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El género de terror en tiempos de angustia





Pandemia, encierro, incertidumbre, muerte, crisis económica, injusticia social, sistema sanitario desbordado, educación degradada, políticos que no des-representan a los ciudadanos. Vivimos en un mundo complejo con múltiples detonantes simultáneos de la angustia. Podríamos arriesgar la hipótesis de que, dado este contexto, las personas se volcarán a la comfort fiction, como me gusta llamar a un tipo de literatura que ofrece divertimento, pero sobre todas las cosas, emociones reconfortantes. En otras palabras, literatura que actúa como autoayuda o como masaje o como alivio o bien como una taza de té con galletas de chocolate. Sin embargo, también es lógico pensar que en tiempos difíciles los lectores elijan sumergirse en mundos donde la amenaza tenga un origen poco realista. Quizás resulte más tranquilizador saber que hay cosas que ocurren en los libros y no en la vida, y que son esas cosas las peores, las más terroríficas de todas. La amenaza de seres sobrenaturales resulta más escalofriante que un virus que recorre el mundo entero. Lo que nos pasa es el mal menor. El género de terror nos consuela.


Es solo una hipótesis. Ya lo dije. No tengo pruebas ni evidencia, solo puedo esbozar algunos datos curiosos que pueden dar cuenta de cierta tendencia. En Latinoamérica el género de terror y el gótico están viviendo un revival interesante, con autoras mujeres a la cabeza: Samantha Schweblin, Mariana Enríquez, Agustina Bazterrica. Stephen King, un autor que hasta hace algunos años no hubiese formado parte de ninguna currícula universitaria, ha ingresado en la Academia. Los posgrados dedicados a la literatura citan su libro Mientras escribo y lo erigen como sacerdote del género. Muchas veces colindante con la ciencia ficción o con la fantasía, el terror también aparece recurrentemente en la pantalla chica, en la grande y en el universo streamer. De nuevo: no tengo evidencia, pero creo que el terror está calando hondo en nuestra sociedad.



El terror, el horror y lo ominoso


¿Son el terror o el horror sinónimos de miedo? ¿Y lo ominoso, qué es eso? En el ámbito de la literatura, Ann Radcliffe, maestra indiscutida de la novela gótica y autora de un ensayo donde analiza estas diferencias titulado On the supernatural in Poetry (1826), explica que cuando se piensa en horror se lo asocia con figuras fantasmagóricas, seres indeterminados, espíritus. Es decir, personajes que, aunque no forman parte de nuestra realidad, nos resultan relativamente familiares porque los vimos en películas, series, libros. En cambio, el terror está más vinculado con lo desconocido o lo denso, aquello que no puede explicarse con palabras y que genera una angustia descomunal.


Stephen King lo categoriza de manera distinta. Para él hay tres niveles. El primero es el asco, que es la emoción que resulta de encontrarse con algo desagradable o sobrenatural. El segundo nivel refiere a escenas que se caracterizan por un nivel de violencia importante y que evocan lo más oscuro de la naturaleza del ser humano. El tercero es directamente el terror y es similar al terror descripto por Radcliffe: lo que no se vio nunca, lo que se preveía imposible, lo inimaginable.


Además del terror y el horror, existe un concepto que viene de la psicología, específicamente de Freud (“Unheimliche”), y que se conoce como lo ominoso o lo siniestro. Para que en literatura podamos hablar en estos términos, se tienen que dar ciertas condiciones: 1. deben convivir dos ideas opuestas (un oxímoron): por un lado cierta familiaridad, y por otro, la sensación de amenaza, una amenaza que permanece acallada hasta determinado momento. Por ejemplo, una mascota que de un día para el otro comienza a manifestar conductas extrañas y se convierte un enemigo de la familia que la aloja. 2. Esa amenaza debe repetirse: si pensamos en la mascota, esa actitud extraña, que puede ser la sospecha de que aloja un espíritu maligno, deberá aparecer una y otra vez: no puede ser un hecho aislado, algo casual.


