El streaming y el cine donde sea
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El streaming y el cine donde sea

“El cine es una lengua fantasma que hay que aprender”.

Jean Cocteau

Siempre me ha gustado esa certeza de Roland Barthes: “Soy un hombre que viene saliendo del cine”, donde en la calle, por la tarde o noche, todo es distinto y “otro”. Lamentablemente, ahora salir del cine es salir de Marvel u otra experiencia para mi gusto más bien trivial; o, de otra manera, no vienes saliendo de las películas que deseabas o necesitabas ver, para que te transfiguraran la realidad y ser un “hombre que viene saliendo de una función de cine". Nada contra Marvel ni los superhéroes –creo que uno de las grandes películas que vi en el cine durante la pandemia fue Logan, pero no es lo acostumbrado. Ahora parece que uno tendría que decir “soy un hombre que acaba de salir de Netflix”. No sólo porque el streaming permite ver las películas que la ley de la oferta y la demanda ya han expulsado de los cines, sino porque en ese espacio puedes ver lo que necesitas o deseas: en mi caso, ahora último, Lucky, la última cinta de Harry Dean Stanton, porque murió, o este nuevo género de las series, que creo inauguró David Lynch, con las tres temporadas de Twink Peaks y esas maravillas inquietantes y feroces como Breaking Bad, The Wire, o Better Call Saul , Misa de medianoche, The Horror y en una de esas Peaky Blinders, Dark o Outlanders.


Otro género, otro tempo, otra manera de “ver”, antes impensables. Hoy vengo saliendo de The Sinner II, un thriller emocionante, con muchos giros en la trama, de un tempo pausado y con un nuevo detective interpretado por Bill Pullman. Emociona, inquieta y hace sentir que finalmente hay “happy end” que son tales, aunque algo queda vibrando en tu sentido de lo ético y del bien y el mal y lo emotivo. Están ahí, en el streaming. En la TV, más tiempo, incluso, que en una sala de cine. No es salir de un mundo a otro, cierto. Pero hay que acostumbrarse parece, mas nunca rendirse. No por eso dejaremos de ver películas, aunque sea por mor de los tiempos, donde los objetos desaparecen poco a poco, hasta en un teléfono celular.

Hoy vengo de ver, en streaming, The Other Side of the Wind la película póstuma de Orson Welles. Los datos de filmación, de forma, de destino, de reconstrucción, ya están bastante difundidas –y difusas–; ahora prefiero dar mi impresión, como decía Barthes, de alguien que viene de ver el filme en Netflix, y así ha quedado pensando, dilucidando y con el primer shock de ver algo que es más confuso que una obra cinematográfica del mismo Wells: raro. Coincido en que El ciudadano Kane se considere la mejor película de la historia, aunque dudo, porque la gran película de Wells para mí sigue siendo Sed de mal. En cambio The Other… aún me da vueltas y vueltas, me dejó impresionado, no sé si por bien o por mal. Esta última y póstuma cinta de Welles, con la que sufrí los avatares de toda película, digamos, “maldita”, por su destino de inacabada, de los años en que fue filmada y nunca editada por su autor –como muchas de Sam Peckinpah–, crea un mito y una inquietud.


Es uno de esos filmes sobre filmes, cine sobre cine, y de destinos que van más allá de la ficción. La historia de un director llamado Jake Hannaford que filma, contra viento y marea, su última película. Desea volver después de múltiples fracasos –es la historia de un fracaso en todo sentido– y filma tanto en blanco y negro, en color, en múltiples formas de registros (8 mm., video y tantas otras capturas de la imagen) que de por sí parece algo inusual para los años en que comenzó su filmación, los 70. Wells, o su alter ego, Hannaford, es interpretado por John Huston, en una tremenda dupla no sólo cinematográfica, sino, además metadiegética, y habla sobre sí y hacer cine. Huston también lo hace, con su clasicismo inaugural y posteriormente como actor y director en El honor de los Prizzi o en Chimatown de Polanski, a veces en cintas vanguardistas o transgresoras (la versión de Bajo el Volcán de Malcolm Lowry, una novela totalizante siempre pensada como in-filmable), antes de sellar su carrera cinematográfica con una película tan inesperada como genial: The Dead (Los muertos), basada en el cuento final de Dublineses de James Joyce. En sus últimos años, el cine hollywoodense parece como si se hubiese filmado en una Europa imaginaria, con una nota no menor del autor de Por quién doblan las campanas, tal como Clint Eastwood lo recrea en otra la notable película de cine sobre cine, Cazador blanco, corazón negro. También lo hace Peter Bogdanovich, el seguidor intelectual y cineasta del mismo Welles, en su debut como director, Targets, de 1968, un epígono siniestro y, en la “realidad” un discípulo correcto, finalmente el responsable del final del producto inacabado. Y cómo todo producto inacabado es un misterio y una incógnita.


