es una disposición. La clave no me llegó sola, estaba en el libro, en cómo Sergio va recorriendo la escena de las meditaciones de Descartes, la manera en que Descartes se dispone. Y, en un segundo momento, cómo hace dialogar eso con la escritura de Beckett.


«Beckett ha dado vida narrativa a la ficción filosófica del sujeto moderno» (88) es probablemente una de las propuestas de lectura más extensivas del libro: cada personaje de las novelas de Beckett va siendo leído desde el asunto del yo. Para ello, Rojas se remonta a Descartes y a la separación entre la mente y el cuerpo, donde el segundo queda signado como «territorio de la sensibilidad y fuente de espejismos y engaños» (64). Así, el camino de ensimismamiento que emprende Descartes es ir hacia la razón –dejando la materialidad del cuerpo–, «conducirse hacia el interior para construirse en el sujeto del pensamiento y, en esta misma operación, darse un lugar como un Yo» (65). Esta disposición no es algo posible de dar por sentado, sino que se trata de algo que se produce, que se hace. La intención de Descartes, como sabemos, es deshacerse de todas las opiniones que tenía hasta entonces y volver a los fundamentos, esto es, desengañarse. Para producir aquello, se retira de la inmediatez del mundo y se dirige hacia el yo. O más bien: da «un paso atrás de sí mismo dirigiéndose precisamente hacia ese su “sí mismo”» (67). Soy una cosa que piensa es una de las formulaciones a las que arriba el pensamiento cartesiano, evidencia y seguridad que permite la meditación misma: la existencia del yo es garantía. Y esta operación, apunta Rojas, decanta en un desdoblamiento: está el yo que se ha retirado de lo mundano, y que reflexiona acerca de qué cosa es, y está el yo que «ha quedado inmerso en el mundo (…), algo de lo cual se habla cuando se escribe la meditación –cuando se medita por escrito–, pero él mismo no habla ni escribe, no dice que piensa» (68). Es decir, Descartes «habla de sí mismo como de otro» (68).


Contra la visión de que los personajes beckettianos son profundos, Rojas postula que, en realidad, están inmersos en la cotidianidad. No es que estén pensando y hablando en un afuera de lo cotidiano, sino que este cotidiano es una especie de lodo en el que se encuentran y en el cual se entrampan, evidenciando su ineptitud e inoperancia. Es decir, a diferencia de Descartes, estos personajes no se retiran de lo mundano. ¿Qué significa este no retiro? Desde este punto, Rojas formula uno de los enlaces con el pensamiento cartesiano: «El solipsismo beckettiano –si cabe la expresión– no refiere a la autopercepción ensimismada del yo, incapaz de trascender la propia existencia, sino al hecho de que decir yo implica decir aquí; se percibe y se piensa desde un irreductible punto en el espacio y en el tiempo; es decir, desde un lugar. Este lugar es el cuerpo. Entonces, leyendo-escribiendo, Beckett empuja el pensamiento de aquellos filósofos hacia sus corporales implicancias y consecuencias» (91).


Diría, al fin –¿cuál fin?–, que lo que ocurre en De algún modo aún es que Sergio, que ha leído a Descartes dejando el cuerpo afuera para pensarse y que ha leído a Beckett poniéndole cuerpo a un cierto cartesianismo, ha evaluado que una manera distinta de leer a Beckett desde la filosofía (y así evitar caer en las categorías habituales en que esa misma filosofía ha encajonado su obra como ilustración de, por ejemplo, el pesimismo) es poniendo el cuerpo en la escena de lectura. Pero ¿ha evaluado? No lo sé, quisiera creer que no ha podido evaluar del todo, que algo ha desbordado la posibilidad de la evaluación. «En la lectura intento ejercer una suerte de voluntad de no entender, porque la lectura es algo que efectivamente sucede», dice Rojas en una entrevista del 2018.


Equivocadamente leí «la lectura es algo que efectivamente me sucede», en el sentido de me pasa, ocurre en el cuerpo. Releyendo la frase pienso que agregué el «me» de manera azarosa, dado que el enunciado tiene un pie en una zona de control –las palabras «ejercer» y «voluntad» me hacen recular–. Pero, en otra entrevista de este año acerca de este libro, ese «me» toma cuerpo: «Esa escritura [la de Beckett] sintonizó algo en mí. Esto ocurre con algunas escrituras, me refiero a que te ponen en relación contigo mismo». O en el epílogo de este libro: «El no entender es aquí una forma fundamental de acceder a un sentido que se toma toda una vida para entregarse haciéndose esperar. Un sentido cuya medida es una vida no es sino un sentido desmedido» (200). Lo que leo que ocurrió es que ese coeficiente filosófico –que desborda a la filosofía misma– en la obra de Beckett, y que probablemente intuyó un joven Sergio Rojas hace cuarenta años, ha ido golpeando, a lo largo de la vida, al adulto Sergio Rojas, pero ¿qué golpea? O dónde golpea. En principio, golpea el cuerpo. Y ese golpeteo, una y otra vez, en vertical, de lado, de frente, desde abajo, en las raíces, y desde arriba, por atrás, fue agrietando las vestiduras del filósofo –los conceptos, las categorías, los edificios filosóficos que calman la pregunta que es el mundo y su infinita cotidianidad–. En otras palabras, los golpes pusieron en riesgo al yo del filósofo mediante la literatura. Y acá subrayaría «en riesgo». Parafraseo otra cosa que hace Sergio en clases: formular un enunciado y decirnos qué subrayaría él de esa frase (cosa que hace en su escritura, mediante el uso de itálicas o de enunciados como «más precisamente»). A veces subrayo lo que él dice que subrayaría y otras subrayo exactamente lo opuesto. Las más, agarro mi cuaderno y subrayo lo que no comprendo y con esas frases compongo poemas. Tengo decenas de poemas compuestos con frases de Sergio Rojas. ¿Por qué? (este «por qué» también es muy suyo). Podría guardarme el motivo por biográfico, pero se los digo. Para ello voy a colgarme de otra escena.


