Ruido blanco I: reflexiones sonoras sobre todo
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Ruido blanco I: reflexiones sonoras sobre todo


Un viaje musical a través de la historia, la ciencia y la tecnología; una guía para músicos, aficionados e interesados en la música y una advertencia sobre el impacto de la contaminación acústica, en estos tiempos de primacía visual.



Un planeta de música y la música como fenómeno biológico

 

El hecho de que hoy la gran mayoría de la música se consuma en plataformas de video (hay estudios de fines del 2023, donde el 40% de los auditores menores de 25 años dicen descubrir nueva música vía YouTube, y hay alzas al respecto también en TikTok), ha hecho que la imagen prime por sobre la capacidad musical. Suena como una paradoja, pero lo cierto es que vivimos tiempos en los que la música se ve.

 

Sin embargo, esta tendencia pierde total relevancia si nos detenemos en esa máquina prodigiosa que es el oído. Para nuestra percepción del sonido poseemos un ultra sofisticado sistema que nos permite decodificar los largos de frecuencias (que se miden en Hertz) y que finalmente son interpretados por nuestro cerebro.

 

Es un órgano extraordinario de pocos centímetros cúbicos con alrededor de 30.000 fibras nerviosas e igual número células ciliadas (de pelo), con un rango del tímpano del orden del 19 a la potencia de -9 y por lo tanto muy por debajo del largo de ondas de la luz visible. El umbral de energía de la sensibilidad de las células ciliadas y las fibras auditivas oscila en los 10 a la potencia de -11erg; y es por lo tanto mucho mayor que las del ojo; al mismo tiempo que más resistente y que puede variar entre un todavía estímulo tolerable y el volumen más alto en un factor de 10 a la potencia de -6, lo que nos da valores en millones.

 

Por ejemplo si tomáramos los valores más pequeños de tolerabilidad del ojo y lo amplificáramos millones de veces nos quedaríamos enseguida ciegos, literalmente deslumbrados.

 

Esta enorme capacidad de computación hace a nuestro oído un instrumento de precisión superlativa. Al caminar nos da la distancia exacta de los objetos alrededor y al escuchar música nos permite diferenciar exactamente el largo de las ondas y su relación entre sí; esto es, las octavas, quintas, terceras, etc, lo que conforma en definitiva la música diatónica, como el pop que escuchas tal vez en este mismo instante. Haciendo una analogía con la visión sería la capacidad de medir centímetros e incluso milímetros en forma exacta solo con mirar, es decir, “a ojo“.

 

Es un hecho que para los ciegos es mucho más fácil integrarse a la sociedad que para la gente que no puede oír. De esto puedo dar fe. Mi abuela, que me crio y ocupó el lugar de mi madre a partir de los 7 años, era sorda, víctima del Síndrome de Ménière. Sin tecnología para reconocer la enfermedad, la familia y su entorno supuso sencillamente que mi abuela era tonta. La sacaron del colegio muy pequeña, creció aislada y su mundo fue una especie de jaula de labores domésticos, la biblia y la televisión. Sufría de depresión maníaca y nos amenazaba cada cierto tiempo con suicidarse. A su vez era extremadamente hábil con el tejido y siempre me demostró un cariño infinito pesar de mis ropas y mi obsesión con la música, cuando mi padre no me dirigía la palabra y yo formaba parte de la infamada banda post-punk antifachista “Los Pinochet Boys“.

 

La función del oído, al medir exactamente, nos da nuestro lugar en el mundo, nos integra en el espacio, en el universo. El oído nos permite pertenecer, nos convierte en parte de algo mayor, nos unifica. El no escuchar te aísla. Por eso el cine necesita de sonido para que le de contexto. Imaginen una escena de terror sin una música que exprese la tensión de lo que está por venir.

 

Hoy en día nuestra realidad es fundamentalmente visual, todos los demás sentidos parecieran cumplir un rol cada vez más secundario. Este mero hecho debería hacer saltar las alarmas. Pese a tener las tecnologías más avanzadas en comunicación, estamos más solos que nunca. En los países desarrollados se están implementando, aunque suene a Monty Python, Ministerios de Soledad.

