Comechiffones de Chiachio & Giannone: el arte como familia extendida. Una reseña tardía *
1. Me pregunto si este ejercicio es un contrasentido: reseñar una muestra que ya se levantó. Puede que sí, si consideramos que ya no se podrá ir hacia el espacio expositivo a corroborar o confrontar lo dicho. A merodear, y a registrar lo propio. Me gusta, igual, pensar que lo expuesto no cesa allí (y en ese entonces), en las semanas que se arma la puesta en escena que supone toda muestra. ¿Y si continúa por un tiempo? ¿Y si resiste en forma de aura? Además, está la distancia. Pocos en Chile –u otrxs lectores en el mundo–, probablemente, hubieran podido llegarse hasta la galería en el barrio de Chacarita, ese gran galpón blanco sobre la calle Velasco. Vale la pena, pues, darle una sobrevida a lo que acaba de suceder: los Comechiffones de Chiachio & Giannone, en Ruth Benzacar. Y sus visitas.
2. Lo primero que impactan son los materiales de un costurero artesanal: una recepción delicada en la que resuenan los individuales bordados de las abuelas. Pero también –cómo olvidarlo– aquel momento en que el nombre propio era bordado en nuestra ropa, en un delantal, una blusa, un bolsito. Cuando todavía no sabíamos leer y el nombre, nuestro nombre, adquiría la materialidad del bordado por toda resonancia personal. Eran letras cursivas, con la mejor caligrafía. ¿Quién se encargaba de la artesanal tarea? Madre, ¿padre?, abuela, o alguna colaboradora prolija y hacendosa. No sucedió hace tanto: hubo un tiempo en que los pañuelos no se descartaban, eran de tela, se lavaban, y volvían a la cartera o al bolsillo. Tenían su cajoncito. Se perfumaban. En ocasiones, se prestaban, pero eran, a su modo, una prenda íntima. En los pañuelos bordados de la muestra, C&G hacen gala de los nombres que han recibido, por ejemplo, “Los madurones”.
3. Chiachio & Gianone festejaron con esta muestra veinte años de unión amorosa y creativa. Dice el curador, Leandro Martínez Depietri, que “Han dado la vuelta al mundo en ochenta telas y se han arropado sin pudor en las prendas de loso que está codificado como exótico para Occidente”. ¿Quiénes son esta pareja de artistas, acostumbrados a retratarse a sí mismos, en escenas familiares sui generis? Bordadas a cuatro manos, sus figuras simétricas o espejadas mirando al frente –a cámara–, sus criaturas perrunas en el regazo, acobijadas; jarrones y plantas, frutos y flores. Para esta ocasión, el motivo revisitado del “retrato de familia queer” presentó una original presentación: dispuestos como pequeños living, con mantas en donde descalzarse, o silloncitos donde sentarse: una invitación a ser parte de la escena.
4. El patchwork como técnica era ya conocida por los egipcios y en la antigua China. Si en sus inicios se pensaron para que los soldados estuvieran abrigados, pronto la práctica se extendió al ámbito doméstico. El patchwork es, en sí, una celebración de la diversidad; un elogio de los restos, de lo fragmentario, de lo que puede zurcirse: ese es su sentido, y sobre todo su gracia. El patchwork, el collage, la mezcla, la reunión de lo disímil, frente a lo puro, a lo único, lo original.
5. Como los “chiffoniers”, suerte de cartoneros o traperos de la época, que recorrían la París decimonónica en busca de retazos, Chiachio & GIannone se alimentan de los textiles, los descartes, los brocatos y falsos gobelinos con un fin a la vez estético y noble (la nobleza del alma): “Se disponen a reparar el mundo como quien sirve una taza de té caliente en invierno” (Depietri). Antes de que los cartoneres circularan por la ciudad con una renovada identidad colectiva, podía cruzarse a menudo por la calles porteñas mendigos solitarios, todavía con algún traje que probablemente hubiera sido propio, antes de la caída en la pobreza o en la locura. Los veíamos circular con mirada orgullosa, vestir su traje bien habido, signo de ese que fueron y todavía funciona como una segunda piel.
