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Los velos de la cotidianeidad: apuntes sobre A esta misma hora de Maivo Suárez



Lo cotidiano, lo simple, lo que no merece ser contado ni pensado, trae consigo el peso de la tragedia del mundo. Esa es su paradoja. Historias horribles se esconden en los pueblitos y a nadie parece importarle. Todo es olvidable, todo pasa: las vidas, las muertes, y los infinitos dramas que las distancian. A esta misma hora, la nueva novela de Maivo Suarez, retrata ese problema de dimensiones filosóficas: ¿cómo lo hacen las vidas sencillas para lidiar con la maldad del mundo? ¡A punta de silencios, omisiones y desatenciones!

 

La trama de la novela gira en torno a Ana, una joven chilena que viaja a Argentina para visitar a su prima Rosa tras la muerte de su hermana Blanca. Durante su estadía en el pueblito, Ana intenta procesar el duelo por su hermana mientras convive con Rosa y su hija Belén. Poco a poco, Ana descubre secretos inquietantes relacionados con la familia y las personas cercanas a Rosa, incluyendo a Miguel, un hombre amable e inteligente, por quien se siente atraída, pero que inevitablemente es parte de un entramado oscuro y terrible. A través de conversaciones y encuentros, se desvelan temas de poder, traición, muerte, abuso y la búsqueda de justicia, todo envuelto en un ritmo calmo digno de pueblo chico con un gran infierno en su interior. Es todo cuanto se puede decir sin entrar en spoilers ni arruinar la experiencia del lector del secreto y su desvelo, y del equilibrio precario que intenta sostener una realidad rural taciturna, que pareciera optar por el silencio religioso como mecanismo de supervivencia. 

 

En esta novela, la simpleza de lo cotidiano dialoga con el secreto y lo que oculta. Existe un pacto tácito de complicidad con el silencio, con ese no-meterse-mucho/ no-preguntar-tanto tan aterradoramente verosímil. Dicho pacto de silencio no solo aplica para lo ominoso que late de fondo, como quien quiere ahorrarse problemas o esquivar los males del mundo, sino también con las vicisitudes propias e íntimas. Se trata de una cotidianidad reservada, en la que los personajes evitan lo más posible expresar sus cargas emocionales, intenciones y deseos. En ese sentido, más allá de ser una novela sobre abusos y crímenes, es una novela sobre el secreto y el velo cómplice de lo trivial. 

 

Como dice Bruce Béngout, “lo cotidiano oculta las angustias, los miedos, las inquietudes, y apunta a transformar estas inquietudes en una aceptación práctica del mundo y de los otros”. El lenguaje de los personajes en la novela muestra esa normalización, refiriéndose sin mucha reflexión a niñas prostitutas y desestimando el abuso con frases como “no andar en buenos pasos”. La forma en que los personajes reaccionan ante la violencia y el abuso también refleja su reserva y su aceptación de un mundo macabro que conviene no resistir. En lugar de confrontar abiertamente los problemas, los habitantes de este pueblo tienden a desviar la conversación o a minimizar la situación, lo que perpetúa el ciclo de silencio y secreto en la comunidad.

 

Decía Piglia que el secreto es el nudo que une a los personajes y que ayuda a la construcción de la historia y al manejo de la tensión y la expectación, sin embargo, en esta obra, el secreto no es solo una herramienta narrativa, sino una manifestación de la complejidad de la experiencia humana, donde lo oculto y lo no dicho muy a menudo pesa más que lo que se dice y se ve, afectando las vidas y decisiones de los personajes de manera irreversible.

 

A esta misma hora abre mostrando una escena de acoso y abuso para diluirse casi al instante en una cotidianidad incómoda. De ahí en más, late en el fondo lo horrendo y la inminencia de su develación y sus ramificaciones. Cuando el ruido de lo ominoso ya no puede ignorarse más, estalla la verdad, siempre infame, que se camufla en la simpleza del mundo ordinario. No obstante, veremos cómo los personajes, acostumbrados al ritmo tranquilo de quien ignora el ruido del mal, aún con la verdad frente a sus ojos intentarán desviar la mirada y tratarán con desdén las noticias de desapariciones y abusos a menores como queriendo convencerse de que la vida sigue y que Dios más tarde juzgará. Tal vez tengan razón.

 

La idea de que cada pueblo chico alberga un infierno enorme, proviene de que el ruido de los

suburbios es menor que el de la urbe y nada logra silenciar el caos de lo humano. Entonces qué queda sino convivir con ello, volverlo -o aceptarlo como- cotidiano. La trampa de lo cotidiano, dice otra vez Bégout, está en ese constante cotidianizar para disimular la contingencia e indeterminación del mundo. Pareciera ser, como ocurre en la novela, que en los pueblitos el mecanismo de cotidianización funciona a la orden del día, de ahí que Rosa suelte frases como "si vieras la de pibitas que desaparecen en estos pueblos", "en la panadería me dijeron que era prostituta", “Algunas aparecen muertas después de meses. Acá la trata es cosa seria“ o incluso use esas mismas frases para justificar su inacción, argumentando que, de ser cierto el abuso, las denuncias de todas formas no llegan a nada.

 

Lamentablemente, la cotidianización de lo tremendo que retrata tan bien la novela de Suárez es más real de lo que nos gustaría admitir. Hace no mucho, por ejemplo, en un pueblo suburbano de la provincia de Entre Ríos, detuvieron a la madre de una muchacha de dieciséis años que había sido vendida a un almacenero de casi sesenta años. El caso salió a la luz tras una denuncia anónima, pero no era el primero. Cuando la policía se dirigió al sitio del suceso, se encontró con dos chicas más, menores de edad también, que habían sido “compradas” igualmente por el sujeto. La gente del pueblo, que las había visto en el almacén del hombre, las llamaba “sus novias”. Como este caso muchísimos más. Espeluznante coincidencia que saliera a la luz casi al mismo tiempo que el lanzamiento de A esta misma hora. Y es que la potencia de la novela de Suárez radica en su semejanza con la realidad. Un mundo real cruel, solapado, desestimado, condenado al olvido o al silencio. Resulta irónico y triste que la novedad de la novela esté en poner sobre el tapete aquello que no es nada nuevo para el mundo: lo ominoso que se camufla entre el ritmo apacible y repetitivo del día a día. Velos de cotidianidad. Decía Blanchot que es la repetición de lo cotidiano lo que hace que se nos escape, precisamente por estar siempre ahí, siendo. En esta novela Suárez se encarga de que no se nos escape, se desvela esa cotidianidad y la muestra tal cual es, cruda e insensible, violenta y cómplice. Sobre todo cómplice. Es el retrato de esas vidas triviales que se bastan con existir, muertes y crímenes ordinarios que ocurren y que se desvanecen al instante, condenados al olvido, a esta misma hora, en otra parte, en cualquier lugar, lejos, si tenemos suerte.