The Other Side of The Wind narra la historia del último día de Hannaford, cuando cumple 70 años y en su casa hollywoodense va a mostrar al público –productores, críticos, amigos, amantes, etcétera– su última película, la que lleva el título del filme. En ella descubre a dos actores extraños: un joven al que le salvó la vida de un supuesto suicidio, con un inquietante parecido a Jim Morrison, el líder de The Doors, y una actriz perteneciente a los pueblos originarios de Norteamérica. La trama gira y gira, y la cinta toma la manera de las películas de cine sobre cine, como habíamos ya advertido, y como, salvando los tiempos y las actitudes, hacen 8 y Medio de Fellini, La noche americana de Truffaut, Fresas salvajes de Bergman, o Deconstruyendo a Harry de Woody Allen. El asunto es que el protagonista o alter ego supuesto de Welles, John Houston, me resultó más John Houston que Welles, en su ser autodestructivo, violento, seductor, alcohólico, cazador de lo que sea, elefantes o mujeres.


La película la terminó de editar Peter Bogdanovich, indudablemente el discípulo más cercano de Welles, en una forma que cambia el cine sobre todo de Huston, para mi manera de ver, y eso se ve en la película, la última, que Hannaford muestra como su última "carta" trasgresora y under: un filme que parodia al cine vanguardista setentero, fallido o logrado, en películas como Performance de Nicholas Roeg, o Easy Ryder de Denis Hooper (quien tiene una breve aparición en The Other...), o toda esa cinefilia psicodélica de la “factoría” de Roger Corman, de la cual hace el giro de lo clásico a lo desmesurado, también Peter Bogdanovich. The Other Side of The Wind termina en un autocine, como la misma Targets, y también con un homenaje a la crepuscular The Monster, con un gesto a Boris Karloff. Welles, entonces, parodiando –¿u homenajeando el futuro cinematográfico o rindiéndose a él?– filma este canto de cisne, donde enfrenta a maestro y discípulo, a lo clásico y un futuro impregnado de otra manera de situarse ante el cine, que aun, en esos setenteros años, tuvo fracasos y aciertos.


Es una cinematografía que filmaba sin culpa ni miedo, como Coppola, Scorsese, Brian De Palma, Woody Allen, John Boorman, Michael Cimino y los imponderables directores de cine de horror, como John Carpentier, Clive Barker y, sobre todo, Tobe Hooper, director, guionista y productor de The Texas Chainsaw Massacre. Son intentos de palpar otras formas, otras maneras, otras formas de filmar y narrar, que ahora estamos celebrando y, a la vez, añorando lo clásico que nunca dejará de hablarnos visualmente, como el cine de Clint Eastwood. No olvidar al “poeta de la violencia”, el más jugado de todos, Sam Peckinpah. Es un perenne canto de cisne, o la manera de filmar ya por esos años de Bogdanovich, de Hopper; ¿de Fincher, de Lynch, de Tarantino, de Cronenberg, de PaulThomas Anderson?


Lo notable, finalmente, de The Other Side of the Wind, es que lo amalgama todo, canto de cisne del clasicismo, parodia de los desaforados 70 y una visión adelantada a los tiempos de recambio estético y maneras de ver cinematográficas que asoman con cineastas como Ari Aster, Christopher Nolan, Robert Eggers, Brandon Cronenberg, Chloé Zhao y Jordan Peele, entre tantos otros y otras, en el cine norteamericano. La herencia de los notables clásicos, y trasgresores y eternos, ya sea de los 40, 50, 60 o 70.



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