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El hombre de los lobos. La sexualidad infantil perversa y polimorfa


 

El lenguaje de la pulsión

 

En la intimidad de la consulta, un niño juega a la guerra. Ataques, peleas, espadas afiladas, disparos; un campo de batalla donde el placer del juego es ese ataque excitante. Otro niño es un pirata; la batalla, esta vez, transcurre en el mar, con un tiburón de dientes afilados luchando contra una ballena gigante que amenaza con devorarlos a todos. Una niña quiere hacer una “manualidad”; recorta y recorta, el placer está allí en el juego del recorte, en la tijera que separa papeles de colores en múltiples pedacitos desparramados.

 

La pulsión sexual siempre asombra por su intensidad y, ¿por qué no decirlo?, causa cierta conmoción cuando entra en la escena del juego. El riesgo surge cuando se intenta pedagogizar la pulsión, desconociendo su carga excitatoria. Actualmente se acepta la sexualidad infantil, pero lo que no se tolera es justamente su perversidad polimorfa, negando su efecto: excitación y dolor. Incluso cuando se habla de regulación o desregulación emocional, se elide un problema fundamental: lo sexual, sus posibles destinos y su relación con la angustia.

 

El juego de los niños siempre implica y, ¿por qué no decirlo?, complica al analista que presencia escenas desde una posición subjetiva particular: facilita la escena, pero a la vez la cuida para que el placer del juego no se convierta en angustia que lo paralice o detenga. Melanie Klein mencionaba que la interpretación era una herramienta que posee el analista para aliviar la angustia efecto del despliegue fantasmático, es decir, del entramado del deseo. Lo interesante es que en sus interpretaciones figuraba o nombraba de distintas maneras la escena primaria, así como las teorías sexuales, hablando el idioma de la pulsión oral, anal o fálica.

 

Por ejemplo, en la duodécima sesión, Richard -caso de Melanie Klein-dibujó una estrella de mar y un submarino, y Klein interpretó que la estrella de mar hambrienta representaba a Richard como un bebé que deseaba alimentarse del pecho de su madre. Cuando se sentía como un bebé codicioso, se enojaba y sentía celos, lo cual estaba simbolizado por el submarino atacando al barco. A través de estas palabras- carentes de todo eufemismo- Klein ayudó a Richard a entender sus emociones complejas y sus fantasías inconscientes, relacionándolas con sus ansiedades conscientes​. Podría decirse que si un analista trabaja con niños, debe conocer la lengua de la pulsión y hablar su idioma.

 

La escena primaria podría pensarse como un montaje compuesto de restos, indicios indelebles, vivencias primarias fragmentarias; un territorio donde se gesta la pulsión sexual del niño. Un caleidoscopio de vivencias primarias que buscan un espacio donde reposar. Serían también las primeras formas de figurar cierto otro que habita en la corporalidad del niño.

 

 

El hombre de los lobos

 

En la "Historia de una neurosis infantil", conocida como “El hombre de los lobos”, Freud menciona que el análisis de la neurosis de la infancia ofrece un interés teórico especial porque permite observar lo esencial de la neurosis. Es decir, sorprende la fuerza de las pulsiones libidinales y su relación remota con las metas culturales de las que el niño, afirma Freud, nada sabe aún. El conflicto ligado a la renuncia de la satisfacción pulsional en la neurosis infantil es secundario a la intensidad pulsional. No es lo mismo el niño perverso polimorfo que el niño edípico normado por las legalidades que introducen prohibiciones. Pero justamente el niño normado por legalidades podría poner en juego en un espacio ficcional el despliegue pulsional sexual a través de escenas que van formando un borde posible. La relación entre la ley y lo sexual como un entramado que abre la posibilidad de la ficción en el juego es un límite fundamental porque protege al niño de la emergencia o el aflujo de un ataque de angustia que deviene terrorífico porque borra la frontera precaria entre la fantasía y la posibilidad de su realización. En esos casos, diría que la pulsión queda subsumida a lo impulsivo, que se manifiesta de manera muy distinta. Lo impulsivo es pura descarga sin posibilidad de juego, sin una ficción que permita armar una escena. Lo impulsivo es la faceta motriz de la angustia que inunda al yo, aquello que Freud definía como angustia automática.