Hace unos meses, en un seminario sobre el asco que dicta Sergio Rojas, un alumno levantó la mano. Estábamos leyendo a Hobbes y en un punto la lectura de Sergio se nos empezó a volver insoportable. Más que una pregunta, este compañero formuló una posibilidad: existen otros autores para pensar este problema, los autores que estaba proponiendo Sergio nos estaban dejando en un callejón angustiante del que no podíamos salir; quizá, si leyéramos el asunto desde otras perspectivas teóricas, podríamos vislumbrar el acceso a la salida. La respuesta de Sergio, después de un silencio, fue: pero ¿queremos salir del problema? Podríamos proponer otras directrices teóricas, otros libros y autores, y saldríamos de esto, pero ¿por qué querríamos salir? La academia, sin duda, nos ha domesticado para salir. Salir es resolutivo y, por ello, indica que hubo un origen: entramos por esta puerta, salimos por esta otra. Pero Sergio nos estaba invitando a no salir, a quedarnos en el problema, porque intuía que la salida era, en realidad, una salida falsa, que generaría el efecto aliviante de la categoría y que, sin embargo –o por ello mismo–, dejaría el problema intacto. La solución –o la antisolución– fue, entonces, quedarse. Pero ¿quedarse dónde? Quedarse simplemente ahí, experimentando lo problemático del asunto, pensándolo cada vez. Si escribo poemas con las clases de Sergio Rojas es exactamente por este motivo. Porque lo que me interesa es oír lo que no puedo entender, lo que desafía a lo que soy y lo pone en un abismo. Escribir poemas es quedarse en el problema: la poesía no resuelve nada. ¿No es acaso eso también lo que Rojas hace en este libro? Acceder a un sentido mediante una forma de incomprensión.


A veces Sergio se detiene un momento, mientras hace clases, experimenta una pausa y luego dice: ¡esto es fascinante! Es como un golpe, un acuso de recibo, una interrupción, un retiro de lo discursivo, allí donde lo discursivo resulta insuficiente. Es como si se sorprendiera de lo que está diciendo, como si su cada vez signara un aún. Llevo toda la vida pensando a Beckett y, no obstante, aún. Aún sigo pensando, aún sigo golpeado, aún sigo comenzando, cada vez comienzo. El asombro en ese «esto es fascinante» no deja de conmoverme. El asombro, probablemente, nos deja sin palabras, atónitos, y eso, en principio, por su mutismo, imposibilita el pensamiento. Pero (subrayo este pero) sin asombro, quizá, no habría pensamiento, habría categoría, entendimiento, concepto, habría domesticación: «En el inicio del ejercicio del pensamiento hay una exigencia no pensada, un pensamiento del que no se es sujeto» (64), cito a Sergio. De algún modo aún, así leído, es la cartografía de un asombro –cómo puede estar permitido escribir así, se pregunta Rojas sobre Beckett–, la cartografía de un asombro, decía, de un filósofo al que le queda corta la batería categorial y que deja filtrar la impotencia de la filosofía ante la literatura. ¿Esto significa retirarse? No. Significa leer cada vez, cada vez aún, no dejar de leer, tener la sensación de que no se ha empezado aún y retomar la labor. ¿Al desnudarse, Sergio Rojas se ha deshecho de la filosofía? Creo que no, en principio porque no sé cómo un lector que no tiene noticias de la filosofía podría entrar a este libro. No se trata de eliminar la filosofía u olvidarla, además ¿por qué olvidar la vida filosófica cuando parece la vida misma, la del filósofo, estar en riesgo ante la literatura? Se trata de seguir siendo filósofo, aún, pero serlo cada vez. Emprender la tarea de la filosofía, ver la salida falsa y quedarse. Por eso decía más arriba que lo que puedo leer aquí es una disposición. Sergio es un filósofo, pero entra y sale de su filosofidad, porque sabe de su límite y desea más. ¿Qué es ese más? (siento que todas estas preguntas son muy suyas y temo estar imitándolo). El más de allá de esta filosofía: el cuerpo.


¿Estoy resolviendo algo presentando a Sergio? ¿Me estoy dando siquiera la molestia de presentarlo? No, no estoy resolviendo nada. Sergio sigue leyendo el aún de Beckett –y el aún de sí mismo– y yo, después de tantos años oyendo a Sergio, sigo en su aún. Sabemos, él y yo –conjeturo–, que este aún es tremendo, pero también es una fiesta, en parte, porque signa una enorme pulsión de vida. Aún todavía aún quizá podría ser sin embargo sí no sino tal vez aún si de condicional sí de afirmación pero niego: el ruido de la cabeza, Sergio, es demasiado y suficiente. Aunque habría que seguir emprendiendo la tarea. Nos quedamos. Tu invitación fue a quedarse y yo me quedo. ¿Ustedes se quedan? De algún modo aún aún aún aún. Todavía, con un poco de suerte, hay un aún. Y acá digo FIN, como se indicaba en los libros antiguos:

Fin

Fin

Fin

Fin

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Julieta Marchant



Este texto fue leído en la presentación del libro De algún modo aún. La escritura de Samuel Beckett (Ed. Pólvora, 2022), de Sergio Rojas, 28 de julio en la Sala Agustín Siré, Departamento de Teatro de la Universidad de Chile.



















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