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Annie Ernaux: La mujer en su laboratorio

Cinco meses antes de ganar el Nobel, Annie Ernaux fue entrevistada por François Busnel en el programa La Grande Librairie que se emite cada miércoles por France 5. Viste sobriamente: pantalones negros, blusa verde oscura, zapatos negros planos. No cruza jamás las piernas. Está sola en el estudio, en un programa consagrado a ella. Tiene ochenta y dos años. El presentador le da las gracias por haber aceptado la invitación y ella replica que es impresionante estar ahí. Se le nota –desde que pronuncia sus primeras palabras y en la hora y media que dura la entrevista– cierta incomodidad, cierto apabullamiento. Busnel habla rápido, se dirige a la cámara, le hace preguntas. La escritora responderá muchas veces “je ne sais pas” (no lo sé), o con algunos segundos de silencio –incomodísimos para la televisión– y se ve que busca las palabras exactas en su cabeza como lo hace precisamente en su escritura.


Porque, como lo ha dicho en otras entrevistas, para ella las palabras son objetos y la manera gráfica de representarlas es como si fueran piedras que saca del río. Ese es justamente el título del documental realizado por Michelle Porte en 2013 (Les mots comme des pierres) en donde dice: “Mi escritura es material porque tengo un problema con lo abstracto. La abstracción para mí debe tener siempre una forma concreta, tiene que presentarse bajo la forma de una imagen real. Una imagen del recuerdo o una idea debe tener una forma material. Las palabras para mí son cosas. Mi representación es sacar las palabras como piedras de un río”.


Las palabras tienen un peso para Ernaux. Lo explica muy bien cuando cuenta cómo un vocablo que dijo una alumna de la cual era profesora la trasladó a su propia infancia ligada a la clase obrera. “Yo daba clases en un liceo técnico y tenía alumnos que venían del lugar al que yo había pertenecido. Siempre me acuerdo de una niña que era buena alumna, pero absolutamente salvaje, que me contó que tenía una hermana mayor que se había convertido en una desagradable (déplaisante en francés). Esa frase gatilló mi infancia. Es el poder que tienen las palabras”.


Y así como tienen el poder de hacer que uno se traslade en el tiempo y viaje a su pasado a través de la memoria, la han convertido en la primera mujer francesa merecedora del Nobel de Literatura. Sus palabras han conformado un sello característico y han encontrado en el género autobiográfico su mayor acomodo. No fue desde el principio así. La primera publicación de Ernaux fue Los armarios vacíos (1974): un relato de autoficción en donde se camufla bajo el nombre de Denise Lesur, la protagonista, que recuerda su infancia y cómo es vivir escindida entre dos mundos: el familiar, obrero y prosaico; el de la escuela, culto y burgués. Luego vendrían dos novelas más: Ce qu’ils disent ou rien (que aún no ha sido traducido al español) y La mujer helada.


Narrarse a sí misma


“¿Qué es esto que hizo irrupción en la literatura y que al parecer habla de un modo diferente?”, le preguntaron más de una vez a la autora francesa. Convengamos que encasillar la literatura es más una obsesión de críticos y académicos, pero también simplifica el trabajo de las editoriales al resumir y tratar de presentarle la novedad al lector. Al parecer –y tal como explica la mexicana Valeria Luiselli– en la tradición literaria anglosajona hay una mayor preocupación por la pregunta del género. “Mis colegas y estudiantes en Estados Unidos están mucho más sujetos a las categorías de ficción y no ficción, una frontera que los latinoamericanos nos hemos dedicado a cruzar en zigzag múltiples veces. La pregunta por la forma, por la arquitectura de un libro, es mucho más importante para mí que la pregunta por su género. Si es ficción o no es ficción me vale un poco madre”, señaló la escritora a una revista chilena.


