A la derecha y a la izquierda de la Cordillera: dos autoras para tener en el radar
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A la derecha y a la izquierda de la Cordillera: dos autoras para tener en el radar


“La familia es una máquina de afectos y conflictos”.

Ricardo Piglia


Quizás fue una casualidad, tal vez no. Durante la misma semana recibí dos novelas que conecté enseguida: Mórbida (Híbrida), de la argentina Candelaria Frías, y Kintsugi (Concreto), de la chilena María José Navia. En las dos hay protagonistas mujeres, ambas narran historias en las que la familia es el detonante de un universo potente y tanto en Kintsugi como en Mórbida el cuerpo aparece como una zona de combate.


Dos novelas para pensar cómo nos miramos y repensar los roles familiares que repetimos y perpetuamos, o no. Porque como dice Navia, citando a Ricardo Piglia, “una familia es una máquina de producir ficciones”. O como también dijo Piglia, con otras palabras: “La familia es una máquina de afectos y conflictos”.




María José Navia: “Hoy toda vida humana tiene su contraparte virtual”


Kintsugi, el título de tu última novela, remite a una técnica japonesa que propone reparar piezas de cerámica rota. Esa técnica se convirtió en una forma de tomarse las cosas, de andar por la vida. Pienso en la estructura narrativa de tu libro y, de alguna manera, podría decirse que también remeda esa técnica, ¿no? Es de ir reconstruyendo una historia a través de relatos sueltos, que funcionan por sí mismos, pero que juntos funcionan mucho mejor.

Claro que sí, es la razón del título. Se trata de una novela-en-cuentos, una novela rota contada en pedazos y sobre personajes rotos, y probablemente ese pegamento dorado es la lectura que hace cada persona del conjunto.


¿Cómo surgió la idea de esta novela? ¿Cómo fue el proceso de escritura?

Escribí el primer cuento/capítulo “Rebajas” para mi libro anterior, Lugar, y por primera vez me pasó con un cuento mío que quise seguir sabiendo de los personajes: de sus futuros, de sus pasados. Y así fui escribiendo los distintos relatos hasta que se fue armando una constelación mayor. Las historias de los niños van avanzando hacia el futuro y la de los padres hacia el pasado.


¿Tenés algún ritual a la hora de escribir?

No, pero tengo un ritual a la hora de editar. Cuando termino un cuento, lo leo en voz alta y lo grabo en mi teléfono y luego lo voy editando “de a oídas” por días, por semanas o meses. Sin mirar el texto, escuchándolo como si fuera una canción. Así me voy dando cuenta de si hay oraciones muy largas, o que me aburran, o palabras que choquen unas con otras.


Kintsugi es una novela coral. Y lo que me resulta interesante es que casi no hay predominio de un personaje sobre otro, uno podría pensar que no hay un protagonista, sino muchos personajes o narradores que conviven en la novela simétricamente, como ocurre en la vida. ¿Lo pensaste así?

Es verdad que no hay un o una protagonista, pero sí hay cierto orden en ese coro que indicás. Se trata del eje tía-sobrinas (Marcela-Sofía-Ema); son los únicos personajes que cuentan sus historias en primera persona. Me interesaba destacar ese vínculo familiar entre mujeres que veía/veo menos en lo que leo: la relación entre una tía sin hijos y su sobrina. Esa complicidad y ese amor.


La tecnología y el control sobre la intimidad es un tema que aparece en dos capítulos: Luisa vendiendo sesiones de limpieza erótica y Ema participando de un estudio como ratona de laboratorio. ¿Sos apocalíptica respecto de la intrusión de la tecnología en la vida privada?

No soy apocalíptica, pero sí veo esa intrusión de la tecnología como una transformación importante en nuestras vidas y nuestros afectos. La tecnología siempre hizo-hace esto: el telégrafo, el teléfono, ahora internet, etc. En el caso del libro me interesaba que esas tecnologías fueran apareciendo de a poco, ese monstruo que llama por teléfono en “Rebajas”, las pantallas de Luisa o Sofía convirtiéndose en “tía pantalla”, Eduardo vigilando a su pareja anterior por las redes sociales, hasta que ya la tecnología se come a la familia en “Blanco familiar”. En el libro uso un epígrafe de Piglia que dice que una familia es una máquina de producir ficciones, y la tecnología también lo es. Cuando posteamos cosas en redes sociales nos construimos, armamos una ficción con lo que queremos que los demás vean o sepan de nosotros. Eso me parece fascinante. Inquietante también. Hoy toda relación humana tiene su contraparte virtual (un chat o una continuación de la conversación vía email, etc). Dicho esto, la veta más apocalíptica de la tecnología la desarrollo en el libro que siguió a Kintsugi en Chile pero lo antecedió en Argentina: Una música futura, publicada este marzo por Marciana.