Quizás el terror y el horror nos resulten más llevaderos, pero lo ominoso es, sin duda, mucho más aterrador. Desde el lugar de quien escribe, se trata del subgénero más complejo y desafiante, además de ideal para desarrollar en tiempos de inteligencia artificial, tecnodependencia, manipulación genética y deepfakes.



El regreso de un autor de culto


Dentro del género del terror, la historia de Michael McDowell es bastante peculiar. Nació en la década del cincuenta en Alabama, Estados Unidos. Estudió en Harvard y luego se doctoró en Literatura Inglesa en la Universidad de Brandeis. Fue guionista de televisión (entre sus trabajos se destacan Tales from the Darkside) y de cine: escribió los guiones de Beetlejuice (1988) y El extraño mundo de Jack (1993), clásicos del terror dirigidos por Tim Burton. Sus últimos años los dedicó a enseñar escritura de guion en varias universidades. Y, sin embargo, sus novelas estuvieron durante años fuera de circulación. Es uno de esos autores olvidados, como John Williams (autor del aclamado Stoner) o Salvador Benesdra (autor de El traductor, por poner un ejemplo más cercano), que, rescatados luego de su muerte, con ediciones prologadas por autores renombrados, se convierten rápidamente en sucesos editoriales y autores de culto.


Lo escalofriante de McDowell, que falleció en 1999, debido a una complicación de salud derivada del HVI, es que estaba obsesionado con la muerte. Sus libros son una clara muestra de este marcado interés por la vida después de la vida, pero son solo una parte de su ensimismamiento. El autor de Los elementales y Agujas doradas (editados por La bestia equilátera) coleccionaba objetos y símbolos mortuorios: “ataúdes de niños, fotos de cadáveres, de cráneos, de escenas de crímenes, lápidas, mechones y broches de pelo, tarjetas y avisos fúnebres, cartas de condolencia”, tal como detallan sus editores. Esa colección está actualmente en manos de la Universidad Northwestern de Chicago, integra una muestra permanente y puede visitarse desde 2013.


Los elementales es su novela más festejada por los amantes del terror. No solo por su trama, que ciertamente es para morderse las uñas y castañear los dientes, sino por la exquisitez con la que está escrita. Todo transcurre en su ciudad natal, Alabama, y ronda alrededor de dos familias luego de la muerte de Marian Savage, una mujer enigmática y poderosa. Llega el verano y las familias se instalan en dos casas cercanas en la costa. Pero hay una tercera casa, que no resulta habitable porque en ella abunda la arena. Más bien, es una casa invadida por minúsculas partículas de piedras de miles y miles de años. ¿De dónde viene esa arena? ¿Por qué aparece en esa casa y no en las otras? ¿Es esa invasión una amenaza, un signo de alerta o una declaración de guerra? Con un ritmo trepidante y un sentido (negro) del humor, McDowell se divierte desparramando escalofríos.


Su otro libro que acaba de ser reeditado es Agujas doradas y tiene a la ciudad de Nueva York como epicentro de la acción. De nuevo aparece una matriarca temerosa, y esta vez protagoniza la trama la venta de drogas ilícitas, la prostitución, el crimen y las interrupciones de embarazo clandestinas. Menos fantasía y más realismo.





Lista de libros de terror:

-La huella de nuestros miedos, Georges Duby, Océano (ensayo)

-Frankenstein, Mary Shelley (narrativa)

-Nuestra parte de noche, Mariana Enríquez, Anagrama (narrativa)

-Misery, Stephen King, Bolsillo (narrativa)

-Anatomía del miedo, José Antonio Marina, Anagrama (ensayo)

-Una filosofía del miedo, Bernat Castany Prado, Anagrama (ensayo)

-Lo raro y lo espeluznante, Mark Fisher, Alpha Decay (ensayo)

-Distancia de rescate, Samanta Schweblin, Random House (narrativa)


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