La metempsicosis poética*
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La metempsicosis poética*


Ramera Amancebada de sol Azteca Ona Maya Zapoteca araucanita Quechua Aimará Naguatl De sangre mi vestido jamás americana ..................Huk Indiapa Minueto ...............Trompanne Gapachacun Tzay Ichisaj Selvapita Uchkunkaj

Matria, Antonio Silva



Cuatro son las novelas que escribió Yukio Mishima bajo el título El mar de la fertilidad. Es el nombre, también, de un cráter de la Luna, donde los japoneses creen ver a un conejo amasando una pasta de arroz llamada mochi. El proceso de amasar el arroz y la luna llena, además, se llaman igual en esa lengua. La leyenda dice que tres animales que creían ser encarnaciones de pecadores se proponen enmendar sus errores y rectificar su vida. El zorro, el mono y el conejo, entonces, se ponen de acuerdo para aquello, y como en Job, un dios quiere ponerlos a prueba y se encarna en un débil y moribundo anciano, que les pide alimento. El zorro trae comida que se dejó en el cementerio, el mono vuelve con frutas, mientras el conejo no consigue nada. Disculpándose, decide salir nuevamente en busca de algo que ofrecer al viejo y fracasa nuevamente. A pesar de aquello, el conejo decide ofrecerse para calmar el hambre del dios metamorfoseado y salta al fuego. Por tal sacrificio, se le concede permanecer con su masa de arroz en la Luna. Simple, en apariencia, este cuento nos habla de nuestra realidad como una representación de un plano espiritual o inmaterial que se copia o reproduce de distintas maneras, queriendo referir a una fuente, como en el mito de la caverna. De algo así habla Mishima, pero a través de la amistad, porque sus cuatro novelas abarcan el siglo xx a través de la relación entre Matsugae Kiyoaki y Shigekuni Honda, quien narra la historia de ese Meaulnes sensible y bello que muere en Nieve en primavera, y a quien se encuentra reencarnado en Caballos desbocados, El templo del alba y en La corrupción de un ángel. Es una historia que nos habla de la transmigración del alma, de la metempsicosis, del amor amical, del dharma y del samsara, de la cadena trófica de la materia y el espíritu. Algo así ocurre con Sergio Salamanca, quien evita la frontalidad, lo literal y la certeza. Para hablar de su poesía les voy a hablar de un poeta que murió hace casi una década y a quien casi no se lee, porque quisiera creer en algo como en lo que creía Mishima, que las cosas pasan varias veces en distintos tiempos, que representamos papeles, que somos estructuras que significan, al igual que en un poema, mediante la repetición no igual, sino alterada, de algo así como un arquetipo: los humanos somos todos instrumentos de cuerda distintos, aunque algunas afinaciones armonicen o haya incluso la opción de que se comparta la afinación en otras octavas o la misma entre dos seres. A esto se le llama amor, amistad, familia o poesía: entidades ubicadas en posición de otras.


Antonio Silva nació en 1970 y murió en 2013 en San Bernardo. Extraño para los años noventa, cercano a la poesía de los dos mil, se decía que era un poeta bisagra, como Gustavo Barrera, con quien sale en una fotografía junto a Héctor Hernández vestidos de novias. Es un montaje perfecto: tres poéticas contiguas, mas completamente distintas y distantes. Amistad, barroco, desplazamiento.


Quería hablar de Antonio para hablarles de que no participó en grupo alguno, pero estuvo en contacto con casi todos. No participó de ninguna estética, porque gustaba de excederlas, proliferar. Cola, rebelde, surreal, barroso, esotérico, flaite, teórico y vampiro. Gustaba de concertar reuniones en el Indianápolis, en el Cuervo, en el Marbella, en la Holandesa, en el Turing, en el Torremolinos, en el Olímpico. Luego del trabajo oficinista en Providencia nos reuníamos, siempre con botellas pequeñas de pisco sour y perfume. Hablaba de los pobres humanos, de la vulgaridad, del tosco prosaísmo de las cosas, de Lezama Lima, de Sarduy, de Fulcanelli y de cómo giramos a velocidades fantásticas por la soledad del universo.


