Lectores
- Alvaro D. Campos 
- hace 9 horas
- 2 Min. de lectura
Una de las obsesiones de los lectores pobres es la velocidad, de la vida, de las páginas, del tiempo, mellado siempre por la falta de dinero. La noche para ellos se extiende como el último recinto que les queda sin jefes. Así, se disfrazan de insomnes para recuperar el tiempo perdido que le dedicaron durante el día en demasía al trabajo, a la familia, a la pesadilla de la responsabilidad. Extienden su día hasta la madrugada leyendo, dado que en su jornada habitual deben permanecer sumidos en la obediencia.
El pan que se llevan a casa no se gana con lecturas, pero para ellos, el libro está más alto que el pan (una herejía tanto cristiana como insulínica)
El más alto honor del lector pobre (que para el mundo debería constituir su más horrible bajeza) es competir siempre con el lector rico. El lector rico que está exento de la velocidad, del insomnio, de la manutención.
Aunque cabe señalar que estos lectores más bien aristócratas, casi ya no existen. Hoy el rico igual se ajetrea. A Proust le llevaban el desayuno a la cama y este hasta se jactaba de mentirle a sus padres para no salir a un compromiso familiar y quedarse entre las sábanas leyendo.
Quizás el caso más patético del lector pobre es Henry Miller, que ha influenciado a numerosos discípulos a competir por el tiempo. En su ensayo Leer en el retrete lo expresa así :
"Aunque la vida me ahorque, la miseria, el trabajo, las deudas , los arrendatarios. Yo leeré igual y lo haré incluso (y sobre todo) cuando esté cagando y superaré a los ricos, a los que les sobra el ocio en los patios de sus campus universitarios".
Siempre cuando me acuesto tarde (Proust se acostaba temprano y con esa frase empezaba sus libros) pienso en los lectores pobres, intentando ganar la "pole position" de la lectura, saben que mañana en medio de la esclavitud del trabajo, su acceso a la cultura estará varada y un lector rico lo podrá adelantar silbando plácidamente.
















































