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¿Todos deliramos?


El filósofo italiano Remo Bodei publicó hace años un libro interesante sobre el delirio, cuestionando radicalmente la tópica polarización convencional entre racionalidad/irracionalidad (delirio, locura). Lo que reivindicaba Bodei es que detrás de cualquier delirio siempre hay una lógica que tiene como función la reconstrucción de un psiquismo devastado. Desde el delirio se quiere sustituir el despedazado mundo mental anterior por algo nuevo que tenga una coherencia. A medida que éste avanza como un alud psíquico, el sujeto se aferra a él como a un clavo ardiendo. En su deriva va aumentando, paradójicamente, la certeza que tiene el sujeto a partir su propia reconstrucción delirante.


Es una defensa que le hace atrincherarse cada vez más en su discurso y defenderse desde la falsa evidencia de la certeza absoluta. El delirante puede tener intuiciones muy agudas, pero siempre las sobreinterpreta, de forma que la inteligencia, sin desaparecer, se pone al servicio de una lógica interna sin fisuras que va perdiendo el contacto con la realidad. La paranoia es el ejemplo paradigmático de este proceso, ya que en ella se quiere mantener la integridad del yo sosteniéndolo con sus identificaciones imaginarias que cierra herméticamente. De esta manera va transformando su angustia en una acusación contra un mundo externo que se presenta amenazador, como un Otro perseguidor. El filósofo italiano analizará otros aspectos específicos del delirio: su carácter metafórico, no reconocido como tal por el sujeto del delirio; la lógica excesivamente simétrica, rígida, donde pueden confundirse registros diferentes, con unos conceptos hiperinclusivos (que incluyen aspectos no convencionales a los que se llega por una asociación puramente subjetiva que resulta totalmente arbitraria para los otros.).

Hay una gran afinidad entre este planteamiento y el del psicoanálisis de orientación lacaniana, en el que se ha inspirado, en buena parte, Remo Bodei. Freud ya decía que hay en el delirio un núcleo de verdad, y en esta misma línea, Lacan lo concibe como una reconstrucción simbólica del psicótico para defenderse de una destrucción psíquica total. Dice Lacan: “Lejos de ella / la locura / sea un insulto para la libertad, es su más fiel compañera, sigue su movimiento como una sombra. Y el ser del hombre, no sólo no puede ser comprendido sin la locura, sino ¿qué no sería el ser del hombre si no llevara en sí la locura como el límite de su libertad? “

Esta afirmación recoge el gran hallazgo freudiano de romper el límite infranqueable entre el sujeto normal y el anormal. Los mecanismos no son los mismos, pero responden siempre a una lógica que a ningún humano le es ajeno, ya que ni la represión, ni la negación ni la forclusión son exclusivas del neurótico, del perverso y del psicótico. Los sujetos normales quizás no son otra cosa que sujetos adaptados al medio a través de una normalización social, pero tienen implícita una estructura neurótica, psicótica o perversa que está compensada pero que en cualquier momento se puede desencadenar de manera manifiesta.

El filósofo Slavoj Žižek planteó que hay en el proceso de constitución del mundo humano, es decir del mundo simbólico, un pasaje por la locura. El gesto que abre el Logos, nos dice siguiendo a Hegel en lo que éste llama “la Noche del mundo”, es un punto de locura total, en el que vagan las apariciones fantasmagóricas de los objetos parciales de las pulsiones. La verdadera pregunta no es entonces cómo pasamos de la normalidad a la locura sino cómo salimos de la locura para pasar a la normalidad. ¿No será la razón normal, como dice Schelling, una forma regulada de locura? Pasamos de la Naturaleza a la Cultura para salir de esta locura traumática, que es lo que precede necesariamente a nuestra socialización primaria. El problema no es perder el principio de realidad sino ganarlo y para ello hay que superar este pasaje por la locura que surge en el tránsito de la constitución de nuestra subjetividad.


Este proceso no está vinculado a una determinada sociedad, a una contingencia histórica, puesto que tiene un carácter estructural que afecta a todos los humanos en la medida en que somos seres parlantes.

Podríamos afirmar también, siguiendo a Freud, que hay un elemento delirante no sólo en el discurso religioso sino también en el mismo discurso filosófico, que tiene una cierta analogía con el de la paranoia en la medida que es una reconstrucción simbólica de la realidad basada en la omnipotencia de las ideas. Y, por supuesto, hay mucho delirio en el discurso político.

La cuestión clave me parece que es la anteriormente mencionada noción de Bodei de sobreinterpretación en el delirio. Quiere decir que aunque por su propia naturaleza el pensamiento interpreta y lo hace siempre desde el imaginario, hay un límite que tiene que estar determinado por la propia experiencia de las identificaciones perceptivas. La sobreinterpretación es una distorsión sistemática de los hechos a partir de una lógica discursiva completamente rígida e independiente de lo que sucede.

Fernando Codina, reconocido neuropsiquiatra, se tomará muy en serio el tema de la psicosis universal que insinúa Lacan citando a Pascal: “El hombre está tan necesariamente loco, que no estarlo sería una forma de locura”. Codina mantendrá, sin embargo, la necesidad de diferenciar esta locura intrínseca vinculada a lo humano de la que se da en las psicosis específicas (esquizofrenia, paranoia y maníaco-depresiva). Mantendrá que hay que discriminar entre los delirios normalizados de los delirios psicóticos, ya que estos últimos atrapan de forma absoluta a un sujeto que ya no habla la lengua común sino una lengua propia inventada por él. El discurso simbólico se transforma en delirante, en el sentido fuerte de la palabra, cuando la distorsión es absoluta. Aunque hay que aceptar, como ya hemos señalado, que hay muchos elementos delirantes en los discursos normalizados e incluso de la propia ideología de una sociedad, pero consideremos a éstos como dentro del campo de la ilusión no del delirio para no caer en excesos verbales que por su ambigüedad conducen a la peor de las confusiones.

"Todos deliramos" decía también Lacan. Hay un delirio neurótico y un delirio psicótico. El delirio neurótico es reversible, el psicótico, no. La certeza del neurótico obsesivo es defensiva, es un mecanismo para compensar la duda. El neurótico no está atrapado por el delirio. El delirio psicótico se sostiene en la certeza absoluta: el psicótico está atrapado en su delirio. Le lleva a su destrucción si no se le pone un límite. Esta es quizás la manera de diferenciar las formas aceptables e insceptables del delirio: el que es inofensivo y el que es peligroso para uno mismo y para los otros.


Luis Roca Jusmet







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