 

La música siempre se ha vinculado a un quehacer particularmente humano. Se ha creído de siempre que es otra de las capacidades que ha hecho excepcional a nuestra especie como cúspide de la inteligencia. Hoy, nuestra propia excepcionalidad se va poco a poco decolorando, obligándonos a aceptar con humildad que tal vez no somos la única especie inteligente del planeta. De hecho los estudios más recientes sobre Fungi, nos dejan muy por detrás a nivel de velocidad y eficiencia para resolver problemas y todo esto sin la necesidad de tener un órgano todopoderoso como nuestro idolatrado cerebro. A eso se suma que la Neurociencia ya no puede establecer al cerebro como el lugar donde se produce la conciencia.

 

El Dr. Peter Fenwick, famoso por sus estudios del cerebro y el fenómeno de la experiencia cercana a la muerte (ECM) concluye que la consciencia es parte inherente del universo y nuestro cerebro apenas un filtro.

 

Pero volvamos atrás. ¿Qué es la música y, por lo tanto, qué es el arte?

 

Sencillamente son lenguajes, como los idiomas, las matemáticas, la geometría, la informática etc. El lenguaje no es en absoluto una propiedad de los Homo Sapiens. Todo el planeta está en una constante comunicación, lo que sucede es que nosotros simplemente no entendemos los lenguajes en que se producen. El ser más inteligente de este planeta es, a fin de cuentas, la vida misma.

 

Ravi Shankar y las Plantas

 

En cada especie de insectos y animales que se ha conseguido estudiar a fondo, se ha podido determinar que posee un baile y una canción. La música se confirma como una expresión planetaria. Basta remitirnos a la obra de Pythagoras, La Armonía de las Esferas, y las innumerables publicaciones al respecto de Johannes Kepler. Aquí un guiño y saludos a los Trekkies y a los fans de Star Wars.

 

En los años 70 se llevaron a cabo un sin fin de experimentos y estudios con la percepción y comunicación en plantas. En 1979 Stevie Wonders compuso Journey Through, The Secret Life of Plants como soundtrack del documental sobre el libro del mismo nombre de Peter Tomkins y Christopher Bird, que trata sobre la sorprendente forma de comunicarse de las plantas, como el uso de feromonas que hasta entonces se atribuían sólo a los animales e insectos.

Un Stevie absolutamente inspirado por la trascendencia de la investigación, usó una combinación de sintetizadores de última generación incluyendo el primer Sintetizador de Sampling digital, el “Computer Music Melodian“, lo que marcaría indeleblemente la producción de música en las décadas siguientes.

 

Uno de mis absolutos héroes, el DJ alemán de jazz, investigador musical y autor de libros absolutamente imprescindibles (para nerds de la música como yo) Joachim-Ernst Berendt, en su primer libro Nada Brahma, describe uno de los experimentos que se llevaron a cabo en esa época y que consistía exponer a un controlado grupo de plantas a distintos géneros musicales. Para esto pusieron un sistema de sonido que irradiaba las plantas y analizaron sus reacciones. Con música rock, Heavy Metal o música electrónica de beats repetitivos, las plantas no se desarrollaban bien o sencillamente morían. Con música clásica las plantas estaban más saludables y crecían más, siendo Mozart las que las hacía especialmente prosperar. Pero la sorpresa fue mayúscula cuando al poner a Ravi Shankar, el sublime músico indio clásico, las plantas no sólo se desarrollaban de una manera extraordinaria, si no que a las dos semanas las plantas habían crecido casi en 90 grados en dirección a los altavoces, hasta rodearlos completamente. Las plantas sencillamente amaban el sonido de Ravi.

 

Afinación

 

El oído, aparte de ser un increíble instrumento de integración en el espacio, es un músculo que se puede entrenar. A decir verdad lo que entrenamos es nuestro cerebro, para que pueda diferenciar mejor las distintas frecuencias de sonido. Más sinapsis, mayor análisis de datos, mayor diferenciación.

