Seis poetas de Myanmar
- Enrique Winter

- hace 5 días
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Selección y traducción de Enrique Winter
Maung Aung Pwint (Hpayakon, 1945)
Ribera de aterrizaje
El ganado
pisa sus huellas,
él pisa las huellas del ganado
ese día
en nubes de polvo
marchan arduos hacia el río.
¿El hombre dirige al ganado
o el ganado dirige al hombre?
Apoyado en su bastón,
lo dejaron muy atrás,
su foto en la orilla
sale a la luz desde las sombras borrosas:
¡qué rápido envejece!
En un momento
baja
a tomar
como lo hace el rebaño.
Nyein Way (Rangún, 1962)
Una nube de sentido sobre mi cabeza
Siempre hay una nube de sentido sobre mi cabeza, lo sé
pero siempre miro al suelo
Nunca miro al cielo porque mi cabeza está pegada en el calor de la vida bajo mis pies
corriendo hacia los zapatos del mañana
No sé cómo construir sentido a partir del polvo en el calor
pero sé que el sentido está sobre mi cabeza mirándome fijamente
El absurdo no tiene sentido la vida misma es el sentido
Eaindra (Delta del Irawadi, 1973)
Flor del desierto 1
Waris Dirie atisbó al mundo por debajo de su piel
que es oscura, brillante y suave como seda negra recién hilada.
Lo primero que vio fue a su padre reírse victorioso
entre sus esposas como un rugiente león africano.
Su madre, respirando pero muerta, contempló con ojos en blanco a su marido
desde adentro de la choza de barro que parecía una ratonera.
Las manos de su madre en ella fueron ásperas como hojas de maíz,
pero se sintió tibia y cuidada.
Escuchó el sonido de las pezuñas de camellos a la distancia
y vio una planicie feroz reluciendo espejismos.
Escuchó el redoble regular de la ronda de tambores en la ceremonia del nacimiento
y vio niños de todas las edades y portes, sus mantos coloridos al viento volando.
Cuando su madre la bañó en perfume, Waris se rió.
Demasiado pequeña para saber que vivir es un maleficio de creencias tradicionales,
la vida una taza envenenada de supersticiones
y ser mujer una caída en la boca del infierno, Waris se rió.
Su risa no dejaba rastros de dolor –no todavía.
Maung Day (Rangún, 1979)
Hay una aldea
Hay una aldea que no tiene idea
de flores para los muertos. En la misma aldea hay un guardabosques
pinchando con una perica.
Para los aldeanos, el color de la leche es el color de la vida,
y las explosiones de dinamita en las montañas son música.
Reciben felices lo que la vida les depara.
Sí, hablo de mi aldea.
Mi querida, la perica, dijo: “Anoche fuiste como
la puerta de un establo en la tormenta”. Soy feliz cuando ella está feliz.
Hemos dormido juntos por años.
Hemos pasado muchas Navidades Tuberculosas
muchos Años Nuevos con Cáncer de Garganta.
Tenemos un par de hijos bastardos también:uno mitad perro mitad fénix, uno mitad ogro mitad mango,
y uno mitad hombre mitad gusano.
Nos dijeron que respetáramos el desarrollo moderno.
Nada que hacerle
salvo un cara pálida al sol con desprecio.
Como mis hermanas, soy una playa sin arena
y como mis hermanos, soy un pozo sin agua.
El tiempo es el hijo retardado que no sabe dónde ponerse
en la foto familiar. Queridos niños, hay mucho más
que decir y esta historia podría llenar cada página.
Han Lynn (Kalaw, 1986)
Estimado doctor Phyo Wai Linn:
Olvidé cómo se llega a los lugares a los que solía ir. No duermo por las noches. Desconocidos absolutos me abrazan con cariño. No recuerdo cuánto calzo cuando me preguntan en la zapatería. Ni siquiera sé amarrarme los cordones. Casi me desmayo cada vez que me paro de golpe. Nunca me siento fresco ni digno cuando me levanto. Todos los números de teléfono que me sabía se mezclaron a estas alturas. También las claves. No me di cuenta que me había echado la pasta de dientes en la cara hasta que noté la falta de espuma. A veces me siento mareado el día entero. No me acuerdo cuántas veces diarias tomo esas pastillas que debo tomar una vez al día. No duermo por las noches. No logro cuidar los pendrives donde guardo mi información personal. No puedo leer una novela sin volver a las primeras páginas porque no recuerdo los nombres de los personajes. No me doy cuenta que ya la había leído hasta que la termino. Cuando le rezo a las nueve virtudes de Buda me paso de largo o bien no llego a las nueve. Se me olvida pagar mi trago en el salón de té hasta que el mozo me grita. Podría caminar con los ojos cerrados por la calle, igual tengo que seguir las señales y pedirle direcciones a la gente. Me duele la cabeza a cada rato. Me duele tanto que ningún remedio me alivia. Cuando alguien me preguntó lo que almorcé sentí que me partía un rayo. Cuando me encontré un Levi’s 501 en una maleta vieja y le pregunté a mis hermanos y tíos de quién era, todos me respondieron lo mismo: tuyo, si la etiqueta está cortada. Puedo irme derechito para la casa solo si me lleva un taxi. Me lavé la cara con pasta de dientes. No lo sabía hasta que no hizo espuma. Las jaquecas son bien insoportables. Dígame si no es divertido que un paisano como yo no pueda sacar sus manos del mapa callejero de Rangún en pleno centro de Rangún. Cada vez que llego a un lugar no hay forma de que emerja el motivo por el que fui. Me la paso confundiendo a Myo Naing con Moe Naing y viceversa, y hablando tonterías por teléfono. Una vez casi colapsé al pararme. Me quedo dormido al alba y me despierto al atardecer porque no puedo dormir de noche. Es que no logro tener clara la hora o el lugar o ambas en lo que a compromisos se refiere. Las aspirinas no me quitan las jaquecas. Leo las novelas enteras de nuevo, desde el principio hasta el final. Por error me lavé la cara con pasta de dientes. Tengo una jaqueca espantosa, doctor.
Atentamente,
Han Lynn.
Nyan Linn (Mawlamyaing, 1988)
Ponche de frutas
Algo se harán las manecillas del reloj
con solo doce dígitos
¿Y si el invierno no existiera del todo?
Dentro de la taza aparentemente vacía y llena del humo que desborda
Una está medio llena
Una está medio vacía
haciendo telarañas entre la palma y el dorso
contento aún con las palabras que mi abuela dice hasta el día de hoy
“completar el silabario no te hará un letrado”.
Dudo que el tren encuentre la estación.
Mi abuela tampoco encuentra ya el tren.
Aún espero y espero
por trenes que no traen silabarios
con media mueca y media mirada de reojo
tomando aún las inquietas líneas del sedimento
hechas por detrás de la mano últimamente
me pregunto por qué
“ya no es rico tomar café cuando huele mucho a leche”,
dicen.














































