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La izquierda y el orden público

El caos reciente en Francia demostró que los estallidos sociales no son un monopolio de los países latinoamericanos. Los ataques a la infraestructura pública, los saqueos y las turbas de encapuchados pueden emerger en cualquier lugar, sobre todo en sociedades enrabiadas con sus gobernantes producto de malestares largamente olvidados.

Comparada con eventos anteriores, la violencia del estallido francés mostró una notable continuidad histórica: se detonó por un asesinato racista de la policía, se propagó desde los márgenes hacia el centro de las ciudades, careció de una organización centralizada, duró escasos días y motivó discusiones más allá de la causa gatillante. Pero también tuvo diferencias. Una de las más relevantes fue la condena que esta violencia provocó entre intelectuales de izquierda, quienes esta vez no la justificaron frente a las injusticias del Estado.

Slavoj Žižek, teórico marxista y crítico cultural, fundamentó esta visión en su última columna en la revista The New Statesman. Según Žižek, los estallidos sociales pueden jugar un rol positivo si son sostenidos por una visión emancipadora. Menciona como ejemplo las revueltas afrodescendientes por los derechos civiles en Estados Unidos o las recientes protestas de mujeres en contra del uso de la burka en Irán. En ambos casos, la disrupción del orden cotidiano actuó como un contrapeso a las injusticias del sistema.

Sin embargo, en la última revuelta en Francia, Žižek observa una insurrección antipolicial que esencialmente destruyó bienes públicos, insegurizando y precarizando a las clases trabajadoras antes que a las élites gobernantes. Žižek advierte que uno de los legados de esta violencia es la inestabilidad y la permanente sensación de caos, un terreno fértil para el auge de autoritarismos que prometen restaurar el orden. En este escenario, plantea que a la izquierda no le basta con denunciar las injusticias que originan los estallidos, también debe asegurar el bien primario del Estado: la seguridad de las personas. En caso contrario, la izquierda concede al adversario ideológico un importante dominio de la insatisfacción que, en tiempos turbulentos, empujan a la gente hacia pulsiones represivas.

En Chile, la nueva izquierda ha sido esquiva con el discurso del orden y la seguridad. Luego del acuerdo constitucional de 2019, varias figuras normalizaron la violencia en las calles en nombre de las luchas sociales. Tras un difícil primer año, Boric ha comprendido que estas banderas también deben ser parte de una agenda progresista. Pero esta idea no es transversal en su coalición. El silencio de figuras prominentes de RD ante el reciente ataque a la sede de su partido confirma la vigencia de esta tensión.

Si las izquierdas del mundo buscan gobernar en un contexto de desórdenes crecientes, es imperativo que también prioricen la seguridad y el orden público. Un camino alternativo no sólo socavará el apoyo de varios de sus electores sino también los principios democráticos que afirman defender.


Diego Sazo

London School of Economics

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