Esto sucede cuando aprendemos un instrumento. Pensamos que aprendemos música y en verdad aprendemos a escuchar.

 

Miles Davies en su autobiografía recuerda que en sus comienzos no podía “escuchar“ los agudos en su trompeta. Esto quiere decir que no podía diferenciar las notas en la tesitura alta de su trompeta, lo que lo frustraba sobremanera porque su mayor anhelo era tocar como su gran ídolo Louis Amstrong. Es realmente asombroso que un genio de la música como Miles, que además hizo de su maestría en las notas agudas su marca más característica, nos describa su evolución auditiva.

 

Esto, además de regalar optimismo para todos los músicos, cuestiona la manía de endiosar a las personas con oído absoluto. Oído absoluto es por ejemplo la capacidad de golpear la mesa y decir que nota es. Es impresionante pero no significa que el que posea esa “skill“ sea buen músico y mucho menos que se convierta en un genio musical. En mi carrera he conocido bastantes músicos que presumían de dicha capacidad y curiosamente la música que compusieron siempre fue mediocre.

 

La música, al parecer, es más bien un camino tortuoso y difícil. Pierre Boulez, el enorme compositor y director, responsable y principal exponente del Super Serialismo, nunca dejó de agradecer su suerte al haber tenido clases con Oliver Messiaen otro gigante de la música clásica contemporánea que los obligaba una vez por semana a sufrir unos terribles dictados musicales. En esos días fatídicos Messiaen tocaba una muy simple melodía, a veces eran sólo dos tonos y los alumnos tenían que escribir en la partitura los intervalos y tiempos exactos. Pierre Boulez aseguraba que con eso aprendió a oír, a la vez que se quejaba de que los músicos (clásicos) actuales sólo sabían ver las notas y eran incapaces de escuchar. Boulez por supuesto continuó torturando a su vez a sus propios alumnos con este tipo de dictados como antes lo había hecho con él su maestro.

 

Al llegar a Alemania, a fines de los 80, tuve que confrontarme directamente con mi propia capacidad de escuchar. Tocando yo la guitarra con un baterista en una sala de ensayo en Hamburgo, éste abruptamente paró de tocar y me dijo con un gesto de desagrado, “tu guitarra está desafinada”. Yo además de sentir una profunda vergüenza, no lo podía entender y me preguntaba cómo diablos podía saber eso siendo baterista. Pues sí, mi guitarra estaba terriblemente desafinada. Lo que descubrí ese día fue que lo distinto en mí, en comparación con este músico alemán, era mi alta tolerancia a la desafinación. En Latinoamérica tenemos una gran tolerancia a la desafinación. Chile es uno de los que tiene una mayor tolerancia a la desafinación en el continente. Muchos de los cantantes más populares en Chile desafinan magníficamente. Esto es algo que se podría remediar fácilmente. Bastaría con enseñar solfeo, en forma seria, en los primeros años de escolarización, mejor aún en el Kindergarten. Es lo que se hace en el norte de Europa y que hizo que mi amigo baterista se horrorizara tanto ante mi incapacidad de distinguir frecuencias o mejor dicho mi capacidad para soportar las que no tenían ninguna relación armónica.

 

En mis viajes por el continente pude apreciar que los países que mejor “afinan“ son los que tienen mayor población afrodescendiente tales como Brasil, Cuba, Colombia etc…; o que tuvieron en algún momento de la historia una gran población afrodescendiente como es el caso de Argentina. El tambor es el instrumento que caracteriza la música africana y se ha desarrollado a través de los siglos llegando a un grado de sofisticación mayúscula. El tambor no sólo ejecuta ritmos sino también melodías y como todo buen instrumento sirve para desarrollar el oído: el resultado es notorio.

 

Messiaen es un personaje en sí mismo. Aparte de ser músico fue ornitólogo y se dedicó a estudiar el canto de los pájaros. Viajó por el mundo grabando el sonido de pájaros y era capaz de distinguir más de 700 especies por su canto. Gran parte de su obra estuvo profusamente inspirada por estos pequeños y asombrosos músicos descendientes de dinosaurios.

