¿Eres mi madre? Y otras preguntas sin respuesta
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¿Eres mi madre? Y otras preguntas sin respuesta



En los años 60, P.D Eastman escribió un popular cuento infantil. El protagonista es un pequeño pajarito que sale del huevo mientras su madre no está. Como no la encuentra, decide salir a buscarla, preguntando a todo al que se topa (una gallina, un gato, incluso un avión), ¿eres tú mi madre? Mientras más se aleja, más extrañas y diferentes a él son las potenciales madres. Finalmente se encuentra con una retroexcavadora, que lo catapulta de vuelta al nido, donde su madre lo esperaba. Él la reconoce: no eres una vaca, no eres un gato, no eres un perro. Eres un pájaro, eres mi madre. Final feliz.


50 años después, Alison Bechdel pide prestado el título de este cuento infantil para crear “¿Eres mi madre?” (2012) un relato gráfico a través del cual describe la relación con su madre, una mujer muy especial: lectora voraz, amante de la música, apasionada actriz amateur y esposa infeliz a causa de la homosexualidad de su marido, una mujer cuyas aspiraciones artísticas crecieron entorpecidas por la infancia de Alison y con quién nunca ha podido hablar sin incomodidad de su lesbianismo. Es en el recorrido de la historia de su madre, mujer que a ratos le resulta irreconociblemente ajena, donde Alison busca las respuestas a las preguntas sobre su propia vida.


La verdadera pregunta central de Bechdel podría ser: "¿Por qué soy como soy y qué podría haber hecho mi madre para hacerme mejor?" La cría de Eastman hace una pregunta profunda y crucial, y que en apariencia podría ser respondida dicotómicamente. Lo que hace que el libro de Bechdel sea tan convincente y, a veces frustrante, es que hace preguntas sobre sí misma que no encuentran respuestas totales. Y a la vez, mantiene la ilusión de una posible solución, tal vez en los escritos de Donald Winnicott o Virginia Woolf, o en el psicoanálisis. El libro documenta la lucha de una mujer lesbiana por desterrar la duda y la incertidumbre, con la esperanza de que una autoridad pueda librarla de sí misma y de una historia con vacíos. La palabra de la madre funciona entonces como un oráculo, señala un destino. La dedicatoria reza “Para mi madre, que sabe quién es”, y nosotras nos preguntamos ¿entonces sabe también quién es su hija?


Tantas, tantas preguntas se han dirigido a la madre. Tan categórico y cruel ha sido el psicoanálisis en hacerla el origen de todos los males. Tanto ha tenido que desmontar el feminismo, y tanto nos queda por trabajar. La teoría ha sido implacable con las madres, pero no la literatura. Por eso queremos, siguiendo a Galindo y su Feminismo Bastardo, ir a buscar en tres autoras (Bechdel, Gornick y Ernaux) y en los cuerpos de sus madres, un soporte para poner a trabajar esas preguntas de una manera creativa.


En una conferencia en Buenos Aires que dictaba la escritora boliviana María Galindo, una estudiante le preguntó qué bibliografía tenía que leer para hacer feminismo. La respuesta fue la siguiente:

“Te propongo que leas el cuerpo de tu madre, sus estrías, sus arrugas, sus achaques, sus vergüenzas, sus inhibiciones, sus arranques de ira y melancolía, que se expresan en las pupilas y los párpados, en las cejas y en la nariz. Que leas sus canas, sus calvicies, su frente y sus tetas caídas”.


Aceptamos la propuesta. Volvemos a nuestra madre, una y otra vez. Sabemos que, para volver, primero hay que irse. Nos separamos y regresamos, en oleadas, a verificar, incansablemente, qué hay de nosotras en ella, qué hay de ella en nosotras.


Vivian Gornick (2017) en su libro Apegos Feroces nos propone un camino parecido. Analizar la relación con la madre es quizás de las cosas más importantes en la vida de una mujer. En ese profundo y doloroso recorrido, delante de su cuerpo y de sus palabras, Gornick va haciendo inteligible su propia vida. En estas memorias junto con constatar la distancia y enorme diferencia entre su vida y la vida de su madre, también constata lo contrario: no puede entenderse sin ella y las sigue uniendo un apego feroz. Y, quizás lo más importante, nos muestra como no es delante de un hombre sino delante de su madre que una mujer consigue su libertad.


“Esta es mi hija, me odia”. Y a continuación se dirige a mí e implora: “¿pero qué te he hecho yo para que me odies tanto?” Nunca le respondo. Sé que arde de rabia y me alegra verla así: ¿Y por qué no? Yo también ardo de rabia”


Analizar la relación con la madre, implica un delicado trabajo, psíquico y material, en el que conviven amor y odio. Y cuando decimos odio no solamente hablamos de esa hostilidad que permite la primera separación con su cuerpo y que es necesario para inaugurar nuestro psiquismo. Apegos Feroces, pero también el libro “Una mujer” de la reciente nobel Annie Ernaux (2020), nos muestran cómo, en diferentes épocas y geografías, una mujer que analiza la relación con su madre deberá también analizar los efectos de la misoginia cultural en su propia subjetivación. Porque tal como señala Jacqueline Rose (2018) en su libro “Madres: un ensayo sobre la crueldad y el amor”, madre no solo es una persona de carne y hueso a través de la cual accedimos a la vida. Madre tampoco se agota en una función psíquica. Madre es también el chivo expiatorio del patriarcado, sobre el cual se ha ejercido toda la violencia de la civilización.