Desde su cuarta publicación (El lugar, 1987) Ernaux adopta el género autobiográfico que, a grandes rasgos, además de hacer coincidir el nombre del autor con el narrador se caracteriza por un «pacto» –tal como lo definió el francés Philipe Lejeune– entre el escritor y el lector. El primero contará la verdad sobre su vida (como dirá Ernaux de la manera “más justa posible”) y el lector creerá en este relato.


Ella misma ha definido sus escritos como “auto-socio-biografía”, en una conferencia titulada L'autobiographie au risque de la sociologie donde explica: “auto porque se trata de mí; socio porque hay una mirada sociológica permanente y biográfica porque no tiene que ser necesariamente de mi vida, puede ser la de mi padre, mi madre o una mirada sobre el mundo”.


Pero sin importar la clasificación, lo que ha hecho Ernaux ha animado, sin duda, a otros autores a explorar esta forma de escritura. Así lo revela la canadiense Rachel Cusk, que ha publicado tanto ficción como no ficción. “Me parece que ella ha creado un nuevo tipo de permisión. Cuando la leí, me sentí autorizada de ir un poco más lejos en mi propio trabajo”, dijo la autora que ha relatado con maestría su divorcio y su relación con la maternidad y agrega: “En el mundo anglófono la escritura de sí mismo está mal comprendida. A veces se considera como producto del egoísmo, del narcisismo. Entonces, ella es la evidencia de lo contrario: al final se trata de un gran sacrificio de sí misma”.


La literatura de Ernaux está lejos del narcisismo, como bien dice Cusk. Sí, habla de ella, se narra a sí misma, pero –y una de sus características magistrales– es que es capaz de retratar también lo colectivo. Cuando escribe de su infancia, de sus padres y del lugar del cual viene, también lo hace de una clase social. En Los armarios vacíos y, en muchas de sus otras obras, contará cómo rompió con la cadena familiar que estaba condenada a la ignorancia y a permanecer en el mundo de los dominados. Su abuelo paterno no sabía leer. Su madre a los doce años ya trabajaba en una fábrica y su padre fue criado en una granja y permaneció “siempre fiel a su origen campesino”. Era un matrimonio sin educación pero que tuvo una ligera ascensión gracias a que abrieron un café y una pequeña tienda en la misma casa donde habitaban. Ernaux creció entre el ruido del bar, los borrachos que tenían que echar a medianoche, las batallas a fin de mes para que algunos clientes morosos pagaran lo que debían. Para ella todo eso fue normal hasta que llegó a estudiar a la escuela privada –una idea de su madre que anhelaba una mejor vida para su hija. Ahí vino el choque. Comenzó a habitar el mundo burgués y el de los libros, pero seguía viviendo en el de los obreros e incultos. Sintió la vergüenza.


Para sorpresa de todos, los estudios se le dieron bien. En realidad, más que bien, era una niña brillante y eso le permitió escudarse de todas las bromas y humillaciones que la hacían sentir inferior. En una entrevista que le hicieron en el Beaux Arts en París recordó un paseo de curso que duró hasta muy tarde y la profesora se encargó de llevar a todos los niños a sus casas. Cuando fue su turno, tocó el timbre de la tienda y esperó con el grupo a que su madre bajara. “Sentí cómo descendía rápido de las escaleras y abrió la puerta con una polera vieja y sucia. Sentí la mirada de reprobación de mi maestra y de los demás niños. Me dio mucha vergüenza. Pero era la mirada de los otros sobre mi mundo lo que me hacía sentir así; la de los dominantes por sobre los dominados”.


En la adolescencia todos estos sentimientos no hicieron más que empeorar. Sentía pánico de parecerse a sus padres y ese mundo dejó de pertenecerle. Pero el de la escuela privada tampoco era el suyo. “Escindida” será el término que usará en repetidas ocasiones, como también el de sentirse sin lugar. Luego hablará de ser una “tránsfuga”, un término que se apropió del sociólogo inglés Richard Hoggart, porque dejó la clase obrera para pasarse a la culta, a la de los dominantes, a la de los burgueses. Cuando recibió el Nobel una de las primeras frases que dijo al ser entrevistada es que esto servía para “vengar su raza”. Y esto no quiere decir más que esto: la escritura puede contar y puede contar la realidad. “Jamás olvidé todo lo que vi, eso que Bourdieu llamó «la miseria humana»” sentencia que la motivó a escribir desde sus veinte años.