¿Cómo sos como lectora? ¿Qué tipo de libros disfrutás?

Soy una lectora voraz y extremadamente feliz. Suelo leer dos libros diarios. También porque de esto vivo, a esto me dedico: soy escritora y profesora de literatura en la universidad, escribo sobre libros en el diario, en redes sociales, etc. Disfruto sobre todo los libros de cuentos y lo que yo llamo “libros que leen”, libros que traen referencias a otros libros, que al escribir siguen leyendo, como lo que hace Rodrigo Fresán, que es mi autor favorito, o Peter Orner. Fresán también arma una constelación con su obra en la cual se van repitiendo personajes y motivos, algo que disfruto inmensamente en lo suyo pero también en otras autoras indispensables para mí como Virginia Woolf o Elizabeth Strout. Sobre los cuentos, soy particularmente feliz leyendo la tradición de las grandes cuentistas en inglés (yo leo más en inglés que en español) como Joy Williams, Deborah Eisenberg, Amy Hempel, Mavis Gallant, o, más recientemente, Megan Mayhew Bergman o Amber Sparks. Otra escritora vital para mí, con sus novelas breves y afiladas, es Jean Rhys. También leo mucha poesía, novelas gráficas y literatura japonesa contemporánea (Sayaka Murata, Yukiko Motoya, Yoko Ogawa, Mieko Kawakami, Hiromi Kawakami, Hiroko Oyamada…)


¿Estás trabajando en algo nuevo?

Sí. Soy de escribir varios libros a la vez. No es algo que aconseje porque se trabaja muy lento, avanzando de a poquito en cada uno, pero así es como yo funciono. Ahora, por ejemplo, estoy en los últimos ajustes de una novela sobre El Mago de Oz, una colección de ensayos sobre literatura y objetos, a medio camino con otra novela que es una ampliación del cuento “Panda” de Una música futura y sigo escribiendo cuentos, siempre.


Tres títulos que hayas leído en el último tiempo y te gustaría recomendar:

¿Pueden ser cuatro?


¡Claro!


Biography of X de Catherine Lacey, More To Say de Ann Beattie, The Book of Goose de Yiyun Li y Happily de Sabrina Orah Mark.




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Candelaria Frías: “No siempre estoy de acuerdo con la corrección política en las palabras, y menos en la literatura”


¿De dónde viene la idea de Mórbida? Se nota que investigaste sobre el tema, que sabés de qué se trata la obesidad, cómo se siente. ¿Qué llegó primero: el interés por el tema o la historia?

La necesidad consciente de escribir sobre la gordura se originó un enero en que estaba gorda, y me parecía que tenía que poner en palabras algo de lo que me pasaba. No estaba obesa, pero claro que resultaba mucho más rico literariamente hablar desde la obesidad, amplificar mi sensación, e imaginar los conflictos de alguien que se siente atrapado en un cuerpo y está en conflicto permanente consigo misma y con el mundo. No investigué sobre el tema, pero tengo personas cercanas que la padecen y la padecieron, y creo que es un tema que a muchos nos toca de cerca. Tenía mucho vértigo cuando empecé a escribir porque no tenía idea para dónde iba la historia. Sentía mucha responsabilidad porque el personaje de Titania me resultaba fascinante y sentía que dependía de mí que llegara a buen puerto. Tardó pero llegó.

Titania no solo tiene obesidad, sino que toda su vida está condicionada por la forma de su cuerpo. Su cabeza está tomada por la gordura, la manera en que mira el mundo que la rodea, sus pensamientos. ¿Así pensaste al personaje?

A medida que iba escribiendo me daba cuenta de que el tema era muy rico, por el hecho de que los conflictos pueden ser muchos, desde no caber en el asiento del colectivo, o en un cajón fúnebre, hasta ser rechazado por familiares o amantes. El problema es que ella no puede escapar ni un minuto de lo que le pasa.

Más allá de la gordura, Titania es una neurótica como somos todos, su neurosis tiene que ver con la mirada terrible que ella tiene consigo misma, y con la que el mundo tiene con ella, pero está claro para mí que para sentir eso no hace falta ser gordo. Por eso, pese a no haber sido obesa, como buena neurótica, puedo escribir con una gran verdad y en gran medida siento que puedo reconocerme en sus sentimientos, emociones y sensaciones.

Hoy hablamos de “persona con obesidad” para ser ser inclusivos, para no estigmatizar. Sin embargo, en tu novela elegís hablar de gordos y gordas. De hecho, aparece una crítica al uso de eufemismos como “hinchada”. ¿Qué opinás sobre el impacto de las palabras y la corrección política?

