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Interfaces: notas sobre el movimiento 

Acerca de la obra de Andrés Benjamín


I

 

Quizás empezar por lo que no es: no es una obra que se pregunte por lo humano y lo poshumano, no trabaja con tecnologías ni tampoco integra la mezcla arte y ciencia. No es una obra que mire hacia el futuro ni hacia su colapso.  

Interfaces es una performance creada por Andrés Benjamín que surge de una pregunta anterior, más primigenia, incluso: qué es el cuerpo, qué es el movimiento. 

Busco la definición de movimiento y leo. Pero pronto recuerdo que Mario Montalbetti dice que los significados no son las palabras que aparecen a la derecha de una entrada léxica del diccionario.  

Entonces qué es el movimiento. 

Muy a pesar de Montalbetti leo y me quedo con la segunda definición: estado de los cuerpos mientras cambian de lugar o de posición. 

Estado de los cuerpos mientras cambian. 

La palabra estado es la que importa. Pensar en el movimiento físico como un estado que podría pensarse a sí mismo solamente en el andar. 


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II

Dos cuerpos enfrentados en los extremos de una sala oscura, apenas iluminada. Uno se desplaza, el otro queda quieto; uno se adhiere objetos industriales, el otro está tapado en listones de madera; uno se activa con los elementos que se pliegan a sus articulaciones, el otro está impedido de movimiento. Mientras el cuerpo activo camina, el cuerpo aparentemente inerte empieza a moverse. Es casi imperceptible y observo que moverse con esa lentitud es difícil. 


Ambos son cuerpos expandidos que se travisten de la ciudad. Cuerpos que al atravesarla no salen ilesos, sino que transformados. Porque todos los elementos que se adhieren a ellos son objetos que la ciudad desechó. Se nutren de lo inútil. “Diferentes, los cuerpos son todos algo deformes. Un cuerpo perfectamente formado es un cuerpo molesto, indiscreto en el mundo de los cuerpos, inaceptable. Es un diseño, no es un cuerpo”, dice Jean Luc Nancy en 58 indicios sobre el cuerpo.


Con un afán de darle rápidamente una narración a la performance, mi primer pensamiento es cómo ciertas estructuras que aparentemente nos sostienen son las mismas que imposibilitan movernos. Ni adelante ni hacia atrás, ni hacia arriba ni hacia abajo. Un cuerpo extraño que porta materiales rígidos. Todo lo que aparenta ser fácil —extender los brazos, dar un paso y luego otro y otro y otro, rotar la cabeza, girar el torso— se vuelve radicalmente difícil. 


Pero visto desde otro ángulo tal vez no impide el movimiento si no que hace surgir otro distinto


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III

Interfaces se construye en contra de la versión instrumental del movimiento. Opuesto al funcionamiento de las prótesis —creadas para posibilitar la fluidez del andar—, los elementos ensamblados, por mucho que se acoplen a las articulaciones del cuerpo, buscan lo contrario. Quizás ahí está su potencia: en llegar a un estado psíquico al que se accede a través de la dificultad autoimpuesta. Casi metafísica. Pensar en el movimiento desde su imposibilidad. Algo así como pienso en el movimiento porque no me puedo mover. Y entonces ese estado, que naturalmente es físico y que bordea lo autómata, entonces, solo entonces, se vuelve muy mental y el cerebro se incomoda y se pregunta qué partes activar. 


En sus primeros trabajos, Rebecca Horn exploró las extensiones corporales luego de estar acostada un año en un hospital. Fue así, desde la horizontalidad y escasa movilidad que ideó aparatos para pegarse a sí misma y así pensar en la relación cuerpo-espacio. En sus performances vemos guantes de los que salen dedos de madera extremadamente largos, cuernos, una máscara con lápices adheridos; exoesqueletos que le posibilitaron tocar lo que con su cuerpo no podía. 


IV

Rebobino la escena. Una etapa anterior a Interfaces se constituye solo del caminar. Porque todos —exactamente todos— los materiales que ocupa en la performance están hechos de elementos que recoge de las calles de Santiago que son parte de su recorrido habitual. Entonces se genera una suerte de arqueología industrial. Son piezas que son fruto del azar y que las muestra tal como las encontró: con sus roturas y manchas.


En el libro Nuevas derivas, Jacopo Cristevi, plantea que “distintos artistas se lanzan a caminar y a desencorsetarse de todas las normas capitalistas que prescriben cómo hay que aprovechar el tiempo y cómo hay que optimizar el esfuerzo propio”. Con ese lente se ha analizado la obra de Richard Long Una línea trazada al caminar, en la que el artista logra crear una huella de su caminata en el campo, repitiendo el trayecto hasta dejar una raya entremedio de los pastizales. Acaso con el deseo de decir yo estuve aquí. Lo mismo pasa con Francis Alys, el artista que movió por las calles de Ciudad de México, durante nueve horas, un gran cubo de hielo hasta que se derritió completamente. 


Entonces en Interfaces, para que ocurra, existe una doble condición: caminar es tan importante como no hacerlo.


V

Vuelvo a la sala oscura, apenas iluminada y viajo a la cabeza de ese gran cuerpo amorfo:

el ejercicio es simple extender el brazo es algo que hago todos los días todo el tiempo va a ser fácil debiera ser fácil incluso con estos artefactos pegados de pronto todo tiene una densidad logro extender el brazo es un movimiento lento de pronto me doy cuenta la lentitud del movimiento es lo complejo pero mi trabajo es precisamente ese moverme es lo único que tengo que hacer ahora tengo que estirar una pierna de la que aparecen otros tres puntos de apoyo mi pierna ya no es solo una pierna, sino una cosa extraña que debe funcionar con sus externalidades me muevo siento todo ¿siento también esas tres maderas que salen de ella? parece que sí ahora tengo que arrastrarme por el suelo tengo palos anclados a mi cabeza 

ya no distingo dónde empieza ni dónde termina mi cuerpo 

no solo soy carne hueso músculo si no también tuerca metal madera 

me miro desde afuera 

soy 

una gran 

prótesis

 




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