 

Es importante distinguir la pulsión sexual y su guion fantasmático de lo impulsivo en el trabajo con niños. La pulsión sexual podría ser el motor que abre la posibilidad del juego; lo impulsivo, por el contrario, inunda la escena en ausencia del juego. Lo impulsivo o la descarga podría ligarse a lo traumático, restos de escenas sin metabolizar. Cuando ya hay un guion fantasmático, la metabolización es posible y el juego abre lo pulsivo.

 

Freud relata en el historial escenas infantiles que, cuando las releo, sorprenden aún por su vigencia. Su paciente recuerda que, a los 5 años, su hermana, para martirizarlo, le mostraba un libro donde figuraba un lobo erguido y, al ver esa figura, comenzaba a gritar enfurecido temiendo que el lobo se lo comiera. El estatuto del hermano mayor que goza aterrorizando con una imagen. La pregnancia o fuerza de una imagen donde lo sexual está presente. El horror ante los insectos, las ideas intrusas que campean en su cabeza como caca y cochinada, son escenas que un analista también podría escuchar y observar en la vida cotidiana de su consulta en la actualidad.

 

Situar la pulsión y sus guiones fantasmáticos en el niño es la distinción fundamental que nos separa de otras formas de pensar la clínica con niños. La sexualidad infantil, siguiendo a Laplanche, es el gran descubrimiento freudiano. Una sexualidad parcial, ligada a zonas erógenas, funcionando bajo el imperio del placer, que no es justamente un placer de apaciguamiento, sino una tensión excitatoria que va a exigir vías de elaboración o trabajo psíquico. Lo sexual es aquello que, en un comienzo, no está referido a la diferencia entre lo masculino y lo femenino. Es decir, la pulsión sexual no tiene nada que ver con el sexo o la sexuación. La sexualidad infantil siempre está ligada a fantasías o es fantasmática, y eso involucra también el cuerpo. Un cuerpo atravesado por los fantasmas o fantasías.

 

El yo, como instancia, ya desde el "Proyecto", se alza como un borde organizador del exceso excitatorio de una sexualidad que tiene su fuente en el cuerpo, circulando a través de escenas fantasmáticas, ese caleidoscopio como un precipitado sensorial primario. Las dificultades clínicas actuales se sitúan en la imposibilidad, muchas veces, de organizar ese borde llamado yo que hace tope al ejercicio pulsional. Así, los padres se asustan cuando un niño dice "te voy a matar", o "te odio", o "odio a mi hermano". Los padres se horrorizan porque ese niño escenifica la propia impotencia para ejercer una legalidad que siempre produce angustia, ya que activa también los propios fantasmas o lo infantil de ese adulto que se paraliza frente a lo pulsional del niño. Pulsión sexual y angustia son los dos ingredientes que emergen siempre y todo el tiempo en el trabajo con niños. Son también el fundamento de la teoría freudiana, de las dos teorías de la angustia: lo sexual primario y la angustia ya como un afecto que comporta algún grado de elaboración, como lo es la angustia neurótica que ha pasado por el cedazo edípico.

 

La articulación entre lo sexual y la simbolización es uno de los aportes fundamentales del psicoanálisis. Recordemos en "Pulsiones y sus destinos", la sublimación como el último destino de la pulsión. Bleichmar menciona que, en ese texto, Freud desarrolla los destinos del aparato psíquico, es decir, el entramado complejo entre lo sexual y sus posibles registros. Este punto también fue desarrollado por Klein muy tempranamente como un eje esencial en el trabajo con niños, ligado a la angustia.

 

Revisa aquí el historial completo del hombre de los lobos.

 

 

 

 

 

 

 

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