Willi Münzenberg o la política del bien
- Alvaro D. Campos

- 30 jul
- 3 Min. de lectura
El marxismo siempre ha sido difícil de digerir por los tranquilos habitantes de las democracias liberales, incluso para los más progresistas dentro de la centro izquierda. En Tolerancia Cero el senador Daniel Nuñez dijo casi pidiendo disculpas y en un tono muy bajo, que el proyecto del partido era "marxista".
Esto es una dificultad que el comunismo ha tenido que sortear en toda su historia para entrar a las mentes no revolucionarias de occidente. Mentes que poseen una gran sed de justicia, mezclada con no poca ingenuidad y también algo de la vanidad que requiere el sentirse "bueno" a punta de gestos simbólicos y artísticos.
Un hombre fue el encargado de esta gigantesca labor propagandística que hizo historia y que funciona hasta el día de hoy: llevar al terreno de la política la lucha entre el bien y el mal. Su nombre fue Willi Münzenberg. Lo fantástico de este personaje es que es muy desconocido. El mismo Goebbels, que es su némesis, está más cerca que él de la enseñanza escolar y la cultura pop. Si hasta Tarantino le dio un hilarante espacio en su película Bastardos sin gloria.
Podría apostar que la mayoría del pc chileno (por no decir todos) no conoce la figura de Münzenberg. Pero sí día tras día ejecutan su guión, uno de los principales guiones políticos de la historia. Convencer al demócrata de occidente que el partido busca la justicia, la paz y la verdadera democracia y que tienen un enemigo común: el fascismo. Y no solo el fascismo avant la lettre, sino también las democracias liberales que son parte del fascismo y su principal enemigo a derribar. No hace falta decir de que la estrategia münzenbergiana fue, es y será exitosa. Hacen parecer los lineamientos de Goebbels como un juego de niños.
Willi Münzenberg y su brazo derecho Otto Katz fueron incansables, fundaron la Liga Antinazi en Hollywood, el Club del Libro de Izquierda en Gran Bretaña, controlaron el ambiente homosexual del grupo Bloomsbury y organizaron el congreso por la paz en Amsterdam, entre otras muchas acciones ligadas a la propaganda stalinista edulcorada hacia occidente. A todos estos simpatizantes no comunistas, Münzenberg los llamaba el club de inocentes (durante la guerra fría los llamaron de una forma menos cariñosa, useful idiot). Este club estaba integrado por intelectuales y artistas occidentales que, sin ser necesariamente comunistas, apoyaban causas prosoviéticas manipuladas por él a través del Komintern.
Münzenberg fue el que diseñó el nuevo rostro del estalinismo y en parte de todo el comunismo que de ahora en adelante quisiera presentarse de forma gentil a las democracias liberales: el del comunismo antifascista para la lucha política contra "el mal". Y recordemos que con mal no solo se refiere al fascismo, también a las democracias liberales, que tanto agazajan las vidas personales de estos integrantes de los Innocents Clubs.
François Furet escribe en El pasado de una ilusión: "Münzenberg se convierte así, en el gran director de orquesta del «simpatizante», esta figura típica del universo comunista —que también lo es, por cierto, en esa época, del mundo fascista—: el hombre que no es comunista, pero que por ello es todavía más confiable cuando combate al anticomunismo. La víctima favorita de Münzenberg era el intelectual, por ser a la vez más influyente y más vanidoso que el común de los mortales. Manes Sperber comenta: 'Münzenberg empujaba a escritores, a filósofos, a artistas de todo género a atestiguar, por su firma, que se colocaban en la primera fila de los combatientes radicales… Formaba así caravanas de intelectuales que solo esperaban de él una señal para ponerse en camino. Él también señalaba en qué dirección'".
Stephen Koch grafica el verdadero trabajo de Münzenberg en la biografía que lleva su nombre:
"Nunca les pidas que juren lealtad al Partido o a Stalin. Haz que se sientan héroes de una causa moral más grande, y ellos mismos tejerán las redes de nuestra influencia".
Y toda esta estrategia que nos parece de otro siglo, se ha mantenido en el tiempo llegando a ser una de las más exitosos contrabandos de ideología moral de la historia.
Alasdair Elder escribe en The Red Trojan Horse: A Concise Analysis of Cultural Marxism:
"La izquierda moderna no necesita que sus seguidores se declaren marxistas; basta con que adopten causas sociales que parezcan moralmente superiores, mientras estas sirven para desestabilizar las estructuras democráticas y capitalistas desde dentro".
















