 

Messiaen también se definía como sinestésico y decía que asociaba notas musicales a colores. Lo que nos lleva de vuelta al principio de esta reflexión. Si la música es un lenguaje, lo que expresa este lenguaje son ideas. Una música es buena si las ideas que contiene son buenas, esto quiere decir novedosas, diferentes, distintas, especiales. El hecho de que la mayor parte de la música que se produce actualmente es en el marco de una industria de entretenimiento, fomenta la utilización de fórmulas musicales, la producción en masa de canciones que suenan como otras que ya han sido hits. En el fondo es la repetición de una idea hasta el infinito. Y Cuando el lenguaje repite una y otra vez una idea se transforma en ruido, en una cacofonía insoportable.

 

Exceso de ruido

 

El ruido en las ciudades es un tipo de contaminación que siempre ha ocupado un lugar muy por detrás en la preocupación de la política en comparación con otros tipos de polución como el smog, las partículas de polvo o incluso la contaminación lumínica. Cada vez que se miden los decibeles en las ciudades los resultados son escalofriantes. En las calles con mucho tráfico los decibeles son de alrededor de los 100 Db que es un poco menos que lo que marca una discoteca 110Db. A partir de 55 Db se considera estresante, si se sobrepasan los 85 Db es ya nocivo.

En el artículo de Soler&Palau sobre contaminación acústica recomienda que una persona expuesta a 100 Db por 10 minutos necesita una media hora de tranquilidad acústica para recuperarse y de 36 horas para una exposición de hora y media.Efectuar medidas así en nuestra vida urbana es sencillamente una utopía.

 

El umbral del dolor es a los 154 Db, lo que es estar a 30 metros de la turbina de un avión; de hecho gran parte de la tecnología invertida en los aviones modernos es para la reducción del ruido que producen las turbinas. Hay estudios que atribuyen el Jetlag, ese agotamiento que provocan los vuelos intercontinentales, al ruido ensordecedor, que aunque no escuchamos nuestro cuerpo absorbe; y no, al cambio drástico de zonas horarias.

 

El artículo de Soler&Palau agrega que el ruido puede producir hipertensión, molestias digestivas, problemas respiratorios y vasculares, disfunciones nerviosas y endocrinas, vértigo, estrés, insomnio, irritabilidad, además de afectar la calidad del trabajo y el rendimiento intelectual. Todos son síntomas cotidianos de la gente que vive en grandes ciudades.

 

El estruendo en estas ciudades es tal que tapamos el ruido ajeno con nuestro propio ruido, a la vez que aumenta la incapacidad de oír al otro, una de las grandes crisis de comunicación a nivel mundial. Frente al fenómeno masivo de uso de auriculares por las nuevas generaciones, que pasan demasiadas horas al día escuchando música a alto volumen, los expertos pronostican una pérdida severa o total de la audición cuando alcancen los 55 años.

 

Stop. Silencio.

 

El futuro no es nada alentador. A mayor visualidad, más aislamiento, más ruido y por lo tanto más sordera etc. Lo que toca es reconectarnos con todos los habitantes (animales, insectos, plantas y rocas) de este planeta, volver a ser y entendernos como parte de él. Redescubrir el sonido de la naturaleza y para conseguirlo tenemos que experimentar nuestro propio silencio, aprender a escuchar.

 

Estoy seguro, y aquí doy mi opinión a título totalmente personal, que ese es exactamente el gran cambio de paradigma que, después del Humanismo, necesitamos realizar si queremos sobrevivir como especie. Y es, por fin, asumir con absoluta humildad, que somos solamente otra forma de vida más en la tierra, no más importante que cualquier otra y de una vez por todas parar, detenernos a escuchar lo que quiere la naturaleza; y que según Neri Oxman, la excepcional científica multidisciplinar de MIT, se reduce a una fórmula inesperadamente sencilla: + Información  - Entropía.

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