El curador repone en el texto curatorial un fragmento del Libro de los pasajes de Benjamin, para quien el cronista de la época, “para redimir el tiempo, debe entramar los relatos menores, los pequeños acontecimientos: coser los descartes unos a otros, chifon por chifon, y sin moldes previos”.
6. Los franceses son caros a las “denominaciones de origen”. El Champagne lo es solo si se produce en la zona de igual nombre. Otro tanto el Roquefort. El Gobelino era una marca nacional del textil, la manufactura que se tejía para el rey. Chiachio & Giannone fueron invitados a Francia a razón de un premio de tapicería. Se les ofreció la oportunidad de recorrer y observar objeto históricos, preciados, guardados bajo varias llaves. Pero será la bisabuela comechingona de uno de ellos la homenajeada en las piezas de alfarería representadas en varias de las escenas. Y un devenir más afín con las mitologías del pueblo originario que con las aspiraciones reales europeas.
7. Y si en toda la muestra hay un elogio del anfitrionar, una invitación a la reunión, no sorprende que los artistas hayan pensado en tener “visitas” a su muestra: en la sala pequeña continua, se expusieron las muestras de Cristina Col, Lía Porto y María Ibañez Lago, curadas por los propios Chiachio & Giannone. “Las visitas” como parte constitutivas del hogar, como zona de intercambio. Como el zaguán o el recibidor, espacios de tránsito, de circulación, de cruces a veces ocultos o prohibidos, a veces a la espera de que alguien no lleve de la mano a la sala principal. La visitas se suceden, se conversa acerca de ellas, dan lugar a rumores, intercambios, chismes.
8. “Las piezas que presento son recientes. No fueron hechas para la muestra –las comencé a trabajar en dos residencias distintas que realicé este año en Nueva York e Itaparica–, pero sobre la marcha supe que iban a ser parte de esta conversación. Por su materialidad, carácter y tipo de información, estas piezas recibieron Influencias de los lugares donde las fui desarrollando y experimentando: afectos y efectos. En Brasil (Bahía), por ejemplo, sucumbí a la intensidad del dorado del barroco, lo afrobrasileño, el candomblé; también las significación del color en relación con lo divino. En Nueva York –pero no en Manhattan–, trabajé una plasticidad más industrial y una opulencia del orden de lo “mayorista”. Fueron espacios de intercambio, donde mujeres nos traían de sus casas materiales y objetos valiosos para ellas y quizás para nadie más: esos materiales ingresan a las piezas y les dan voz. Me motiva articular esos lenguajes, un territorio de frontera. Eso híbrido hace al contenido, no sólo la técnica. Son como campos magnéticos, que atraen hacia sí, como un imán o hipnosis, en el sentido de lograr que el otro haga. La primera magnetizada soy yo, no sólo los materiales. Finalmente, en la sala se produce algo, como un portal de acceso a la gran sala.” (Lía Porto)
9. “Al decidir trabajar borrando la impronta propia, la propia autoría para crear junto al otro una nueva y mejor imagen descubrimos la fuerza de la colaboración. Luego esta complicidad de dos se extendió a tercerxs. El poder de la familia extendida en el arte. Fuimos más allá en la búsqueda del hogar extendido. La familia extendida que celebramos en esta ocasión invitando a tres artistas a compartir esta casa, la galería de arte.” (Chiachio y Giannone)
10. Si se quiere, Comechiffones invita a un recorrido y cuenta una historia. O habla del arte de contar historias. Lo hace a través de una operación estética y política, sin nunca abandonarse a alguno de los ejes, sino entretejiendo ambos. Un vaivén. Es un hogar, en tanto se reciben visitas. Es una obra, pero la autoría se desdibuja. Es un paseo desde Versalles a tierra comechingona. Es el aprendizaje de artes y oficios. Son materiales disímiles, reunidos, resignificados. Es un campo magnético. Una puesta en escena sin representación, más que nosostrxs mismos siendo parte del paseo. Un museo de lo familiar. Un cierto empleo de tiempo, como en la colectiva mesa de labores.
* Comechiffones tuvo lugar durante el mes de Octubre de 2023 en la galería Ruth Benzacar [Buenos Aires]. La curaduría estuvo a cargo de Leandro Martínez Depietri.
Fotografías: Nacho Iasparra / Gentileza: Ruth Benzacar