No siempre estoy de acuerdo con la corrección política en las palabras, y menos en la literatura. Pretender anular adjetivos por el miedo de ofender a alguien me parece que no tiene sentido. Existe lo ancho y lo delgado, y hay cuerpos flacos y otros gordos, más bien me preocupa que los gordos sean segregados o que se pueda insultar a alguien diciéndole: gordo, porque sí. Pero quitar la palabra para ser inclusivo me parece que no. Además, decir que alguien es obeso o es gordo es lo mismo. Lo de “hinchada” no es una crítica al eufemismo, sino que la madre como no soporta tener una hija gorda, prefiere que se la adjetive de esa forma porque la gordura de su hija la incomoda hasta el punto de no poder nombrarla.


Me parece muy interesante el trance entre el desborde de la obesidad y el desborde sexual. Esa tensión entre comer y ser comida. ¿Fue algo que surgió durante la escritura del libro o ya venías pensando en ese cruce?

Lo sexual fue apareciendo con bastante potencia. Supongo que el hecho de tener apetito por la comida me fue llevando al otro. Sin pensarlo demasiado, la narradora en primera persona iba narrando anécdotas o pensamientos en los que relacionaba su deseo por la comida con su deseo por el miembro masculino.

Titania es una mujer deseante, su deseo voraz con la comida lo traslada a su objeto de deseo, ella quiere devorarse a sus amantes pero al contrario, es devorada. No puede separar lo sexual de lo amoroso, y ahí surge el conflicto, porque ella no es deseada de la misma forma en que ella desea.

El centro para obesos suena bastante a un centro para obesos muy cuestionado que existió de verdad. Más allá de este dato, lo que se destaca es la idea de crueldad hacia los pacientes. La idea de culpa y de falta de voluntad, que aún persisten, lamentablemente, en algunos consultorios médicos.

No quise hacer una crítica a ninguna clínica en particular. La clínica de la novela es muy absurda, casi kafkiana. No hay un solo profesional capaz de ayudar a un paciente, y aunque como todo en esta novela es hiperbólico y exagerado, creo que se parece a muchas instituciones que predicen una cosa y llevan a cabo lo contrario, y lejos de sanar, curar o enseñar pueden hundir al que trata de salvarse, curar o aprender.

Hay dos capítulos que resultan fuertísimos. El primero es en el que Titania cuenta que sus padres dejaron de tomarle fotos cuando engordó y, el segundo, donde se narra la escena de la muerte fingida. En ambos aparece de nuevo la crueldad frente a lo que no gusta, lo que no cumple con los ideales de belleza, ¿no?

Es interesante que relaciones estos dos capítulos. En el primero los padres deciden borrar a Titania de las imágenes para que sean estéticas, y en el segundo ella finge estar muerta ante ellos para desaparecer de sus vidas o que ellos desaparezcan de la suya. Es como si estuvieran unidos los dos capítulos, como causa y consecuencia. El primero es cruel, el segundo es una venganza, una forma de matar a los padres y matarse para poder renacer.

“El deseo del otro siempre es un espejo en el que uno se mira para quererse u odiarse”. Esa frase es muy linda y marca de alguna manera un cambio en Titania, que llega con el personaje del forense. Ser deseada como el antídoto contra la imperfección.

Con el forense llega un cambio, y a pesar de que él es un personaje oscuro, hay un encuentro entre él y Titania, y creo que el lector puede disfrutar de eso. La relación se articula de otra forma que con Leonardo, el novio anterior. Se ayudan mutuamente y se transforman uno con el otro. La novela no es para nada rosa, pero de una forma u otra hay un final feliz.


Mórbida tiene algo de fantástico, de delirante, pero todo eso está al servicio de mostrar una realidad: la de las personas que conviven con la obesidad. ¿Creés que la literatura puede ser una forma de denuncia social? ¿Pueden el discurso y lo simbólico contribuir a la transformación de la realidad?

La literatura, como todo arte contribuye a la transformación de las personas, uno no es solo lo que vive, sino lo que lee, la música que oye, lo que mira en el cine. También me gusta pensar la literatura como una forma de encuentro entre las personas a través del tiempo. La maravilla de poder encontrarme con personas que ya no existen en este plano a través de un libro. La denuncia a la sociedad está en la novela pero no la escribí desde ese lugar. No fue una intención premeditada, lo que pasó es que al meterme en la piel de Titania empecé a ver y narrar un mundo muy hostil. Ojalá la novela pueda ayudar a visibilizar lo que puede sufrir una persona con obesidad ante el escarnio de las personas que la rodean.

Qué está leyendo Candelaria Frías: 1.La hermana menor de Mariana Enríquez 2.Incesto de Anais Nin 3.Los suicidas del fin del mundo de Leila Guerriero







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