No conozco mucho a Sergio Salamanca, pero su poesía me habla de ese tiempo y de ese espacio, de los bares, del cigarrillo, del alcoholismo y la depresión. No future, en inglés, como slogan, era algo que repetían algunas personas. No hay futuro, hermane, pero sí suficiente pasado como para advertir que, por ejemplo, la soledad derivada del ejercicio literario deforma las vidas para que instrumentos dispares puedan armonizar. Me explico con la siguiente hipálage, del libro Andrógino, de 1996:


Soy eterno

e inevitable bajo la lluvia

solo mi joven cigarro

comprende mi canción


La hipálage consiste en atribuirle características de un ser a otro ser, por su cercanía. En el caso de Silva, es curioso que la relación evidente sea que el cigarro solo podría ser joven si es el primero que sacamos de la cajetilla, en una metáfora popular, coexistiendo esta posibilidad con que el joven sea quien fuma el cigarro y por metonimia, desplazamiento o contigüidad, contamine al cigarro con la juventud de quien lo toma. Pero no es la única relación, porque además el cigarro es personificado y “comprende” la canción, que en sí es una medida del tiempo, una sección de tiempo, con comienzo y fin, como la lluvia, que, para Borges es una imagen del pasado, quizás en la referencia al diluvio o cuando las aguas de arriba se separaron de las de abajo y apareció el horizonte. Lo eterno es inevitable, aunque no se condice con la duración, con los fines. Como ocurre con el oxímoron “eterno campeón”, la imposibilidad lógica de la participación de la eternidad “encapsulada” en la experiencia de la duración, es decir, del tiempo, hace que el o la poeta sean contaminados por la eternidad en la canción, es decir, en el poema. Quizás este sea el origen de la violencia, de la que hablan los libros de Antonio Silva y de la que habla Sergio Salamanca en Pftschute, contra el orden, la literalidad, los modelos, el prosaísmo, la autorreferencia y las certezas. Una violencia callejera que transmuta, alquímicamente, en esencias: destila sus lecturas como fragancias que va combinando en este sutil juego de montajes y contigüidades que son cada poema y el conjunto de poemas que es el libro. Son hipálages generales, como las lámparas lectoras de Borges, los poemas de Salamanca son lectores, lecturas y el proceso mismo de leer. Como Antonio Silva, Sergio Salamanca busca hacer de la duración de sus poemas un tiempo más amplio, porque como dice el Bhagavad Gita, solo lo que no nace no puede morir, esperando que el alma que acoge pueda seguir su viaje en la bruma de los años por venir, en silencio, como esa vieja historia judía que habla de treinta y tres justos ocultos, seres piadosos y bondadosos que sostienen el orden del mundo gracias a ser desconocidos. Tzadik, se les llama, y esta palabra comparte su raíz con un mandato religioso, tzedaká, que en hebreo significa reciprocidad y caridad, es decir, la búsqueda del bien común, o en el concepto del sabio cabalista Isaac Luria de Safed, tikkun olam, es decir, la restauración del mundo. Con este último excurso, espero, comprendan el valor que le otorgo a la Fama, concepto romano que refiere al habla, al cotilleo, al cahuín, representado por la diosa Fame, y que se acaba con el fin del sonido, contraria a la búsqueda de un tiempo más amplio, fuera del tiempo de quien ejercitase versos.


Espero no haberlos importunado con este ejercicio de amistad y literatura, digamos, este ensayo, porque no es posible salvo experimentar, sin ánimos de completitud, la experiencia sifonófora —la imagen de esos seres acuáticos hechos de otros seres—, como una familia, una ciudad o una literatura. Esta metempsicosis de la que quise hablar está íntimamente relacionada con una visión de la poesía que se funda en la hospitalidad, tanto para recibir influencias textuales como paratextuales, es decir, el viaje del alma de muchas escrituras hacia nuestra escritura, y que trabaja con el sampleo, el montaje y la cita sin comillas, como si así quisiese celebrarse la deriva, el vagabundeo del sentido. Almas que viajaron durante siglos y lenguas para llegar a ser Pftschute, y que esperan seguir viajando por montes y riberas, en el decir de San Juan de la Cruz.


Juan Manuel Silva Barandica




*Ensayo crítico leído en la presentación del libro Pftschute de Sergio Salamanca



Pftschute

Sergio Salamanca

Editorial Aparte, 2022






















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