Para Rose, la madre es un reservorio de los conflictos de la cultura y es el lugar final al que van a parar todas las explicaciones. Por un lado, es culpable y por otro, es el lugar donde se sostiene toda solución, en una tensión ambivalente entre la devaluación y la idealización. La psicoanalista brasilera Tania Rivera (2022) analiza esta ambivalencia a partir de la escena que Freud utilizó en su ensayo sobre el fetichismo, para sugerir que la escena fetichista es la escena mítica del patriarcado. Ella subraya que la escena fetichista relatada por Freud ubica al niño varón como su protagonista y que es su particular punto de vista el que organiza el cuadro. Y, analizando el lugar de la madre en dicha escena, demuestra cómo la gramática fálica hace un tratamiento de la carencia y de la pérdida a través de la oscilación entre la impotencia y la violencia sobre el cuerpo feminizado. Dicho en otras palabras, la sexuación masculina en el patriarcado está fundada en un acto de violencia sobre el cuerpo feminizado y tiene como axioma la misoginia, sobre el cual se construye el fetiche. La posición atribuida a las mujeres/madres en esta gramática es la de poner sus cuerpos y su performance de género al servicio de la negación de la castración. Y cuando se niegan a hacerlo, o algo sale mal, se revela el lado oculto de la construcción falofetichista: la violencia sobre el cuerpo feminizado. Es así como tanto la idealización de la madre, como la fascinación sobre el cuerpo femenino, encubren una violencia extrema. Rivera demuestra cómo lejos de cualquier observación biológica, la supuesta castración de las mujeres utiliza diferencias anatómicas para justificar un acto, una operación cultural, que las coloca en un lugar de vejación que puede llegar hasta la mortificación.


Esta función cultural de la madre tiene efectos directos en las vidas y los cuerpos de las mujeres y los cuerpos feminizados. En palabras de Rose (2018), la primera de las consecuencias de esta operación es el destrozamiento del mundo y de las propias madres. Entonces, analizar nuestra relación con la madre implica también analizar la voz de nuestra propia misoginia internalizada y sus efectos. Porque tal como sugiere Vivian Gornick la madre es una voz que suena dentro de nosotras:


“Suenas igual a tu madre”

“La madre que habitaba en ella había oído a la que habitaba en mi”


O Bechdel:

“La cuestión es que no puedo escribir el libro hasta que consiga sacármela de la cabeza. Pero la única forma de sacármela de la cabeza es escribiendo el libro. Es una paradoja. El estilo expresivo de mi madre-preciso, desapasionado, elegante, sin adverbios, está profundamente grabado en mis lóbulos temporales”.


Gornick y Bechdel nos muestran que analizar a la madre significa atravesar la humillación y la ridiculización sobre el cuerpo y la voz femenina, al igual que Galindo. Y ese trabajo en el cuerpo de la madre, tendrá como efecto algún tratamiento de esa voz dentro de nosotras. Para Vivian Gornick ese tratamiento fue la escritura, los mismo para Bechdel y la Ernaux. Pero no cualquier escritura, sino esa escritura que hace pensamiento. Y que en sus crónicas es un tratamiento cuyo origen también está del lado de su madre.


Gornick nos muestra cómo su madre junto con reverberar como la voz de su propio “ridículo”, también inaugura la ruta para su libertad, al animarla y hacer posible materialmente que fuera a la universidad. Una experiencia muy parecida a la que relata Annie Ernaux cuando en Una mujer escribe: “ella vendía patatas y leche de la mañana a la noche para que yo pudiese estar sentada en un anfiteatro oyendo hablar de Platón”.


Bechdel, Gornick y Ernaux muestran cómo el proceso de convertirse en una mujer implicó para ellas una separación, no solo del cuerpo de sus madres, sino también de sus palabras. Una separación propulsada y resistida, al mismo tiempo, por sus madres. Separarse de la madre significó aprender palabras que sus madres no conocían. Palabras que les permitieron pensar y hacer separación. Y pensar es difícil, nos muestra Vivian Gornick con insistencia a lo largo de Apegos Feroces. Annie Ernaux asocia está separación a la ambición y en su libro “Una mujer”, nos cuenta que en normando, la palabra ambición significa “el dolor de estar separado”.


Creemos entonces que analizar la relación con la madre en algún momento va a implicar hacer algún arreglo con la soledad. Una soledad para hacerse de nuevas palabras, para inventar otras preguntas. Esta soledad nada tiene que ver con el aislamiento. Se parece más a una capacidad de pensar, cercana a la noción winnicottiana de capacidad para estar solo, que está al servicio hacer apropiación de nuestra vida, en una relación menos neurótica con la falta. Y con las preguntas que nunca terminan de responderse. Nuestra vida puede ser la mejor respuesta.



Trinidad Avaria y Carolina Besoain




Trinidad Avaria es Psicóloga de la Universidad Católica de Chile, Magíster en Psicología Clínica de la Universidad de Chile e integrante del Colectivo Trenza: clínica, psicoanálisis y género.
Mail: triniavaria@gmail.com

Carolina Besoain es Psicóloga y Doctora en Psicología de la Universidad Católica de Chile, e integrante del Colectivo Trenza: clínica, psicoanálisis y género.


Hanna Höch (1889-1978) - Autorretrato
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