Sello Ernaux


En muchas entrevistas se le preguntará a la autora francesa qué quiere decir “la escritura como cuchillo”. El término viene de su libro L'écriture comme un couteau, que nació a partir de varios intercambios sobre la experiencia de este arte con el novelista y académico Frédéric-Yves Jeannet. Esto quiere decir que la escritura es vista como un arma, como un instrumento para atacar “no a la gente, no, jamás”, dirá la autora en la conferencia antes citada, “sino para atacar la oscuridad, lo que es borroso, porque la escritura es, de algún modo, ver la luz. Es un arma contra la ignorancia y también contra las apariencias”.


También, en este caso, el cuchillo rasga los velos de la imaginación. Su escritura es “plana” como repite muchas veces. No hay metáforas, no hay sentimentalismos. “No hay poesía del recuerdo” dirá. El método Ernaux –por llamarlo de algún modo– consiste en llevar una agenda en donde anota lo que sucede cada día y que le permite, al momento de escribir sus novelas, revisar los hechos. También tiene un “diario íntimo” que lleva desde los 16 años y, por último, un diario de investigación que también le sirve para la construcción de sus textos y que se publicó bajo el nombre de L’atelier noir. Este podría ser una especie de diario de preescritura en donde apunta sus reflexiones y preguntas, como un eterno diálogo consigo misma. Al momento de escribir, Ernaux trabaja con estos diarios y revisa no solo lo que pasó sino también las emociones de ese momento, pero vistas desde el presente en el que se sitúa. Por eso, en su escritura nos encontramos con cierto distanciamiento, como si fuera a otra a la que le suceden las cosas que se narran. De alguna manera se descentra. Esto –que podríamos llamar objetivación de su propia experiencia­– es también un gran trabajo sobre la memoria, uno de los temas centrales que toca su literatura.


Por eso motivo, es que en muchas entrevistas le preguntan por la influencia que ha tenido Proust en su obra; porque como dice el escritor argentino Santiago Llach –quien lleva un par de años dictando talleres sobre En busca del tiempo perdido– “es imposible escribir desde el yo sin tener en cuenta a Proust, sobre todo para un escritor francés”.


Si para Proust bastaba el sabor de una magdalena remojada en té para activar la memoria de su infancia, ahora sabemos que en Ernaux se gatilla a través de las palabras. Ambos oscilan entre escritura y memoria “como empresa racional y como entrega al redescubrimiento”, dice Llach y ambicionan “construir un monumento vivo que dé cuenta de la experiencia de la vida”.


Ernaux vuelve hacia su pasado una y otra vez. Lo revive a través de la escritura. Busca en sus diarios y también en su memoria: cómo fue su aborto clandestino, cómo fue enamorarse de alguien menor, cómo fue el Alzheimer de su madre. Me la imagino sentada en su escritorio como a una mujer en su laboratorio, diseccionando las palabras, bajando hacia un pozo para ir a rescatarlas, cargándolas, trayéndolas para dar cuenta de la realidad y afirmar ­–al final de su jornada y con su modestia de siempre–: “Yo no soy única ni especial, pero busco las palabras para contar lo que he vivido”.




Las citas de Annie Ernaux son traducciones libres de las siguientes conferencias que ha dado la autora: “Penser le Présent: Conférence aux Beaux-Arts”, París, 2021; Annie Ernaux y Nelly Wolf: “L'autobiographie au risque de la sociologie 2022”, Emisiones de La Grande Librairie, France 5.


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